Los proponentes de esta ideología quieren afirmar que las diferencias entre el varón y la mujer,
fuera de las obvias diferencias anatómicas, no corresponden a una naturaleza fija que haga a unos
seres humanos varones y a otros mujeres. Piensan más bien que las diferencias de manera de pensar,
obrar y valorarse a sí mismos son el producto de la cultura de un país y de una época determinados,
que les asigna a cada grupo de personas una serie de características que se explican por las
conveniencias de las estructuras sociales de dicha sociedad.
Quieren rebelarse contra esto y dejar a la libertad de cada cual el tipo de «género» al que quieren
pertenecer, todos igualmente válidos. Esto hace que hombres y mujeres heterosexuales, los
homosexuales y las lesbianas, y los bisexuales sean simplemente modos de comportamiento sexual
producto de la elección de cada persona, libertad que todos los demás deben respetar.
No se necesita mucha reflexión para darse cuenta de lo revolucionaria que es esta posición, y e las
consecuencias que tiene la negación de que haya una naturaleza dada a cada uno de los seres humanos
por su capital genético. Se diluye la diferencia entre los sexos como algo convencionalmente
atribuido por la sociedad, y cada uno puede «inventarse» a sí mismo.
Toda la moral queda librada a la decisión del individuo y desaparece la diferencia entre lo
permitido y lo prohibido en esta materia. Las consecuencias religiosas son también obvias. Es
conveniente que el público en general se dé clara cuenta de lo que todo esto significa, pues los
proponentes de esta ideología usan sistemáticamente un lenguaje equívoco para poder infiltrarse más
fácilmente en el ambiente, mientras habitúan a las personas a pensar como ellos. Este librito puede
ayudar mucho en precisar conceptos y llamar a una toma de posición con respecto a la mencionada
ideología.
Oscar Alzamora Revoredo, S.M.
La Ideología de Género.
Sus Peligros y Alcances
«El género es una construcción cultural; por consiguiente no es ni resultado causal del sexo ni tan
aparentemente fijo como el sexo& Al teorizar que el género es una construcción radicalmente
independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras; en consecuencia
hombre y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y
femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino». [1]
Estas palabras que podrían parecer tomadas de un cuento de ciencia ficción que vaticina una seria
pérdida de sentido común en el ser humano, no son otra cosa que un extracto del libro «Gender
Trouble: Feminism and the Subversion of Identity» (El Problema del Género: el Feminismo y la
Subversión de la Identidad») de la feminista radical Judith Butler, que viene siendo utilizado
desde hace varios años como libro de texto en diversos programas de estudios femeninos de
prestigiosas universidades norteamericanas, en donde la perspectiva de género viene siendo
ampliamente promovida.
Mientras muchos podrían seguir considerando el término género como simplemente una forma cortés de
decir sexo para evitar el sentido secundario que sexo tiene en inglés, y que por tanto género se
refiere a seres humanos masculinos y femeninos, existen otros que desde hace ya varios años han
decidido difundir toda una «nueva perspectiva» del término. Esta perspectiva, para sorpresa de
muchos, se refiere al término género como «roles socialmente construidos».
La IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, realizada en setiembre de 1995 en
Pekín, fue el escenario elegido por los promotores de la nueva perspectiva para lanzar una fuerte
campaña de persuasión y difusión. Es por ello que desde dicha cumbre la «perspectiva de género» ha
venido filtrándose en diferentes ámbitos no sólo de los países industrializados, sino además de los
países en vías de desarrollo.
Definición del término género
Precisamente en la cumbre de Pekín, muchos de los delegados participantes que ignoraban esta «nueva
perspectiva» del término en cuestión, solicitaron a sus principales propulsores una definición
clara que pudiera iluminar el debate. Así, la directiva de la conferencia de la ONU emitió la
siguiente definición:
«El género se refiere a las relaciones entre mujeres y hombres basadas en roles definidos
socialmente que se asignan a uno u otro sexo».
Esta definición creó confusión entre los delegados a la cumbre, principalmente entre los
provenientes de países católicos y de la Santa Sede, quienes solicitaron una mayor explicitación
del término ya que se presentía que éste podría encubrir una agenda inaceptable que incluyera la
tolerancia de orientaciones e identidades homosexuales, entre otras cosas. Fue entonces que Bella
Abzug, ex-diputada del Congreso de los Estados Unidos intervino para completar la novedosa
interpretación del término «género»:
«El sentido del término género ha evolucionado, diferenciándose de la palabra sexo para expresar la
realidad de que la situación y los roles de la mujer y del hombre son construcciones sociales
sujetas a cambio».
