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Salud

SIDA: LA POLÍTICA DE LA VIDA Y LA MUERTE

escrito por Jose Escribano 10 de julio de 2002
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Tanto Rajesh como su esposa -que prefiere no dar su nombre por miedo a
ser condenada al ostracismo en su comunidad de Bombay, están infectados
con el virus del VIH. Gracias al dinero recaudado entre sus familiares,
pertenecen a una de las pocas familias indias que pueden pagarse los
tratamientos que convierten al SIDA en una enfermedad crónica, pero sólo
para Rajesh. Otras parejas indias se encuentran en una situación
similar. «La mujer es condenada» mientras su marido recibe tratamiento,
dice Subhash Hira, directora del Centro de Control e Investigación del
SIDA en Bombay en un reciente reportaje de Associated Press. «Ella se ve
como innecesaria».
En Zimbabue, donde cada día mueren 200 personas a causa del SIDA, las
primas de seguros se han cuadruplicado para afrontar el aumento de los
costes. El ciudadano medio de Zimbabue necesitaría los ingresos de dos
años para poder pagarse un mes de tratamiento en EE UU.

En Estados Unidos, por supuesto, la renta per cápita es mucho más alta,
unas 74 veces más que en India y 46 veces la de Zimbabue. Aun así, en EE
UU casi la mitad de los pacientes con VIH tienen ingresos anuales
inferiores a 10.000 dólares, mientras que el coste anual de su cuidado y
tratamiento alcanza los 20.000 dólares anuales, según un estudio. Dos de
cada tres pacientes no tienen seguro o sólo están en la seguridad social
pública, que no puede cubrir sus necesidades adecuadamente.

En la República Centroafricana, donde trabajé como cooperante hace unos
pocos años, mi vecino Víctor me alquilaba su vivienda mientras él vivía
en una modesta casa de adobe. Él emplea el alquiler, más las modestas
ganancias de su hija mayor vendiendo alimentos en el mercado, para
mantener a diez personas. Una de ellas era una niña de cinco años, que
solía visitarme y cantarme canciones. No comprendí que Víctor era su
tío, y no su padre, hasta que alguien me explicó que sus padres habían
muerto tras «una larga enfermedad». Allí hay muchos hogares como el de
Víctor. A nivel mundial habrá 41 millones de huérfanos en el 2010 a
causa del SIDA. Los abuelos u otros miembros de la familia
supervivientes, que a menudo tienen grandes dificultades para cubrir sus
necesidades, pueden verse al cuidado de hasta una docena de niños.

Es evidente que el SIDA es una enfermedad que el mundo no puede
permitirse. Y sin embargo la imparable extensión del virus nos obliga a
afrontar dolorosas decisiones a vida o muerte sobre la asignación de
recursos. Comunidades, naciones y donantes internacionales tratan de
cuidar a un creciente número de enfermos, invertir en prevención para
evitar millones de futuras infecciones y en nuevos tratamientos que
prolonguen la vida, y que conduzcan a desarrollar una vacuna. Hacer todo
esto al mismo tiempo es una tarea casi imposible. Pero las experiencias
de campo demuestran que hay razones para la esperanza, incluso en los
países relativamente pobres donde el VIH es ya un problema serio.

