El pasado abril los esquimales de Canadá o inuik (como a ellos les gusta ser llamados) estrenaban Gobierno preautonómico y pronto elegirán su Parlamento. Esta etnia vive postergada por todas las lacras del industrialismo: paro, alcoholismo, marginación social, agotamiento de sus recursos naturales, contaminación.
Acostumbrados durante cientos de generaciones a vivir a varios grados bajo cero la mayor parte del año se confiesan incapaces de adaptarse a las pautas de una cultura que no es la suya y han de optar por abandonar sus heladas tierras hacia un destino incierto o quedarse en su casa con un futuro no menos gélido que su clima y una certeza casi rotunda en que esa situación no cambiará.
El pueblo inuik pronto tendrá representantes democráticos y legales (en los términos que lo entiende el mundo industrializado) aunque democráticas siempre han sido sus asambleas tradicionales y hace miles de años que viven conforme a la ley, su ley, con ausencia de conflictos y de delitos, al menos hasta que irrumpió la "gloriosa ola civilizadora" de europeos y de otros pueblos empeñados, según decían, en "sacarles de la ignorancia para mejorar sus condiciones de vida, predicarles la salvación eterna para que no vivieran en pecado, y otras grandes mejoras llenas de prosperidad y armonía".
Lo cierto es que tras estos siglos de colonización y después de los primeros contactos con próceres civilizadores, abnegados misioneros y prometedores comerciantes, el norte helado de Canadá tiñe sus nieves de manchas de petróleo y basura, las áreas tradicionales de caza y pesca están esquilmadas, y buena parte de la población inuik no sólo es analfabeta (ajena a la civilización occidental) sino que además ha roto la cadena del aprendizaje de su cultura tradicional.
Los inuik del siglo XXI se hallan peor que nunca. Jamás conocieron tantos robos, asesinatos, violaciones, claro que tampoco antes del contacto con "la civilización" habían conocido la riqueza basada en bienes materiales, el dinero, la publicidad de radio y televisión, las bebidas alcohólicas.
Tampoco en ninguna época se hallaron jóvenes ociosos: el que no trabajaba no comía. Pero el trabajo de otros tiempos consistía en buscarse la comida directamente mediante la caza o la pesca, lo que ahora no es posible, porque en la mayoría de los jóvenes no sabe ni cazar ni pescar y aunque supiera tiene prohibido hacerlo por leyes de protección medioambiental.
Los esquimales quieren pedir que se les deje cazar focas. Las grandes empresas de la peletería mundial ya lo hacen, y no precisamente con animales adultos como hacían y harían los esquimales, sino con bebés de este mamífero, apenas destetados.
Bien es cierto que la foca es una especie en peligro de extinción, pero desde luego a ninguna mente en su sano juicio se le ocurre acusar de ello a los esquimales ni a su cultura. Para los inuik la foca es un animal sagrado, aunque desde la irrupción del benefactor "hombre blanco" hayan tenido, a veces, que matarlas a cambio de metales o papeles llamados dinero para así pagar sus deudas a los "civilizadores" y es que en la religión de la civilización no hay nada más sagrado que el comercio. ¥Hasta el Vaticano ha retirado del Padrenuestro eso de perdonar las deudas a nuestros deudores!
Por una vez, industrialistas y los fundamentalistas del ecologismo, (que no los verdaderos ecologistas) parecen coincidir en que no hay que dejar a los inuik cazar focas no destinadas al comercio. Parece más ecológico que coman conservas. No sé si más ecológico pero desde luego sí que es más industrial, pero +de dónde sacarán el dinero para pagar las conservas? +quizá de trabajar en las minas de metal que se ocultan bajo las nieves eternas? Obtendrán así metales que se utilizarán para fabricar las conservas que los inuik pagarán con sus sueldos de minero. Y todo quedará en casa: la basura de las minas, los envases de las conservas, y el sueldo de los inuik. ¥El mundo industrializado sí que sabe dar la lata!
¨Cazar ballenas para preservar el medio ambiente?