Quedaba claro pues que los partidarios de la perspectiva de género proponían algo mucho más
temerario como por ejemplo que «no existe un hombre natural o una mujer natural, que no hay
conjunción de características o de una conducta exclusiva de un sólo sexo, ni siquiera en la vida
psíquica» [2] . Así, «la inexistencia de una esencia femenina o masculina nos permite rechazar la
supuesta superioridad de uno u otro sexo, y cuestionar en lo posible si existe una forma natural de
sexualidad humana» [3] .
Ante tal situación, muchos delegados cuestionaron el término así como su inclusión en el documento.
Sin embargo, la ex-diputada Abzug abogó férreamente en su favor:
«El concepto de género está enclavado en el discurso social, político y legal contemporáneo. Ha
sido integrado a la planificación conceptual, al lenguaje, los documentos y programas de los
sistemas de las Naciones Unidas& los intentos actuales de varios Estados Miembros de borrar el
término género en la Plataforma de Acción y reemplazarlo por sexo es una tentativa insultante y
degradante de revocar los logros de las mujeres, de intimidarnos y de bloquear el progreso futuro».
El apasionamiento de Bella Abzug por incluir el término en Pekín llamó la atención de muchos
delegados. Sin embargo, el asombro y desconcierto fue mayor luego que uno de los participantes
difundiera algunos textos empleados por las feministas de género, profesoras de reconocidos
Colleges y Universidades de los Estados Unidos. De acuerdo a la lista de lecturas obtenida por el
delegado, las «feministas de género» defienden y difunden las siguientes definiciones:
– Hegemonía o hegemónico: Ideas o conceptos aceptados universalmente como naturales, pero que en
realidad son construcciones sociales.
– Desconstrucción: La tarea de denunciar las ideas y el lenguaje hegemónico (es decir aceptados
universalmente como naturales), con el fin de persuadir a la gente para creer que sus percepciones
de la realidad son construcciones sociales.
– Patriarcado, Patriarcal: Institucionalización del control masculino sobre la mujer, los hijos y
la sociedad, que perpetúa la posición subordinada de la mujer.
– Perversidad polimorfa, sexualmente polimorfo: Los hombres y las mujeres no sienten atracción por
personas del sexo opuesto por naturaleza, sino más bien por un condicionamiento de la sociedad.
Así, el deseo sexual puede dirigirse a cualquiera.
– Heterosexualidad obligatoria: Se fuerza a las personas a pensar que el mundo está dividido en dos
sexos que se atraen sexualmente uno al otro.
– Preferencia u orientación sexual: Existen diversas formas de sexualidad -incluyendo homosexuales,
lesbianas, bisexuales, transexuales y trasvestis- como equivalentes a la heterosexualidad.
– Homofobia: Temor a relaciones con personas del mismo sexo; personas prejuiciadas en contra de los
homosexuales. (El término se basa en la noción de que el prejuicio contra los homosexuales tiene
sus raíces en el ensalzamiento de las tendencias homosexuales).
Estas definiciones fueron tomadas del material obligatorio del curso «Re-imagen del Género» dictado
en un prestigioso College norteamericano.
Asimismo, las siguientes afirmaciones corresponden a la
bibliografía obligatoria del mismo:
«La teoría feminista ya no puede darse el lujo simplemente de vocear una tolerancia del lesbianismo
como estilo alterno de vida o hacer alusión de muestra a las lesbianas. Se ha retrasado demasiado
una crítica feminista de la orientación heterosexual obligatoria de la mujer». [4]
«Una estrategia apropiada y viable del derecho al aborto es la de informar a toda mujer que la
penetración heterosexual es una violación, sea cual fuere su experiencia subjetiva contraria.» [5]
Las afirmaciones citadas podrían parecer suficientemente reveladoras sobre la peligrosa agenda de
los promotores de esta «perspectiva». Sin embargo, existen aún otros postulados que las «feministas
de género» propagan cada vez con mayor fuerza:
«Cada niño se asigna a una u otra categoría en base a la forma y tamaño de sus órganos genitales.