Mientras otras enfermedades afectan a los niños o a los ancianos, el VIH
suele infectar a personas saludables y fuertes, a menudo al cuidado de
niños y económicamente activas, cogiendo desprevenidas a las sociedades.
El VIH no mata en cuestión de días o semanas, como otras enfermedades
infecciosas, sino al cabo de muchos años. El periodo asintomático puede
durar más de 10 años en un país como Estados Unidos, aunque la infección
puede llegar a SIDA en sólo dos o tres años en países como India o
Zimbabue, donde el porcentaje de población que puede afrontar un
tratamiento adecuado es muy pequeño. Una persona infectada puede
requerir cuidados prolongados de sus familiares o los miembros de la
comunidad. Mientras que el VIH se desarrolla lentamente en el cuerpo,
puede extenderse rápidamente entre la población. Cerca del 75 por ciento
de las transmisiones de VIH se deben a las relaciones sexuales sin
protección. El resto se transmite por compartir jeringuillas, o de
madres a hijos en el parto o al amamantar, y por el uso de sangre
infectada en transfusiones.
El SIDA hoy compite con la tuberculosis como la enfermedad infecciosa
más letal en el mundo. El año pasado, cada día se infectaron 16.000
personas con VIH, 11 personas por minuto. Las mujeres representan el 43
por ciento de todos los adultos con VIH/SIDA. La mitad de todos los
nuevos casos de infecciones son personas de entre 15 y 24 años. Desde
que el SIDA se identificó en 1981, se han infectado 47 millones de
personas y han muerto 14 millones. La epidemia ha afectado sobre todo a
África, que con el 10 por ciento de la población mundial cuenta con el
68 por ciento de los casos de VIH/SIDA, la mayoría de ellos en la región
subsahariana. En algunos países africanos, uno de cada cuatro adultos
son seropositivos. Así, los países más pobres del mundo se tambalean
bajo el peso de la enfermedad cuyo tratamiento es más caro.

A medida que el VIH reduce las defensas del cuerpo y la persona
infectada enferma de infecciones oportunistas, aumentan los costes del
tratamiento. A nivel mundial el 63 por ciento de los 18.400 millones de
dólares gastados en VIH/SIDA en 1993 se destinaron al cuidado y
tratamiento, según un estudio realizado por los investigadores Daniel
Tarantola y Jonathan Mann en 1996. Otro 23 por ciento se gastó en
investigación y sólo un 14 por ciento en prevención. Es más, sólo el 8
por ciento del gasto global tuvo lugar en los países más pobres del
mundo en desarrollo, aunque en ellos viven el 95 por ciento de los
infectados por VIH.
Prevenir una infección de VIH cuesta mucho menos que el cuidado de un
individuo infectado. Y el beneficio de la prevención aumenta si se tiene
en cuenta que se impide que la persona infectada extienda la enfermedad.
Si un hombre tiene relaciones sexuales con tres mujeres diferentes en un
año, si se impide que se infecte también se protege a sus tres
compañeras y a cualquier niño que pudieran tener.
Sin embargo, la voluntad de proteger a las personas no infectadas puede
verse superada por el desafío de tratar a los ya infectados. El SIDA
rivaliza en horror con la epidemia de viruela que diezmó a las
poblaciones indígenas americanas en el siglo XVI, y la Peste Negra que
mató a la cuarta parte de la población de Europa en el siglo XIV. Si ya
hay infectados uno de cada cuatro adultos en Botsuana y Zimbabue, ¿qué
esperanza hay para esos países y sus vecinos? Muchas personas pueden
tener la impresión de que África es un continente perdido para el SIDA,
y de que el resto del mundo en desarrollo puede seguir pronto los mismos
pasos.

Pero un análisis más atento, sin embargo, permite apreciar dos señales
que muestran que la situación no es desesperada.
En primer lugar más de la mitad de la población de los países en
desarrollo, aproximadamente 2.700 millones personas, vive en áreas donde
la infección del VIH todavía es baja, incluso entre los grupos de
riesgo. Otra tercera parte habita en áreas donde la epidemia se
concentra en uno o más grupos de riesgo, y la proporción de la población
infectada está por debajo del 5 por ciento. Incluso en África hay varios
países, como Benin, Senegal, Ghana y Guinea, donde las infecciones de
los adultos aún están por debajo del 3 por ciento. Estas zonas donde la
infección por VIH es relativamente baja tienen la oportunidad única de
llevar a cabo estrategias sólidas de prevención que impidan la extensión
del VIH.

En segundo lugar, incluso en los lugares donde la epidemia es grave,
las campañas para detenerla han tenido éxito, en todas las fases. Es
instructivo ver cómo se hizo en cada caso, primero en Tailandia, donde
una campaña eficaz pudo detener la epidemia en una fase incipiente y
mantenerla en niveles relativamente bajos en la población en general, y
en Uganda, donde un porcentaje alto de la población ya estaba infectado.

