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Medio Ambiente y Renovables

TRANSG+NICOS: INGENIER-A GEN+TICA

escrito por Jose Escribano 26 de diciembre de 1999
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La ingeniería genética es una aplicación de la biotecnología que involucra la manipulación de ADN y el traslado de genes entre especies para incentivar la manifestación de rasgos genéticos deseados (OTA 1992). Aunque hay muchas aplicaciones de la ingeniería genética en la agricultura, el enfoque actual de la biotecnología está en el desarrollo de cultivos tolerantes a herbicidas, así como en cultivos resistentes a plagas y enfermedades. Corporaciones Transnacionales (CTNs) como Monsanto, DuPont, Norvartis, etc., quienes son los principales proponentes de la biotecnología, ven los cultivos transgénicos como una manera de reducir la dependencia de insumos, tales como pesticidas y fertilizantes. Lo irónico es que la biorevolución esta siendo adelantada por los mismos intereses que promovieron la primera ola de agricultura basada en agroquimicos, pero ahora, equipando cada cultivo con nuevos «genes insecticidas,» prometen al mundo pesticidas más seguros, reduciendo la agricultura químicamente intensiva y a la vez haci’ndola m s sustentable.

Siempre que los cultivos transg’nicos sigan estrechamente el paradigma de los pesticidas, los productos biotecnol¢gicos reforzaran el espiral de los pesticidas en los agroecositemas, legitimando as¡ las preocupaciones que tantos cient¡ficos han expresado con respecto a los posibles riesgos medioambientales de organismos gen’ticamente modificados. De acuerdo a varios autores, los riesgos ecol¢gicos m s serios que presenta el uso comercial de cultivos transg’nicos son (Rissler y Mellon 1996; Krimsky y Wrubel 1996):

La expansi¢n de los cultivos transg’nicos amenaza la diversidad gen’tica por la simplificaci¢n de los sistemas de cultivos y la promoci¢n de la erosi¢n gen’tica;
La potencial transferencia de genes de Cultivos Resistentes a Herbicidas (CRHs) a variedades silvestres o parientes semidomesticados pueden crear supermalezas; CRHs voluntarios se transformar¡an subsecuentemente en malezas;
El traslado horizontal vector-mediado de genes y la recombinaci¢n para crear nuevas razas patog’nicas de bacteria;
Recombinaci¢n de vectores que generan variedades del virus mas nocivas, sobre todo en plantas transg’nicas dise_adas para resistencia viral en base a genes v¡rales;
Las plagas de insectos desarrollar n r pidamente resistencia a los cultivos que contienen la toxina de Bt;
El uso masivo de la toxina de Bt en cultivos puede desencadenar interacciones potencialmente negativas que afecten procesos ecol¢gicos y a organismos ben’ficos.

Los impactos potenciales de la biotecnolog¡a agr¡cola se evaloan aqu¡ dentro del contexto de metas agroecol¢gicas que apuntan hacia una agricultura socialmente mas justa, econ¢micamente viable y ecol¢gicamente apropiada (Altieri 1996). Tal evaluaci¢n es oportuna dado que a nivel mundial han habido m s de 1,500 aprobaciones para pruebas de campo de cultivos transg’nicos (el sector privado ha solicitado el 87% de todas las pruebas de campo desde 1987), a pesar del hecho que en la mayor¡a de los pa¡ses no existen regulaciones estrictas de bioseguridad para tratar con los problemas medioambientales que pueden desarrollarse cuando plantas dise_adas por ingenier¡a gen’tica son liberadas en el ambiente (Hruska y Lara Pav¢n 1997). La preocupaci¢n principal es que la presiones internacionales para ganar mercados y aumentar las ganancias est n empujando a las compa_¡as a que liberen cultivos transg’nicos demasiado r pido, sin consideraci¢n apropiada de los impactos a largo plazo en las personas o en el ecosistema (Mander y Orfebre 1996).

