Liberada al fin de la pesada confrontación este-oeste y, con ello, de la falsa alternativa de la planificación económica socialista, hoy en día, la denominada economía de libre mercado se está zafando, también en el mundo occidental, de las últimas ataduras impuestas en los pasados cien años por los movimientos obreros y las ideas de economistas como John Maynard Keynes. Desde su nuevo centro, Chicago, comenzó su victoriosa marcha por el mundo bajo la bandera del neoliberalismo. Su llamamiento declarada, «dejar el mercado al libre juego de las fuerzas de la competencia», se ha constituido en un concepto de bienestar que reconoce en estas fuerzas la única regulación que, elevadas al rango de fuentes de la riqueza, garantiza no solamente el bienestar social sino también, en última instancia, el bienestar individual.
No es algo nuevo decir que el concepto básico de la ideología neoliberal descansa, sobre todo, en la idea de que la libertad del hombre es debida a la protección de la propiedad y al ilimitado aprovechamiento e igualmente ilimitado intercambio de los bienes producidos. En los Bill of Rights de Norteam’rica y en la Declaraci¢n de los Derechos del Hombre de la Revoluci¢n Francesa ya estaban establecidos estos derechos fundamentales que hasta hoy pertenecen a las irrenunciables garant¡as fundamentales que otorga el Estado de Derecho. Esta es la protecci¢n asegurada por tribunales independientes de la libertad, igualdad y propiedad. Cuando el 8 de junio de 1774, el ciudadano Robespierre, armado con un ramo de flores en una mano y una antorcha en la otra, proclam¢ la Religi¢n de la Humanidad en Par¡s, ya era comon entre la opini¢n poblica creer que la naturaleza divina, a la cual en oltima instancia le debemos todo, tambi’n encierra los poderes que prometen la felicidad y el bienestar del hombre. El reino de estos poderes sin l¡mites autom ticamente garantiza esto. La meta se_alada por los economistas liberales es abolir cualquier limitaci¢n artificial del comercio y de la industria a fin de que los hombres sean libres para perseguir sus intereses individuales.
El poder de interpretaci¢n y por ello en parte tambi’n el poder pol¡tico que hasta entonces correspond¡a a los representantes de dios en la Tierra se traslad¢, en la Ilustraci¢n, a los mediadores entre la naturaleza y la sociedad. Con la misma autoridad con la que los l¡deres eclesi sticos proclamaron la voluntad de Dios y supieron imponer sus intereses, ahora los revolucionarios liberales pod¡an citar el Libro de la Naturaleza, interpretar las leyes naturales y, cuando les era posible, aprovecharlas en su favor. Tambi’n se podr¡a decir que los liberales sustituyeron a la Biblia por el Libro de la Naturaleza. Cuando antes el benevolente o encolerizado dios dirig¡a tanto la econom¡a como la sociedad, era entonces la mano invisible la fuerza din mica e impulsora que, desde atr s, arreglaba la reciprocidad de acci¢n entre oferta y demanda.
La nueva religi¢n de la humanidad, que reconoce al hombre como onico ser supremo, ha liberado sus necesidades ps¡quicas y sus cualidades de car cter de la tutela social, ignorando sus condiciones de desarrollo tanto hist¢ricas como sociales y, en consecuencia, las ha elevado al rango de formas naturales de expresi¢n y existencia que no deben ser restringidas. Esta condici¢n del hombre est libre de cualquier responsabilidad social. Perseguir sin l¡mites sus intereses personales tambi’n quiere decir perseguir a la naturaleza inconscientemente; ah¡ donde domina la ley de la selva, donde el instinto lo es todon y la reflexi¢n y la responsabilidad sociales est n canceladas. De este modo, la sociedad se convierte en una sociedad de sacrificio total, es decir, el sacrificio pierde su elemento racionalizante y la masacre social lo sustituye.
Sustituir al todopoderoso y tambi’n injusto dios creador por una no menos todopoderosa pero inhumana naturaleza significa dejar a la sociedad en manos de un – en muchos sentidos -desconocido sujeto que, como dios, est reconocido como creador de la sociedad humana pero no es responsable de los hombres ni de la sociedad. La naturaleza como sujeto no establece ninguna relaci¢n humana con la sociedad. El amor y el odio sobre los que se constituye la sociedad son objetos de investigaci¢n de las ciencias sociales, aunque para la naturaleza inconsciente, estas emociones no sean elementos de una formaci¢n reactiva. La naturaleza no piensa ni siente. No es un ente social.
