Hoy los bosques cubren más de la cuarta parte de las tierras emergidas,
excluyendo la Antártida y Groenlandia. La mitad de los bosques están en
los trópicos; y el resto en las zonas templadas y boreales. Siete países
albergan más del 60 por ciento de la superficie forestal mundial: Rusia,
Brasil, Canadá, Estados Unidos, China, Indonesia y Congo (el antiguo
Zaire). La mitad de los bosques que una vez cubrieron la Tierra, 29
millones de kilómetros cuadrados, han desaparecido, y lo que es más
importante en términos de biodiversidad, cerca del 78 por ciento de los
bosques primarios han sido ya destruidos y el 22 por ciento restante
están amenazados por la extracción de madera, la conversión a otros usos
como la agricultura y la ganadería, la especulación, la minería, los
grandes embalses, las carreteras y las pistas forestales, el crecimiento
demográfico y el cambio climático. Un total de 76 países han perdido ya
todos sus bosques primarios, y otros once pueden perderlos en los
próximos años.
Hasta décadas recientes, la mayor parte de la pérdida de bosques tuvo
lugar en Europa, el Norte de África, Oriente Próximo y la zona templada
de América del Norte, como documenta John Perlin en la Historia de los
Bosques, así como en China. A mediados de este siglo, estas regiones
habían perdido gran parte de sus bosques originales. Ahora la superficie
forestal en Europa y Estados Unidos está estabilizada, o aumenta, por la
sustitución de los bosques primarios por secundarios y plantaciones
forestales.
Los bosques más amenazados en términos relativos no son los tropicales,
como cabría pensar por la atención de los medios de comunicación, sino
los bosques templados de Europa y Estados Unidos. Los bosques boreales
son los mejor conservados, y hoy representan el 48 por ciento de la
frontera forestal, frente al 44 por ciento de los bosques tropicales y
apenas un 3 por ciento de los bosques templados.
Por lo menos 5 millones de km2 de bosques tropicales han sido talados
sólo entre 1960 y 1995, una superficie equivalente a diez veces España.
Asia perdió un tercio de su superficie forestal, y África y América
Latina perdieron el 18 por ciento cada una. Durante la primera mitad de
los años noventa, estas regiones continuaron perdiendo porciones
significativas de su cobertura forestal. Más de la mitad (el 57 por
ciento) de la pérdida neta de bosques entre 1980 y 1995 tuvo lugar en
sólo siete países: Brasil, Indonesia, Congo (Zaire), Bolivia, México,
Venezuela y Malaisia. Los bosques tropicales secos, los manglares y los
bosques templados húmedos de las Américas (Canadá, EE UU y Chile), han
experimentado pérdidas muy altas.
Al terminar el siglo XX hay una pérdida neta anual de 11,3 millones de
hectáreas de bosques, según la FAO, que se destinan a otros usos. Entre
1990 y 1995, por lo menos 107 países registraron una pérdida neta de
superficie forestal, según el Worldwatch Institute. En el mismo periodo
el área forestal se redujo en 56 millones de hectáreas, resultado de una
pérdida de 65 millones de hectáreas en los países en desarrollo y un
aumento de 9 millones de hectáreas en los países industrializados. La
deforestación sigue siendo uno de los grandes problemas ambientales,
junto con la amenaza nuclear, el cambio climático y la pérdida de
biodiversidad.
La frontera forestal
Por razones éticas, ambientales, económicas y culturales es necesario
salvar y gestionar de forma sostenible los bosques, y muy especialmente
lo que el Instituto de Recursos Mundiales (WRI) llama la frontera
forestal, los grandes bosques primarios aún no fragmentados en pequeños
pedazos y capaces de albergar poblaciones viables de todas las especies
asociadas a un determinado tipo de bosque.