La mayor¡a de las innovaciones en biotecnolog¡a agr¡cola est n orientadas por la bosqueda de ganancias en lugar de la bosqueda de una respuesta a las necesidades humanas, por consiguiente el ‘nfasis de la industria de la ingenier¡a gen’tica realmente no es resolver los problemas agr¡colas, sino el incremento de la rentabilidad. Esta aseveraci¢n es apoyada por el hecho que por lo menos 27 corporaciones han comenzado investigaciones sobre plantas tolerantes a los herbicidas, incluyendo a las ocho m s grandes compa_¡as de pesticidas del mundo, Bayer, Ciba-Geigy, ICI, Rhone-Poulenc, Dow/Elanco, Monsanto, Hoescht y DuPont, y virtualmente todas las compa_¡as de semillas, muchas de las cuales han sido adquiridas por compa_¡as qu¡micas (Gresshoft 1996).

En los pa¡ses industrializados, de 1986 – 1992 el 57% de todos los ensayos de campo para probar cultivos transg’nicos involucraron tolerancia a los herbicidas, y el 46% de solicitantes al USDA para pruebas de campo fueron compa_¡as qu¡micas. Cultivos actualmente dise_ados para la tolerancia gen’tica a uno o m s herbicidas incluyen: alfalfa, canola, algod¢n, ma¡z, avena, petunia, papa, arroz, sorgo, soja, remolacha, ca_a de azocar, girasol, tabaco, tomate, trigo y otros. Est  claro que creando cosechas resistente a sus herbicidas, una compa_¡a pueden extender los mercados de sus productos qu¡micos patentados. El mercado para CRHs se ha estimado en m s de $500 millones para el a_o 2000 (Gresshoft 1996).

Aunque algunas pruebas son conducidas por universidades y organizaciones de investigaci¢n avanzadas, la agenda de investigaci¢n de tales instituciones es cada vez m s influenciada por el sector privado. El 46% de empresas de biotecnolog¡a apoyan la investigaci¢n biotecnol¢gica en las universidades, mientras 33 de los 50 estados en USA tienen centros universidad-industria para la transferencia de biotecnolog¡a. El desaf¡o para tales organizaciones poblicas no s¢lo ser  el asegurar que los aspectos ecol¢gicamente apropiados de la biotecnolog¡a se investiguen (tales como fijaci¢n de N, tolerancia a la sequ¡a, etc.), sino tambi’n supervisar y controlar cuidadosamente la provisi¢n de conocimiento aplicado de libre propiedad al sector privado, para garantizar que tal conocimiento continoe en el dominio poblico para el beneficio de toda la sociedad.

Aunque la biotecnolog¡a tiene la capacidad de crear una variedad mayor de plantas comerciales, las tendencias actuales de las CTNs son abrir amplios mercados internacionales para un solo producto, creando as¡ las condiciones para la uniformidad gen’tica en el paisaje rural. Adem s, la protecci¢n de patentes y los derechos de propiedad intelectual apoyados por el GATT, inhiben a los agricultores de re-usar, compartir y almacenar sus semillas aumentando as¡ la posibilidad de que pocas variedades lleguen a dominar el mercado de semillas. Aunque un cierto grado de uniformidad de los cultivos puede tener ciertas ventajas econ¢micas, tiene dos inconvenientes ecol¢gicos. Primero, la historia ha mostrado que una gran  rea cultivada con un solo cultivo es muy vulnerable a un nuevo pat¢geno o plaga. Y, segundo, el uso extendido de un solo cultivo lleva a la p’rdida de la diversidad gen’tica (Robinson 1996).

Evidencias de la Revoluci¢n Verde no dejan ninguna duda que la difusi¢n de variedades modernas ha sido una importante causa de la erosi¢n gen’tica, cuando las campa_as gubernamentales masivas animaron a los agricultores a adoptar variedades modernas empuj ndoles a abandonar muchas variedades locales (Tripp 1996). La uniformidad causada por el aumento del  rea de cultivo de un nomero m s peque_o de variedades es una fuente de riesgo para los agricultores, cuando las variedades modernas son m s vulnerables a enfermedades y al ataque de plagas y cuando estas se desarrollan pobremente en ambientes marginales (Robinson 1996).