Una vez hecha esta asignación nos convertimos en lo que la cultura piensa que cada uno es -femenina
o masculino-. Aunque muchos crean que el hombre y la mujer son expresión natural de un plano
genético, el género es producto de la cultura y el pensamiento humano, una construcción social que
crea la verdadera naturaleza de todo individuo.» [6]
Es así que para las «feministas de género», éste «implica clase, y la clase presupone desigualdad.
Luchar más bien por desconstruir el género llevará mucho más rápidamente a la meta» [7] .
El feminismo de género
Pero en qué consiste el «feminismo de género» y cuál es la diferencia con el comúnmente conocido
feminismo. Para comprender más a profundidad el debate en torno al «término género», vale la pena
responder a esta pregunta.
El término «feministas de género» fue acuñado en primer lugar por Christina Hoff Sommers en su
libro «Who Stole Feminism?» («¿Quién se robó el Feminismo?»), con el fin de distinguir el feminismo
de ideología radical surgido hacia fines de los 60s, del anterior movimiento feminista de equidad.
Aquí las palabras de Hoff Sommers:
«El feminismo de equidad es sencillamente la creencia en la igualdad legal y moral de los sexos.
Una feminista de equidad quiere para la mujer lo que quiere para todos: tratamiento justo, ausencia
de discriminación. Por el contrario, el feminismo del género es una ideología que pretende
abarcarlo todo, según la cual la mujer norteamericana está presa en un sistema patriarcal opresivo.
La feminista de equidad opina que las cosas han mejorado mucho para la mujer; la feminista del
género a menudo piensa que han empeorado. Ven señales de patriarcado por dondequiera y piensan que
la situación se pondrá peor. Pero esto carece de base en la realidad norteamericana. Las cosas
nunca han estado mejores para la mujer que hoy conforma 55% del estudiantado universitario,
mientras que la brecha salarial continúa cerrándose» [8] .
Al parecer, este «feminismo de género» tuvo una fuerte presencia en la Cumbre de Pekín. Así lo
afirma Dale OLeary, autora de numerosos ensayos sobre la mujer y participante en la Conferencia de
Pekín, quien asegura que durante todas las jornadas de trabajo, aquellas mujeres que se
identificaron como feministas abogaron persistentemente por incluir la «perspectiva del género» en
el texto, por la definición de «género» como roles socialmente construidos y por el uso de «género»
en sustitución de mujer o de masculino y femenino.
De hecho todas las personas familiarizadas con los objetivos del «feminismo de género»,
reconocieron inmediatamente la conexión entre la mencionada ideología y el borrador del «Programa
de Acción» del 27 de febrero que incluía propuestas aparentemente inocentes y términos
particularmente ambiguos.
Neo Marxismo
En palabras de Dale OLeary, la teoría del «feminismo de género» se basa en una interpretación
neo-marxista de la historia. Comienza con la afirmación de Marx, de que toda la historia es una
lucha de clases, de opresor contra oprimido, en una batalla que se resolverá solo cuando los
oprimidos se percaten de su situación, se alcen en revolución e impongan una dictadura de los
oprimidos. La sociedad será totalmente reconstruida y emergerá la sociedad sin clases, libre de
conflictos, que asegurará la paz y prosperidad utópicas para todos.
OLeary agrega que Frederick Engels fue quien sentó las bases de la unión entre el marxismo y el
feminismo. Para ello cita el libro «El Origen de la Familia, la Propiedad y el Estado», escrito por
el pensador alemán en 1884 en el que señala:
«El primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el
hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con
la del sexo femenino por el masculino» [9] .
Según OLeary, los marxistas clásicos creían que el sistema de clases desaparecería una vez que se
eliminara la propiedad privada, se facilitara el divorcio, se aceptara la ilegitimidad, se forzara
la entrada de la mujer al mercado laboral, se colocara a los niños en institutos de cuidado diario
y se eliminara la religión. Sin embargo, para las «feministas de género», los marxistas fracasaron
por concentrarse en soluciones económicas sin atacar directamente a la familia, que era la
verdadera causa de las clases.
