Viniendo como vienen estas medidas de recorte del gasto social de un gobierno socialdemócrata de uno de los países con un Estado del Bienestar más desarrollado habrá que pensar en la posibilidad de que, hoy por hoy, la izquierda moderada no encuentre más alternativa a la crisis financiera del Estado Social que plegarse a las políticas de desmantelamiento neoliberales. Claro que si, como parece, eso es así +cuáles son el sentido y el espacio político real de esa izquierda?
Hasta no hace mucho podía establecerse una distinción nítida, incluso en un sentido estrictamente maniqueo, entre los defensores del mercado autorregualado y los defensores del Estado regulador del mercado. La profundidad en el compromiso con el Estado del Bienestar y la economía mixta ha constituido tradicionalmente un instrumento inequívoco de identificación con el que, sin excesiva dificultad, determinar qué doctrinas y qué fuerzas políticas apuestan por una u otra solución para la continuidad del modelo poscapitalista o posindustrial de producción.
Con la misma tranquilidad científica con que se reconocían dichos paradigmas, puede hoy constatarse la convergencia de las fuerzas políticas que los abanderan, o más bien puede constatarse el magnetismo dinamizador que sobre la socialdemocracia ejerce el neoliberalismo apocalíptico de Fukuyama. Quizá ese desequilibrado centripetismo se deba al marasmo esquizofrénico de una izquierda súbitamente despojada de sus referentes simbólicos con el fracaso de los modelos de socialismo real y la desaparición de la Unión Soviética y que anda haciendo experimentos de reciclaje en espacios robados, una realidad más decisiva y demoledora que el hecho de que la derecha se haya visto forzada a hacer un alto en el camino en la aplicación de soluciones tan radicales como impopulares como las del Thatcherismo. Según la nueva dogmática que se deriva de esta convergencia espuria, el cetro sería el emplazamiento político no sólo más apetecido y disputado, sino, al parecer el único viable.
Por ello, aceptar la simpleza argumental de que la "revelación" de la denominada "tercera vía" deja huérfana de un proyecto político coherente a la socialdemocracia sería tanto como admitir la originalidad teórica de una formulación que poco o nada tiene de original. No hacía falta ningún elaborado manifiesto para percibir cómo la izquierda europea, principalmente aquélla que refugia bajo las siglas del socialismo o del laborismo, lleva años transmigrando hacia el cuerpo político del pensamiento único. En ese "deménagement" político, el discurso de la "tercera vía" es la retórica en que se envuelve la socialdemocracia en aquellos lugares en que, como Alemania y Gran Bretaña, ésta ha estado años desvinculada de las responsabilidades de gobierno que se derivan del control y del ejercicio del poder y que ahora, instalada en éste, carece de argumentos políticos diferenciados de los que han manejado tradicionalmente los partidos conservadores. Pero, sobre todo, la "tercera vía" define lo que han sido y son muchas de las prácticas de gobierno de la izquierda europea desde los años ochenta.
Evidentemente no todos los gobiernos y formaciones que pueden calificarse de centro-izquierda se han sumado al mismo ejercicio de apostasía doctrinal. El giro hacia la "Nueva Socialdemocracia" o hacia el liberalismo progresista que Blair y Schröder han propuesto para sus países es teóricamente admisible gracias a las deficiencias del Estado del Bienestar y a la nula operatividad sindical heredada de la era Thatcher, en el caso de Gran Bretaña, o la sólida base consensual de los agentes sociales sobre la que se están diseñadas las estructuras del Estado intervencionista, en el caso de Alemania. Desde el punto de vista de la experiencia británica, la socialdemocracia europea de los Estados más pobres no tendrá inconveniente en subirse al carro renovador. Algunas de las filias más destacadas se encuentran en el PSOE, que tiene en el desfenestrado Borrell a uno de los más firmes apologetas de la "tercera vía" y ha tenido en González al iniciador de las grandes privatizaciones en España, o en actual gabinete del Olivo, a tenor de los presupuestos que para el año próximo pretende presentar el primer ministro d’Alema. Más dudoso, en cambio, es que se adhieran a este proyecto de centrismo otras formaciones de países de honda tradición social. El caso más paradigmático es el de la izquierda francesa. Según las probatursas hechas en su momento por Balladur, es más que probable que los potentes sindicatos de este país acabaran con el gobierno de Jospin si éste se atreviese a tocar los cimientos del Estado del Bienestar, razón por la que el primer ministro francés se ha desmarcado de declaración suscrita por sus colegas británico y alemán.
Si bien los principios de la nueva socialdemocracia europea postulada conjuntamente por Blair y Schröder no aportan nada nuevo a la praxis de parte del socialismo gobernante respecto de sus instrumentos, sí elimina formal y solemnemente su disonante discurso, de manera parecida al gesto declarativo del PSOE en Suresnes. Es un paso más en la aceptación de las reglas del mercado y en la minoración del Estado paternalista de posguerra, es la apuesta decidida por la flexibilidad, la liberalización y el individualismo. Pero esta catarsis doctrinal de la izquierda, o de cierta izquierda, a diferencia de muchos otros momentos regeneracionistas y por mucho que se quiera empapar de mayéutica el nuevo discurso, carece de legitimidad ya que el modelo que auspicia, y muy en concreto en el ámbito de la política social, además de invadir el espacio ideológico neoliberal usurpa sus técnicas de gobierno.
La presuntuosa renovación se convierte así en un pretexto para no desvincular a determinadas siglas de la lucha por el poder y en una técnica artificiosa de pluralizar un panorama político básicamente homogéneo. Pero la consecuencia más inmediatamente apreciable es que viene a establecer un amplio consenso sobre la responsabilidad del Estado social sobredimensionado en la ralentización del crecimiento económico, soslayando la tradicional rentabilidad política de las políticas de bienestar. Por ello, si el "voto cautivo" ha frenado hasta ahora y en cierta forma una reestructuración profunda del Estado del Bienestar, depende de la dictadura de los indicadores, de la OCDE, del Euro y del Plan de Estabilidad la continuidad del modelo social europeo no se sabe cómo ni hasta cuando, para regocijo de Aznar y su afines, desde hace tiempo instalados en el epicentro del espacio político y en la verdad única. Esto, lógicamente, sume en un profundo interrogante no sólo a la Europa social sino a muchas y muy antiguas conquistas sociales que parecían intocables y que desde este momento parecen haberse quedado sin el adalid que las hizo posibles.