Todos los efectos anteriores no son onicas a las variedades modernas y se espera que, dada su naturaleza monogenica y la r pida expansi¢n del  rea bajo su cultivo, los cultivos transg’nicos solo exacerbar n estos efectos.
Segon los defensores de CRHs, esta tecnolog¡a representa una innovaci¢n que permite a los agricultores simplificar sus requisitos de manejo de malezas, reduciendo el uso de herbicidas a situaciones de post-emergencia usando un solo herbicida de amplio-espectro que se descomponga relativamente r pido en el suelo. Herbicidas candidatos con tales caracter¡sticas incluyen Glyphosate, Bromoxynil, Sulfonylurea, Imidazolinones entre otros.
Sin embargo, en realidad el uso de cultivos resistentes a los herbicidas probablemente aumentara el uso de herbicidas as¡ como los costos de producci¢n. Tambi’n es probable que cause serios problemas medioambientales.

Esta bien documentado que cuando un solo herbicida es usado repetidamente sobre un cultivo, las oportunidades de que se desarrolle resistencia al herbicida en la poblaci¢n de malezas se incrementa. (Holt y otros 1993). Las sulfonylureas y los imidazolinones son particularmente propensos a la evoluci¢n r pida de malezas resistentes y se conocen hasta catorce especies de malezas que presentan resistencia a los herbicidas del sulfonylurea. Cassia obtusifolia una maleza agresiva en la soja y el ma¡z en el sudeste de los EE.UU. ha exhibido resistencia a los herbicidas del imidazolinone (Goldburg 1992).

El problema es que dada la presi¢n de la industria para aumentar las ventas de herbicidas, la superficie tratada con herbicidas de amplio espectro se extender , exacerbando el problema de resistencia. Por ejemplo, se ha proyectado que la superficie tratada con Glyphosate aumentar  a casi 150 millones de acres. Aunque el Glyphosate es considerado menos propenso para desarrollar resistencia, el aumentado en el uso del herbicida producir  resistencia en malezas, aunque m s lentamente, como se ha documentado en poblaciones de ryegrass anual, quackgrass, birdsfoot trefoil y especies de Cirsium (Agalla 1995).

Las compa_¡as afirman que el Bromoxynil y el Glyphosate, cuando son propiamente aplicados se degradan r pidamente en el suelo, no se acumulan en las aguas subterr neas, no tienen efectos en organismos y no dejan residuos en los alimentos. Hay, sin embargo, evidencia de que el Bromoxynil causa defectos de nacimiento en animales de laboratorio, es t¢xico a los peces y puede causar c ncer en humanos. Debido a que el Bromoxynil es absorbido por v¡a dermatol¢gica, y porque causa defectos de nacimiento en roedores, es probable que presente riesgos a los agricultores y obreros del campo. Similarmente se ha reportado que el Glyphosate puede ser t¢xico para algunas especies invertebradas que habitan en el suelo, incluyendo a predadores ben’ficos como ara_as y carabidos y especies detritivoras como lombrices de tierra, y tambi’n para los organismos acu ticos, incluso los peces (Pimentel y otros 1989). En la medida que estudios verifican la acumulaci¢n de residuos de este herbicida en las frutas y tub’rculos, al sufrir poca degradaci¢n metab¢lica en las plantas, emergen tambi’n preguntas sobre la seguridad de los alimentos con trazas de estos herbicidas.