Los bosques protegen la biodiversidad, proporcionan madera, leña y
otros productos forestales, evitan la erosión, regulan el ciclo
hidrológico, retienen el carbono y frenan el cambio climático, y son un
lugar de disfrute y de ocio para una población cada vez más urbana y
alejada de la naturaleza. Entre el 50 y el 90 por ciento de todas las
especies terrestres habitan en los bosques, según la UICN. Sólo la
frontera forestal (los 13,5 millones de km2 de bosques primarios que aún
quedan) almacena 433.000 millones de toneladas de carbono, cifra
equivalente a las emisiones de dióxido por la quema de combustibles
fósiles y producción de cemento durante los próximos 70 años. Ni que
decir tiene que la deforestación agravará el cambio climático causado
por las emisiones de gases de invernadero. La opción más barata y lógica
para mitigar el cambio climático es conservar la frontera forestal. Los
bosques primarios son el hogar de más de 50 millones de personas
pertenecientes a comunidades indígenas.
Más del 75 por ciento de la frontera forestal del mundo está en tres
grandes áreas: los bosques boreales de Canadá y Alaska, los bosques
boreales de Rusia, y los bosques tropicales de la Amazonia y el escudo
de las Guayanas. Sólo ocho países, Brasil, Surinam, Guyana, Canadá,
Colombia, Venezuela, Rusia y Guayana Francesa, tienen grandes porciones
de sus bosques originales en inmensos bloques ininterrumpidos. Otros
países que han perdido buena parte de sus bosques originales, como
Indonesia, Estados Unidos y Congo, aún tienen áreas de frontera en
virtud de su tamaño. Setenta y seis países no tienen ningún bosque de
frontera; otros 11 están a punto de perderla. En Europa sólo queda el
0,3 por ciento del bosque original en grandes áreas ininterrumpidas, en
Suecia y Finlandia.
La deforestación no es la única amenaza. La fragmentación y la pérdida
de calidad afecta a los bosques de todo el mundo. Los bosques templados
son los más fragmentados y perturbados de todos los tipos de bosque. Del
95 al 98 por ciento de los bosques de Estados Unidos han sido talados
por lo menos una vez desde la colonización por los europeos. Los bosques
secundarios y las plantaciones que sustituyen a la cubierta original son
muy diferentes a los bosques primarios. En todo el mundo, por lo menos
180 millones de hectáreas de bosque se han convertido en plantaciones
forestales. En los últimos 15 años, el área cubierta por plantaciones se
dobló y se espera que se duplique de nuevo en los próximos 15 años.
La contaminación atmosférica (lluvias ácidas, ozono troposférico)
también afecta a los bosques mundiales, y en particular en Europa,
América del Norte y Asia, así como en las áreas cercanas a las ciudades
de todo el mundo. Más de la cuarta parte de los árboles europeos muestra
un grado moderado a severo de defoliación a causa de la exposición a la
contaminación y a sus consecuencias, según estudios realizados por la
Comisión Económica para Europa de las Naciones Unidas. Aunque la
situación ha mejorado de forma notable en Europa y Estados Unidos, en
China ha empeorado a causa del aumento del consumo de carbón, y dadas
las perspectivas de rápido crecimiento el problema podría agravarse, a
no ser que se adopten otras políticas energéticas, que den prioridad a
la eficiencia, el gas natural y la energía eólica.
Amenazas
El tamaño y lejanía de las fronteras forestales no las aísla de las
amenazas. La industria maderera se ha identificado como la gran amenaza
de la mayoría de los bosques, incluidos los de frontera. La minería, la
invasión de especies exóticas, los incendios forestales, las
infraestructuras del desarrollo y la energía, también son amenazas.
Éstas actividades y las explotaciones madereras juegan un papel
importante en la apertura de las fronteras a otras actividades, como la
agricultura y la ganadería. El récord de incendios en Indonesia y Brasil
en 1997 y 1998 para talar los bosques y establecer grandes plantaciones
y pastos para la ganadería extensiva, las carreteras en construcción a
través de los remotos bosques de América del Sur, y la extracción de
madera en todas las regiones (tropicales, templadas y boreales),
muestran que incluso los bosques más remotos están amenazados.