En ese sentido, la feminista Shulamith Firestone afirma la necesidad de destruir la diferencia de
clases, más aún la diferencia de sexos:
«& asegurar la eliminación de las clases sexuales requiere que la clase subyugada (las mujeres) se
alce en revolución y se apodere del control de la reproducción; se restaure a la mujer la propiedad
sobre sus propios cuerpos, como también el control femenino de la fertilidad humana, incluyendo
tanto las nuevas tecnologías como todas las instituciones sociales de nacimiento y cuidado de
niños. Y así como la meta final de la revolución socialista era no sólo acabar con el privilegio de
la clase económica, sino con la distinción misma entre clases económicas, la meta definitiva de la
revolución feminista debe ser igualmente -a diferencia del primer movimiento feminista- no
simplemente acabar con el privilegio masculino sino con la distinción de sexos misma: las
diferencias genitales entre los seres humanos ya no importarían culturalmente» [10] .
Cuando la Naturaleza estorba
Es claro pues que para esta nueva «perspectiva de género», la realidad de la naturaleza incomoda,
estorba, y por tanto, debe desaparecer. Al respecto, la propia Shulamith Firestone decía:
«Lo natural no es necesariamente un valor humano. La humanidad ha comenzado a sobrepasar a la
naturaleza; ya no podemos justificar la continuación de un sistema discriminatorio de clases por
sexos sobre la base de sus orígenes en la Naturaleza. De hecho, por la sola razón de pragmatismo
empieza a parecer que debemos deshacernos de ella» [11] .
Para los apasionados defensores del la «nueva perspectiva», no se deben hacer distinciones porque
cualquier diferencia es sospechosa, mala, ofensiva. Dicen además que toda diferencia entre el
hombre y la mujer es construcción social y por consiguiente tiene que ser cambiada. Buscan
establecer una igualdad total entre hombre y mujer, sin considerar las naturales diferencias entre
ambos, especialmente las diferencias sexuales; más aún, relativizan la noción de sexo de tal manera
que, según ellos, no existirían dos sexos, sino más bien muchas «orientaciones sexuales».
Así, los mencionados promotores del «género» no han visto mejor opción que declararle la guerra a
la naturaleza y a las opciones de la mujer. Según OLeary, las «feministas de género» a menudo
denigran el respeto por la mujer con la misma vehemencia con que atacan el irrespeto, porque para
ellas el «enemigo» es la diferencia.
Sin embargo, es evidente que no toda diferencia es mala ni mucho menos irreal. Tanto el hombre como
la mujer -creados a imagen y semejanza de Dios- tienen sus propias particularidades naturales que
deben ser puestas al servicio del otro, para alcanzar un enriquecimiento mutuo. Esto, claro está,
no significa que los recursos personales de la femineidad sean menores que los recursos de la
masculinidad; simplemente significa que son diferentes.
En tal sentido, si aceptamos el hecho de que hombre y mujer son diferentes, una diferencia
estadística entre hombres y mujeres que participen en una actividad en particular, podría ser más
que una muestra de discriminación, el simple reflejo de esas diferencias naturales entre hombre y
mujer.
No obstante, ante la evidencia de que estas diferencias son naturales, los propulsores de la «nueva
perspectiva» no cuestionan sus planteamientos sino más bien atacan el concepto de naturaleza.
Además, consideran que las diferencias de «género», que según ellos existen por construcción
social, fuerzan a la mujer a ser dependiente del hombre y por ello, la libertad para la mujer
consistirá, no en actuar sin restricciones indebidas, sino en liberarse de «roles de género
socialmente construidos». En ese sentido, Ann Ferguson y Nancy Folbre afirman:
«Y las feministas deben hallar modos de apoyo para que la mujer identifique sus intereses con la
mujer, antes que con sus deberes personales hacia el hombre en el contexto de la familia. Esto
requiere establecer una cultura feminista revolucionaria auto-definida de la mujer, que pueda
sostener a la mujer, ideológica y materialmente fuera del patriarcado. Las redes de soporte
contra-hegemónico material y cultural pueden proveer substitutos mujer-identificados de la
producción sexo-afectiva patriarcal, que proporcionen a las mujeres mayor control sobre sus
cuerpos, su tiempo de trabajo y su sentido de sí mismas.» [12]
Con dicho fin, Ferguson y Folbre diseñan 4 áreas claves de «ataque»:
1) Reclamar apoyo económico oficial para el cuidado de niños y los derechos reproductivos.
2) Reclamar libertad sexual, que incluye el derecho a la preferencia sexual (derechos
homosexuales/lesbianos).
