En Kioto se reunieron delegaciones nacionales encabezadas por ministros de Medio Ambiente, que acudieron acompañados por expertos en clima y asesores en todas las materias concernidas (industria, economía, ecología, hidrogeología, etcétera).
Las conclusiones de la Cumbre celebrada en la antigua capital japonesa se podrían resumir telegráficamente diciendo que además de constatar y convenir la certeza de la teoría defendida por la comunidad científica mundial de que el clima está cambiando (recalentamiento del planeta), se reconoció que dicha alteración de la naturaleza era obra humana, y se acordó, en consecuencia, que cada país pusiera los medios a su alcance para reducir las causas que generan tan pernicioso efecto sobre el hábitat planetario.
La principal causa de la alteración del clima, según los expertos de Kioto, es la emisión de CO2 a la atmósfera, así como de otros gases que o bien contribuyen a la rotura de la capa de ozono o bien aumentan el efecto invernadero (creación de una capa gaseosa que deja pasar los rayos solares, pero impide que el calor que estos producen sobre la superficie del planeta vuelva a las capas altas de la atmósfera, y de ahí al espacio exterior).
El compromiso político más importante adoptado en Kioto fue obviamente reducir la emisión de gases mediante una adecuada legislación de los países. Dos años después, apenas una veintena de Estados han cumplido su promesa, todos ellos del Tercer Mundo, mientras que las naciones industrializadas no sólo no han reducido la emisión de gases sino que en algunos casos la han aumentado.
Estados Unidos, el primer emisor mundial de gases nocivos para el clima, genera anualmente un promedio de 20 toneladas de CO2 y gases similares por habitante; mientras que Japón, la segunda potencia comercial mundial le sigue a la zaga con cerca de 18 toneladas por habitante y año, y potencias de mediano orden, como España, emiten cada año por habitante más de seis toneladas de gases perjudiciales para el clima.
Otras medidas tendentes a recuperar la capa de ozono o reducir el efecto invernadero son la reforestación y, cómo no, la detención de la tala indiscriminada de bosques, sobre todo en el área tropical. Nada de esto se ha cumplido, o las mínimas acciones que se han llevado a cabo han sido meramente testimoniales.
Mas al contrario, el extremo meridional del sudeste asiático y el norte de Oceanía padecieron hace dos años el incendio forestal más grande que ha conocido la Humanidad. Casualmente, los grandes consorcios madereros multinacionales obtuvieron pingües beneficios de esta catástrofe sin precedentes.
En este mismo año 1999 saltaba a las rotativas y a las ondas una noticia casi de ciencia-ficción: un solo hombre compraba todo el norte de la Amazonia brasileña (el equivalente a la mitad de la Península Ibérica).
Pero, a pesar de todo, lo más grave y sangrante de todo este asunto es que, cuando en noviembre del 98 se reunían en Buenos Aires (Argentina) los compromisarios mundiales de Kioto para examinar el cumplimiento de sus acuerdos (mejor sería decir "el incumplimiento sistemático") en el mismo continente americano, algunos miles de kilómetros más arriba las consecuencias del cambio climático se manifestaban en forma de huracán, el Mitch, arrasando ciudades, pueblos y haciendas; segando vidas humanas; devastando cosechas; matando al ganado; arruinando infraestructuras básicas y dejando sin hogar a cientos de miles de personas en Honduras, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica, Guatemala y el sur de México.
Inmediatamente se organizaron en Europa y, sobre todo, en España campañas de solidaridad para enviar socorro de urgencia a los hermanos de allende el Atlántico. Las ayudas batieron marcas de participación y de recaudación. Tanto, que el aporte de la ciudadanía española era, por sí solo, más de la mitad de lo que toda la Unión Europea aprobaba enviar en forma de ayuda institucional. Realmente fue extraordinaria la reacción de hermandad de los españoles ante los sufrimientos de los centroamericanos. Lástima que pocas semanas después de aquello, del 20 de diciembre al 6 de enero aproximadamente y por efecto del suministro eléctrico al alumbrado navideño, se emitieran a la atmósfera más gases nocivos que los que son capaces de generar las luces de las ciudades en todo el resto del año. ¨Por qué?
Quizá no se perciba la relación causa-efecto (a más gases nocivos, más probabilidades de catástrofes climáticas); quizá, incluso, haya quien no crea en esa relación, pero también puede que sea a sabiendas de esa posibilidad y a causa de claros intereses económicos. No olvidemos que en muchas ciudades españolas, como Madrid, son las asociaciones de comerciantes quienes patrocinan ese reclamo energético-publicitario.
Está claro que el Primer Mundo, es el primer incumplidor de los compromisos de Kioto, y no lo es ni por capricho de sus respectivos Gobiernos ni por incompetencia política, sino más bien por todo lo contrario. Los Ejecutivos de las naciones más desarrolladas del planeta se someten sin más a las exigencias de los "creadores de riqueza", los grandes emporios comerciales y, sobre todo, industriales, donde se incluyen las eléctricas.
Un Gobierno siempre puede alegar que si por ley se reducen, de golpe, las emisiones de gases, se produciría, también al instante, el despido de trabajadores e incluso el cierre de factorías, o -lo que es peor- su traslado a otros países más permisivos con los gases nocivos.
+Es nuestro sino, como humanos, morir asfixiados por gases tóxicos, catástrofes climáticas o por calor? ¨Qué otra alternativa puede haber? ¨Qué pintan en todo esto los periodistas?
