Sin duda alguna, asegurar cosechas porque hay que alimentar a la Humanidad.
Eso es, al menos, lo que predican quienes pregonan la bondad de las semillas transgénicas, y olvidan una verdad tan de perogrullo como que cuatro quintas partes de la Humanidad está mal alimentada y hasta mueren de hambre, a pesar de que hace decenios que se inventaron fórmulas como los pesticidas o los abonos sintéticos que garantizan la productividad de la tierra e incluso crean excedentes alimentarios en determinados países.
Luego, no parece que la promoción de los transgénicos persiga ningún fin altruista. Más al contrario da la impresión de ser un negocio muy al margen de los intereses de la población demandante de alimentos.
¿Se beneficiarán los agricultores? Parece que ellos al menos sí. Pero sólo lo parece…
Las firmas productoras de transgénicos (todas ellas grandes holdings multinacionales) presionan a los agricultores que compran sus semillas para crear lo que han dado en llamar «margen de seguridad» en torno al sembrado transg’nico y a sembrar alrededor de una cuarta parte del terreno con semillas convencionales.
En Estados Unidos, donde m s avanzadas est n las investigaciones biotecnol¢gicas, los agricultores ya han unido sus voces de protesta al descubrir como han sido presas de un proceso irreversible: los contratos de compra, que perpetoan la adquisici¢n obligatoria de semillas nuevas cada cosecha y castiga a los campesinos que crean sus propias sementeras.
Si la depedencia en pesticidas y otros agroqu¡micos ha sido evidente hasta ahora, el dominio de los consorcios biotecnol¢gicos ser absoluto y ¥olig rquico!, porque apenas hay una docena de productoras de transg’nicos en el mundo, y al ritmo que llevan las fusiones de multinacionales del sector no parece que vayan a crecer en nomero aunque s¡ en poder financiero y f ctico.
Por todo ello parece claro quienes ser n los aut’nticos beneficiarios del «invento». Un ingenioso hallazgo cient¡fico que no s¢lo ha revolucionado los campos del saber humano sobre la estructura de la materia viva sino que parece proyectar el futuro del actual orden socioecon¢mico en lo que a mercado agroalimentario se refiere.
Los intereses financieros y pol¡ticos en juego son fundamentales. Cualquier estudio period¡stico o incluso cient¡fico que contradiga la supuesta bondad de las semillas transg’nicas se convierte en un tumor social que hay que extirpar cuanto antes aunque ello exija cortar por lo sano.
Gobiernos donde, al menos, las libertades civiles se respetan tradicionalmente (Estados Unidos, Reino Unido, Canad …) consienten y participan en actos de represi¢n contra las libertades de opini¢n y de investigaci¢n, porque el «Sistema» puede tolerar que se aireen los devaneos sexuales de un dirigente o los escandalos financieros de la familia del Jefe del Estado pero no que se atente contra la base misma del sistema.
El presidente del Gobierno brit nico, Tony Blair, consider¢ «conveniente» el secuestro de la revista «The Ecologist» en la edici¢n donde se denunciaban con detalle las corruptelas en el Ministerio de Agricultura del Reino Unido para aceptar sin m s la importaci¢n de semillas transg’nicas de la multinacional Monsanto. ¨Qu’ mal pod¡a hacer una revista especializada de audiencia limitada y casi marginal, donde se sol¡an expresar opiniones siempre radicales sobre la defensa del medio ambiente?
El Rowet Institute de Aberdeen (Escocia), organismo poblico de investigaci¢n, encarg¢ al prestigioso genetista Arpad Pusztai que demostrara la inocuidad de los productos transg’nicos para la alimentaci¢n en mam¡feros. Durante a_os el Dr. Pusztai trabaj¢ con patatas transg’nicas y «convencionales» que administraba a ratas. Los animales que comieron exclusivamente patatas transg’nicas presentaban deficiencias en su sistema inmunol¢gico mientras que las ratas alimentadas con patatas convencionales presentaban un cuadro cl¡nico dentro de lo normal. Al hacer poblicos estos resultados el Dr. Pusztai fue fulminantemente despedido con la aquiescencia del ministro de Educaci¢n y Ciencia brit nico, Lord Sainsbury, quien posee una patente sobre un gen transg’nico.