Adem s, las leyes de la naturaleza, que para el liberalismo tambi’n incluyen a la econom¡a y la sociedad, est n formuladas por un inter’s dirigido hacia la sumisi¢n y la explotaci¢n. Su car cter provisional – las ciencias siempre entienden las leyes de la naturaleza como hip¢tesis -, el cual ampl¡a el conocimiento de la naturaleza, esto es, la imagen que nosotros nos hacemos de ella, indica, sobre todo, el progreso de las t’cnicas de explotaci¢n de la naturaleza misma. Francis Bacon, quien como accionista de la East Indian Company deb¡a saber esto, en su Nueva Atlantis deja que un representante de la Casa Salomon -una sociedad secreta o consorcio – explique las metas de la empresa: la Casa Salomon tiene la tarea de arrancarle a la naturaleza sus leyes para ponerlas a disposici¢n del bienestar de los ciudadanos de Nueva Atlantis. Con otras palabras, leer el Libro de la Naturaleza quiere decir ganar poder sobre ella. Quien conoce su nombre aprehende sus leyes, es decir, tiene poderes sobre la naturaleza, como nos lo ense_a el cuento de los hermanos Grimm del enanito Rumpelstilzchen. Para los revolucionarios liberales del nuevo orden econ¢mico, la naturaleza era un dios y un demonio al mismo tiempo; como una arcaica figura de culto que ten¡an que poner a su servicio.
Pero hay algo que a_adir: la meta de la aspiraci¢n humana era bajada del cielo a la tierra. Puesto que el para¡so prometido por la religi¢n todav¡a ten¡a que ser comprado por medio de sacrificios, ‘ste ya no fue colocado en el m s all , sino en la vida terrenal, como un fuego fatuo brillando en el horizonte del progreso social. S¢lo la acumulaci¢n de la riqueza social e individual, es decir, la ambici¢n de fortuna – en la vida econ¢mica la persecuci¢n imperturbable de los intereses personales – autom ticamente conduce a la tierra prometida. As¡ lo plante¢ en todos los casos la Declaraci¢n de Independencia de los Estados Unidos de Norteam’rica. Desde entonces, la ambici¢n de fortuna no fue un derecho humano sino un deber. En el pa¡s de las grandes oportunidades, hasta hoy en d¡a, juventud, fortuna y ‘xito econ¢mico son los requisitos del prestigio social.
Finalmente, la idea del progreso condujo – y para entonces ya estamos en el siglo XIX – a ese concepto de evoluci¢n que formul¢ Charles Darwin como la ley de la supervivencia de los m s aptos (survival of the fittest). Como lucha por la existencia, este principio de la evoluci¢n de las especies se convirti¢ en un lema empleado para la descripci¢n de liberales procesos econ¢micos y sociales. Con todo esto, muchas veces no se entiende que la lucha por la existencia en la naturaleza no tiene lugar entre el gato y el rat¢n sino entre el rat¢n que se traga el gato y el rat¢n que escapa, una oportunidad de sobrevivir que, en la lucha econ¢mica, no existe para los d’biles. Tampoco resulta claro que las leyes de la naturaleza, formuladas por Darwin, de hecho son una proyecci¢n de las leyes del liberalismo econ¢mico de su tiempo a la naturaleza. Lo que se busca se encuentra. De todos modos, la experiencia de que cualquier progreso es el resultado de una lucha ha influido profundamente en el pensamiento y las acciones de la sociedad. Hasta hoy, no existe ninguna doctrina econ¢mica influyente que de alguna manera no tenga sus bases en el postulado de la libre competencia como fundamento del progreso, el crecimiento y bienestar sociales. Y la onica ley que admite el neoliberalismo es la de Darwin pero formulada con un poco m s de elegancia: el lugar del survival of the fittest ha sido retomado por el laissez faire.