Revolución doméstica
A lo mejor, si dejásemos de criticar un poco al poderoso y dedicásemos tiempo y espacio a explicar el origen de su poder, sería la ciudadanía quien tomara las riendas y actuara en consecuencia. Por ejemplo, +sabían ustedes que cambiando nuestro régimen de vida doméstica y nuestro concepto de confort podemos reducir en dos tercios el consumo de fluido eléctrico en una casa? +O que una batería de placas solares en lugar del tejado suple, como mínimo, un 50 por ciento del consumo habitual de una familia de cuatro miembros? Si han hecho la cuenta comprobarán que con un cambio en la cultura de consumo y con el uso de la energía fotovoltáica estaría resuelto el suministro eléctrico doméstico ¥y se diría adiós para siempre al recibo de la luz! ¨Pero quien promoverá ese estilo de vida y esa fórmula de suministro energético? Por favor, procuren contestarse ustedes solos esta última cuestión.
Digamos, a modo de ejemplo, que hábitos de vida tradicionales en la cultura del sur de España hacen que los andaluces, sobre todo del medio rural, consuman en verano ese tercio de fluido eléctrico. La siesta a mediodía, la tertulia de vecinos en portales, parques y esquinas por la noche, el "tapeo" en terrazas de bares en lugar de cena casera, y otras costumbres han provocado la protesta, digo bien, queja y protesta de la Compañía Sevillana de Electricidad (monopolio eléctrico andaluz), que padece pérdidas en el trimestre estival a causa del bajo consumo de la ciudadanía andaluza que, dicho sea de paso, en lugar de "hacer sacrificios", se divierte y relaciona mucho más con estas costumbres tradicionales.
"La revolución doméstica", como la llaman algunos grupos ecologistas, empieza en el fuero interno de cada uno. Es el primer paso, modesto, pero inexorable si se quiere trascender más allá: los hábitos de consumo externo. Es decir, la capacidad de los movimientos ciudadanos para presionar a la Administración y a las empresas, para que estos entes modifiquen también sus hábitos de consumo a favor de la reducción de emisiones de gases nocivos. La evidencia del crecimiento sostenible no basta porque la experiencia histórica, aunque breve en este caso, nos demuestra que sólo se aplican medidas de economía sustentable cuando los daños son demasiados evidentes; y por otra parte, +hasta qué punto es sostenible una economía que se basa en el concepto de crecimiento económico? O dicho de otra forma: +cómo se puede crecer indefinidamente sin agotar los recursos? La respuesta es siempre la misma: consumir recursos de agotamiento a muy largo plazo y ¥que las generaciones futuras resuelvan sus problemas! Y así nos va.
Independientemente de que se tenga miedo o no a la energía nuclear; al margen de que se considere una central atómica como un foco de contaminación o como el recinto más rentable y limpio de generación de energía, en cualquiera de todos estos supuestos, un hecho parece claro: el uranio, el plutonio o cualquier otra materia prima necesaria para activar un reactor son en años o en siglos recursos finitos. Así que, a lo mejor, el problema energético es resultado de fórmulas económicas de beneficio a corto plazo, y no hay mejor ejemplo para este último supuesto que las centrales térmicas (de petróleo o carbón), que son las primeras fuentes emisoras de gases perjudiciales para el clima, pero las más rentables para quienes invierten en el empleo de estos materiales como combustible.
Lo peor es que, una vez puesto en marcha el mecanismo, éste se convierte en un círculo vicioso que no para nunca y que crea, a su vez, apetencia en quienes aún no lo han probado. Así, por ejemplo, los países en vías de desarrollo basan éste en el alcance de esas metas energéticas e industriales.
Y es que es más fácil que un pobre de necesidad se pliegue a materializar una aberración a que la protagonice un supermillonario por pura avaricia. Ciertamente, son los más ricos quienes obligan a los más pobres a atentar contra el sentido común: en los países arrasados por el Mitch la catástrofe ha sido aún mayor que lo que se esperaba de la fuerza de los elementos a causa, precisamente, de un uso aberrante del suelo cultivable, porque se talaron bosques en laderas para sembrar allí cafetales o plataneras que desprotegieron el terreno, causando fenómenos erosivos que se volvieron mortales al paso del huracán. Más tarde, las multinacionales del café o de la banana abandonaron a su suerte a los pequeños agricultores locales cuyas cosechas fueron arrasadas al igual que infraestructuras y, en algunos casos, hasta el suelo fértil.
La verdad es que no se puede esperar mucho ecologismo de quienes no tienen otro medio de vida que el que le dejan las leyes del comercio mundial. Por eso toca ahora a la ciudadanía consciente del Primer Mundo tomar cartas en el asunto; porque ayudar a los hermanos centroamericanos está bien, sobre todo con préstamos a fondo perdido o donaciones totalmente desinterasadas, pero está mucho mejor exigir otra clase de intereses a cambio de esas ayudas. Algo tan sencillo como decir "te doy tanto, a cambio de que hagas tal cosa con tu tierra". Poco más o menos, lo que hacía tu abuelo antes de que llegaran los gringos ricos. Estas sí son ayudas a larguísimo plazo y eso sí es agricultura sostenible, preservación de la cultura, del medio ambiente y de las sociedades ancestrales.
En un próximo artículo hablaremos de los complementos ideales a esta fórmula, sobre todo para Latinoamérica: la agricultura orgánica y el comercio justo.