Al actuar en una fase relativamente temprana, Tailandia pudo impedir
que la infección del VIH adquiriese proporciones alarmantes entre la
población en general. A principios de 1988, las autoridades estaban
alarmadas por los informes de un hospital de Bangkok que mostraban que
las infecciones entre los toxicómanos que usaban agujas hipodérmicas
habían saltado del 1 al 30 por ciento en sólo 6 meses. Como respuesta el
Ministerio tailandés de Sanidad creó un sistema para recopilar datos
sobre la infección de VIH en lugares seleccionados a lo largo del país.
Éstos «informes centinela,» que fue el nombre que recibieron, revelaron
una situación aún más alarmante. A mediados de 1989, el VIH estaba
presente en las 14 provincias inspeccionadas. En la ciudad norteña de
Chiang Mai, el 44 por ciento de las prostitutas estaban infectadas. El
VIH también se encontró en algunas mujeres embarazadas que eran
consideradas representativas de la población en general.

Preocupado por la posibilidad de una epidemia generalizada, el gobierno
tailandés realizó un estudio nacional para identificar conductas de
riesgo y que contribuían a la extensión del virus. Encontraron que más
de la cuarta parte de los hombres del país tenían relaciones sexuales
con prostitutas, antes y fuera del matrimonio. En 1991, el primer
ministro Anand Panyarachun asumió la dirección personal del Comité
Nacional del SIDA y el gobierno comenzó una agresiva campaña. El gasto
oficial en VIH/SIDA pasó de 2,6 millones de dólares en 1990 a 80
millones en 1996.

El esfuerzo tailandés movilizó a varios sectores de la población, desde
las prostitutas a los maestros y monjes. En la industria del sexo
comercial, que representa el 14 por ciento del PIB de Tailandia, los
dueños y empleados de los burdeles ahora exigen a todos los clientes
masculinos el uso de preservativos. Las clínicas gubernamentales de
enfermedades de transmisión sexual entregan gratis 60 millones de
condones todos los años, y animan a su uso. Varios monasterios del norte
de Tailandia proporcionan consejo y servicios a los infectados por el
VIH, ayudándoles a encontrar empleo. Las escuelas enseñan a los niños
cómo reducir el riesgo de contraer la enfermedad.
Al cabo de tres años de campaña, había señales inequívocas de sus buenos
resultados. Un segundo estudio de conductas de riesgo mostró que entre
1990 y 1993 el porcentaje de hombres de entre 15 y 49 años con
relaciones extramatrimoniales cayó del 28 al 15 por ciento. Entre los
hombres que continuaron frecuentando a las prostitutas, el porcentaje de
los que siempre usan condón se duplicó. Las ventas de preservativos
aumentaron y las enfermedades de transmisión sexual se redujeron en todo
el país. La infección de VIH también disminuyó. El análisis anual de los
reclutas de 21 años, que había encontrado un 0,5 por ciento de
infectados en 1989, llegó a un máximo del 3,7 a mediados de 1993
(reflejando un retraso predecible entre las conductas de riesgo y la
evidencia de infección), para caer al 1,9 por ciento en 1997.

Igualmente, las pruebas a mujeres embarazadas en las 76 provincias halló
un 0,5 por ciento de infectadas en 1990, aumentando al 2,4 por ciento en
1995, para caer al 1,7 por ciento en 1997.
Los costes sociales y sanitarios de esta enfermedad todavía suponen una
pesada carga para la economía tailandesa, y los costes continúan
creciendo. La crisis financiera asiática que empezó en Tailandia en
1997, ha obligado a recortar los presupuestos del SIDA y ha aumentado
los problemas de las familias afectadas. Tailandia tendrá que permanecer
vigilante para mantener a raya la infección. Mientras el uso del condón
ha aumentado en el conjunto del país, permanece bajo en las áreas
rurales entre las personas con escasa educación, y entre aquellos con
relaciones sexuales fortuitas. Un estudio de 1995 también mostró que los
toxicómanos estaban volviendo a compartir jeringuillas. No obstante, al
actuar rápida y agresivamente Tailandia ha impedido la extensión de la
epidemia del VIH.