Aunque existe la preocupaci¢n que los cultivos transg’nicos se puedan convertir a su ves en malezas, el mayor riesgo ecol¢gico es que liberaciones a gran escala de cultivos transg’nicos pueden resultar en el flujo de transgenes de los cultivos a otras plantas silvestres que entonces pueden transformarse en malezas (Darmency 1994). El proceso biol¢gico que preocupa aqu¡ es la introgresi¢n, es decir, la hibridaci¢n entre especies de diferentes plantas. La evidencia indica que tales intercambios gen’ticos entre malezas silvestres y cultivos ya ocurren. La incidencia de shattercane (Sorghum bicolor), una maleza emparentada con el sorgo y el flujo gen’tico entre el ma¡z y el teosinte demuestran el potencial de los cultivos emparentados a volverse serias malezas. Esto es preocupante dado que varios cultivos en los Estados Unidos son cultivados en proximidad con sus parientes sexualmente compatibles. Hay tambi’n cultivos que crecen en las proximidades de malezas silvestres que no son parientes ¡ntimos pero pueden tener algon grado de compatibilidad cruzada tales como los cruces de Raphanus raphanistrum X R. sativus (r bano) y de Sorghum halepense X ma¡z sorgo (Radosevich y otros 1996).

La remoci¢n total de malezas v¡a el uso de herbicidas de amplio-espectro puede llevar a impactos ecol¢gicos indeseables, dado que se ha documentado que un nivel aceptable de diversidad de malezas en los alrededores o dentro de los campos de cultivo puede jugar un papel ecol¢gico importante, tal como la estimulaci¢n del control biol¢gico de plagas, o la mejora de la cobertura protectora contra la erosi¢n del suelo, etc. (Altieri 1994).

Lo mas probable es que los CRHs refuercen el monocultivo al inhibir las rotaciones y los policultivos ya que la diversificaci¢n es imposible si se usan cultivos susceptibles a los herbicidas combinados con los CRHs. Tales agroecosistemas empobrecidos en su diversidad vegetal proveen las condiciones ¢ptimas para el crecimiento libre de malezas, insectos y enfermedades dado que muchos nichos ecol¢gicos no est n siendo ocupados por otros organismos. Es m s, los CRHs a trav’s del incremento de la efectividad del herbicida, podr¡an reducir aun mas la diversidad vegetal, favoreciendo cambios en la composici¢n y abundancia de la comunidad de malezas, favoreciendo especies competitivas que se adaptan a un amplio-espectro de tratamientos de post-emergencia (Radosevich y otros 1996).

Segon la industria, los cultivos transg’nicos insertados con genes de Bt prometen reemplazar el uso de insecticidas sint’ticos en el control de plagas de insectos. Puesto que la mayor¡a de los cultivos tienen una diversidad de plagas de insectos, insecticidas todav¡a tendr n que ser aplicados para controlar plagas diferentes a los Lepidoptera que son los susceptibles a la endotoxina expresada por el cultivo (Gould 1994).

Por otro lado, se tiene conocimiento de que varias especies de Lepidoptera han desarrollado resistencia a la toxina de Bt en pruebas de campo y de laboratorio, sugiriendo que los mayores problemas de resistencia se desarrollan en cultivos transg’nicos donde la expresi¢n continua de la toxina crea una fuerte presi¢n de selecci¢n (Tabashnik 1994). Dado que se ha aislado una diversidad de genes de la toxina Bt, los biotecnologos argumentan que si se desarrolla resistencia pueden usarse formas alternativas de la toxina Bt (Kennedy y Whalon 1995). Sin embargo, dado que es probable que los insectos desarrollen resistencia moltiple o resistencia cruzada, tal estrategia tambi’n esta condenada al fracaso (Alstad y Andow 1995).

Bas ndose en experiencias pasadas con pesticidas, otros han propuesto planes de manejo de la resistencia con cultivos transg’nicos, tales como el uso de mezclas de semilla y refugios (Tabashnik 1994). Adem s de requerir la dif¡cil tarea de una coordinaci¢n regional entre agricultores, los refugios han presentado un ‘xito pobre con los pesticidas qu¡micos, debido al hecho que las poblaciones de insectos no est n restringidas a un agroecosistema cerrado, y los insectos que entran est n expuestos a cada vez mas bajas dosis de la toxina en la medida que el pesticida se degrada (Leibee y Capinera 1995).

