La soldadesca de ambos Estados agita banderas y ánimos reivindicando no se sabe qué integridad de la patria al tiempo que despliegan tropas y misiles atómicos el uno contra el otro.
Los gloriosos ejércitos de Pakistán e India pueden llevar a todo el planeta a las cotas más altas de su miseria, porque los efectos devastadores de una sola explosión nuclear tendría repercusiones inmediatas (en pocos días) en los países vecinos (y las heroicas mentes de militares y gobernantes pakistaníes e indios parecen olvidarse que sus respectivos países son vecinos).
Además en cuestión de meses, los efectos de la radiación podrían recorrer miles de kilómetros arrastrados por monzones o vientos convencionales, y en menos de un año la radiactividad del planeta entero aumentaría más aún de lo que ya lo está haciendo, a causa de las explosiones atómicas controladas.
Y todo estos supuestos, son sólo en el caso de que se disparara un solo misil atómico, pero +y si los valerosos defensores de la patria apretaran botones a mansalva? La consigna de patria o muerte parece más real aún en las mentes de estos países que en las del occidente industrializado que la inventó para defender sus intereses territoriales en los tiempos previos a la ocupación comercial.
En los países tercermundistas como India o Pakistán, el comercio es todavía demasiado insignificante y prácticamente testimonial cuando se trata de mercadeo regional, pues las únicas transacciones comerciales que merezcan ese nombre son las que se realizan con el mundo industrializado, por lo general en régimen de neo colonialismo, pero ni por esas escarmientan y se siguen peleando entre sí por porciones de terreno que sean pakistaníes, indias o independientes siempre pasarán a depender económicamente de inversores extranjeros.
Quizá, en esta ocasión habrían de intervenir esos mismos inversores porque poco les va a quedar que explotar si se produce la temida conflagración atómica. Esto no es Sarajevo ni Kosovo. No hay capital en el mundo que pueda reconstruir tierras arrasadas por radiaciones varias decenas superiores a la bomba de Hirsohima.
Claro, que a lo mejor el interés de los susodichos financieros no se halla en las tierras de Cachemira o de cualquier otro enclave en disputa, sino en la disputa misma como fuente de ingresos, vía las inversiones que han realizado en la industria armamentística que genera cada año stocks insostenibles por su obsolescencia (desde el punto de vista de la tecnología occidental) pero que harían las delicias bobaliconas de los bravos militares y de los abnegados gobiernos de países con tanto futuro bélico como la India y Pakistán.
Hace apenas unos meses, las pruebas de vuelo de los misiles indios causaban furor en las calles de las principales ciudades indostánicas como si de una final deportiva se tratara. Tres cuartas de la misma ocurría en las paradas militares en Islamabad donde los militares urdus ostentaban orgullos, cual modernos Príapos, sus prominentes misiles de medio alcance.
Agni, dios del fuego sirvió de nombre para los misiles indios de cabeza nuclear, y parece que todo está preparado para en caso de necesidad, ofrendar a Agni el más grande de los ex votos ígneos.
Entretanto, en el occidente civilizado, desarrollado y amante de la paz y el medio ambiente, los Parlamentos y demás foros de debate político e intelectual preparan su cierre por vacaciones, mientras que allá en el Valle del Indo, cuna de la civilización, se aprestan para un holocausto de efectos tan previsibles como nefastos sobre el resto de la Humanidad.
Probablemente el potencial atómico de Pakistán e India no sea suficiente para destruir la civilización, tal como lo provocaría un ataque atómico entre Rusia y los Estados Unidos, por ejemplo, pero no hay que olvidar los efectos sobre el medio ambiente y la salud de las personas que, en ningún caso, se reducirían al entorno regional, sino que en cuestión de más o menos meses afectarían a todo el orbe.
Es de sentido común pensar que si las pruebas en los atolones de Mururoa o Bimini, o en los desiertos de Arizona o del Gobi, afectan al delicado equilibrio ecológico de nuestra atmósfera, no lo va a ser menos una o varias bombas atómicas auténticas y completas.
De nada servirá entonces culpar a los militares de esos países, o a sus gobernantes, o a los mercachifles sin escrúpulos que se enriquecieron con la venta de esos artilugios de muerte, o a la comunidad política internacional que consintió la evolución del conflicto, porque la culpa la tendremos todos y cada uno de nosotros que sabiendo de ese riesgo no hicimos absolutamente nada por evitarlo.
El sistema industrialista es quien sostiene la fabricación de armamento atómico (y la venta de stocks al Tercer Mundo). Todos formamos parte en mayor o menor medida de ese sistema, vivimos en él y de él, gozamos tanto o más que sufrimos de sus consecuencias, aun a sabiendas de que no es bueno ni para nuestra salud, ni para nuestro medio ambiente, ni probablemente para nuestras ética y moral tradicionales.
El calentamiento de la atmósfera, el aumento de la radiactividad ambiental, la esterilización de tierras, las fugas nucleares en centros militares y las consiguientes enfermedades y malformaciones en el entorno humano inmediato han sido la prueba de para qué nos sirven los grandes avances científicos en el actual sistema político-económico. "¥Demasiada ciencia para tanto atraso moral!", diría el filósofo.
Ojalá, este artículo no tenga nada de profético como ya me sucedió en meses pasados en números previos al escándalo de los pollos. No quisiera ni ser tachado de milenarista, ni de seguidor de Nostradamus, ni de agorero. Tan sólo convendría recordar que no hay guerras atómicas regionales, si hay guerra en el Valle del Indo, da igual quien gane, porque perdemos todos.