Una parte de las dr sticas transformaciones de nuestro tiempo ha sido la liberalizaci¢n econ¢mica y social de aquellas sociedades que por decenios estuvieron sometidas a la absoluta tutela de un partido onico y de una econom¡a de planificaci¢n burocr tica: los Estados de la antigua Uni¢n Sovi’tica y tambi’n una serie de Estados del llamado Tercer Mundo que se orientaron al modelo sovi’tico o que se desarrollaron en una sociedad caracterizada por caudillos nacionales y una dictadura de partido. Todos estos pa¡ses, en conjunto, siguen un supuesto pol¡tico econ¢mico neoliberal establecido por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional que les permite obtener cr’ditos. Esta condici¢n se atribuye a la influencia que ha tenido la escuela de Chicago en el grupo de las siete potencias industriales dirigentes. Como en la ‘poca del liberalismo, Gran Breta_a ha jugado aqu¡, otra vez, un papel protag¢nico. Bajo el nombre de Thacherismo, el neoliberalismo entr¢, como un costoso experimento, a la historia econ¢mica de Inglaterra, destruyendo las posibilidades de vida de amplios estratos sociales. A trav’s de sus principales instrumentos (el comercio mundial, los acuerdos sobre aranceles y las comunidades econ¢micas) este modelo se convirti¢ en la doctrina general de la pol¡tica econ¢mica contempor nea.
Cuando en 1962 Milton Friedman con su libro Capitalism and Freedom en cierto modo fund¢ la escuela del neoliberalismo en Chicago, el poblico casi no tom¢ nota de su intento para revitalizar el liberalismo econ¢mico radical. Un hecho que tambi’n Friedrich Hayek y algunos de sus colegas de la London School of Economics padecieron cuando combatieron al Estado benefactor, inmediatamente despu’s de la Segunda Guerra Mundial. Las dos grandes guerras, en donde tuvo lugar la lucha por la existencia a nivel econ¢mico y, en consecuencia, tambi’n a nivel nacional, no se hab¡an olvidado; as¡ como la idea del socialismo, a pesar del terror y la represi¢n en los Estados socialistas, no estaba tan arruinada como para que un contramovimiento pudiera ganar terreno. Al contrario, los movimientos para la liberaci¢n nacional en el Tercer Mundo y la cr¡tica a la guerra de Vietnam emprendida por los Estados Unidos, junto con movimientos pol¡ticos de protesta, hicieron que las ideas socialistas y sus modelos fueran todav¡a atractivas.
Finalmente, la crisis econ¢mica y la descomposici¢n del mundo socialista que se avizor¢ a fines de los setentas, en conexi¢n con la crisis econ¢mica y del Estado benefactor ocurrida en Occidente, provocaron un cambio en la pol¡tica econ¢mica mundial. Al hacerse evidente que el Estado benefactor no pod¡a financiarse m s por los caminos acostumbrados y cuando la alternativa socialista cay¢ en el descr’dito total, la recurrencia a viejas doctrinas de salvaci¢n fue notable. La crisis y el miedo a las cat strofes, que siempre han favorecido la creaci¢n de atm¢sferas religiosas, evidentemente han dejado en el olvido que todos los movimientos sociales, desde la mitad del siglo pasado, surgieron de la protesta contra el crecimiento salvaje del liberalismo econ¢mico y que la cr¡tica a la inhumanidad de este salvajismo, si bien fue insuficiente, no era injusta. Quiz el fracaso del llamado experimento socialista ha impedido entender que la econom¡a mundial, por lo menos en lo que se refiere a las metas humanas del liberalismo, tambi’n ha fracasado miserablemente. ¨Qu’ es la libertad pol¡tica sin libertad econ¢mica, sin que la mayor parte de la poblaci¢n lleve una vida humana con libertad de informaci¢n y formaci¢n?
