Son los casos de corrupción descubiertos en los diferentes Gobiernos socialistas y, quién sabe si también, del presente y futuros Gobiernos populares (ya veremos en qué acaba el asunto Piqué y los que están por salir), en el proceder, individual o en cuadrilla, de tantos responsables políticos nacionales o regionales, de tantos altos cargos, de tantos Roldanes, Guerras, Palots, De la Rosas, Manglanos, Condes, de tantos casos GAL, FILESA, BOE, Expo 92, Banesto, Sóller, Zamora, escuchas ilegales, o de las ahora ya no tan de moda denuncias de corrupción y nepotismo que han llevado a la Comisión europea a la dimisión, y tantos y tantos etcéteras. Hechos, como digo, normales. Nada que no pueda soportar una joven democracia como la nuestra, fuerte y de una estabilidad de una solidez a prueba de lo que haga falta. Que nadie se lleve a engaño ni se equivoque pensando lo contrario. Al menos es lo que dicen (y qué mejor cosa que predicar con el ejemplo) nuestros líderes y, de momento, aquí seguimos.
En cambio, cuando el sistema se corrompe en su base, cuando son nuestros ayuntamientos y representantes los que abusan abyectamente de sus vecinos con pr cticas caciquiles y nos tratan con el desprecio con que se trata a un idiota, la estupefacci¢n puede llegar a ser mayoscula al comprobar, que, en ocasiones, nuestra indefensi¢n alcanza cotas intolerables para un sistema que se dice justo.
En peque_os municipios semirurales como el m¡o, Villa del R¡o, y en tantos y tantos otros de este pa¡s en que se est n importando del pasado las viejas estructuras feudales (si verdaderamente desaparecieron alguna vez) y en que el consistorio aon no ha acabado de asimilar los conceptos de democracia y legalidad, la frecuencia de determinadas pr cticas, como m¡nimo, irregulares ha acabado por refrendarlas, con la particularidad de que eso s¡ que nos afecta y mucho. En muchos de estos peque_os y no tan peque_os municipios, la autoridad de minosculos y mafiosos «lobbies» locales es la onica ley y el se_or alcalde, «cr neo privilegiado», onicamente su notario. No hay m s. La justicia (especialmente la administrativa) es cara, enrevesada y lenta y no siempre suficientemente justa y estos «poderosos s trapas» neofeudales son conscientes de nuestras limitaciones. Adem s no parece prudente revelarse contra la mano que nos da el pan de cada d¡a, aunque sea la que nos fustiga la espalda. Y a nosotros, estopidos ciudadanos, por arte de un orden justo, equitativo y c¡vico unos administrados, no nos queda m s que gritar en el vac¡o sin direcci¢n ni intenci¢n concretas y esperar que alguien, al menos, se solidarice con nuestra impotencia desde el consuelo de los tontos con una fingida resignaci¢n.
Esta prodigalidad ‘tica en las relaciones sociopol¡ticas y socioecon¢micas locales, esta especie de micromoral caciquil no es de los hechos que m s visiblemente socavan un sistema macromoral como el nuestro acostumbrado a tales menudencias. Sin embargo, indudablemente, cuestiona su legitimidad institucional y resulta peligrosa para nuestra democracia y sus valores, tanto o m s que los casos de alta corrupci¢n. En el mbito rural de poco o nada sirven la representaci¢n pol¡tica y las voluntariosas leyes si esta reba_o de caciques decimon¢nicos en forma de pol¡ticos mercenarios y de empresarios protocapitalistas no desaparecen de la fisonom¡a local. Es el deseo y la esperanza de los que amamos estos peque_os espacios sociales y queremos vivir en ellos respetando las normas m s b sicas de convivencia de nuestra contemporaneidad.