Uganda, a diferencia de Tailandia, lanzó su campaña de prevención cuando
ya un alto porcentaje de la población estaba infectado. En 1999, en una
población de menos de 21 millones, han muerto 1,8 millones de ugandeses
y otros 900.000 más tienen el VIH. Además Uganda, con una renta per
cápita de sólo 300 dólares, tiene menos capacidad financiera que
Tailandia, cuya renta asciende a 2.960 dólares. Sin embargo el éxito de
Uganda para reducir la extensión del virus del VIH muestra que la lucha
es posible, incluso cuando la situación de partida parece horrible.
Cuando Yoweri Museveni llegó a presidente en 1986, el VIH era ya un
problema serio. Museveni llevó a cabo rápidamente un plan nacional,
implicando tanto a las agencias gubernamentales como a las
organizaciones no gubernamentales (ONG). Uganda estableció el primer
centro en el África subsahariana donde las personas podían ir a hacerse
las pruebas y recibir consejo de forma anónima.
Como en la campaña tailandesa, el éxito de Uganda se debió a haber
movilizado un amplio espectro de grupos. Un estudiante que regrese a
casa después de asistir a clase en la Universidad de Makerere en
Kampala, por ejemplo, puede recibir la última información de cómo evitar
el VIH, cortesía del taxista educado por el Proyecto de Acción de la
Comunidad para la Prevención del SIDA. O si vive en el distrito de
Mpigi, el líder espiritual musulmán local, o Imán, puede pararle para
una discusión sobre el SIDA y el Islam. Entrenado por el proyecto para
la Educación Familiar y Prevención del SIDA a través de Imanes de la
Asociación Médica Islámica de Uganda, unos 850 de estos líderes han
llevado los mensajes de prevención del VIH directamente a las casas de
más de 100.000 familias a lo largo de todo el país.

El gobierno de Uganda ha realizado estudios de la conducta sexual, y
estos estudios muestran señales de un cambio sustancial entre 1989 y
1995. La proporción de adolescentes de 15 a 19 años que nunca han
mantenido relaciones sexuales aumentó del 26 al 46 por ciento para las
muchachas, y del 31 al 56 por ciento para los muchachos. El porcentaje
de personas que habían usado por lo menos una vez un condón creció del
15 al 55 por ciento para los hombres y del 6 al 39 por ciento para las
mujeres.
El porcentaje de infectados con VIH también se redujo, especialmente
entre las personas jóvenes de edades de 13 a 24 años. Entre 1991 y 1996,
el porcentaje de mujeres embarazadas seropositivas en algunas áreas
urbanas cayó a la mitad, del 30 al 15 por ciento.
Es posible, por tanto, mantener al virus del VIH a raya. Pero no es
fácil, tanto si el problema se coge en sus fases tempranas como en
Tailandia, o cuando ya está muy extendido como en Uganda. Es difícil
cambiar la conducta de las personas, sobre todo cuando significa abordar
cuestiones muy sensibles, y muy personales, sobre el sexo, prostitución,
infidelidad y dependencia de la droga. «Tenemos que dejar de pensar que
el VIH/SIDA es sólo un problema de salud. Es un problema de desarrollo,»
dice Debrework Zewdie, coordinador del programa sobre VIH/SIDA del Banco
Mundial. Detenerlo supondrá «un compromiso de los gobiernos de los
países industrializados y en desarrollo. No bastan los programas de la
administración; tenemos que crear la capacidad local.»
No hay ninguna fórmula simple para crear esa capacidad, aunque las
soluciones más innovadoras y apropiadas proceden a menudo de las propias
comunidades. Dondequiera que se toman iniciativas, hay algunos
principios básicos que parecen funcionar.

Acción temprana y decidida: A nivel mundial, gastamos 5 dólares en
tratamiento del VIH/SIDA por cada dólar empleado en prevención. De
llevarse a cabo medidas de prevención antes incluso de que se produzca
el primer caso de SIDA, se reduciría su incidencia y por tanto los
costes globales del tratamiento. Por otro lado, si los gobiernos no
adoptan medidas de prevención hasta que los casos de SIDA sean
numerosos, para entonces la epidemia puede haber infectado a un
porcentaje importante de la población. Dado que los síntomas del SIDA no
aparecen hasta varios años después de la infección, la amenaza puede ser
invisible hasta que un gran número de personas están infectadas.