Si la econom¡a quiere hacer alguna declaraci¢n relevante acerca de la sociedad debe entenderse a s¡ misma como una ciencia social. Bajo estas condiciones, tendr¡amos entonces que leer la historia de los movimientos pol¡ticos y sociales como la historia del fracaso del liberalismo econ¢mico radical. Precisamente, las sociedades socialistas y fascistas de este siglo no estuvieron al margen del proceso econ¢mico sino que siempre formaron parte de la econom¡a mundial. Ambas se entendieron como respuestas al liberalismo, ambas radicalizaron parte del liberalismo: en la sociedad nazi, la idea del progreso retorn¢ en eugenesia, en criaderos de raza pura, en el salvajismo del mundo de las especies, cuando la misma idea para la sociedad socialista se reduc¡a, como en las sociedades arcaicas tribales, a un simple plan de distribuci¢n. Ambas sociedades retradujeron la m xima de la competencia en un concepto de lucha: lucha de razas o lucha de clases. En lugar de retomar la Raz¢n del Siglo de las Luces para criticar al liberalismo con el fin de transformar la sociedad en una sociedad humanizada y justa para los individuos, las respuestas al liberalismo siempre se refirieron a quimeras sobre el mito del origen: aqu¡ la horda del origen germ nico, all el para¡so de la sociedad tribal del comunismo primitivo.
La Primera Guerra Mundial aument¢ la conciencia del fracaso de los Estados nacionales y del liberalismo econ¢mico entre un vasto poblico. Como reacci¢n, provoc¢ movimientos de salvaci¢n cuyas ideolog¡as basadas en mitos del origen borraron, radicalmente, en este siglo, los restos de las actitudes y el pensamiento humanista. Con la reducci¢n de la Ilustraci¢n a la racionalidad de la acumulaci¢n capitalista o socialista fue posible, a trav’s de una cr¡tica igualmente simplificada, quitarle a la Ilustraci¢n su fundamento en el humanismo universal. Lo que ha quedado ha sido el caos de sociedades en descomposici¢n en las cuales se han podido extender los organismos sobrevivientes del salvajismo econ¢mico: formaciones mafiosas que con terror y violencia han arrebatado la riqueza de las naciones.
Parece una burla de la historia que precisamante fuera Chicago – donde en los a_os veinte la mafia de Al Capone se apropi¢ de la ciudad, la polic¡a, los tribunales y todas las instituciones sociales y a donde el gobierno en Washington pens¢ enviar al ej’rcito – el lugar en donde se desarroll¢ una doctrina de salvaci¢n que tradujo la pr xis de la mafia en una teor¡a econ¢mica pseudocient¡fica y que, adem s, se vendiera al mundo con ‘xito como neoliberalismo. Por supuesto, hoy en d¡a, aunque los orfanatorios y dispensarios de Al Capone se llamen pacto de solidaridad, estos sirven para un mismo fin: a la carnicera lucha econ¢mica por la sobrevivencia le da un toque de car cter social con el objeto de influir, como un calmante, sobre la poblaci¢n asustada y apelar a una conciencia humana que desapareci¢ desde hace mucho tiempo de la realidad social.
La catastr¢fica situaci¢n econ¢mica y social, en que gracias a una econom¡a monopolizada por el Estado o monopolista liberal, se encuentran ahora la mayor parte de los hombres, ha desencadenado una angustia y letargia generales; pero no ha dejado entender que toda una ‘poca de la econom¡a mundial ha fracasado y que todos los imperativos sociales de la humanidad y de la moral que organizaban la cohesi¢n social se encuentran hoy en descomposici¢n. Todos los temas o religiones de moda, desde el posmodernismo hasta el supuesto «fin de la Historia» o la entrada a una nueva ‘poca de libertad absoluta, con los que se intenta explicar la situaci¢n actual de la sociedad, son solamente la expresi¢n de una espec¡fica condici¢n social; son los s¡ntomas de la crisis general en la que se encuentra tanto la econom¡a como la sociedad.