3) El control feminista de la producción ideológica y cultural (es importante porque la producción
cultural afecta los fines, el sentido de sí mismo, las redes sociales y la producción de redes de
crianza y afecto, amistad y parentesco social).
4) Establecer ayuda mutua: sistemas de apoyo económico a la mujer, desde redes de identificación
única con la mujer, hasta juntas de mujeres en los sindicatos que luchen por los intereses
femeninos en el trabajo asalariado. [13]
Una buena excusa: La mujer
Luego de revisar la peculiar «agenda feminista», Dale OLeary evidencia que el propósito de cada
punto de la misma no es mejorar la situación de la mujer, sino separar a la mujer del hombre y
destruir la identificación de sus intereses con los de sus familias. Asimismo, agrega la experta,
el interés primordial del feminismo radical nunca ha sido el de mejorar directamente la situación
de la mujer ni aumentar su libertad. Por el contrario, para las feministas radicales activas, las
mejoras menores pueden obstaculizar la revolución de clase sexo/género.
Esta afirmación es confirmada por la feminista Heidi Hartmann que radicalmente afirma:
«La cuestión de la mujer nunca ha sido la cuestión feminista. Esta se dirige a las causas de la
desigualdad sexual entre hombres y mujeres, del dominio masculino sobre la mujer» [14] .
No en vano, durante la Conferencia de Pekín, la delegada canadiense Valerie Raymond manifestó su
empeño en que la cumbre de la mujer se abordara paradójicamente «no como una conferencia de la
mujer» sino que «los temas debían enfocarse a través de una óptica de género».
Así, dice OLeary, la «nueva perspectiva» tiene como objeto propulsar la agenda
homosexual/lesbiana/bisexual/transexual, y no los intereses de las mujeres comunes y corrientes.
Roles socialmente construidos
Para tratar este punto, tomemos la definición de «género» señalada en un volante que fuera
circulado en la Reunión del ComPrep (Comité Preparatorio de Pekín) por partidarias de la
perspectiva en cuestión.
«Género se refiere a los roles y responsabilidades de la mujer y del hombre que son determinados
socialmente. El género se relaciona a la forma en que se nos percibe y se espera que pensemos y
actuemos como mujeres y hombres, por la forma en que la sociedad está organizada, no por nuestras
diferencias biológicas».
Vale señalar que el término rol distorsiona la discusión. Siguiendo el estudio de OLeary, el rol se
define primariamente como: parte de una producción teatral en la cual una persona, vestida
especialmente y maquillada, representa un papel de acuerdo a un libreto escrito. El uso del término
rol o de la frase roles desempeñados transmite necesariamente la sensación de algo artificial que
se le impone a la persona.
Cuando se sustituye rol por otro vocablo -tal como vocación-, se pone de manifiesto cómo el término
rol afecta nuestra percepción de identidad. Vocación envuelve algo auténtico, no artificial, un
llamado a ser lo que somos. Respondemos a nuestra vocación a realizar nuestra naturaleza o a
desarrollar nuestros talentos y capacidades innatos. En ese sentido, por ejemplo, OLeary destaca la
vocación femenina a la maternidad, pues la maternidad no es un rol.
Cuando una madre concibe a un hijo, emprende una relación de por vida con otro ser humano. Esta
relación define a la mujer, le plantea ciertas responsabilidades y afecta casi todos los aspectos
de su vida. No está representando el papel de madre; es una madre. La cultura y la tradición
ciertamente influyen sobre el modo en que la mujer cumple con las responsabilidades de la
maternidad, pero no crean madres, aclara OLeary.
Sin embargo, los promotores de la «perspectiva de género» insisten en decir que toda relación o
actividad de los seres humanos es resultado de una «construcción social» que otorga al hombre una
posición superior en la sociedad y a la mujer una inferior. Según esta perspectiva, el progreso de
la mujer requiere que se libere a toda la sociedad de esta «construcción social», de modo que el
hombre y la mujer sean iguales.
Para ello, las «feministas de género» señalan la urgencia de «desconstruir estos roles socialmente
construidos», que según ellas, pueden ser divididos en tres categorías principalmente:
– Masculinidad y Feminidad. Consideran que el hombre y la mujer adultos son construcciones
sociales; que en realidad el ser humano nace sexualmente neutral y que luego es socializado en
hombre o mujer. Esta socialización, dicen, afecta a la mujer negativa e injustamente. Por ello, las
feministas proponen depurar la educación y los medios de comunicación de todo estereotipo y de toda
imagen específica de género, para que los niños puedan crecer sin que se les exponga a trabajos
«sexo-específicos».
