Seguro que, quién más quién menos, la hemos usado alguna vez. Si por ejemplo, por decir algo, uno ha cometido alguna incorrección de relativa entidad con alguien íntimamente próximo a nosotros, le damos un tratamiento de transparencia, hacemos como que no le vemos, miramos a través de él como si no estuviera allí (aunque se nos plante en las mismísimas narices), para evitar, alternativamente, tragarnos el sapo de hacer como si nada hubiera ocurrido o tenérnoslas tiesas con el sujeto, a riesgo de que, si alguien lo ve, sólo nos vea a nosotros como responsables del follón.
Las hay colectivas ; son las que algunos entes colectivos dedican a quienes, sólo por poner algunos ejemplos, han cometido la indelicadeza de poner por escrito alguna crítica a su institución, o han decidido no obedecer las órdenes que alguien les ha dado indebidamente (siempre son indebidas la que no se tiene la fuerza necesaria para obtener su cumplimiento, significa que tenía que haberse pedido por favor, en lugar de ordenarlo), o insistido en tomar la palabra en una reuni¢n de algon ¢rgano de la instituci¢n, por ejemplo (de veras que s¢lo es por poner un ejemplo, no para se_alar) un consejo escolar, si son miembros del mismo, o no haberse sometido a una de aquellas cl sicas reuniones colectivas donde se consigue que la mayor¡a decida «que no es cierto» lo que cualquiera puede ver con sus propios ojos a poco que se fije (nunca importa que sea cierto, s¢lo importa que una mayor¡a, m s o menos temerosa por los efectos secundarios para terceras personas de su entorno inmediato que pudiera tener una actitud hostil, vote democr ticamente que no lo es), o haber desatendido los consejos amistosos de los que nos recomendaban total sumisi¢n si quer¡amos conservar el trabajo, etc.
En un primer momento, la pizca de sentido comon que aon te queda, te hace pensar en la innecesidad de dejarse llevar por la paranoia o ver fantasmas. Pero luego, cuando les ves que, todos menos uno, cruzan la calle siete u ocho metros delante de ti cada vez que les encuentras por la misma acera o, s¢lo por poner otro ejemplo, te arrean en las narices con una especie de satisfacci¢n morbosa (s¢lo hay que ver la cara de sadismo que ponen al hacerlo) la reja de entrada al patio de la instituci¢n en la que m s o menos trabajan, un par de minutos antes de las nueve de la ma_ana, empiezas a relacionarlo con que la semana anterior preguntaste, usando un medio poblico, «si las nueve de la ma_ana y las tres de la tarde era la hora de abrir la puerta o la de empezar las actividades» ; dadas las circunstancias del ente que uso como ejemplo (insisto en que no se_alo a nadie concreto ; la gente del ente que podr¡a inferirse, como todo el mundo sabe, nunca har¡a ese tipo de cosas) si, siguiendo con lo mismo, no abre la reja de acceso al patio hasta las nueve en punto de la ma_ana, sus actividades no podr n iniciarse por lo menos hasta las nueve y diez, acortando sensiblemente, si encima tambi’n lo hacen a las tres de la tarde, el m s bien escaso tiempo de actividad efectiva de la instituci¢n.
Cuando un buen d¡a te da por escribir algo m s, y alguien te visita para hablar sobre ello, descubres que no eran fantasmas, que eso tambi’n se lo hacen o se lo han hecho a otra gente, a algunos por per¡odos cortos (como alguien a quien se lo hicieron durante un mes), u otros a quienes se lo aplican de forma permanente. Entonces se experimenta una especie de morbo, pariente de alguna forma de aquello de mal de muchos consuelo de tontos, que nos alivia el nimo por el hecho de no ser los onicos : significa que aon no hemos empezado a cazar moscas, y que, en definitiva, s¢lo es un s¡ntoma de que hemos puesto el dedo en la llaga.
Pobres. No saben que, una vez constatado este extremo, es un t¡tulo de honor, mejor que cualquiera nobiliario, ser sometido a transparencia por gente de su especie. ¨Pod’is imaginar lo que sufren al no conseguir que pasemos por el aro, y, encima, tener que soportar que no nos parta un rayo ?
Jordi Portell