Comunidades: Movilizando a los líderes sindicales, religiosos y cívicos
se puede galvanizar un amplio apoyo para concienciar a la sociedad de
los riesgos del VIH y reducir la estigmatización de los infectados. En
Zimbabue, la Unión de Campesinos reclutó y patrocinó la participación de
2 millones de agricultores y sus familiares en un programa de Salud
Familiar Internacional para prevenir el VIH/SIDA.

Dirección política: En Tailandia y Uganda, la prevención del VIH/SIDA
pasó de ser una mera preocupación de salud pública a una prioridad
nacional. Las campañas de prevención pueden tener éxito cuando los
líderes políticos dan prioridad a éstas en la agenda nacional, usan la
administración para promover conductas más seguras, implicando a las
comunidades y a las ONG en la tarea, y trabajan para cambiar las leyes
que prohiben las medidas eficaces de prevención como la publicidad de
preservativos y la adquisición de jeringuillas.

Recogida de datos y difusión: El VIH puede infiltrarse en una comunidad
confiada y extenderse rápidamente. Es importante recoger datos de la
infección de las clínicas de salud y evaluar las tendencias. Al dar
publicidad a tales informes, Tailandia hizo que su población fuera
consciente de la magnitud del riesgo.

Preservativos baratos y de calidad: El Sr. Amante, una mascota de condón
con forma humana, puede verse cruzando las calles, asistiendo a los
partidos de fútbol y, por supuesto, repartiendo preservativos en varias
ciudades de Sudáfrica. En Portland, Oregón, se proporciona a los
adolescentes acceso discreto a la protección vía los expendedores
automáticos de preservativos de sólo 25 centavos en los baños públicos.
Con nuevas variantes de viejas técnicas de mercado, organizaciones como
Population Services International (PSI) han aumentado la distribución
mundial de información para prevenir el VIH y de condones fiables y
baratos. En Zaire, «el marketing social» de PSI sirvió para que las
ventas de condones subieran de 900.000 en 1988 a 18,3 millones en 1991,
evitando 7.200 casos de VIH.

Campañas dirigidas a los grupos de riesgo: El VIH se extiende en uno o
más grupos cuya conducta los pone en riesgo más alto: prostitutas,
adictos a las drogas por vía intravenosa, personas con otras
enfermedades de transmisión sexual, reclutas militares jóvenes,
trabajadores emigrantes, camioneros, o homosexuales masculinos. El virus
puede extenderse rápidamente dentro del grupo y, una vez establecido,
puede extenderse a aquellos con riesgo más bajo de infección a través de
personas que actúan como puente entre los grupos de riesgo alto y bajo,
como por ejemplo hombres que han visitado a las prostitutas y
posteriormente transmiten la enfermedad a sus esposas.

Un informe del Banco Mundial, Confronting AIDS, sugiere que los países
puedan mantener a raya el VIH con medidas de prevención dirigidas a los
grupos de alto riesgo. Aunque es importante destacar que tales
esfuerzos, si no se abordan con cuidado, pueden causar reacciones
públicas imprevistas. Singularizando en grupos particulares puede crear
la percepción de que el VIH es sólo un problema de «aquéllas» personas.
Varios expertos en salud pública también han señalado que algunos
programas que proporcionar mensualmente antibióticos a las prostitutas
reducen las enfermedades de transmisión sexual, pero pueden tener
efectos inesperados. Y cuando el VIH está presente en la población en
general, surgen las preguntas sobre la distribución justa de los
recursos.

