Las improcedentes declaraciones de la ministra de Agricultura, Loyola de Palacio, diciendo que tenía que renegociar la mala negociación de los socialistas no sólo no es de recibo ùítres años después de llegar al gobierno!ù sino que es patético reconocimiento tanto del final de las vacas gordas en Europa como de impotencia ante el escaso apoyo que tiene Aznar más allá de los Pirineos. De lo que no cabe duda, diga lo que diga Palacio, es que el expresidente González se movía con autoridad y apoyos en Europa y que Alemania aprovecha la debilidad de la representación española actual para intentar conseguir su cheque como la Thatcher consiguió el suyo.
De todas maneras, ya digo que lo que hay que hacer es resignarse y celebrar el billón de pesetas anuales que ha venido recibiendo la agricultura española hasta ahora. Porque para lo que ha servido, sobre todo, ha sido para desmantelar la estructura productiva del campo español. Digamos de entrada que los beneficiarios de las subvenciones han sido los propietarios, quienes para asegurarlas han luchado con uñas y dientes para que no se vincularan con la creación de puestos de trabajo -como quería Europa- ni tampoco con la producción -que no querían ni Europa ni España, salvo en el caso del aceite-. Así que las grandilocuentes amenazas de las organizaciones patronales del campo, que se van a destruir cien mil puestos de trabajo -+pero los hubo alguna vez?- hay que echarlos al mismo vertedero donde deben o deberían reposar las alusiones altisonantes a las raíces culturales de la patria, de las que hubo superproducción cuando Europa planteó la reducción de vides aunque lo único que de verdad se buscaba era que subiera el precio de la subvención por arrancarlas. Todo tiene un precio y especialmente las abstracciones falsas como las citadas, que además no cuestan un duro a quien las defiende a gritos.
Y quien crea que exagero que se dé una vuelta por los anchos campos de Castilla-La Mancha. Antes de ser campos subvencionados estaban sembrados de trigo y otros cereales que habían institucionalizado desde hace siglos una trama vital de relaciones laborales, sociales e incluso festivas. Hoy se siembran de girasoles sin que a nadie, ni a Europa ni a España, le interese lo más mínimo que se obtengan ni aceite ni pipas para tostar y consumir en el cine. Lo que Europa no quería eran más excedentes de cereales, de modo que ha pagado por dedicar el campo a un producto inútil sin que el subvencionado tenga que justificar haber recogido ni siquiera un puñado de pipas. Una vez al año, cuando los girasoles se han agostado, girasoles minúsculos pues, como es natural, no se gastan un duro en abono, so contrata a un tractorista dos o tres jornadas para que dé al campo un arado superficial que entierre los girasoles secos para no tener que gastar ni en semillas para el siguiente año. Esta es toda la actividad económica y laboral que genera la subvención europea.
Por lo demás, va siendo hora de que, tal como están las cosas -+no es ésta una economía de mercado y el Gobierno no dice ser liberal?-, se termine de una vez con las subvenciones. El gobierno autonómico vasco atrayendo industrias a base de dinero, el gobierno de la nación intentando regalarle a las eléctricas nada menos que la barbaridad de billón y medio de pesetas y ya está Telefónica llamando a la puerta, aunque la última y brutal subida de tarifas la justificó el Gobiemo como compensación por tener que enfrentarse a la competencia… Para que nadie tenga tentaciones de echarse al monte cuando el Gobierno acuda al Constitucional a tratar de quitar las 700, repetiré: setencientas, pesetas al mes que el gobierno autonómico andaluz ha dado a los pensionistas que nadan en una abundancia de entre 27.000 y 37.000 pesetas al mes.
Si los propietarios rurales quieren ganar dinero, cosa lógica y loable, que trabajen, cosa sana y dignificante.