Llegó la juerga de las elecciones, concretamente unas que nos interesan bastante por lo cercanas a nuestra vida cotidiana : las municipales. Hoy mismo ya está listo casi todo lo que se refiere a la confección de las listas. Pronto empezará el «show» de la campaña y, la noche del 13 de junio, todo se aclarará (con los lógicos disgustos y alegrías) y se habrán terminado las elucubraciones de si «por como se ha desarrollado todo lo más probable es que…», o «las encuestas dicen…», o «sumando lo que teníamos con lo que vamos a ganar, pues…», o «no os engañéis, la gente vota siglas…», etc., a las que se libran todos, sin excepciones. La capacidad de los partícipes de las distintas candidaturas para explicarse a ellos mismos, y también a quien les quiera escuchar, los motivos por los cuales es previsible su victoria, es paralela a las explicaciones que dan los líderes políticos la noche misma de las elecciones, mareando a quienes las oímos : todos han ganado. Quien obtuvo más diputados o concejales, pues por eso ; otro, porque ha perdido menos de lo que anunciaban las encuestas ; otro, porque le han votado un poco m s que la vez anterior, etc. Ninguno recuerda lo que dec¡a unas horas antes, ni confronta el resultado final con sus grandes expectativas pregonadas a bombo y platillo.
Quiz s sea porque no me lo miro bien, porque es cierto que no se puede apoyar a una candidatura y ser rigurosamente objetivo, pero los oltimos d¡as me ha parecido que esta vez era «especial» ; que hab¡a mucho «movimiento» ; que concretamente en Matar¢ (por poner un ejemplo, no para limitar el mbito de mi comentario) se apostaba m s fuerte que otras veces. Nos espera, si eso es as¡, una temporada de rayos y truenos. Ya han empezado las inauguraciones de cosas (lo que lleva a muchos ciudadanos a pensar que quiz s las campa_as deber¡an durar cuatro a_os), las publicaciones pagadas con dinero de todos destinadas a destacar las realizaciones de quienes han gobernado durante el per¡odo que ahora termina, u otras cosas m s o menos similares, m s todos los «etc’tera» de peque_as y medianas «corruptelas» (como usar el edificio y los medios del consistorio para la bosqueda, cita y entrevista de candidatas para la lista del partido que gobierna, etc.).
Tambi’n es hora para las difamaciones (su uso es inversamente proporcional a la capacidad del usuario para formular propuestas positivas), de la difusi¢n de datos reales o falsos sobre los adversarios m s conspicuos, tipo «fulano est loco…», «a zutano le embargaron hace unos a_os…», «mengano quiere ir al ayuntamiento para…(aqu¡ se pone lo que sea m s escandaloso para el oyente)», etc., que se hacen reptar cual serpientes venenosas hacia los o¡dos de quienes los quieren escuchar. Para eso no hacen falta pruebas, muy al contrario de cuando alguien les acusa a ellos de algo y, en perfecta aplicaci¢n de la ley del embudo, lo primero que le exigen son «pruebas fehacientes». Es el «todo vale». Ya s’ que no hay que generalizar, por mucho que haya quien est’ interesado en hacer creer que esas cosas son connaturales con la pol¡tica, y tilde de ingenuidad al denunciante ; pero, quien m s quien menos, mucha gente conoce este tipo de hechos.
Tambi’n son dignas de menci¢n las definiciones del propio perfil que hacen de s¡ mismos algunos candidatos, que oltimamente hemos podido leer u o¡r, alguna tan curiosa como la de uno que dice que ‘l se dedica a la pol¡tica por ego¡smo, porque en su casa se aburr¡a. Si se paga un asesor de imagen, tiene que reclamar que le devuelvan el dinero. Si en su casa se aburre, con la cantidad de actividades que se pueden desarrollar all¡ (desde conversar con su mujer hasta leer un libro, pasando por una seria casi infinita de otras cosas), debe ser porque ese tipo de ocupaciones no merecen su inter’s, o, por lo menos, que la imaginaci¢n no es una de sus caracter¡sticas. Como lo demuestra que se lo crea de verdad, que esa faceta suya le haga adecuado para dinamizar un ayuntamiento.
Jordi Portell