El informe plantea abiertamente y sin tapujos, que sólo un cambio en el sistema educativo, en el mercado laboral y en la cultura y estructura de las empresas, conseguiría dar forma al inicio de la solución de este enorme problema, que tienen como consecuencia más inmediata, la falta de preparación del capital social español para afrontar la innovación productiva.
Paradójicamente, la innovación no está en el ADN de las empresas, sino de las personas; y de ahí la importancia del capital social de un país, para su innovación productiva. Porque si no hay innovación, acceder al mercado competitivo es imposible.
En este sentido, la fuga de talento de España, unida a la desinversión en I+D+i, debido a la crisis, es una coyuntura que el país pagará caro en el medio y largo plazo.
No obstante, el análisis profundo de las costumbres y las diferentes maneras de organización social en un territorio, también son determinantes a la hora de saber si un país es capaz de desarrollar un capital social óptimo o no. Y eso es lo que ha abordado el profesor Víctor Pérez-Díaz, Doctor en Sociología por la Universidad de Harvard, utilizando en su estudio cerca de un centenar de indicadores, procedentes de encuestas internacionales relacionados con el capital social, entendido en su sentido más amplio.
“Estos indicadores definen las redes y conexiones sociales en los ámbitos de la empresa, la familia y la sociedad en general, junto a aspectos institucionales y culturales, que incorporan a su vez normas y una cultura moral compuesta de sentimientos de confianza, motivaciones, juicios de valor, disposiciones y virtudes”, argumenta el informe.
En todos los indicadores se han tenido en cuenta los efectos, tanto individuales como colectivos, que cada uno de ellos puede tener en la capacidad innovadora de los países contemplados en el estudio, con el fin de explorar mecanismos causales entre capital social e innovación productiva, es decir, la que está dirigida a crear productos y servicios o procesos y tecnologías y ponerlos a disposición de la sociedad.
En primer lugar se analiza el capital social de las empresas. Aspectos internos como la experiencia de trabajo, las relaciones entre los trabajadores o el trato que los trabajadores reciben de los directivos, pero también los externos: la cooperación de las empresas con otros actores y el capital social en las universidades, como formadora de investigadores y de otros trabajadores implicados en la innovación. Una cooperación universidad-empresa que en España siempre ha sido una quimera.
El informe profundiza también en el capital social de familias y asociaciones, estudiando la familia, las redes sociales informales o amistosas y el asociacionismo y su influencia en la innovación. Y, además, analiza el capital social sistémico, contemplando aspectos relacionados con la confianza generalizada de los ciudadanos y su interacción con los principales actores estratégicos, como políticos y funcionarios, empresas y otros agentes del mercado, y con la cultura moral de la sociedad.
La conclusión es que la calidad del capital social y la innovación productiva van íntimamente ligadas en todos los países sometidos a estudio y que la calidad social está relacionada con las sociedades poco individualistas, caracterizadas por niveles altos de capital social interno en las empresas y niveles bajos de capital social universitario y de capital familiar orientados hacia adentro, o endogámicos.
“También correspondería a niveles elevados de capital asociativo y de capital social sistémico, es decir, de pertenencia a asociaciones o entidades sin fin de lucro y de confianza generalizada y en las élites, así como a niveles altos de moralidad sistémica, caracterizada por una escasa corrupción pública, por un reducido intervencionismo estatal y por un buen funcionamiento de la democracia”, asegura el informe, que distingue en Europa tres grupos de países claramente diferenciados, según se acerquen a ese modelo de capital social afín a la innovación o se alejen de él.
El primer grupo estaría formado por los países nórdicos, incluyendo a Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega e Islandia, junto con Suiza y los Países Bajos, caracterizados por una capacidad de innovación más alta.
El segundo lo integran los países centrales como Alemania, Austria, Bélgica, Francia, Luxemburgo, Irlanda y Reino Unido, que presentarían unas tasas medias, salvo en el caso de Alemania que se acercaría más a los niveles del primer grupo.
Y, el tercer grupo, el más alejado del modelo noreuropeo, lo formarían los países mediterráneos y de la Europa del Este, caracterizados por bajos niveles de capacidad innovadora. España se situaría en este tercer grupo.
Los resultados españoles se colocan en niveles entre medios y bajos en todas las clasificaciones, según el indicador de capital social correspondiente, lo que supone una clara barrera que dificulta que España consiga tasas altas de innovación.
“Dos de los factores que más nos alejan de los niveles de los países de referencia corresponden a indicadores de capital social familiar y asociativo: la emancipación extremadamente tardía de los jóvenes españoles en el contexto europeo (del 43 % de los jóvenes de 18 a 35 años en 2002-2006, frente a una mediana europea del 53,5 %) y el escaso nivel de pertenencia a asociaciones voluntarias en España (16,8 % en 2004-2006, frente a una mediana europea de 28,8 %)»
Los trabajos enriquecedores son «algo más que sólo una manera de ganar dinero»
En el caso de los indicadores de las empresas, señala que en los últimos 30 años el modelo económico español no ha favorecido la creación de puestos de trabajo enriquecedores y que se desempeñan con autonomía. Algo similar a lo que ha ocurrido con el capital social sistémico, en el que los factores que más nos alejan de esos países siguen siendo, desde el inicio de la democracia, la distancia entre los ciudadanos y la clase política y su escaso interés e implicación en la vida pública”, destaca el informe.
Gema Castellano
@GemaCastellano
Informe completo:
Informe Cotec Capital Social e Innovación en Europa y en España (Diciembre 2013)