La primera ley de eugenesia fue aprobada, en 1901, por el estado norteamericano de Indiana. Tres décadas más tarde, ya eran treinta los estados norteamericanos donde la ley permitía esterilizar a los deficientes mentales, a los asesinos peligrosos, a los violadores y a los miembros de categorías tan nebulosas como los «pervertidos sociales», «los adictos al alcohol o a las drogas» y «las personas enfermas y degeneradas». En su mayoría, los esterilizados eran, por supuesto, negros. En Europa, Alemania no fue el único país que tuvo leyes inspiradas en razones de higiene social y de pureza racial. Hubo otros. Por ejemplo, en Suecia, fuentes oficiales reconocieron, recientemente, que más de sesenta mil personas habían sido esterilizadas, por aplicación de una ley de los años treinta que no fue derogada hasta 1976.
En los años veinte y treinta, era normal que los educadores más prestigiosos de las Américas hablaran de la necesidad de regenerar la raza, mejorar la especie, cambiar la calidad biol¢gica de los ni_os. Al inaugurar el sexto Congreso Panamericano del Ni_o, en 1930, el dictador peruano Augusto Legu¡a puso el acento en el mejoramiento ‘tnico, haci’ndose eco de la Conferencia Nacional sobre el Ni_o del Pero, que hab¡a lanzado un grito de alarma ante «la infancia retardada, degenerada y criminal». Seis a_os antes, en el Congreso Panamericano del Ni_o celebrado en Chile, hab¡an sido numerosas las voces que exig¡an «seleccionar las semillas que se siembran, para evitar los ni_os impuros», mientras el diario argentino La Naci¢n editorializaba sobre la necesidad de «velar por el porvenir de la raza», y el diario chileno El Mercurio advert¡a que la herencia ind¡gena «dificulta, por sus h bitos y su ignorancia, la adopci¢n de ciertas costumbres y conceptos modernos».
Uno de los protagonistas de ese Congreso en Chile, el m’dico socialista Jos’ Ingenieros, hab¡a escrito en 1905 que los negros, «oprobiosa escoria», merec¡an la esclavitud por motivos «de realidad puramente biol¢gica». Los derechos del hombre no pod¡an regir para «estos seres simiescos, que parecen m s pr¢ximos de los monos antropoides que de los blancos civilizados». Segon Ingenieros, maestro de juventudes, «estas piltrafas de carne humana» tampoco deb¡an aspirar a la ciudadan¡a, «porque no deber¡an considerarse personas en el concepto jur¡dico». En t’rminos no tan desaforados se hab¡a expresado, unos a_os antes, otro m’dico, Raymundo Nina Rodrigues: este pionero de la antropolog¡a brasile_a hab¡a comprobado que «el estudio de las razas inferiores ha proporcionado a la ciencia ejemplos bien observados de su incapacidad org nica, cerebral».
La mayor¡a de los intelectuales de las Am’ricas ten¡a la certeza de que las razas inferiores bloqueaban el camino del progreso. Lo mismo opinaban casi todos los gobiernos: en el sur de los Estados Unidos, estaban prohibidos los matrimonios mixtos, y los negros no pod¡an entrar a las escuelas, ni a los ba_os, ni a los cementerios reservados a los blancos. Los negros de Costa Rica no pod¡an ingresar sin salvoconducto en la ciudad de San Jos’; ningon negro pod¡a pasar la frontera de El Salvador; los indios no pod¡an caminar por las aceras de la ciudad mexicana de San Crist¢bal de Las Casas. (Al/QR/au-Ad/Dh/hl)
Eduardo Galeano
COMO ELIMINAR A LOS PERVERTIDOS SOCIALES
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