El consumo de leña en las regiones tropicales secas también ejerce una
presión importante, sobre todo en numerosos países africanos, China,
India, Pakistán, Bangladesh y Nepal. Indonesia y Brasil también son
grandes consumidores de biomasa. El 55% de la madera que se extrae
anualmente se usa como combustible, ya sea leña o para producir carbón
vegetal. Cerca de 2.000 millones de personas dependen de la leña y el
carbón vegetal como fuente principal de combustible. En África
representó el 60% del consumo de energía en 1995, en el sur de Asia el
56%, en China el 24%, en Latinoamérica el 18% y sólo el 3% en los países
industrializados. El consumo mundial de biomasa en 1995, según la
Agencia Internacional para la Energía, ascendió a 930 millones de
toneladas equivalentes de petróleo, el 14% del consumo de energía.
El comercio internacional de maderas tropicales es objeto de las
campañas públicas para poner coto a la deforestación, pues se considera
que la extracción depredadora de madera es una de las mayores amenazas,
que según el WRI afecta a más del 70 por ciento de los bosques primarios
del planeta. Numerosos países que antes eran grandes exportadores de
madera han pasado a importarla, como es el caso de Nigeria, Filipinas y
Tailandia. No obstante conviene destacar que los mayores productores de
madera son países industrializados, como Estados Unidos, Canadá y Rusia,
y de hecho las maderas procedentes de bosques boreales y templados
representan el 83% de las destinadas a usos industriales.
Maderas certificadas
Sin embargo, la prohibición indiscriminada de las maderas tropicales
pudiera tener un efecto contrario al perseguido, al hacer que los
bosques fueran menos competitivos que la agricultura, lo que provocaría
una deforestación mayor que la causada por la tala de árboles para
madera. Las prohibiciones igualmente socavarían los pocos incentivos que
tienen algunos proyectos pioneros de uso sostenible del bosque. Dados
estos inconvenientes, existe un creciente movimiento encaminado a
promover las maderas producidas de manera sostenible, valiéndose del
etiquetado de los productos madereros, en vez de prohibir de forma
indiscriminada todas las maderas tropicales, o de otras procedencias.
Para ello se debe asegurar a los consumidores que los productos
madereros que adquieren han sido producidos en bosques bien gestionados,
ayudando de este modo a desarrollar mercados para estos productos, y
asegurando en última instancia incentivos suficientes a los productores
que adoptan prácticas sostenibles de gestión forestal.
Según el WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza) el comercio de madera es
sin duda la causa principal de la pérdida de bosques, no sólo en los
trópicos, sino también en los países templados y boreales que todavía
tienen importantes bosques autóctonos. La exigencia de que los productos
obtenidos en tales bosques sean certificados tendrá un impacto muy
importante.
En 1993 se creó el Consejo de Certificación Forestal (Forest Stewardship
Council, FSC) para establecer las normas que deberían regir y reunir las
organizaciones que certifican la sostenibilidad de los bosques
productivos. En el proceso de creación del FSC han participado
ecologistas, representantes de las poblaciones locales y la industria.
Aunque las certificaciones suponen un avance, no hay ninguna seguridad
de que cambien las prácticas de gestión forestal en un futuro inmediato.
La demanda de madera etiquetada supera a la oferta en Estados Unidos y
en el Reino Unido, pero sigue siendo muy pequeña.
El volumen de madera o troncos certificados, incluyendo madera aserrada,
chapas y celulosa era menos del 3 por ciento del total de la producción
de la industria forestal (unos 1.700 millones de metros cúbicos) en
1996, pero tal cifra era ya el doble de la alcanzada en 1994. A finales
de 1998 cerca de 11 millones de hectáreas en 27 países habían sido
certificadas por el FSC, el doble que en 1997. Pero sólo con la acción
de los consumidores (demandando sólo los productos forestales
etiquetados) es poco probable que se frene la deforestación. Será
necesario que un mayor número de productores madereros vean las ventajas
de la certificación.
