Ayer sábado entró en vigor el complicado tratado de Amsterdam, del que se dice que en vez de simplificar sus precedentes ,- de Roma a Maastricht -, ha complicado tanto las cosas que ni los juristas lo comprenden ni los políticos consiguen ponerlo en vigor.
Se han tardado cuatro años en idearlo, – desde 1995 -, diez meses para reflexionar sobre la idea, quince meses para negociarlo en la Conferencia intergubernamental y 21 meses para que haya sido ratificado por los » Quince».
Bien se podría decir que más que poner en funcionamiento un tratado, han dado a luz un enfermizo feto.
Y no es que no hubiera comenzado bien. En 1995, – tras el tratado de Roma -, los Quince crean un grupo de reflexión encabezado por el español Carlos Westendorp y tras dos años de negociaciones por fin los Quince consiguen llegar a Amsterdam. Pero los dimes y diretes entre los estados miembros no terminan jamás, y entre complicado que es el tratado y que cada Estado lo interpreta como le conviene, quizás merecería más la pena volver otra vez a los inicios y realizar algo más pragmático.
BIENVENIDO MISTER AMSTERDAM
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