La prevención de la infección del VIH en alguien con numerosas
relaciones sexuales puede evitar muchas más infecciones en el futuro que
la prevención de la infección en una persona con conducta de bajo
riesgo, según un informe del Banco Mundial. Basta comparar, por ejemplo,
dos programas de prevención. El primero en Nairobi, Kenia, proporciona
preservativos gratis y tratamiento de las enfermedades de transmisión
sexual a 500 prostitutas de las cuales 400 están infectadas. Cada una de
las mujeres tiene un promedio de cuatro clientes por día. Con el
programa, el uso del condón pasó del 10 al 80 por ciento. Un cálculo
basado en la proporción estimada de transmisiones, número de relaciones,
efectividad del condón y las infecciones secundarias, muestra que este
programa evitó 10.200 nuevos casos de infecciones de VIH cada año entre
las prostitutas, sus clientes y las esposas de éstos. Si el mismo
programa se hubiera dirigido en cambio a un grupo de 500 hombres con un
promedio de cuatro compañeras por año, se habrían prevenido 88 nuevos
casos de VIH. El segundo programa habría evitado menos del 1 por ciento
de casos que el primero.
Cuando los toxicómanos comparten jeringuillas contaminadas con sangre,
el VIH puede transmitirse aún más rápidamente que entre las prostitutas,
porque el riesgo de transmisión por contacto es más alto. En enero de
1995, la infección de VIH entre los consumidores de droga en Ucrania era
inferior al 2 por ciento. Once meses después, se había disparado al 57
por ciento. En diciembre de 1997, el 66 por ciento de las infecciones de
VIH en China y el 75 por ciento en Kaliningrado, en Rusia, se debían al
uso compartido de jeringuillas. La mitad de las nuevas infecciones de
VIH en Estados Unidos se deben a los consumidores de droga por vía
intravenosa, aunque menos del 0,5 por ciento de la población se inyecta
drogas. El VIH puede extenderse de este grupo de alto riesgo al resto de
la población, al igual que ocurre con la prostitución.

Los programas de intercambio de jeringuillas tratan de reducir la
transmisión de infecciones, incluido el VIH, proporcionando jeringuillas
estériles a cambio de las usadas y potencialmente contaminadas. Cuando
el estado de Connecticut en EE UU permitió que las farmacias vendieran
jeringuillas sin receta, el porcentaje de toxicómanos que compartían las
agujas cayó del 71 al 15 por ciento en tres años. Una revisión de varios
estudios realizados entre 1984 y 1994 mostró que la infección de VIH
entre los adictos aumentó a tasas anuales del 5,9 por ciento en 52
ciudades que no tenían programas de intercambio de jeringuillas, pero
disminuyó a tasas anuales del 5,8 por ciento en 29 ciudades que sí los
tenían.

La experiencia de las dos últimas décadas nos ofrece un conjunto de
políticas cuya eficacia está demostrada, al menos para movilizar a las
comunidades y mantener a raya el VIH. Tales políticas deberían aplicarse
en todos los países. Sin embargo, las políticas de eficacia probada son
insuficientes. Los gobernantes y los políticos en general a menudo
ignoran, o impiden, las estrategias más eficaces en la lucha contra el
SIDA, cuando ello supone abordar cuestiones tan polémicas como la
distribución de condones a los adolescentes, jeringuillas a los
toxicómanos, o la prostitución en sus comunidades.
En Kenia, donde el turismo supone más ingresos que las exportaciones de
té, café o frutas, los gobernantes, temerosos de asustar a los turistas,
declararon que el país estaba libre de SIDA, incluso cuando los estudios
entre las prostitutas de Kenia demostraron que el 60 por ciento eran
seropositivas. El gobierno no admitió el alcance de la epidemia hasta
finales de 1997. Para entonces, más de un millón de keniatas eran
seropositivos. Muy tardíamente se empiezan a llevar a cabo algunos
programas para prevenir el VIH, como una campaña dirigida a los
estudiantes. Los líderes religiosos católicos y musulmanes, sin embargo,
rechazan la educación sexual en las escuelas, diciendo que corrompería
la moral de los estudiantes. El número de keniatas infectados sobrepasa
ya los 1,6 millones, el 12 por ciento de la población adulta.
El rechazo a prestar una atención seria es un factor común en estas
batallas en las que la invasión es tan furtiva y las víctimas a menudo
están socialmente marginadas. Incluso en Tailandia, donde el gobierno
lleva una agresiva campaña antisida, hubo un periodo inicial de rechazo
a finales de los años ochenta, cuando las infecciones comenzaron entre
las prostitutas de las provincias septentrionales, particularmente en el
área de Chiang Mai. Dado el importante papel de la industria del sexo en
la economía tailandesa, los gobernantes al principio estaban más
preocupados por la posible pérdida de dólares del turismo que por el
riesgo de una epidemia. Afortunadamente, no continuaron ignorando el
problema.

