Los datos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) sobre el avance de la desertización en España han revelado que el 20 por ciento del suelo español sufre un proceso de erosión grave y otro 25 por ciento padece erosión media.
El informe del CSIC indica que siete millones de hectáreas de suelo fértil corren grave peligro de desertificación en los próximos diez años, y que un millón de hectáreas son ya desierto, a efectos prácticos.
El principal parámetro que se contempla para determinar si una tierra es o puede llegar a ser desierto es su índice de evapotranspiración que se obtiene registrando la cantidad de lluvia que recibe un metro cuadrado de suelo y la que es capaz de retener, medida en unidad de volumen y de tiempo.
La franja costera de la provincia de Almería tiene un índice medio de evapotranspiranción de entre 0,05 y 0,20. Convencionalmente se considera desierto todo valor inferior a 0,40.
Tres cuartas partes de los suelos Andalucía, Comunidad Valenciana, Murcia, Extremadura, Castilla-La Mancha, Madrid y Aragón se hallan en valores comprendidos entre el 0,20 y el 0,50 de índice de evapotranspiranción.
Sólo Galicia, la Ribera del Duero, y las franjas cantábrica y pirenáica superan el 0,75 de este índice. Al margen de estas zonas las manchas de humedad en el mapa de España aparecen en reductos como las Sierras de Cazorla, Nevada, Aracena y Grazalema en Andalucía; y en el tercio oriental del país, en el entorno del Moncayo, el Delta del Ebro y en Mallorca en el área del Puig Major.
El avance del desierto en el Campo de Dalías es inexorable con el actual sistema de explotación de acuíferos y de suelos en esta comarca de Almería dedicada a la producción superintensiva de frutas y hortalizas mediante cultivos bajo plástico; y que es además la de más baja pluviosidad de toda la Península (por cierto los históricos 250 m/m anuales siguen descendiendo y en la actualidad rara vez se superan los 200 m/m).
El desierto de Almería avanza hacia toda España
El caso almeriense es extensible al resto de Andalucía y Levante, aunque obviamente en menor medida, pero técnicamente se puede decir que el desierto avanza por esas zonas.
Un desierto no es sólo un lugar donde no llueve. Es fundamentalmente un lugar que no genera lluvia. De hecho, en todo desierto llueve y con intensidad.
Tan torrenciales son las lluvias típicas de los desiertos que esos 200-250 m/m anuales que se calculan para el Desierto de Tabernas (Almería) pueden caer en dos o tres chubascos. La violencia de las lluvias arrasa con la escasa vegetación, erosiona profundamente el suelo destruyéndolo totalmente en su aspecto biológico, y bastante desde el punto de vista físico.
Los cauces secos (ramblas) de las áreas semi o totalmente desérticas se convierten en peligrosísimos torrentes y la extrema sequedad que surge tras el chubasco provoca que el barro se compacte formando duras capas impermeables que impiden la penetración en la tierra de la escasa humedad ambiente así como de semillas.
Se podría decir que «desierto llama a desierto». Este círculo vicioso, natural o provocado por el ser humano es uno de los factores que están provocando en el mundo entero el recalentamiento del planeta, prolongadas sequías y lluvias torrenciales; que a su vez generan los mismos efectos y así sucesivamente.
La única forma de romper este juego mortal ha de ser necesariamente la restauración ecológica. Es decir, la intervención favorable de los humanos para reparar el daño infringido a la naturaleza. Mas al contrario, Gobiernos, empresas y ciudadanos de a pie viven, cuando menos, absolutamente despreocupados del problema o cediendo la responsabilidad al «otro».
Así que todos contribuimos, en mayor o menor medida, a esta catástrofe que llamamos desertificación y que, en el caso de España, alcanza tintes tan trágicos como observables.
Herbicidas, eucaliptos y riegos agroindustriales
El empleo de agroquímicos en cultivos tan importantes en nuestros campos como el olivar o los frutales favorece también este efecto, sobre todo con herbicidas de pre-emergencia como la Simazina, que esteriliza los suelos y los expone a las lluvias que, cada vez, con más frecuencia se presentan de forma torrencial.
Si a ello sumamos que olivares y frutales (almendros y cerezos, sobre todo) suelen ocupar terrenos en pendiente, el efecto destructor está garantizado, y cada invierno es más frecuente el paisaje de pueblos embarrados por las avalanchas de lodos procedentes de sus colinas de cultivos arbóreos, y empiezan a darse casos aún más graves de casas y barrios sepultados por corrimientos de tierras.
Al mismo tiempo, el respeto por la vegetación de ribera en ríos y arroyos brilla por su ausencia. Tanto más cuánto más pequeño y ocasional es el curso de agua. De manera que los pequeños arroyuelos y canalillos de las colinas son los primeros en sufrir la deforestación y la esquilmación sistemática de toda la vegetación de estas áreas.
El empleo de especies de crecimiento rápido en la presunta reforestación de montes es otra lacra favorecedora del avance del desierto. Véase el caso del eucalipto, el líder de velocidad en la generación de madera y pulpa, auténtico tesoro de las industrias papeleras, que con esta especie han invadido toda la franja cantábrica y aún amenazan con comer más terreno al bosque autóctono en Huelva y otras áreas más meridionales de la Península.
El eucalipto es el árbol típico de Australia, donde se halla perfectamente integrado en un ecosistema que compensa su actitud agresiva (la hoja del eucalipto tiene un Ph extremadamente bajo y su caída acidifica el suelo, que suele estar bastante seco debido al poder absorbente de las raíces de este árbol, uno de los mayores consumidores de agua que se conocen, de ahí su rápido crecimiento y conversión en madera, que además supone un agotamiento de los nutrientes naturales de la tierra).
Las especies vegetales y animales de nuestra fauna autóctona no pueden convivir con el eucalipto y la tierra donde se ha cultivado industrialmente este árbol queda agotada para otros fines, luego el eucalipto es otro factor de desertización.
Como lo es el consumo abusivo y despilfarrador de agua en esta y en todas las épocas del año. La instalación de nuevos cultivos industriales en tierras áridas suele ser uno de los principales factores de agotamiento de acuíferos, y es que las tierras más secas suelen serlo también por hallarse en las latitudes que más insolación reciben, y por tanto las más rentables (desde ese punto de vista para la agricultura).
Desdichadamente el período de amortización por las inversiones en instalaciones de riego en una explotación agraria, es en este caso, muy corto, dada la alta rentabilidad de la producción industrial de alimentos; en caso contrario, otro gallo nos cantaría, porque ningún agricultor se arriesgaría a sabiendas de que el primer perjudicado por el despilfarro de agua iba a ser él, pero como en la actualidad es el último afectado y para cuando sufra las consecuencias ya se habrá embolsado una suculenta renta siempre queda el lamento al Estado por no haber prevenido esa catástrofe que en casa del avezado agroexplotador será menor, porque ya se sabe que «los duelos con pan son menos».
Ahora bien, quienes andan plantando eucaliptos a troche y moche, esterilizando suelos agrarios con Simazina y otros venenos, o, en general, ganándose su pan a costa del agua de todos, deberían recordar que quizá algún día el pan se les atragante si no tienen agua que beber y que ese mal trago no necesitará ser escrito en papel alguno, porque bastará ver el origen de los papeles para saber qué pasó (tierra fértil convertida en desierto).
En cualquier caso, y en esta como en otras ocasiones la última responsabilidad es de todos y cada uno de nosotros, en tanto que contribuimos al mantenimiento de ese sistema de rapiña.