El encuentro con el otro, casi siempre produce una sensación de angustia. Miles de preguntas sin respuesta invaden nuestra subconciencia y se asocian las pesadillas de nuestra infancia: un bosque obscuro, un abismo profundo o simplemente la visión de un árbol truncado, nos recuerdan nuestra soledad frente al desconocido.
Cuando los españoles llegaron a este continente, hace 507 años, embrutecidos por un largo y peligroso viaje, no aguantaron esta soledad. Rompieron el hielo de la comunicación a balazos, aniquilando al otro para quedarse dentro de ellos mismos. No descubrieron nada. Giraron solamente alrededor de ellos mismos, pensando que eran Dios y la tierra, obligando a los otros a ser como ellos mismos.
Para quienes miramos América desde el fondo lejano de su historia, nuestra historia comienza 25 a 30 mil años atrás, cuando pasaron por el estrecho de Bering, -en el extremo norte del continente-, los primeros emigrantes asiáticos.
Entonces no fue el nuestro un continente vac¡o. Los pueblos americanos se encontraron en muy diversos estadios de desarrollo al llegar los europeos (1492). La mayor parte de las culturas del norte y sudam’rica, atravesaban por algunas de las diferentes etapas de la comunidad primitiva, en tanto las poblaciones de M’xico, Am’rica Central y el Occidente de Am’rica del Sur, conoc¡an ya las diferencias de clase y hab¡an desarrollado sobre la base de una agricultura avanzada brillantes centros de cultura y civilizaci¢n.
Grandes conquistas se hab¡an alcanzado en la agricultura, la hidr ulica, la construcci¢n as¡smica, por ejemplo. Aqu¡, los Incas hab¡an derrotado el hambre, en el mismo momento que en Europa mor¡an por culpa de ella centenares de miles de personas. Ver los tambos ,-especies de despensas estatales-, llenos de alimentos fue seguramente una de las mayores sorpresas que encontraron los espa_oles que llegaron a Am’rica huyendo de la miseria.
De ah¡ que para los pueblos Indoafroamericanos, no hubo tal «Descubrimiento de Am’rica, porque para 1492 ya exist¡an grandes civilizaciones y culturas avanzadas como los Mayas, Incas y Aztecas. Los buscadores de riquezas y aventuras tuvieron que enfrentarse a pueblos desarrollados.
A quienes conviene tratar la invasi¢n espa_ola de Am’rica como un cordial encuentro entre dos mundos o dos culturas, interesa tambi’n disimular el hecho de que fueron tres los mundos que hicieron contacto: Europa, Am’rica y Africa. No por gusto este olvido est en el comienzo mismo de la extensa p gina oculta de la historia oficial.
Toda aventura colonialista se sustenta en el racismo, 507 a_os de silencio sobre la resistencia ind¡gena, negra y popular de nuestro continente no han podido, sin embargo, evitar que los descendientes de aquellos primeros esclavos y oprimidos revivan sus gestas de lucha por la dignidad. En el mundo negro de Pero, -por citar un caso-, esta voz se llama «Francisco Congo», en homenaje del esclavo cimarr¢n que hac¡a 1713 lider¢ un palenque o comunidad de negros libres por su propia mano.
Esta cosa negra de las memorias, se_ala Eduardo Galeano, autor de «Memoria del Fuego»; «es uno de los aportes africanos que nosotros no sabemos que existen, porque los esclavos fueron tra¡dos aqu¡ como ganado, o como si fuera solamente brazos en los barcos negreros. «No eran solamente brazos, ten¡an su propia cultura, lenguas, maneras de amar, odiar y so_ar».
Y entre otras cosas cre¡an que cada uno de nosotros tiene dos memorias. Una memoria individual, que est condenada la muerte, como est condenada a la muerte la cara y la cabeza que usamos en el mundo, que va a ser mordida esa memoria individual por los dientes implacables del tiempo, de la pasi¢n y que terminar hecho polvo. Pero hay otra memoria invulnerable, invencible, inmortal, que es la memoria colectiva».
En el fondo, lo que Eduardo Galeano estaba haciendo, es recuperar para todos y no solo para ‘l, una memoria colectiva que nos permitiera a los habitantes de ABYA-YALA, sobrevivir m s all de nuestra propia peque_a e insignificante muerte, para que Am’rica Latina, que hoy es el centro del imperio de la codicia, pueda ser ma_ana el centro de un mundo que sea una casa de todos y no un campo de concentraci¢n. Un mundo que sea lo que quiz s el mundo quiso ser cuando todav¡a no era.
Galo Mu_oz Arce