Conservando la poblaci¢n de plagas a niveles sumamente bajos, los cultivos de Bt pueden hambrear a los enemigos naturales en la medida que estos insectos ben’ficos necesitan una cantidad peque_a de presa para sobrevivir en el agroecosistema. Los insectos par sitos ser¡an los mayormente afectados porque ellos son m s dependientes de hospederos vivos para su desarrollo y supervivencia, mientras que algunos predadores podr¡an te¢ricamente alimentarse de presas muertas o agonizantes.

Los enemigos naturales tambi’n podr¡an afectarse directamente a trav’s de las interacciones a niveles intertroficos. Evidencias en estudios realizados en Escocia sugieren que los  fidos son capaces de secuestrar la toxina del cultivo Bt y transferirla a sus predadores (coccin’lidos), a su vez afectando la reproducci¢n y la longevidad de los coccin’lidos ben’ficos (Birch y otros 1997). El secuestro de sustancias qu¡micas secundarias de las plantas por herb¡voros, quienes luego afectan el comportamiento de par sitos no es rara (Campbell y Duffey 1979). La posibilidad de que las toxinas de Bt que se muevan a trav’s de las cadenas alimenticias presenta serias implicaciones para el control biol¢gico natural en agroecosistemas.

Las toxinas de Bt pueden incorporarse al suelo a trav’s del material vegetal que se descompone, pudiendo persistir durante 2-3 meses, resisti’ndose a la degradaci¢n lig ndose a las part¡culas de arcilla mientras mantienen la actividad de la toxina (Palm y otros 1996). Tales toxinas de Bt que terminan en el suelo y el agua proveniente de los desechos de cultivos transg’nicos puede tener impactos negativos en los organismos del suelo y en los invertebrados acu ticos as¡ como en el proceso de reciclaje de nutrientes (James 1997). Todos estos aspectos merecen una investigaci¢n mas seria.

Una efecto medioambiental mayor, como resultado del uso masivo de la toxina de Bt en algod¢n u otro cultivo ocupando una inmensa superficie del paisaje agr¡cola, es que agricultores vecinos con cultivos diferentes al algod¢n, pero que comparten complejos similares de plagas, puede terminar con poblaciones de insectos resistentes colonizando sus campos. Es posible que plagas de Lepidoptera que desarrollan resistencia al Bt en algod¢n, se mueven a los campos adyacentes donde los agricultores usan Bt como un insecticida microbiano, dejando as¡ a los agricultores indefensos contra tales plagas, en la medida que ellos pierden su herramienta de control biol¢gico (Gould 1994). ¨Qui’n ser¡a responsable por tales p’rdidas?

Algunos cient¡ficos han intentado dise_ar plantas resistentes a infecciones patog’nicas incorporando genes para productos v¡rales dentro del genoma de las plantas. Aunque el uso de genes para la resistencia a virus en cultivos tiene beneficios potenciales, hay algunos riesgos. La recombinaci¢n entre el ARN del virus y un ARN viral dentro del cultivo transg’nico podr¡a producir un nuevo pat¢geno que lleve a problemas de enfermedad m s severos. Algunos investigadores han mostrado que recombinaciones ocurren en plantas transg’nicas y que bajo ciertas condiciones se puede producir una nueva raza viral con un rango alterado de hu’spedes (Steinbrecher 1996).

La posibilidad que las plantas transg’nicas resistentes a virus pueden ampliar el rango de hospederos de algunos virus o pueden permitir la producci¢n de nuevas razas de virus a trav’s de la recombinaci¢n y/o la transcapsidaci¢n exigen una investigaci¢n experimental cuidadosa (Paoletti y Pimentel 1996).