Otro tanto parece ocurrirle a los makah, una tribu amerindia que ya habitaba la costa del noroeste del actual estado de Washington varios siglos antes de que llegaran por allí los europeos. Los makah cazaban ballenas, con barcas de remos y arpones de mano. Con cada ballena se alimentaba durante meses todo un clan, de los veinte que componen actualmente esta etnia.
En consecuencia, la Comisión Ballenera Internacional que pretende aumentar la cuota de caza supuestamente científica para Noruega y Japón, ha autorizado a los Makah la captura de veinte ejemplares de cetáceo hasta el 2004, y ha provocado las iras de los ecologistas.
Es comprensible que los grupos ecologistas de la zona denuncien los abusos que, sin duda, pueda provocar esta medida, y que vigilen y luchen para que no se cacen las ballenas a no ser por el método tradicional o para evitar que el destino de las capturas no sea otro que el autoconsumo, pero no parece muy ético que se impida a los principales perjudicados por el abuso de la caza de ballenas el acceder a este animal que constituía su recurso natural primordial y a cuya extinción ni han contribuido ni seguramente tendrán pensado contribuir.
Los makah no tienen alternativa: o vivir conforme a sus prácticas y creencias tradicionales o extinguirse como cultura y quien sabe si hasta físicamente, mientras que ese pozo de ciencia que es la sociedad industrial puede y éticamente debe hallar alternativas a su actual tendencia depredadora y derrochadora de recursos que pone en peligro la continuidad de la salud y hasta de la vida humanas sobre este planeta.
Navajos cortando por lo sano
Los navajos, hacía miles de años que vivían en el actual Estado norteamericano de Arizona (que quiere decir zona árida), antes de que los españoles le pusieran ese nombre al llegar allí hace cuatrocientos años. Sin embargo el país de los navajos y sus alrededores son aún más áridos que en el siglo XVI y es que desde entonces y de forma ininterrumpida (en particular desde finales del siglo pasado) Arizona ha sido objeto de colonización agraria y ganadera, agotando así sus ya de por sí, escasos recursos hídricos.
Ahora autoridades y empresas quieren construir un acueducto que atraviese tierras de los navajos, lo que es considerado por el Consejo de Tribus, de este Pueblo un ultraje. Sus tierras son sagradas y las obras probablemente alterarían no sólo lo más sagrado para cualquier mortal (el fragílisimo ecosistema desértico) sino que además profanarían las tierras de sus antepasados (inmortales en sus corazones y quizá también en los nuestros, si aprendiéramos de ellos que la única supervivencia posible es el respeto al medio natural circundante).
Si los agricultores y ganaderos de Arizona padecen escasez de agua para sus cultivos y reses no es culpa ni de los navajos de hoy en día, ni mucho menos de sus antepasados, sino más bien es resultado de la falta de responsabilidad de esos mismos granjeros y pastores, así como de sus predecesores, que no supieron respetar los límites que les marcaba la naturaleza y rompieron con su avaricia y con su desdén medioambiental el ciclo natural del agua.
Al parecer también peligran en Arizona humedales naturales, pero como en los casos precedentes no resulta muy ético que el movimiento ecologista local acuse a los navajos de estos males, porque ellos son precisamente las principales víctimas y los primeros que anunciaron la catástrofe mucho antes que sucediera. Predicaron en el desierto, nunca mejor dicho.
Pigmeos que se crecen ante las dificultades
Los batwas o pigmeos son una de las últimas etnias africanas sin contaminar por la avaricia industrial, aunque muchas de sus tribus ya hayan caído en las garras de los cazadores furtivos del mundo civilizado, que les pagan precisamente por arrancar sus garras a los gorilas animales con los que han convivido durante milenios. Los pigmeos que han caído en esa espiral llevan la penitencia en su pecado. Pocos son los batwas que ante el brillo del vil metal no son víctimas del alcoholismo, la droga y otras lacras de la civilización industrial, y acaban padeciendo la marginación y el desarraigo en los suburbios de las capitales africanas.