– Relaciones familiares: padre, madre, marido y mujer. Las feministas no sólo pretenden que se
sustituyan estos términos «género-específicos» por palabras «género-neutrales», sino que aspiran a
que no haya diferencias de conducta ni responsabilidad entre el hombre y la mujer en la familia.
Según Dale OLeary, ésta es la categoría de «roles socialmente construidos» a la que las feministas
le atribuyen mayor importancia porque consideran que la experiencia de relaciones
«sexo-específicas» en la familia son la principal causa del sistema de clases «sexo/géneros».
– Ocupaciones o profesiones. El tercer tipo de «roles socialmente construidos» abarca las
ocupaciones que una sociedad asigna a uno u otro sexo.
Si bien las tres categorías de «construcción social» ya podrían ser suficientes, el repertorio de
las «feministas de género» incluye una más: la reproducción humana que, según dicen, también es
determinada socialmente. Al respecto, Heidi Hartmann afirma:
«La forma en que se propaga la especie es determinada socialmente. Si biológicamente la gente es
sexualmente polimorfa y la sociedad estuviera organizada de modo que se permitiera por igual toda
forma de expresión sexual, la reproducción sería resultado sólo de algunos encuentros sexuales: los
heterosexuales. La división estricta del trabajo por sexos, un invento social común a toda sociedad
conocida, crea dos géneros muy separados y la necesidad de que el hombre y la mujer se junten por
razones económicas. Contribuye así a orientar sus exigencias sexuales hacia la realización
heterosexual, y a asegurar la reproducción biológica. En sociedades más imaginativas, la
reproducción biológica podría asegurarse con otras técnicas.» [15]
El objetivo: desconstruir la sociedad
Queda claro pues, que la meta de los promotores de la «perspectiva de género», fuertemente presente
en Pekín, es el llegar a una sociedad sin clases de sexo. Para ello, proponen desconstruir el
lenguaje, las relaciones familiares, la reproducción, la sexualidad, la educación, la religión, la
cultura, entre otras cosas. Al respecto, el material de trabajo del curso Re-Imagen del Género,
dice lo siguiente:
«El género implica clase, y la clase presupone desigualdad. Luchar más bien por desconstruir el
género llevará mucho más rápidamente a la meta. Bien, es una cultura patriarcal y el género parece
ser básico al patriarcado. Después de todo, los hombres no gozarían del privilegio masculino si no
hubiera hombres. Y las mujeres no serían oprimidas sino existiera tal cosa como la mujer. Acabar
con el género es acabar con el patriarcado, como también con las muchas injusticias perpetradas en
nombre de la desigualdad entre los géneros» [16] .
En tal sentido, Susan Moller Okin escribe un artículo en el que se lanza a pronosticar lo que para
ella sería el «soñado futuro sin géneros»:
«No habría presunciones sobre roles masculino o femenino; dar a luz estaría conceptualmente tan
distante de la crianza infantil, que sería motivo de asombro que hombres y mujeres no fueran
igualmente responsables de las áreas domésticas, o que los hijos pasaran mucho más tiempo con uno
de los padres que con el otro. Sería un futuro en el que hombres y mujeres participen en número
aproximadamente igual en todas las esferas de la vida, desde el cuidado de los infantes hasta el
desempeño político de más alto nivel, incluyendo los más diversos tipos de trabajo asalariado. Si
hemos de guardar la más mínima lealtad a nuestros ideales democráticos, es esencial distanciarnos
del género& Parece innegable que la disolución de roles de género contribuiría a promover la
justicia en toda nuestra sociedad, haciendo así de la familia un sitio mucho más apto para que los
hijos desarrollen un sentido de justicia» [17] .
Para ello, también proponen la «desconstrucción de la educación» tal como se lee en el discurso que
la Presidenta de Islandia, Vigdis Finnbogadottir, diera en una conferencia preparatoria a la
Conferencia de Pekín organizada por el Consejo Europeo en febrero de 1995.
