Muchos son los grupos de niños extranjeros que, víctimas siempre inocentes de algún que otro conflicto o de alguna que otra fatal adversidad, llegan cada verano a ciudades y pueblos españoles demandados por familias generalmente tan solidarias como humildes. Este ha sido el caso de los niños bosnios que venían huyendo de la guerra o lo es, aún, el de los niños bielorrusos que vienen buscando la salud que macabramente les han robado las furtivas e invisibles radiaciones de Chernobil. Pero a diferencia de estos niños bosnios, bielorrusos o, en este momento, los albano-kosovares, los saharauis no sólo carecen de la paz, la estabilidad y/o la identidad a la que todo pueblo legítimamente aspira, no sólo carecen de una alimentación, una sanidad y una educación mínimamente dignas, sino que por carecer, carecen hasta de un suelo propio, de una patria en la que soportar sus innumerables desdichas o en la que poder ser enterrados.
Los niños saharauis nunca han pisado el territorio de la proclamada Repoblica -rabe Saharaui Democr tica, como tampoco lo han hecho muchos de sus hermanos mayores. Mientras algunos s¢lo conocen lo que Marruecos establece como solar de su propiedad, otros ni tan siquiera eso. Y sin embargo, es curiosa la profunda conciencia nacional y patri¢tica que tienen peque_os que apenas alcanzan los once a_os. Cuando uno entabla conversaci¢n con algunos de estos ni_os exilados desde antes de nacer y trata de indagar en sus precoces mentes su particular visi¢n del conflicto en que su pueblo est envuelto, un resorte autom tico de autodefensa bien aprendido (o qui’n sabe si innato) se dispara en forma de lac¢nica aseveraci¢n. Con toda naturalidad, y como si de una m xima incuestionable se tratase, estos ni_os obsesionados con la fortaleza f¡sica y entre cuyos hermanos mayores siempre dicen tener uno polic¡a (es decir, enrolado en las filas del Frente POLISARIO), coinciden en expresar los que parecen ser los dos postulados de su credo pol¡tico: «moros malos» y «Espa_a loca».
Es tan comprensible como razonable. Hace ya casi veinticinco a_os que el gobierno del agonizante dictador Franco abandonaba, en contra del mandato de descolonizaci¢n de las Naciones Unidas, la provincia del Sahara entreg ndola vergonzosamente a Marruecos y a Mauritania que se la repartieron como si de un bot¡n se tratase. Los ominosos Acuerdos Tripartitos de Madrid constituyeron el principio del inacabado calvario del pueblo saharaui, de la guerra y del exilio, realidad agravada por la posterior exclusiva hegemon¡a marroqu¡ sobre su tierra patria. Desde entonces, de nada ha servido el reconocimiento internacional de la RASD por parte de algunos Estados fundamentalmente africanos y de la misma OUA. El feroz nacionalismo expansionista de Hasan II, comparable tanto por sus m’todos como por sus resultados al de Milosevic, no parece contemplar la posibilidad de abandonar un territorio que, aparte de su riqueza minera, tiene en sus bancos de pesca una de las mayores fuentes de ingresos de la econom¡a marroqu¡.
L¢gicamente la presi¢n internacional para la retirada de Marruecos del Sahara Occidental no es significativa, y menos aon en este nuevo orden mundial monohegem¢nico. +A qui’n parece importar el tr gico destino de medio mill¢n de fam’licos y harapientos habitantes de un desierto casi inhabitable? ¨Qui’n se atrever¡a a acusar ante un tribunal internacional al monarca alau¡ por los m’todos utilizados contra el pueblo saharaui cuando es un socio privilegiado de Estados Unidos y de la OTAN como modelo de moderaci¢n del Estado isl mico y pro-occidental? Y sin embargo, las violaciones de derechos humanos continoan a los ojos de la impasible comunidad internacional. Ese desinter’s generalizado por el problema saharaui es, precisamente, el que permite al r’gimen autocr tico de Rabat burlarse sistem ticamente de los acuerdos alcanzados con el Frente POLISARIO y la ONU para facilitar la apertura de un proceso de autodeterminaci¢n para la antigua colonia espa_ola. En el caso de Espa_a esa despreocupaci¢n es aon m s imperdonable por la deuda moral que existe con el pueblo saharaui desde la claudicaci¢n que se deriv¢ de la Marcha Verde, deuda a la que el mismo Felipe Gonz lez dio forma de promesa cuyo cumplimiento se postergaba hasta la formaci¢n de un gobierno socialista y que, al final, claro, qued¢ en papel mojado.
Hoy, en los campos de refugiados de Argelia se hacinan en jaimas y en condiciones deplorables m s de 200.000 personas. La mayor¡a huyeron al desierto perseguidos por el ej’rcito marroqu¡. Otros han nacido en el exilio. Es el caso de 25.000 ni_os. Muchos de esos ni_os hoy pasan algunos d¡as en Espa_a con la ilusi¢n de abandonar pronto un «Sahara chico» (los campos de Tinduf o Smara) para trasladarse con sus familias a un «Sahara grande» (el territorio actualmente ocupado por Marruecos) que imaginan como un aut’ntico ed’n. Aparte de hambre y enfermedades, esa esperanza es lo onico que poseen, y quiz por que aon son ni_os sue_an con esa tierra prometida, una tierra de playas y abundancias.
Y mientras sue_an, su cruel realidad no acaba de dar el giro so_ado. El Plan de Paz (Plan de Arreglo) aprobado por la ONU en 1991 les ha tra¡do, de momento, el alto el fuego pero no el pan ni la tierra. Como si el hambre y el desarraigo no tuvieran su lugar en la categor¡a de los instrumentos b’licos m s devastadores. La Misi¢n de las Naciones Unidas para el Refer’ndum del Sahara Occidental (MINURSO) continua supervisando el cese de hostilidades entre el ej’rcito de Hasan II y el Frente POLISARIO, pero la autodeterminaci¢n del pueblo saharaui se pospone sistem ticamente como la victoria de S¡sifo entre negociaciones para confeccionar un censo electoral inacabable con la inclusi¢n de tribus con nombres de asteroide del Principito (H41, H,61, J51/52). Unas negociaciones que tan pronto ilusionan con un final como lo posponen sine die. ¨Ser n el Plan Baker y los Acuerdos de Houston los definitivos o, como parece, s¢lo son la introducci¢n del pr¢logo en el intento marroqu¡ de llevar a buen t’rmino la t ctica de imponerse en un territorio robado por el aburrimiento o el olvido? Posiblemente ni el se_or Kofi Annan lo tenga muy claro tras la ronda de conversaciones de este pasado invierno, +o quiz s¡?
Pero, +y entonces? ¨Hasta cu ndo pueden permitir los salvadores del mundo, los adalides de los derechos humanos que ni_os como Hafed, Mohamed, Luc¡a, Handi … vivan en las condiciones que viven, en esa paz ficticia de algunos veranos ex¢ticos y de los convoyes de alimentos de un pa¡s, de una comunidad internacional que un d¡a los abandon¢ a su suerte?