Pero no me refiero aquí a esos batwas, que en su marginalidad son ya casi tan industrialistas como quienes les sedujeron aprovechándose de su inicial ingenuidad, sino a los pigmeos aún perdidos en las montañas cubiertas de selva virgen, quienes apenas han tenido contacto con los traficantes de animales, ni conocen ni desean conocer el valor del dinero, ni creen ni esperan que del mundo civilizado pueda venir nada bueno, ni en forma de político, ni de misionero, ni de comerciante, ni tampoco de ecologista fundamentalista.
En las más altas montañas de Uganda, República Centroafricana, Ruanda, Burundi y Zaire aún pervive el Pueblo batwa mientras abajo los seres humanos civilizados se matan entre sí por la supremacía de su etnia o los intereses excluyentes de facciones de ejércitos o partidos políticos, todos ellos provistos de moderno armamento y criterios industriales exportados desde el corazón del mundo tecnológico.
Sin embargo las más extrañas gentes de esos rincones del mundo, algunos que se autocalifican ecologistas (los fundamentalistas del ecologismo) se adentran en lo más profundo de la selva y suben a lo más alto de la montaña africana para descubrir y denunciar el ¥furtivismo batwa! Y no faltará el fundamentalista de lo ecológico, que exclame que "!esos ignorantes no se dan cuenta de que están acabando con los recursos naturales!
¨Quién es el ignorante? ¨Qué cultura está acabando con los recursos naturales? ¨Qué alternativa tiene un batwa sino es seguir cazando como antaño lo hicieran sus antepasados? +Es más ecológico enrolarse en la milicia tutsi o en la hutu? +O es más civilizado ingresar en una academia militar y aspirar a dictador africano?
Los batwas no dan la talla para la guerra. Y no sólo porque rara vez superan el metro y medio de altura entre los varones adultos, sino porque si se es batwa según la antigua usanza se intenta evitar la confrontación con poblaciones vecinas mediante el nomadeo, la roza natural de la selva y la búsqueda de nuevas áreas de caza. ¨Puede haber algo más ecológico y armónico?
Dame pan y dime tonto o…
Pero no hay que irse hasta latitudes polares o tropicales, en el mismo corazón del mundo industrializado, en plena civilización occidental, existen comunidades que ven amenazados sus regímenes de vida tradicional por legislaciones hechas a medida de la doctrina industrialista.
No hace mucho la Junta de Andalucía se vio envuelta en un escándalo prematuro cuando anunció su nueva Ley de Protección del Medio Natural. El afán proteccionista de este Proyecto de Ley (1997) era tal que prescribía la recolección de plantas silvestres como la tagarnina o el espárrago y proponía durísimas penas de cárcel para los "costilleros".
La caza de aves con costillas (cepos artesanales) y la recolección de frutos o plantas silvestres han sido la actividad tradicional de las gentes sencillas de Andalucía, Extremadura y otras áreas de la mitad sur meridional, zonas que coinciden plenamente junto con Sicilia, el sur de la Península Itálica y las montañas griegas, con las regiones de la Unión Europa donde se registran las mayores tasas de paro y de atraso infraestructural.
Son precisamente las principales víctimas de ese atraso quienes practican esas actividades desde hace siglos, y no son ellos quienes han situado especies vegetales o animales al borde de la extinción, sino precisamente todo lo contrario.
El costillero tradicional procuraba practicar su actividad selectivamente. Es decir, no instalaba sus cepos para aves en época de cría, ni en pasos de especies no interesantes para el autoconsumo. El destino de las piezas así cazadas era precisamente el autoabastecimiento familiar o como mucho vecinal.
Idéntico destino tenían tradicionalmente las recolecciones de tagarninas, espárragos, níscalos y otras plantas silvestres.
La actividad cazadora-recolectora es la más antigua que se conoce según nos informa la Historia y la Paleontología, por tanto difícilmente puede contribuir a la extinción de especies que pongan en juego la supervivencia humana, al menos si se siguen métodos tradicionales.
