Podría decir que he visto de todo, desde las fórmulas más clásicas de los partidos tradicionales de todos los colores, pasando por proyectos regeneracionistas capaces de generar ilusión con recuperado idealismo, hasta cosas realmente abyectas que había creído que no podían ocurrir a estas alturas de la democracia, cuando se está celebrando el vigésimo aniversario de los primeros ayuntamientos de este talante desde los del año 36, y que lo he visto en ciudades medianas de más de una comarca y en pueblos pequeños de más de un tamaño.
Así, por ejemplo, he visto una ciudad de cierta entidad llena de unos carteles casi omnipresentes, con la cara de quien ha sido su alcalde todos estos años, donde había ciertas dificultades en apreciar las siglas de su partido, de tamaño muy pequeño, visualizando la idea de que le votan a él y no al partido. Lo realmente curioso fue hablar, por separado, con dos de sus conciudadanos, dos profesionales dotados ambos de la virtud de la ponderación, de dos colores pol¡ticos distintos, que coincid¡an empero en lo substancial. En su ciudad, que hab¡a estado desde siempre en manos de unos conspicuos caciques, que ya lo eran incluso antes del franquismo, las elecciones del a_o 1979 representaron un aut’ntico cambio y una genuina renovaci¢n municipal; pero de eso hac¡a ya demasiados a_os, y sus sucesores hab¡an perdido el empuje y la capacidad para generar ilusi¢n. Ahora deseaban un cambio tanto el uno, m s o menos pr¢ximo ideol¢gicamente al partido del alcalde, como el otro, m s cercano a la oposici¢n.
Eso de los relevos efectivos de las primeras elecciones en las ciudades grandes y medianas, incluso en los pueblos de una cierta entidad, me ha ayudado a ver que, por contra, en muchos pueblos peque_os se hab¡a producido un relevo de forma, pero no de fondo. Alguien de un partido importante me comentaba hace unos d¡as que ‘l hab¡a sido concejal veinticuatro a_os en el ayuntamiento «de antes», como dec¡a ‘l, hasta que al llegar la democracia se hab¡a afiliado al partido mencionado. Se me encendi¢ la bombilla y procur’ tener una idea sobre cuantos hab¡a aun como ese en los pueblos peque_os. Realic’ unas cuantas llamadas y el resultado ha sido conocer que no era s¢lo una cuesti¢n de cuantos hab¡a como ese en los pueblos peque_os, sino si el poder real, el de quienes lo hab¡an tenido desde siempre, hab¡a seguido operativo, bien directamente o a trav’s de los te¢ricos nuevos gestores. El resultado ha sido ilustrativo, aunque decepcionante. En casi todos los pueblos de menos de cinco mil habitantes el poder real sigue sin haber cambiado de manos, por muchas pantallas que se hayan utilizado en bastantes casos. Eso explica el por qu’ de las continuas denuncias de ilegalidad y h bitos nocivos para la democracia en esos lugares (especialmente en per¡odo electoral, cuando se ponen en tensi¢n los mecanismos que podr¡an alterar la situaci¢n), algunos dignos de aut’nticas ratas de cloaca, como, por ejemplo, mont rselo para que un sacerdote acuda al lugar de trabajo de una se_ora, candidata en una lista opuesta a la de los caciques, para ofenderla de forma soez, contando con que, tanto si se es creyente como si no, esa figura sacerdotal genera una especie de respeto reverencial que no permite responderle, y menos en plena campa_a electoral, con la contundencia que se le aplicar¡a a otra persona, y una larga lista de etc’tera.
He podido saber que este tipo de cosas se ha venido usando desde hace veinte a_os, es decir, desde que dejaron de tener a su disposici¢n determinadas fuerzas de represi¢n pol¡tico-social. Tambi’n que mucha gente est ya harta del papel de sobdito de los caciques y que, esta vez, apoya como nunca las candidaturas alternativas, con una fuerza y una ilusi¢n como pocas veces se ha visto. Todo permite aventurar que el t¡pico trabajo sucio de las ratas mencionadas no acabar de cuajar. Se avecinan cambios. Esta vez de verdad.