Para ella, así como para todos los demás defensores de la «perspectiva de género», urge
desconstruir no sólo la familia sino también la educación. Las niñas deben ser orientadas hacia
áreas no tradicionales y no se las debe exponer a la imagen de la mujer como esposa o madre, ni se
les debe involucrar en actividades femeninas tradicionales
«La educación es una estrategia importante para cambiar los prejuicios sobre los roles del hombre y
la mujer en la sociedad. La perspectiva del género debe integrarse en los programas. Deben
eliminarse los estereotipos en los textos escolares y conscientizar en este sentido a los maestros,
para asegurar así que niñas y niños hagan una selección profesional informada, y no en base a
tradiciones prejuiciadas sobre el género» [18] .
Primer blanco, la Familia:
«El final de la familia biológica eliminará también la necesidad de la represión sexual. La
homosexualidad masculina, el lesbianismo y las relaciones sexuales extramaritales ya no se verán en
la forma liberal como opciones alternas, fuera del alcance de la regulación estatal& en vez de
esto, hasta las categorías de homosexualidad y heterosexualidad serán abandonadas: la misma
institución de las relaciones sexuales, en que hombre y mujer desempeñan un rol bien definido,
desaparecerá. La humanidad podría revertir finalmente a su sexualidad polimorfamente perversa
natural» [19] .
Esta palabras de Alison Jagger, autora de diversos libros de texto utilizados en programas de
estudios femeninos en Universidades norteamericanas, revelan claramente la hostilidad de las
«feministas del género» frente a la familia.
«La igualdad feminista radical significa, no simplemente igualdad bajo la ley y ni siquiera igual
satisfacción de necesidades básicas, sino más bien que las mujeres -al igual que los hombres- no
tengan que dar a luz& La destrucción de la familia biológica que Freud jamas visualizó, permitirá
la emergencia de mujeres y hombres nuevos, diferentes de cuantos han existido anteriormente» [20] .
Al parecer, la principal razón del rechazo feminista a la familia es que para ellas esta
institución básica de la sociedad «crea y apoya el sistema de clases sexo/género». Así lo explica
Christine Riddiough, colaboradora de la revista publicada por la institución internacional
anti-vida Catholics for a Free Choice» («Católicas por el derecho a elegir»):
«La familia nos da las primeras lecciones de ideología de clase dominante y también le imparte
legitimidad a otras instituciones de la sociedad civil. Nuestras familias son las que nos enseñan
primero la religión, a ser buenos ciudadanos& tan completa es la hegemonía de la clase dominante en
la familia, que se nos enseña que ésta encarna el orden natural de las cosas. Se basa en particular
en una relación entre el hombre y la mujer que reprime la sexualidad, especialmente la sexualidad
de la mujer» [21] .
Para quienes tienen una visión marxista de las diferencias de clases como causa de los problemas,
apunta OLeary, diferente es siempre desigual y desigual siempre es opresor.
En este sentido, las «feministas de género» consideran que cuando la mujer cuida a sus hijos en el
hogar y el esposo trabaja fuera de casa, las responsabilidades son diferentes y por tanto no
igualitarias. Entonces ven esta desigualdad en el hogar como causa de desigualdad en la vida
pública, ya que la mujer, cuyo interés primario es el hogar, no siempre tiene el tiempo y la
energía para dedicarse a la vida pública. Por ello afirman:
«Pensamos que ninguna mujer debería tener esta opción. No debería autorizarse a ninguna mujer a
quedarse en casa para cuidar a sus hijos. La sociedad debe ser totalmente diferente. Las mujeres no
deben tener esa opción, porque si esa opción existe, demasiadas mujeres decidirán por ella» [22] .
Además, las «feministas de género» insisten en la desconstrucción de la familia no sólo porque
según ellas esclaviza a la mujer, sino porque condiciona socialmente a los hijos para que acepten
la familia, el matrimonio y la maternidad como algo natural. Al respecto, Nancy Chodorow afirma:
«Si nuestra meta es acabar con la división sexual del trabajo en la cual la mujer maternaliza,
tenemos que entender en primer lugar los mecanismos que la reproducen. Mi recuento indica
exactamente el punto en el que debe intervenirse.
Cualquier estrategia para el cambio cuya meta
abarque la liberación de las restricciones impuestas por una desigual organización social por
géneros, debe tomar en cuenta la necesidad de una reorganización fundamental del cuidado de los
hijos, para que sea compartido igualmente por hombres y mujeres» [23] .
Queda claro que para los propulsores del «género» las responsabili
