La noche del 31 de diciembre al 1ro. de enero, millones de personas van a celebrar un equívoco: el inicio del siglo XXI y el del Tercer Milenio. Vamos apenas a entrar en el año 2000, el último del siglo y del milenio. Basta la elemental aritmética para saber que un siglo, que reúne 100 años, no puede tener solamente 99. Ni dos milenios 1999 años.
La era cristiana fue calculada por el monje Dionisio, el Pequeño, en el siglo VI. Entonces, los europeos no conocían el cero, ya incluido en la matemática de los mayas y los indues. Por lo tanto, no teniendo el año 0, la decena, la centena y el millón solo se completan en el 10, en el 100 y en el 1000. Stanley Kubrick acertó al titular su film «2001, odisea en el espacio».
No está mal, para la alegría de las agencias de turismo, tendremos este año el festejo psicológico y el año que viene el cronológico. Pero, los más atentos saben que ya hemos entrado, hace tiempos, en el año 2000 de la era cristiana. Dionisio, el Pequeño, err¢ en el c lculo de la fecha de nacimiento de Jesos. El rey Herodes muri¢ en el a_o 4 A.C. Y, Mateo registra que Jesos naci¢ «en el tiempo del rey Herodes» (2,1), probablemente entre los a_os 8 y 6 antes de la era cristiana.
Lo que significa que, al ser asesinado en el a_o 30, ‘el ten¡a entre 36 y 38 a_os de edad.
Hace cien a_os, hubo el mismo debate cuando el cambio de siglo, estuvo a punto de irritar al flem tico «The Times». Cansado de la pol’mica, el peri¢dico ingl’s dio un basta, en el editorial del 26 de diciembre de 1899: «El siglo actual solo se terminar el d¡a 1ro de enero de 1901, no discutiremos m s este hecho.
Es una discusi¢n tonta e infantil, que no debe hacer m s que exponer el deseo de los cerebros de aquellos que se obstinan en mantener una posici¢n contraria a la nuestra.»
En los oltimos meses, muchos cambian ante la pregunta: +d¢nde va usted a pasar la fiesta de f¡n de a_o? La mayor¡a lo pasar trabajando, para que los m s afortunados se puedan divertir. Meseros, barmans, cocineros y empleadas dom’sticas ver n a una persona gastar, en pocos minutos, lo que ellos no ganan ni en un mes de trabajo. Sin hablar de aquellos que pagar n una fortuna para trasladarse de su casa a un lugar simb¢lico en sus cabezas, como Nueva York, Par¡s o la isla Pitt, en Nueva Zelanda, d¢nde el a_o Nuevo llegar primero.
Negociamos entre la vanidad de m s adelante decir «yo estuve all «, y la ansia espiritual de vivir el rito de la transici¢n. Esos ritos son raros en la vida, como el nacimiento, el ingreso a la mayor¡a de edad y el casamiento. En el fondo, vamos siempre en busca de nosotros mismos. Sin embargo, los seres narcisistas, necesitamos el espejo. De preferencia, los ojos ajenos. Pero no unos ojos cualquiera, sino aquellos de nuestros pares de condici¢n social, prestigio o poder. Porque ya no sabemos ser felices sin provocar envidia en los otros. De ah¡ el miedo a la soledad, sobretodo para quien reparte mezquindad del alma en un momento de alegr¡a.
¨De que vale cambiar de a_o, de siglo y de milenio sin que haya cambios en nuestras vidas? Vivimos asaltados por los fantasmas proyectados por el propio deseo. Ma_ana tendremos que meditar, comer menos, andar m s, dialogar con los hijos, tratar mejor a los subalternos, leer los libros amontonados, visitar al amigo enfermo….
Ma_ana, hoy, no. Hoy es la voracidad de los modismos, la administraci¢n de los bienes, los atropellos a los sentimientos, aquellas intenciones siempre aplazadas, las preocupaciones que desgarran el esp¡ritu y deterioran el placer de vivir.
Los pueblos antiguos sent¡an la necesidad de renovar el mundo peri¢dicamente. En la Mesopotamia, la creaci¢n del mundo se repet¡a ritualmente en las fiestas de A_o Nuevo. Se celebraba la victoria de Dios sobre el vac¡o primitivo, como registra el «G’nesis», que describe en sus primeros cap¡tulos, el pasaje del caos del cosmos (misma ra¡z griega de cosm’tico, lo que se torna hermoso).
Sentimos tambi’n el deseo de renovar nuestras vidas, como Nicodemo que, al preguntar a Jesos de madrugada, recibi¢ de ‘l la invitaci¢n a nacer de nuevo, pero del Esp¡ritu (Juan 3, 1-8). Introducidos inconscientemente en el ciclo muerte-resurrecci¢n, somos atra¡dos por la utop¡a de que «ma_ana ser otro d¡a», como asegura el poeta.
La fiesta de fin de a_o (-reveillon- en portugues y franc’s) significa en franc’s, despertar en el paso de un d¡a para otro. La noche del 31 de diciembre ser apenas un momento de fiesta y confraternidad, -que tal dejar que el «parche inform tico del a_o 2000» arregle nuestras vidas, dejando en cero nuestros d’bitos de amor, y acatando la propuesta de Jesus a Nicodemo?