Desde que iniciamos nuestra colaboración con informativos.net no nos hemos cansado de repetir que el "industrialismo" es una auténtica doctrina y que nos parece que la extensión a la producción agropecuaria de esta ideología económico-cultural es muy perniciosa para la calidad de los alimentos, para la salud humana o para el medio ambiente.
Desde nuestro punto de vista, la fe industrialista se basa en la proyección de la idea de progreso sobre la introducción de procesos tecnológicos lo más sofisticados posible en la producción en serie de toda clase de bienes y servicios, con el fin de abaratar costes mercantiles, acelerar el tiempo de manufactura y homogeneizar resultados y precios.
Desde el inicio de la revolución industrial, allá por el siglo XVIII, el industrialismo parece el proceso más lógico para producir herramientas, vehículos, sustancias químicas de uso industrial, minerales manufacturados y otros elementos básicos de lo que convencional y popularmente se entiende por industria.
Producir alimentos como si fueran tornillos
Pero +hasta qué punto estos procesos y esta fe son extensibles a todos y cada uno de los bienes y servicios que la sociedad precisa? +Es compatible la naturaleza de vegetales y animales o la producción de alimentos con esta fe ciega en el industrialismo?
Evidentemente parece que no. Ni el suelo cultivable ni los animales son máquinas a quienes se les pueda exigir rendimientos precisos, homogéneos y constantes, en paulatino crecimiento (o al menos no debería ser así) pero la fe industrialista se convierte en una simple devoción, incardinada como está en una superestructura mucho mayor y globalizante cual es la economía de mercado.
Es decir, si una persona quiere ser (o seguir siendo) agricultor o ganadero en esta sociedad no tiene más remedio que aceptar las reglas del juego del mercado global y homogeneizante, y por añadidura aplicar los preceptos del industrialismo tanto si cree como si no cree en el mismo (siendo esto último lo más probable, si el campesino en cuestión procede de una tradición cultural rural, armoniosa con el medio circundante).
El industrialismo es sinónimo de artificialidad, de desnaturalización. Cada fruta cada verdura, por naturaleza, tienen unas características diferentes de la de al lado, pero el mercado exige que sean iguales. Cada fruta, cada verdura maduran según un ciclo natural, impreso en su código genético desde hace millones de años, pero que de unos pocos años a esta parte ha de modificarse en virtud de "ser el primero en el mercado".
Y para cumplir con esa primicia entran en el juego fertilizantes químicos, pesticidas sintéticos, hormonas vegetales y otros venenos industriales e industrialistas que al agricultor le resultan imprescindibles si no quiere morir de hambre produciendo alimentos (a no ser que recurra a la todavía poco conocida producción ecológica).
+Alimentos industriales=Venenos en pequeñas dosis?
Otro tanto ocurre con el ganado que ha de estar gordo en menos tiempo y con menos coste, ocupando el mínimo espacio posible y teniendo el aspecto más homogéneo entre individuos. Y eso ocurre en Bélgica, en España, en Estados Unidos, en Japón, en Sudáfrica, en Australia y en cualquier lugar del mundo donde se apliquen procesos industriales a la agricultura y a la ganadería.
Como decía Charles Dickens en su "Oliver Twist", cuando el jefe de la banda de carteristas enseña el arte sustracción a los golfillos de Londres: "robar no es quitar la bolsa, robar es cuando te pillan quitándola", y por eso podríamos decir que envenenar el ganado no es que la carne que comemos lleve antibióticos, dioxinas u hormonas, sino que los intereses cruzados de terceros detecten y publiquen el hallazgo.
La proximidad de un proceso electoral en Bélgica, el debate sobre la versión agraria de la Agenda 2000 en el Parlamento Europeo este mes y la repercusión del precio del pollo en los IPC nacionales y comunitario (sobre todo en los meses de verano) son a bote pronto los principales factores "interesados" que se nos ocurren (seguro que hay muchos más) para sacar a la luz el envenenamiento de ganado belga, precisamente ahora y no antes o después de estas fechas.
La sospecha de aves intoxicadas con dioxinas circuló por Bélgica a principios de este año por denuncias de "grupitos" ecologistas como les llamó entonces el hoy dimitido ministro de Agricultura belga, Kael Pintxten.
También dimitió esta semana el ministro de Sanidad belga, Marcel Colla, "por no haber atajado este problema a tiempo", y ello nos apena, no por el señor Colla, sino por lo patético que resulta que se emplee a un cabeza de turco para remendar un problema generalizado, el del envenenamiento sistemático de alimentos que aqueja a todo el mundo industrializado.
Los ministros de Sanidad del resto de la Unión Europea recuerdan a sus ciudadanos que "aunque las dioxinas son cancerígenas sólo provoca efectos nocivos sobre la salud su ingestión masiva o continuada durante largo tiempo".
Los hipócritas ministros de Sanidad olvidan deliberadamente que otras sustancias y aditivos legales tampoco son dañinos en pequeñas dosis o cuando su ingestión se produce aisladamente, y que sólo el consumo prolongado o en grandes cantidades provoca enfermedades.
Los ministros de Agricultura les van a la zaga y tampoco explican que la inmensa mayoría de alimentos industriales contienen estas sustancias autorizadas (conservantes, colorantes, aromatizantes, y otros aditivos con el dichoso E-no sé cuánto).
En esta página hemos ido desvelando en semanas anteriores algunas de estas "guarrerías con todas las de la ley" o fuera de ella, que no obstante, no han llegado a saltar a los telediarios ni a las portadas de los medios de comunicación convencionales. Seguramente porque ninguna de estas repugnacias era rentable para grupo político o de presión o porque la competencia del sector, no estaba en condiciones de tirar la primera piedra.
Como dijimos aquí hace algunos meses la agricultura ecológica y el comercio justo son utopías razonables, por cuanto representan una alternativa a la fe industrialista y a la producción de alimentos desnaturalizados, y por ello es muy probable que algún día lleguen a implantarse aunque si tardan todavía unos cuantos decenios ni ustedes ni nosotros llegaremos a verlo, y ello debido fundamentalmente al ritmo de envenenamiento al que nos somete nuestra dieta diaria.