Hasta principios de 1997, trece cultivos gen’ticamente modificados hab¡an sido desregulados por el USDA, apareciendo por primera vez en el mercado o en los campos. En 1996 m s del 20% de la superficie cultivada de soja en los Estados Unidos fue sembrada con soja tolerante al Round-up y cerca de 400,000 acres se sembraron con ma¡z de Bt maximizado. Esta superficie se extendi¢ considerablemente en 1997 (algod¢n transg’nico: 3.5 millones de acres, ma¡z transg’nico: 8.1 millones de acres y soja: 9.3 millones de acres) debido a acuerdos de mercadeo y distribuci¢n entre corporaciones y mercaderes (por ejemplo Ciba Seeds con Growmark y Mycogen Plant Sciences con Cargill).

¨Dada la velocidad con qu’ los productos se mueven del laboratorio a la producci¢n del campo, est n los cultivos transg’nicos respondiendo a las expectativas de la industria de la biotecnolog¡a? Segon evidencia presentada por la Union of Concerned Scientists, hay ya signos de que el uso a escala comercial de algunos cultivos transg’nicos presenta riesgos ecol¢gicos serios y no responde a las promesas de la industria (Tabla 1).

El aparente comportamiento resistente del bellotero en el algod¢n, que se manifiesta en la capacidad del herb¡voro de encontrar  reas del tejido de la planta con bajas concentraciones de Bt, nos lleva a preguntarnos hasta que punto las estrategias de manejo de resistencia que se han venido adoptando son las adecuadas, pero tambi’n nos lleva a cuestionar la forma en que los biotecnologos subestiman la capacidad de los insectos para sobreponerse en formas inesperadas a la resistencia gen’tica.

De la misma forma, rendimientos pobres en las cosechas de algod¢n resistente al herbicida a causa del efectofitot¢xico del Round-up en cuatro a cinco mil acres en el Delta del Mississippi (New York Times 1997) apunta a la actuaci¢n err tica de los CRHs cuando est n sujetos a condiciones agroclimaticas variantes. Monsanto argumenta que esto es un caso muy peque_o y localizado que esta siendo usado por ambientalistas para obscurecer los beneficios que la tecnolog¡a llev¢ a un  rea total de 800,000 acres. Sin embargo, desde un punto de vista agroecol¢gico este incidente es bastante significativo y merece una extensa evaluaci¢n. Es incorrecto asumir que una tecnolog¡a homogeneizante tendr  un buen comportamiento en un rango de condiciones heterog’neas.

La historia de la agricultura nos ense_a que las enfermedades de la plantas, las plagas de insectos y las malezas se volvieron m s severas con el desarrollo del monocultivo, y que los cultivos manejados intensivamente y manipulados gen’ticamente pronto pierden su diversidad gen’tica (Altieri 1994, Robinson 1996). Dado estos hechos, no hay raz¢n para creer que la resistencia a los cultivos transg’nicos no evolucionar  entre los insectos, malezas y pat¢genos como ha sucedido con los pesticidas. No importa qu’ estrategias de manejo de resistencia se usen, las plagas se adaptar n y superar n las barreras agron¢micas (Green y otros 1990). Las enfermedades y las plagas siempre han sido amplificadas por los cambios hacia la agricultura homog’nea.

El hecho que la hibridaci¢n interespecifica, y la introgresi¢n son comunes a especies tales como: girasol, ma¡z, sorgo, raps, arroz, trigo y papas, proveen la base para esperar un flujo de genes entre el cultivo transg’nico y sus familiares silvestres creando as¡ nuevas malezas resistentes a los herbicidas. A pesar del hecho de que algunos cient¡ficos argumentan que la ingenier¡a gen’tica no es diferente al mejoramiento convencional, los cr¡ticos de la biotecnolog¡a reclaman que la tecnolog¡a del rDNA permite la expresi¢n de nuevos genes ex¢ticos en las plantas transgeneticas. Estas transferencias de genes est n mediadas por vectores que se derivan de virus y plasmidos causantes de enfermedades, quienes pueden atravesar las barreras de las especies de tal forma que puedan transferir genes entre una gran variedad de especies, afectando as¡ a muchos otros organismos en el ecosistema.

