Atrás dejamos un siglo, un milenio, y comenzamos otra etapa. Podemos sumar promesas y buenos propósitos, tal como sucede cuando llegan los últimos días de cada diciembre. Podemos imaginar cambios mágicos que servirán para alimentar necesarias ilusiones.
Sin embargo, el calendario no separa nada. Muchas de las «malas noticias» nos acompañarán. Y esto no supone amargar la fiesta. Simplemente es un ejercicio de realismo para que todos y cada uno actuemos en consecuencia.
La humanidad -al menos como concepto colectivo- sale maltrecha de este siglo, sacudida por los grandes desencuentros, destructivas guerras y persistentes injusticias. Ninguna de estas lacras fue superada por los avances tecnológicos, ni científicos. El bárbaro, aunque con traje impecable y limosina, sigue siendo bárbaro, en su intelecto y en los hechos que produce.
A pesar de ello, unas minorías absolutas harán una valoración diferente. Los beneficiarios del «orden» vigente nos hablarán de progreso y de futuro. Estar n hablando de lo suyo. Su mundo no es el nuestro y no quieren un mundo para todos.
Por eso nuestra referencia no pueden ser sus mensajes, cargados de hipocres¡a, de cinismo y de mentira. Por eso, sus «valores» no pueden ser nuestros valores. Nuestra bosqueda va por otros caminos. Y muchos ser n caminos nuevos que tendremos que abrir nosotros mismos, entre todos.
Lo f cil es dejarse llevar y no enfrentar la corriente. Convertirnos en peque_os e innumerables Fukuyamas que repetimos lo del «fin de la historia» y negamos toda posibilidad de cambio.
Pero esto no debe ser as¡. Como dicen los zapatistas, los enga_ados y los desesperanzados tendr n que organizarse. «Nosotros -dicen- nacimos desesperados de una opci¢n pol¡tica». Otros nacen de una condici¢n de vida, otros de un trato racial, otros del trato de una condici¢n femenina, lo que hicimos fue juntar un mont¢n de desesperanzas, organizarlas y el resultado fue… una esperanza», sentencian los zapatistas.
Es en ese tr nsito donde no debe haber exclusiones. Hay que encarar el nuevo siglo dejando atr s todo lo que separa y lo que estorba. Con voluntad de sumar, de unir, de construir, hay que pensar respuestas alternativas, que permitan superar esta crisis. Hay que abrir espacios de participaci¢n real y luchar por una mayor democracia pol¡tica, econ¢mica y cultural.
Hay tambi’n que planificar nuevos modelos de desarrollo, dar oportunidad a todos para que trabajen en lo que saben, luchar por una disminuci¢n de las desigualdades sociales. Y esa lucha es diaria, en todos los frentes de la vida. Esa lucha es nuestra, de cada uno. No podemos excusarnos ni en la «confusi¢n», ni en el des nimo.
Si nos lo proponemos, el tiempo nuevo ser lo que nosotros queramos que sea. Organicemos la esperanza. (Euro/QR/Pno/Cu-Pb/ap)
Por Carlos Iaquinandi Castro