La Organización Internacional de las Maderas Tropicales (International
Tropical Timber Organization, ITTO), dependiente de la Organización de
las Naciones Unidas, con 42 países miembros entre consumidores y
productores, ha establecido como objetivo que a partir del año 2000 sólo
se comercie internacionalmente con productos forestales obtenidos de
forma sostenible. El impacto económico será mayor cuando aumente la
demanda de los consumidores. Estados Unidos y Europa importan sólo el
7,5 por ciento y el 20,1 por ciento, respectivamente, de todas las
maderas tropicales. Cerca de la mitad de todas las maderas tropicales
las importan Japón, Corea del Sur, China y Singapur. Sólo Japón importa
más del 28 por ciento del total mundial de las maderas tropicales. Y,
sobre todo, la mayor parte (85 por ciento) de las maderas tropicales se
consumen en los mercados nacionales, donde la demanda de madera
certificada es pequeña o inexistente. En aquellos países, y muy
probablemente en todo el mundo, lo más importante es aumentar la
conciencia de lo que está en juego al consumir madera, más allá del
coste inmediato para el comprador.
Bosques de papel
En 1998 se consumieron 294 millones de toneladas de papel y cartón, lo
que representa un consumo anual por habitante de 50 kilogramos en el
mundo, aunque el consumo en muchos países africanos no llegó ni a 1
kilogramo por habitante, cifra muy alejada de los 330 kilos del
norteamericano medio o los 135 kilos de España. Estados Unidos, Europa
Occidental y Japón, que representan menos del 15 por ciento de la
población mundial, consumen el 66 por ciento del papel y cartón. Sin
embargo, el consumo de los países en desarrollo está aumentando. Si en
1980 estas naciones consumieron el 15 por ciento del papel, en 1993 esta
porción se elevó al 25 por ciento.
El papel es un producto básico y necesario para múltiples usos, entre
ellos la cultura y el saber, pero también se emplea de forma
despilfarradora. Cada tonelada de papel reciclado evita la tala de una
docena de árboles, ahorra energía (de 0,25 a 0,4 toneladas equivalentes
de petróleo), agua y contaminación; en general supone una mejora notable
sobre la obtención de papel a partir de pasta virgen. Pero el reciclaje
también tiene un cierto impacto ambiental, al tenerse que eliminar la
tinta, rellenantes y materiales para el laminado, como el yeso; el
contenido de metales pesados no es despreciable. El papel puede ser
reciclado varias veces (de 3 a 15 veces, según procesos y productos)
pero no indefinidamente, al ir perdiendo calidad y ser necesario añadir
una cantidad mayor o menor de fibras vírgenes. Entre 1975 y 1995, el
volumen mundial de papel recuperado se duplicó, de 49 a 114 millones de
toneladas. Durante ese tiempo, la tasa de recuperación o porcentaje del
papel usado que es recuperado, aumentó del 38 al 41 por ciento. La FAO
predice que en el 2010 el consumo de papel recuperado alcanzará los 181
millones de toneladas, con una tasa de recuperación del 46 por ciento.
Los mayores exportadores de pasta y de papel no son países del Tercer
Mundo, sino países industrializados, con bosques de taiga como Canadá,
Finlandia y Suecia. En Canadá la deforestación debido a la producción de
pasta es significativa y ha ocasionado varios conflictos. Los países
escandinavos producen papel y cartón a partir de especies autóctonas, no
hay deforestación neta y la industria papelera contamina menos de lo que
es usual en otras latitudes, debido a una población muy sensible y
motivada por la protección del medio ambiente. No obstante, también en
los países escandinavos se señala la desaparición de turberas al ser
empleada la turba como combustible, plantaciones en zonas húmedas
desecándolas y la contaminación ocasionada en los ríos, en el litoral y
en la atmósfera, sobre todo en el pasado, pues en los últimos años se ha
eliminado casi totalmente el empleo de cloro. Las plantaciones en
tierras degradadas por el uso agrícola o la deforestación, tienen el
potencial para proporcionar servicios como control de la erosión o
absorción de carbono mientras también proporcionan una fuente de fibra
de madera y otros productos forestales. Sin embargo, en algunos casos el
desarrollo de las plantaciones se ha realizado a costa del bosque
natural.
