El Papa Juan Pablo II recibió al nuevo embajador uruguayo ante el Vaticano, Julio Cesar Lupinacci. En la ocasión, el vicario de Cristo dijo que la Iglesia esta dispuesta a poner cuanto este de su parte para «serenar los ánimos y lograr una concordia social justa» en Uruguay.
Woijtila apoyó explicitamente los pasos que esta dando el Presidente, Jorge Batlle, para encontrar una solución al tema de los desaparecidos. No en vano es el arzobispo de Montevideo, monseñor Nicolas Cotugno, quién preside la comisión presidencial para investigar lo sucedido con los detenidos-desaparecidos durante la dictadura uruguaya de 1973-85.
En efecto, el pasado lunes el obispo de Roma recibió las cartas credenciales del nuevo embajador uruguayo ante la Santa Sede, Julio Cesar Lupinacci, a quien dijo que «Tras algunas experiencias dolorosas que han lacerado su país en un pasado reciente, las instituciones eclesiales de Uruguay están siempre dispuestas a aportar para serenar los ánimos y lograr una concordia social justa.»
Juan Pablo II propuso al embajador Lupinacci «un buen acuerdo» entre Uruguay y el Vaticano para «defender con rigor y promover con constancia aquellos valores que dignifican la existencia humana». Al parecer, el Papa no conoce los antecedentes del embajador que le mando el Presidente Batlle.
Lupinacci era embajador de la dictadura uruguaya en Caracas, Venezuela, cuando la maestra Elena Quinteros fue secuestrada del patio de la embajada de ese pa¡s en Montevideo en 1976. Por este hecho ambos pa¡ses rompieron relaciones diplom ticas hasta el retorno a la democracia en Uruguay en 1985.
Elena Quinteros era una militante del Partido por la Victoria del Pueblo que hacia 1976 estaba detenida en la carcel clandestina llamada «300 Carlos». Para intentar escapar, declar¢ que en determinada fecha y hora ten¡a que encontrarse con un compa_ero en un determinado lugar.
El lugar era la cuadra donde estaba ubicada la Embajada de Venezuela. Los militares la llevaron alli, y montaron un operativo destinado a apresar al presunto contacto de Elena. La dejaron libre para que caminara al encuentro de su contacto, pero cuando Elena paso por frente la embajada, salto la verja y golpeo a la puerta solicitando asilo.
Cuando los militares se percataron de la jugarreta, entraron a los terrenos de la embajada y se la llevaron a rastras ante las protestas del diplom tico que habia atendido el llamado de Elena. De all¡ mas nunca se supo de ella.
Con el correr del tiempo se supo que luego de sucedido el incidente, las mas altas autoridades del Ministerio de Relaciones Exteriores de la ‘poca realizaron un conclave con altos mandos militares para evaluar la situaci¢n y decidir si se entregaba a Elena a los venezolanos, que la estaban reclamando, o se negaba todo.
Se decidio negar todo, lo que implic¢ no solo la ruptura de relaciones con Venezuela, sino principalmente la desaparicion de Elena para siempre. Una de las personas que particip¢ en ese conclave fue el entonces embajador en Venezuela, Julio Cesar Lupinacci.
A pesar de negar que haya sido efectivamente uno de los verdugos de Elena Quinteros, Lupinacci nunca realiz¢ alguna acci¢n judicial por difamaci¢n o injurias ante la divulgaci¢n de su nombre como violador de los derechos humanos.
A pesar de ese antecedente (+o a raiz de el?), Lupinacci continu¢ en forma ascendente su carrera en el servicio diplom tico uruguayo a la vuelta de la democracia.
Durante el pasado gobierno de Julio Sanguinetti (1995-2000), fungi¢ como embajador en Argentina, y ahora el presidente Batlle lo design¢ embajador en el Vaticano, donde habla de la defensa de los derechos humanos con el mismisimo Juan Pablo II.(Uy/QR/Au-Ig/Dh-Pp/ap)