El hecho de que una parte importante de la econom¡a se encuentre desde hace mucho tiempo en manos de bandas internacionales no es un secreto. Los c rteles de drogas, los c rteles de armas, las bandas de los mercados informales del Este y el Oeste que ponen casi todo a la venta – desde el vulgar contrabando hasta el plutonio -, todos lavan su dinero ilegalmente ganado en el archipi’lago de los restos de la econom¡a formal que, casi completamente controlada por monopolios, ha abandonado todas las relaciones y compromisos sociales. El gobierno de los c rteles, conectado con grandes capitales no controlados, en muchos pa¡ses ha cambiado ya la econom¡a en una econom¡a de bandas y ha contribuido a una enorme barbarizaci¢n de la sociedad. Este es un fen¢meno que el Secretario General de las Naciones Unidas, Boutros Gahli, ha se_alado como el mayor peligro para la paz en el mundo, porque los c rteles, pueden transferir, en tiempos m s cortos, sus enormes capitales especulativos a cualquier destello de crisis y con ello atizar conflictos armados de grandes dimensiones. En las sociedades en descomposici¢n, a esta selva corresponde una disposici¢n y necesidad de violencia que se descarga en conflictos de religi¢n, de regiones o de naciones, o como violencia cotidiana en las pandillas de kids en los patios de las escuelas y en los barrios miserables que llaman la atenci¢n de los mass media. Tambi’n se puede decir: los marginados de la econom¡a ejecutan el neoliberalismo a su manera emulando los m’todos y valores de los grupos dominantes.
Con el abandono de la Ilustraci¢n y la reflexi¢n, el liberalismo econ¢mico radical dej¢ todos los fines humanos de la sociedad para convertirse en un apologeta de la brutal lucha de la competencia social. La batalla por la sobrevivencia en su forma m s desnuda, como lo ha vivido y elogiado Ernst J_nger con respecto a las trincheras de la Primera Guerra Mundial, se ha extendido hasta los oltimos rincones del mundo. En relaci¢n con esto, el proceso de destrucci¢n social no ha generado una reflexi¢n sobre la econom¡a, la sociedad y la historia, acerca de las perspectivas y metas de vida, sino solamente ha preparado el terreno para la emergencia de nuevos movimientos salvacionistas.
El miedo a la cat strofe y la fascinaci¢n a ella favorecen el surgimiento de movimientos fundamentalistas de salvaci¢n que, como en la ‘poca medieval, protestan contra la miseria y prometen la salida de la crisis universal. Esto conecta el frente de salvaci¢n del Islam con el nuevo fundamentalismo del Vaticano y con las numerosas sectas y movimientos de salvaci¢n guiados por guroes. En este contexto, el neoliberalismo aparece como una variante adicional en la asociaci¢n de las nuevas doctrinas de salvaci¢n, todas ellas vinculadas por un consenso comon fundamentalmente antiiluminista. El regreso a mitos eternos y la tendencia a la mistificaci¢n del mundo parecen ser caracter¡sticas de las doctrinas de salvaci¢n posmodernas. En lugar de ilustrar acerca de los fines sociales y de reflexionar en torno a sus perspectivas, se espera que potencias oscuras y m¡sticas salven al mundo: las desconocidas fuerzas del mercado regul ndose por s¡ mismas. Este es el efecto imperial del mercado neoliberal, que no deja espacio alguno a otras formas econ¢micas, a otras formas de vida, fuera de este mercado. El mercado neoliberal es el «mercado total», as¡ subrayen incansablemente sus propagandistas su fin totalitarista.
Esto es la ideolog¡a. En realidad, el neoliberalismo aprovecha m s la ayuda del Estado – a trav’s de pol¡ticas fiscales, subvenciones, etc’tera – que ninguna otra forma econ¢mica anterior.
Combatiendo al nazismo as¡ como al estado de bienestar, Hayek escribi¢, en 1944, Camino a la Servidumbre. El argumento era que «la social-democracia moderna inglesa conduce al mismo desastre que el nazismo alem n». En 1947 un grupo de simpatizantes del neoliberalismo se reuni¢ en Mont PSlerin, Suiza, y fund¢ un sociedad de amigos fraternos que, como las ¢rdenes de caballer¡a o, como dice Perry Anderson, la francmasoner¡a, persegu¡a el fin de combatir al comunismo. Entre ellos estaban: Milton Friedman, Karl Popper, Ludwig von Mieses, Walter Lippman y Salvador de Madariaga. Este grupo existe hasta hoy y se reone cada dos a_os para discutir las estrategias para implantar el neoliberalismo en todo el mundo. Se trata de un grupo de conspiradores que se ampl¡a cada a_o con nuevos miembros como el economista neoliberal Gary Becker y escritores propagandistas del neoliberalismo como Vargas Llosa.
Por Friedrich Hayek