La madera de los árboles rara vez tiene más de un 50% de celulosa, y
ésta se fortalece con lignina, cuya cantidad no suele bajar del 20% e
incluso supera el 45%, como en el haya. Para fabricar la pasta hay que
eliminar la lignina, con la excepción de la pasta mecánica. En la pasta
química se elimina la lignina, con un gran consumo de energía,
proporcionada en gran parte por la misma lignina utilizada como
combustible, y de madera, al perderse parte de la materia prima; el
proceso al sulfato hoy es el más común. Los restos de lignina, que rara
vez bajan del 5%, dan a la pasta química un color marrón. Para
blanquearla se utilizan compuestos de cloro, al objeto de eliminar la
lignina; la reacción de parte del cloro con moléculas orgánicas de la
madera produce compuestos organoclorados, altamente tóxicos. En la pasta
mecánica, con mucha lignina, no se emplea el cloro, sino el agua
oxigenada.
Se han propuesto varios productos alternativos al blanqueo con cloro,
como la deslignificación con oxígeno, o la modificación de la lignina
con agua oxigenada (peróxido de hidrógeno), o el empleo de enzimas
naturales y biodegradables. Por otra parte ya existen varias fábricas de
pasta química al sulfito que blanquean la pasta sin emplear cloro. La
sustitución del gas cloro por dióxido de cloro reduce la emisión de
organoclorados, pero no los elimina totalmente. La pasta mecánica
consume más energía convencional que la química, pues ésta quema la
madera no transformada en papel, por lo que debe hacerse un balance
global, si se tiene en cuenta que la pasta mecánica transforma la misma
cantidad de madera en el doble de pasta que la producida con el proceso
kraft. En el papel recuperado se ha eliminado ya la lignina, en el
proceso inicial de fabricación, razón de más para incrementar la
recogida selectiva y el empleo de papel reciclado, especialmente en
todos los usos adecuados, como cartón, papel higiénico, sobres y
embalajes en general.
Gestión sostenible de los bosques
Para afrontar los graves riesgos de la deforestación y la pérdida de
biodiversidad urgen nuevas políticas, encaminadas a la sostenibilidad,
con la creación de más y mayores espacios protegidos, mayor eficiencia
en el consumo de madera, establecer normas de etiquetado en la línea del
Consejo de Certificación Forestal (Forest Stewardship Council, FSC),
aumento del reciclaje de papel y cartón, repoblaciones con especies
adecuadas en zonas previamente deforestadas, mayor equidad social que
evite la emigración a la llamada frontera forestal, y prácticas de
gestión forestal menos depredadoras en la extracción de madera y otros
productos forestales, la caza y la pesca, el turismo y el ecoturismo.
El WWF y la UICN han propuesto que al menos el 10 por ciento de cada
tipo de ecosistema forestal sea zona protegida, y que tal protección no
sea meramente nominal, tal como ocurre en la actualidad en gran parte de
las áreas con algún tipo de protección.
Igualmente es urgente establecer
corredores entre las áreas protegidas, encaminados a conservar la
diversidad biológica. Como mínimo se debe tratar de conservar varias
muestras lo suficientemente representativas de todos los ecosistemas
forestales, estableciendo una gestión sostenible en las zonas no
protegidas. La cooperación y participación de las poblaciones afectadas,
los consumidores, las ONGs, las empresas y las diferentes
administraciones y organismos internacionales es necesaria para frenar
los procesos de deforestación y pérdida de biodiversidad. Se han dado ya
pasos importantes hacia la sostenibilidad, pero aún queda mucho por
hacer, sobre todo en los países en desarrollo.
Urge frenar la guerra contra los bosques iniciada hace cientos de años,
tal como documenta John Perlin en su Historia de los Bosques, y es
necesario dedicar todo tipo de esfuerzos y recursos a conservar lo que
queda de los bosques primarios, algo que no será nada fácil como muestra
la rápida destrucción de los bosques tropicales, desde la Amazonia a
Indonesia, o lo que es más llamativo, la tala de los últimos reductos de
bosques primarios en Estados Unidos o la deforestación de los bosques
húmedos de la Columbia Británica en Canadá.
José Santamarta es director de la edición en castellano de la revista
World Watch. El texto que aquí se presenta en parte ha sido elaborado
como apéndice para el libro Historia de los Bosques de John Perlin,
editado por Gaia Proyecto 2050.
José Santamarta