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Medio Ambiente y Renovables

LA POBLACIÓN INDÍGENA ENFERMA A CAUSA DE LAS FUMIGACIONES

escrito por Jose Escribano 9 de enero de 2001
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«Estoy realmente perplejo», dice el joven médico sobre sus propias consultas en el Centro de Salud de Aponte. Su sala de espera está llena de niños gritando. Tienen úlceras sobre todo su cuerpo.

Un muchacho joven se vuelve loco con la picazón. Pero el médico José Tordecilla tiene que enviarlo fuera con su madre. «Tengo solamente medicina

para diez por ciento de los niños. Sólo puedo tratar los casos peores.»

Un poco después, en su consultorio, Tordecilla dice: «esto es una epidemia. Desde la fumigación de los campos del Resguardo Indígena de Aponte, el 80 por ciento de los niños de la comunidad han caído enfermos. +l señala a los pacientes en su registro: «Esto es un drama médico: erupción, fiebre, diarrea e infecciones oculares – comenzó después de fumigar, porque antes de esa época sólo cerca del 10 por ciento de los niños estaban enfermos con las enfermedades normales como la gripa o de las paperas».

El 3 de noviembre la fumigación comenzó en el resguardo Ind¡gena de Aponte, de 8,000 hect reas, en el sur de Colombia. Por diez d¡as sucesivos, las avionetas rociaron el  rea con las largas colas azul y blancas del herbicida. Tres avionetas acompa_adas por tres helic¢pteros de combate aparecieron repentinamente sobre las monta_as altas de los Andes.

El ingeniero agr¡cola Luis Camoes ha hecho las grabaciones de video. «Mire, all¡ ellas fumigan los nacimientos de agua del p ramo,» precisa. El v¡deo muestra bien c¢mo emerge una avioneta repentinamente y en picada roc¡a su carga sobre el bosque verde. Vuelve, no una, sino tres veces. Vac¡a repetidamente una y otra vez su veneno sobre la fuente del agua. «Y no una, sino las tres fuentes en el  rea fueron tratadas de esa manera», declara Camoes.

El programa de fumigaci¢n financiado y coordinado por Estados Unidos, contra el aumento de la producci¢n de coca y amapola siempre utiliz¢

herbicida Roundup. Existen evidencias durante los dos oltimos a_os que indican que se est  empleando uno nuevo producto qu¡mico de mayor alcance.

Un portavoz del departamento del estado de los E.E.U.U. confirm¢ – por primera vez – a este peri¢dico, que en el programa colombiano de

fumigaciones es hecho ahora con el qu¡mico Roundup Ultra, una versi¢n a la cual se le han a_adido nuevas substancias de refuerzo.

Tiene que ver con los «revestidores» tambi’n llamados «surfactantes» parecidos a jab¢n, sustancias que se encargan de una absorci¢n m s r pida y mejor del herbicida por la planta. El portavoz de los E.E.U.U. tambi’n confirm¢ que el Cosmoflux, qu¡mico colombiano est  agregado al Roundup Ultra. Existe la hip¢tesis segon la cual especialmente la adici¢n de estos

surfactantes nuevos provoca los s¡ntomas de la enfermedad. Washington niega los nuevos productos qu¡micos est n poniendo en peligro salud.

La fumigaci¢n de cultivos ilegales es pol’mica. Colombia es el onico pa¡s del mundo en el que se est  haciendo. Segon las autoridades de E.E.U.U. las fumigaciones de herbicidas desde el aire son la onica manera de controlar la cada vez mayor producci¢n de coca y amapola. Los cr¡ticos precisan que no frenan tal incremento, y que se est  afectando el ambiente.

En la Casa Comunal de Aponte, el ingeniero agr¡cola Luis Camoes dice, refiri’ndose a la fumigaci¢n de las fuentes de agua: «As¡, este es el final de nuestro proyecto.» La reforestaci¢n del  rea de las tres fuentes en las cuales nace el r¡o, era parte de un programa oficial.

Camoes y los aldeanos hab¡an acarreado los  rboles con los caballos a las fuentes de agua a aproximadamente 3000 metros de altura. El presupuesto vino del Plante, el programa del gobierno colombiano que financia proyectos

alternativos del desarrollo. 170.000 d¢lares americanos han sido invertidos por el Plante en Aponte para estimular a la gente sustituir su amapola ilegal por las cosechas legales.

El proyecto de Plante era un ‘xito abrumador. «Virtualmente ninguna amapola

sal¡a de aqu¡», dice Camoes. «Ahora, una rama del gobierno est  fumigando lo qu’ ha sido logrado por la otra». El viaje por el  rea da lugar a un

humor melanc¢lico. A pesar de su pierna lisiada, el gobernador sube como una cabra mont’s.

Desde que el reloj dio la cinco de la ma_ana de este 28 de diciembre del 2000, el gobernador ind¡gena nos conduce sobre los caminos estrechos,

arriba a la colina y abajo al valle. «Y entonces, vinieron las avionetas y los helic¢pteros, y despu’s todo lo que se fue», dice el campesino Carlos.

+l sostiene una especie de ramillete seco en sus manos: plantitas de frijol marchito. yuca machucada y mazorcas secas. Eso es lo que sac¢ de su tierra fumigada. +l es el s’ptimo campesino que visitamos. Pero la historia es siempre igual. «Doctora, fumigaron todas nuestras cosechas. ¨C¢mo haremos ahora para vivir? » Adem s de ma¡z y de yuca, Carlos cultivaba un peque_o lote de amapola. «No me gusta. Pero es la onica cosa que podemos vender «, dice.