En Estados Unidos, donde la mitad de las nuevas infecciones se producen
entre toxicómanos que comparten jeringuillas o en las relaciones
sexuales de éstos con sus parejas, el gobierno prohíbe el uso de fondos
federales para los programas de intercambio de jeringuillas. El senador
Paul Coverdell de Georgia introdujo una proposición que impide eliminar
la prohibición, y Todd Tiahrt, representante de Kansas, introdujo una
enmienda en el presupuesto federal que prohíbe el uso de fondos para el
intercambio de jeringuillas en la capital de la nación. Los políticos no
quieren aparecer «blandos en cuestión de drogas» ayudando a los
toxicómanos, que a menudo son percibidos como elementos delictivos, y
que algunos creen cínicamente que morirán de sobredosis, aún cuando no
mueran de SIDA. Incluso se ignora el argumento más egoísta de que la
prevención del VIH entre los toxicómanos podría impedir su extensión al
resto de la población.

Igualmente, los funcionarios estadounidenses tardaron en reaccionar
cuando el VIH se descubrió primero a principios de los años ochenta
entre los hombres homosexuales. La condena de la comunidad gay estaba
generalizada, y algunas personas fueron tan lejos que llegaron a decir
que el SIDA era un castigo divino por sus pecados (el sexo entre
homosexuales). Afortunadamente para la población de EE UU en su
conjunto, así como para aquellos grupos más en riesgo, los miembros de
la comunidad gay lanzaron su propia campaña agresiva y muy bien
organizada para prevenir el VIH. Entre los años ochenta y los noventa,
el SIDA pasó de ser un problema marginal de «esas personas» a una
amenaza para la salud nacional. Y aunque la mitad de los infectados
todavía no reciben tratamiento continuado, la infección está controlada.

En países política o económicamente menos estables las autoridades
están tan agobiadas por crisis sociales y económicas, que relegan
fatalmente la amenaza del VIH. En las postrimerías del apartheid en
Sudáfrica, por ejemplo, los flujos comerciales y de trabajadores
emigrantes de los países vecinos abrió una autopista viral para la
epidemia. Los legisladores, enfrentados a los importantes cambios
políticos y sociales, dejaron de lado cualquier estrategia para frenar
la epidemia. El desplazamiento forzado de la población negra bajo el
apartheid, y el alejamiento de los trabajadores de sus familias,
propició altas tasas de sexo extramarital y prostitución. Hoy más de 3
millones de surafricanos, uno de cada ocho adultos, es seropositivo. En
un país de 43 millones, cada día se infectan otras 1.500 personas.
El clima político y social de Sudáfrica ha cambiado lentamente. El
gobierno fue acusado de ahogar la acción no gubernamental con
restricciones burocráticas. La estigmatización social es muy grande. Una
mujer que simplemente se declaró públicamente seropositiva para ayudar a
otras personas a luchar contra la discriminación, fue golpeada hasta la
muerte a finales del año pasado por una chusma de vecinos.

Tras un largo periodo sin afrontar el problema, el expresidente Nelson
Mandela declaró que «el tiempo del silencio ha pasado. Es hora de
enseñar a nuestros hijos a tener relaciones sexuales seguras, y usar el
condón.»
Las dolorosas lecciones aprendidas en Sudáfrica y en otros países
asolados por el SIDA las deben tener en cuenta los dos países más
grandes del mundo, donde se juega el futuro de la salud de una gran
parte de la población. Las opciones que los líderes chinos e indios
hagan sobre como combatir el VIH en los próximos años afectará al curso
de la epidemia para un tercio de la población mundial. India y China
tienen bajas tasas de infección, pero signos alarmantes entre algunos
grupos. Si las tasas de infección en China y India alcanzara los niveles
de algunos países africanos, habría 300 millones más de seropositivos.
La magnitud del impacto, en la productividad económica, en la
estabilidad social y política, y en la salud psicológica, es casi
inimaginable.
En India, en la actualidad, menos del 1 por ciento de los adultos son
seropositivos. Sin embargo, con una población adulta de casi 500
millones, eso supone 4 millones de seropositivos, y en números absolutos
más que en cualquier otra nación. La infección es más alta entre las
prostitutas, camioneros y toxicómanos, y hay señales de que el VIH se
está extendiendo entre la población en general. Un estudio realizado
entre 1993 y 1996 en la ciudad de Pune, al sur de Bombay, mostró que
cerca del 14 por ciento de las mujeres casadas monógamas de la ciudad se
habían infectado.