En Estados Unidos, las organizaciones agrarias y para el desarrollo rural han hecho frente comon contra el avance de los transg’nicos y han pedido la intervenci¢n del Gobierno para prevenir los abusos de las multinacionales biotecnol¢gicas. No existe ninguna legislaci¢n federal espec¡fica que regule las relaciones contractuales entre campesinos y productores de semillas. El Gabinete Clinton hace o¡dos sordos a esas reivindicaciones, y en cambio el vicepresidente Al Gore intervino ante el Gobierno franc’s para que levantara la prohibici¢n de importar semillas de ma¡z transg’nico estadounidense, segon afirm¢ el director de «The Ecologist», Edward Goldsmith.
Los canadienses lo tienen aon peor. Los agricultores de aquel pa¡s viven en sus propias carnes escenas como las relatadas en el «1984» de Orwell: vecinos «fieles» a la multinacional biotecnol¢gica con quien todos ellos tienen un contrato de siembra, les denuncian si faltan a sus obligaciones contractuales y hasta agencias de detectives, como la Pickerton, esp¡an a los campesinos canadienses en sus labores de sembrado y recolecci¢n.
Est claro que el sistema de comercializaci¢n creado por las transnacionales de la biotecnolog¡a es un gran negocio (para ellas) y no reporta nuevos beneficios ni a agricultores ni a consumidores, al menos ninguno m s que los que puedan proporcionar los agroqu¡micos a los que se pretende sustituir en algunos casos.
Pero si s¢lo se trata de eso, de sustituir agroqu¡micos +por qu’ los ecologistas se quejan tanto? Al fin y al cabo se reducir¡a la contaminaci¢n de la tierra +no?
¥No! Nada m s lejos de la realidad. La contaminaci¢n qu¡mica de suelos, plantas, animales y personas, con ser grave se puede atajar en algon momento. En la mayor parte de los casos es reversible, mientras que la contaminaci¢n gen’tica al ritmo que amenaza el creciente volumen de negocio de las corporaciones biotecnol¢gicas es absolutamente irreversible.
Las propias multinacionales de la transgenia reconocen el peligro de polinizaci¢n cruzada. Es decir, de que el polen de plantas procedentes de semillas transg’nicas pase a especies cultivadas obtenidas por sistemas convencionales o incluso a plantas silvestres de la misma familia. El riesgo ecol¢gico de este fen¢meno es evidente. Resulta matem ticamente imposible calcular la certeza de los monstruosos resultados de semejante cruce.
En el mejor de los casos, puede que no ocurra nada demasiado horrible, al menos a corto plazo, pero lo que resulta inevitable es que en muy pocos a_os se pierda patrimonio gen’tico en plantas tanto dom’sticas como silvestres, que son, tanto unas como otras, las que han garantizado la mejora de las producciones alimentarias desde los or¡genes de la Agricultura, adem s de ser indispensables para el mantenimiento de la necesaria biodiversidad en los ecosistemas silvestres.
Sobre los efectos sobre la salud humana es preferible no hablar. Resulta estad¡sticamente imposible haber podido estudiar en pocos decenios todos los efectos de los organismos modificados gen’ticamente sobre la salud humana. Las revelaciones de los experimentos del Dr. Pusztai da la impresi¢n de que no son m s que la punta del iceberg y fueron colegas suyos (probablemente menos comprometidos que ‘l con la honestidad cient¡fica y humana) quienes direron por bueno y saludable el pienso de harina animal como alimento para el ganado bovino, origen del «mal de las vacas locas» que surgi¢ precisamente en el Reino Unido.
Por lo pronto, cadenas de supermercados y grandes superficies de toda Europa anuncian desde las puertas de sus establecimientos que no comercian con productos transg’nicos. ¨Pero qui’n nos asegura que la lecitina del chocolate que vende ese comercio no ha sido obtenida a partir de soja transg’nica? ¨C¢mo saber si la carne fresca de ternera all¡ vendida no procede de un animal alimentado con ma¡z modificado gen’ticamente? ¨Qui’n o qu’ nos garantiza que la ropa interior que va a estar en contacto con nuestra piel no ha sido tejida con algod¢n en el que se han introducido genes de ortiga?
Parad¢jicamente la onica f¢rmula que nos queda hoy en d¡a para prevenir el avance de la transgenia es recurrir a los sistemas de cultivo tradicionales y practicar una ‘tica de comercio o consumo m s humanista. Como dec¡amos en un art¡culo anterior la agricultura ecol¢gica y el comercio justo son dos utop¡as muy razonables.
Entretanto, no hay que ponerse nerviosos, sino que conviene actuar, porque hay un viejo dicho que reza «tranquilidad y buenos alimentos».
M s informaci¢n en: http://www.semillassilvestres.com