Pero los efectos ecol¢gicos no est n limitados a la resistencia de las plagas y creaci¢n de nuevas malezas o tipos de virus. Como se argumenta aqu¡, los cultivos transg’nicos pueden producir toxinas medioambientales que se mueven a trav’s de la cadena alimenticia y que tambi’n pueden terminar en el suelo y el agua afectando a invertebrados y probablemente impactando procesos ecol¢gicos tales como el ciclo de nutrientes.

Muchas personas han argumentado por la creaci¢n de una regulaci¢n apropiada para mediar la evaluaci¢n y liberaci¢n de cultivos transg’nicos para contrarrestar riesgos medioambientales y demandan una mayor evaluaci¢n y entendimiento de los temas ecol¢gicos asociados con la ingenier¡a gen’tica. Esto es crucial en la medida que los resultados que emergen acerca del comportamiento medioambiental de los cultivos transg’nicos liberados sugieren que en el desarrollo de los «cultivos resistentes», no s¢lo deben evaluarse los efectos directos en el insecto o la maleza, sino tambi’n los efectos indirectos en la planta (ej. crecimiento, contenido de nutrientes, cambios metab¢licos), en el suelo y en otros organismos presentes en el ecosistema.

Otros demandan apoyo continuo para investigaciones agr¡colas basadas en la ecolog¡a, en la medida en que todos los problemas biol¢gicos a los que la biotecnolog¡a apunta, pueden resolverse usando aproximaciones agroecol¢gicas. Los efectos dram ticos de las rotaciones y los policultivos en la salud de los cultivos y su productividad, as¡ como en el uso de los agentes del control biol¢gico en la regulaci¢n de plagas han sido repetidamente confirmadas por la investigaci¢n cient¡fica (Altieri 1994, NRC 1996). El problema es que la investigaci¢n en las instituciones poblicas refleja cada vez mas los intereses de los donantes privados a expensas de la investigaci¢n en beneficio publico tal como el control biol¢gico, sistemas de producci¢n org nica y t’cnicas agroecol¢gicas en general (Busch y otros 1990). La sociedad civil debe exigir una respuesta de a qui’n deben servir la universidad y otras instituciones publicas y demandar mayor investigaci¢n en alternativas a la biotecnolog¡a. Hay tambi’n una necesidad urgente de desafiar el sistema de patentes y de derecho de propiedad intelectual intr¡nseco en el GATT, el cual no solamente proporciona a las CMNs con el derecho de apropiarse y patentar los recursos gen’ticos, pero que tambi’n acelerar  el ritmo al que las fuerzas del mercado promueven las practicas del monocultivo con variedades transg’nicas gen’ticamente uniformes.

Entre las varias recomendaciones para la acci¢n que las ONGs, organizaciones campesinas y grupos de ciudadanos deben adelantar en los foros a nivel local, nacional e internacional incluyen:
Terminar el financiamiento publico a la investigaci¢n en cultivos transg’nicos que promuevan el uso de agroquimicos y que presenten riesgos medioambientales;
Los CRHs y otros cultivos transg’nicos deben regularse como pesticidas;
Todos los cultivos alimenticios transg’nicos deben etiquetarse como tal;
Aumentar el financiamiento para tecnolog¡as agr¡colas alternativas;
Sostenibilidad ecol¢gica, tecnolog¡as alternativas de bajos insumos, las necesidades de los peque_os agricultores y la salud y nutrici¢n humana deben ser buscada con mayor rigor que la biotecnolog¡a;
Las tendencias desatadas por la biotecnolog¡a deben ser equilibradas por pol¡ticas poblicas y opciones de los consumidores en apoyo de la sostenibilidad;
Medidas deben promover la sostenibilidad y el uso moltiple de la biodiversidad al nivel de la comunidad, con ‘nfasis en tecnolog¡as que promuevan la autosuficiencia y el control local de los recursos econ¢micos como medios para promover una distribuci¢n mas justa de los beneficios.

Miguel Altieri
Universidad de California, Berkeley

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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