Eso de malhablar de una forma más o menos desenvuelta del propio gremio aparece de tarde en tarde, y podemos encontrarla con frecuencia en el cine en películas como «Hook», de Steven Spielberg, donde un abogado, interpretado por el actor Robin Williams, se libra a una serie de juegos de palabras y chistes sobre el tema de los abogados, que a mi, cuando la vi, me parecieron francamente graciosos. Estas reflexiones me vinieron a la mente el domingo pasado, cuando un muy buen amigo mío me invitó a asistir, en las instalaciones de la Biblioteca Popular P. Fidel Fita, de Arenys de Mar (Maresme) Barcelona, a la presentación del último de los libros publicados por la Fundación Pere Coromines que preside. +l mismo se encargó de llevarme, sobre todo porque ya hace bastante tiempo que preciso del auxilio de otros para deambular por estos mundos.
El libro es un clásico del siglo XVII, de autor an¢nimo, difundido en copias manuscritas desde que fue escrito hasta muy avanzado el siglo XIX, cuando finalmente fue impreso. Se ha encargado de la presente edici¢n el m s que eminente jurista e historiador Josep M Pons i Guri, que, con su habitual estilo meticuloso, reproduce con las acotaciones pertinentes en forma de notas al pi’, algunos de los ejemplares m s significativos, entre otros el que el delegado m s o menos secreto del gobierno de Francia en Catalunya, el bearn’s PSire de Marca (1594-1662), sustrajo de los fondos del jurista Jeroni Pujades (1568-1635), autor de la «Cr=nica Universal del Principat de Catalunya», y tiene por t¡tulo el de «Viatge a l’infern d’en Pere Porter» (Viaje al infierno de Pere Porter). Como que no soy, ni much¡simo menos, especialista en manuscritos del siglo XVII, ni tampoco de ningon otro siglo, confieso que en principio mi asistencia al acto se deb¡a m s al hecho de haber sido invitado por quien me hab¡a llevado all¡ que por ningon inter’s especial «a priori» por el contenido concreto del libro. Pero cuando, despu’s de los discursos del alcalde y de mi amigo, habl¢ el autor de la edici¢n sobre de qu’ modo hab¡an ido llegando a sus manos los distintos ejemplares del texto que ha usado para confeccionar esta edici¢n y, sobre todo, de qu’ trata, me toc¢ re¡r con ganas, tanto por el tema como por la forma llena de humor e ingenio con que ‘l lo explicaba, que hizo aumentar mi inter’s por el libro de forma casi vertical.
Se trata de un campesino de Tordera (Maresme), la existencia del cual est ampliamente documentada, que fue v¡ctima en 1608 de una serie de desprop¢sitos por parte de los distintos elementos que forman el entorno de eso que llaman «la justicia»: jueces, abogados, notarios, etc., a_adiendo, por la ‘poca en que ocurri¢ la tribulaci¢n del protagonista, unos cuantos elementos del clero. El recurso del autor del manuscrito (que hizo viajar a Pere Porter al infierno, acompa_ado por un curioso diablo que m s bien parece una hermanita de la caridad, a buscar de labios del propio notario causante del entuerto, que estaba all¡ sufriendo condena a causa precisamente de este hecho, la informaci¢n que precisaba para salir bien librado de las consecuencias de un funcionamiento de la justicia m s que irregular) de situar en lugar tan adecuado para no pasar fr¡o en invierno a todos los personajes que, m s en primer plano unos o m s indirectamente otros, hab¡an intervenido en el caso, me hizo pensar en las veces que, quien m s quien menos, hemos tenido ganas que alguien que nos ha hecho la pascua en alguna cuesti¢n pase una temporada m s bien infinita en lugar tan a prop¢sito para ellos, sea alguna «ex» que nos las ha hecho pasar moradas, algon abogado que no ha enredado en algon asunto poco claro, o un funcionario m s bien prevaricador que nos est escatimando algon derecho.
No resulta nada extra_o que el manuscrito sea m s o menos de la misma ‘poca en que hizo falta hacer limpieza entre los jueces, que cuando fueron sometidos a encuesta se quejaron duramente con el conocido argumento de que eso deterioraba su buen nombre y la dignidad del cargo. Sobre todo cuando el visitador encargado de realizarla, el Dr. Clavero, hizo poner un buz¢n para que todo el que tuviera algo que declarar al respecto pudiera hacerlo, que fue considerado una agresi¢n muy especial por los magistrados. Estos intentaron combatirla por todos los medios a su alcance, llegando incluso a aplicar tormento y sentenciar a muerte a un denunciante, por lo que tuvo que intervenir el mismo virrey. Fueron castigados con penas de distinto calado (separaci¢n, expulsi¢n, proceso, etc.) un m¡nimo de cuarenta y cinco de los jueces de la ‘poca, unos por prevaricaci¢n manifiesta y otros por negligencia culpable. El cap¡tulo de cortes en que los tres estamentos que las compon¡an, por unanimidad, propusieron al rey la adopci¢n de esta medida para terminar con la impunidad de los jueces se celebr¢ en 1599, cuatrocientos a_os exactos atr s, y es sorprendente el frescor que aun hoy d¡a tienen algunos tics.
+O no ?