En Bombay en 1999 más del 50 por ciento de las 50.000 «obreras del sexo»
son seropositivas, mientras que en 1988 sólo lo eran el 1,6 por ciento.
Las tasas también son muy altas entre las prostitutas de las ciudades de
Pune, Vellore, y Chennai (Madras). En 1993, el 70 por ciento de los
15.000 toxicómanos del estado indio de Manipur, localizado cerca del
«Triángulo Dorado» de Myanmar y China, eran seropositivos. Y más
recientemente, un estudio al azar en Tamil Nadu indicó que unas 500.000
personas de los 25 millones de habitantes del estado estaban infectados.
La epidemia también se ha extendido entre las personas que viven y
trabajan a lo largo de los mayores ejes camioneros norte-sur. Las
evidencias sugieren que la situación del SIDA en India esté al borde de
la explosión, si los líderes del país no se movilizan rápidamente para
detenerla. Es más, en un país con 16 grandes idiomas, más de 1.600
dialectos y seis grandes religiones, tal movilización requerirá una
coordinación excepcionalmente hábil y organizada.
El gobierno indio se ha comprometido a combatir el VIH y está trabajando
con países donantes para coordinar las tareas de prevención y
tratamiento. La pregunta es si puede movilizar rápidamente a la
sociedad. El pasado mes de diciembre, el primer ministro Atal Behari
Vajpayee declaró que el VIH y el SIDA eran el mayor desafío para la
salud pública del país. Con ayuda financiera del Banco Mundial, el
gobierno está llevando a cabo un Programa Nacional de Control del SIDA.
Se propone dar autonomía y apoyo financiero a los 25 estados del país en
orden a actualizar sus infraestructuras sanitarias y llevar a cabo
programas de prevención y atención de los grupos de riesgo más alto. El
estado de Tamil Nadu ya tiene un sistema para dar apoyo financiero y
asistencia técnica a las ONG y ha sentado un precedente para una campaña
antisida descentralizada y eficaz.
La mayor razón para la esperanza, sin embargo, estriba en las activas
comunidades locales de India y en una floreciente red de ONG. Siguiendo
el legado de Gandhi de resistencia popular al colonialismo británico,
los grupos locales están surgiendo a lo largo de toda la India para
enfrentarse al VIH. En 1992, por ejemplo, representantes de SANGRAM, un
grupo de mujeres rurales en Maharashtra, entró en el barrio chino local
y empezó a repartir condones, diciendo a las prostitutas, «Esto salvará
su vida y la mía.» Algunas prostitutas, resentidas del desprecio de la
sociedad, no apreciaron que unas forasteras vinieran a decirlas qué
hacer. «Al principio, era difícil; incluso nos llegaron a tirar
piedras,» dijo Meena Seshu, Secretaria General de SANGRAM. Pero
posteriormente un pequeño grupo de prostitutas acometió la distribución
de preservativos y empezaron a educar a sus colegas en cómo evitar las
enfermedades de transmisión sexual y el VIH. Desde entonces, unas 4.000
prostitutas en siete barrios chinos han formado su propio colectivo,
llamado Veshya AIDS Muquabla Parishad (VAMP). Las mujeres asisten a
sesiones de salud personal, sexualidad, enfermedades de transmisión
sexual y superstición, de cómo negociar el uso del condón con sus
clientes, y cómo aconsejar a las personas infectadas y sus familias

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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