+l se sienta al lado de su esposa en el suelo de greda de su choza. Una pareja de cuyes merodea al rededor. Adem s, los muebles consisten en un

tabl¢n para dormir, y un crisol de cocinar sobre fuego en la tierra. Tanto como antes las 700 otras familias campesinas en Aponte, Carlos cultiva su peque_o lote de amapola solamente para comprar libros de textos, medicina o ropa. «Producimos nuestro alimento nosotros mismos, pero para algunas cosas uno necesita el dinero.»

A prop¢sito, la fumigaci¢n de comienzos de noviembre no era la primera para los campesinos-ind¡genas de Aponte. En junio, sus cosechas tambi’n fueron destruidas, cuentan. Carlos acababa de contraer un pr’stamo con Plante, y

su amapola fue substituida por la cebada. «Incluso antes de que brotara la

cebada, hab¡a sido fumigada a muerte «, relata. Por lo tanto ‘l tuvo que mantener otra vez un peque_o campo de amapola.

Plante lo busca para que pague, con uno por ciento de inter’s, el pr’stamo para su cebada fumigada. «¨C¢mo puedo hacer eso, se_ora? Ahora incluso no tenemos nada que comer. ¨C¢mo podemos pagar un pr’stamo?»

Trepamos la loma, una vez m s, con el gobernador. Otra vez una peque_a choza, otra vez cosechas muertas. La mujer campesina joven muestra su beb’:

los ¢rganos genitales del ni_o se cubren con las olceras. «Desde la fumigaci¢n», dice la mujer y sacude sus trenzas negras.

Ella misma tiene la erupci¢n alrededor de su boca. Ella tiene dolor de cabeza y ardor en los ojos, dice. Piensa que es debido al agua envenenada.

«Es inhumano lo qu’ ellos hacen a mi pueblo», dice el gobernador. Cuando finalmente llegamos arriba a las fuentes de agua que ‘l ha estado deseando mostrarnos todo el d¡a.

Se marchitan los  rboles. El manantial se sec¢ arriba. Con todo, en un  rea amplia alrededor, ningon campo de amapola pudo ser encontrado. «Usted piensa que +porqu’ desean envenenar nuestra agua?» pregunta, como si

cualquiera supiera la respuesta.

Detr s, en la aldea el m’dico no ha progresado mucho con sus pacientes. «Soy s¢lo un simple m’dico rural». Envi¢ a las autoridades departamentales una solicitud de m s medicina. Fue rechazada. Le dijeron que la enfermedad

causada por la fumigaci¢n es una «mentira». «Parece como si todo mundo

estuviera obligado a guardar silencio», dice el m’dico mientras presiona su estetoscopio en el pecho ulcerado de otro ni_o.

M s tarde, en Bogot , llega a estar claro lo qu’ ‘l quiso decir. «¥Mienten!», buf¢ el director de la Polic¡a antinarc¢ticos cuando le pedimos el comentario sobre lo que hemos visto en Aponte.

«Usted no ha visto lo que usted ha visto. Nunca hemos fumigado all¡.» +l no quiere ver el v¡deo. Tan solo fotos de ni_os enfermos. «¥Es falso! La

prueba que usted desea darme es falsa «, rabia el general Socha antes de que finalmente nos expulse de su oficina. «No venga aqu¡ a traerme

discusiones. No permito que usted me cuestione».

Su unidad se adorna con un anuncio iluminado de talla humana, con avionetas de fumigaci¢n. «Traficantes de droga», llama ‘l a los peque_os campesinos que cultivan un lotecito de coca o de amapola adem s de sus cosechas

ordinarias. Y siempre que una mata de pl tano o de ma¡z se est’ fumigando, segon el general ha sido plantada all¡ especialmente por la

«narcoguerrilla» para enga_ar a periodistas ingenuos.

¨Pero nunca comete errores? quisi’ramos saber. +Nunca fumiga cosechas legales, un bosque o una fuente del agua? «No, nunca, absolutamente

imposible que incurramos en equivocaciones», dice al general.

Primero se toman fotograf¡as a’reas de los campos a fumigar. Despu’s de eso, se toman las coordenadas. Y luego todo se observa con la ayuda de los americanos. «Han intentado denunciarnos por estas cosas», dice Socha. «Pero

hay una convicci¢n, nunca ha ocurrido».

Cuando objetamos que el sistema judicial colombiano es muy lento, la emoci¢n inunda al general: «No s’ qui’n es usted o el que le envi¢ para lanzar dudas sobre nuestras autoridades. Usted socava nuestro estado de derecho».

Segon el cient¡fico colombiano y experto en fumigaciones Ricardo Vargas, el general tiene raz¢n en un punto: la construcci¢n del programa colombiano de fumigaciones hace muy baja la posibilidad de un error». «Eso hace muy

siniestro el escenario», reflexiona Vargas. «+La fumigaci¢n como estrategia para afectar conscientemente la supervivencia de las comunidades? Prefiero no pensar en ello». (Traducido del ingles por H’ctor Mondrag¢n)

(Co/YZ/Pno-Mt-Ad/Dh/mc)

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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