Dicen que eran un millar, lo que sobre una población de seis millones es más bien poca cosa (ya se sabe que a los actos de los grupos radicales acuden siempre todos ellos), i sobre cuarenta aun menos. No me hizo la más mínima gracia verles y oírles en las noticias de los telediarios del día, pero soy consciente que la dictadura franquista tenía partidarios y que de aquellos que acudían a manifestarse de tarde en tarde a la Plaza de Oriente y similares aun quedan unos cuantos. No creo necesario aclarar que no estoy nada de acuerdo con las ideas de esa caterva, pero, si no estoy equivocado, el otro día se limitaron a desahogarse soltando en terreno abonado las cuatro memeces y tópicos de siempre, comportándose de forma bien distinta a la de los otros «fachas» que también se echaron a la calle el mismo día a la misma hora, según ellos para patentizar su repulsa al acto de los primeros, oponiéndose a su realización.
A esos otros también les vi en las noticias, y en la fotografías que de ellos ha publicado la prensa, que son un desmentido claro a la pretendida calificaci¢n de «marginados a los que hay que atender socialmente» con que ha querido solventar el desaguisado m s de un pol¡tico de los que les consideran a esos «de los suyos» en mayor o menor medida, cuando se ve¡a a las claras que s¢lo son una panda de ni_atos que juegan a revolucionarios de sal¢n, pero queman u destrozan como si fuera en serio. Tambi’n discrepo de como ha calificado los hechos algon diario, acusando al l¡der ultra de haber llevado el caos a las calles de Barcelona, porque los que hicieron lo que hicieron en la barriada de Sants no fueron los de su banda, sino los otros, m s salvajes y violentos todav¡a que los del brazo en alto, como se encargaron ellos mismos de demostrar con hechos. Por lo que se ha sabido, especialmente por el testimonio de aquellos a quienes toc¢ la china de vivirlo en directo, la juerga estaba preparada del todo, y los bestias falsamente antifascistas usaron toda clase de artilugios y t cticas de guerrilla urbana, conectados en todo momento por medio de tel’fonos m¢viles y motocicletas, precisamente para saber donde estaba la polic¡a y no coincidir con la misma en busca de impunidad para sus desmanes. La presencia de los otros ultras en el barrio fue s¢lo la excusa para hacer de las suyas sobre todo contra el mobiliario urbano, bancos, cajas, agencias inmobiliarias y ETT, de esta aut’ntica partida de la porra que empuerca el principio honorable en nombre del cual pretende actuar, de forma que yo mismo he sentido verg_enza ante la posibilidad que alguien, en tanto que antifascista del todo, pudiera confundirme con eso.
Lo de oponerse pol¡ticamente es algo que, sin llegar ni por asomo a lo que he estado comentando, no parece que, de forma m s bien generalizada, se tenga tan claro como yo creo que seria necesario, o de forma demasiado insuficiente. Cambiar’ de escenario para contar algo sobre las diversas formas de oponerse, y tomar’ como ejemplo lo que est ocurriendo ahora mismo en un pueblo de mi misma comarca. El nuevo alcalde de este pueblo, que desde las oltimas elecciones tiene la mayor¡a absoluta del ayuntamiento, ha optado por una l¡nea de transparencia en la gesti¢n de los asuntos locales y tambi’n por tener en cuenta los criterios que tienen los concejales de la oposici¢n, de forma que en m s de una ocasi¢n los temas llegan al pleno previamente debatidos con todos los dem s grupos, e incorporando criterios de quienes no forman parte del gobierno. No hace falta decir que el pueblo, con esta nueva forma de hacer pol¡tica, sale ganando. Si un concejal de un grupo de la oposici¢n tiene un criterio y, en lugar de rechazarlo de plano s¢lo por ser suyo, se le escucha de forma suficientemente atenta como para que el gobierno lo haga suyo, las cosas se hacen sin duda mejor. Por pura l¢gica este mismo concejal cuando llega el momento de votar en el pleno esta propuesta concreta, la vota de forma afirmativa. Pero esta l¢gica no parece ser compartida por todo el mundo. Se ha dado el caso de uno de los grupos de la oposici¢n que, despu’s que el gobierno hubiera incorporado el criterio de ellos a una de las resoluciones, a la hora de votarla se abstuvieron porque, segon su l¡der, ten¡a que constar que ellos eran de la oposici¢n, y por eso era necesario que votaran de modo distinto a los del gobierno.
Y se qued¢ tan ancho.