…dame mierda y dime listo
Los sistemas de aprovisionamiento de alimentos descritos en la actualidad no difieren mucho de los del Neolítico. No parece, pues, que haya ningún peligro medioambiental en sí mismo, si la comida así obtenida se destina a satisfacer las necesidades primarias de familias y vecinos, azotados por un paro estructural (el de la población rural) que autoridades y empresarios esperan que desaparezca bien por extenuación (envejecimiento de la población activa agraria) bien por migración hacia núcleos industriales, o en el "mejor" de los casos por la instauración de industrias (por lo general altamente contaminantes) en esas zonas deprimidas.
Este último es el caso de los polos industriales de Huelva o Algeciras, en España; Nápoles o Palermo, en Italia; o El Pireo y Corinto, en Grecia, todos ellos destinados a industrias preferentemente químicas, petroleras y de otras actividades "tan limpias y seguras" como éstas y que cualquiera querría tener a la puerta de su casa, pero que sólo se ubican en comarcas abatidas por el paro y por otros atrasos socioeconómicos.
Asimismo éstas son áreas "muy propensas" al emplazamiento de instalaciones nucleares que no admitirían las poblaciones de otras latitudes, tan partidarias de esta energía "tan limpia". Así encontramos la central nuclear de Almaraz en la provincia de Cáceres (Extremadura) o el cementerio atómico de El Cabril en la provincia de Córdoba (Andalucía).
En la costa del Levante español junto a huertas y pueblos marineros tenemos la central de Vandellós (Tarragona), tan tristemente famosa por sus constantes averías, pero no hallamos en el resto de la industrializada Cataluña ninguna central atómica en conurbaciones como la de Barcelona con el Valle del Llobregat, a pesar de ser éste uno de los mayores focos consumidores de suministro eléctrico de Europa, ni tan siquiera los residuos de Vandellós se quedan en una montaña catalana tan estable sísmicamente como Montserrat, sino que se envían al otro extremo de la Península Ibérica, a la Sierra de Hornachuelos, aledaña a Sierra Morena, junto a la falla del Guadalquivir, en el área de los epicentros de terremotos de Andalucía.
El industrialismo es una doctrina casi religiosa en la que se rinde culto al dios mayor: el Capital, y a otros dioses menores como la Tecnología punta o el Despilfarro que están al servicio del primero. El demonio del industrialismo es el humanismo, por ello sentimientos humanos como la solidaridad, el amor por la naturaleza o la búsqueda de lo espiritual no sólo le son ajenos sino adversos.
El fundamentalismo ecologista que poco o nada tiene que ver con el ecologismo auténtico, no es sino una consecuencia del industrialismo; una afición como cualquier otra, muy de acorde para combatir el aburrimiento de los industrialistas, y por ello no puede contrariar en ningún caso al industrialismo, sino como toda afición complementar la actividad principal del aficionado.
El auténtico ecologismo, en cambio, se caracteriza por situar al ser humano en el centro de la Naturaleza, la Humanidad es la máxima responsable pero también la máxima beneficiaria de lo que la Naturaleza le proporciona. La clave entre disfrute y defensa de la naturaleza se halla en la armonía, precisamente la que no existe respecto a un elemento tan falto de consistencia real y tan alienante como el capital.
Quizá por eso los ecologistas fundamentalistas atacan con saña a los Pueblos que viven aún conforme a sus culturas pretecnológicas, gentes que se aprovisionan de alimentos al margen de los circuitos comerciales, basados en el despilfarro de recursos (como es el caso de la doctrina consumista), y que carecen de criterios de crecimiento insostenible como propugnan las doctrinas capitalistas más clásicas.
Ojalá quienes somos víctimas de una tecnología al servicio del capital y padecemos la alienación del consumo compulsivo y la obsesión por atesorar bienes a costa de lo que sea, sepamos al menos "perdonar la vida", a los últimos disidentes, a los Pueblos en estado natural, que aún viven en armonía con su medio.