Cuando la mañana del mismo martes leí, como cada día, las secciones dedicadas a los programas de cine que pondrían en pantalla el mismo día las distintas cadenas de televisión, tanto la del diario «EL PUNT» como la de «EL PA-S», donde además de unos breves resúmenes sobre el contenido de los filmes también se expresan las opiniones de los críticos de turno sobre sus valores de todo tipo, me llevé la sorpresa de que mientras el de «EL PUNT» le daba las máximas calificaciones, criterio éste en el que coincido, el del otro diario la dejaba ni más ni menos que a la altura del betún. Pero lo que me dejó petrificado no fue la discrepancia, que en este sentido no habría nada de objetar – cada cual es dueño y señor de sus propios gustos -, sino la forma en que este último describía el objeto de su crítica, donde como mínimo se olía, por lo menos según mi criterio particular, un exceso de sectarismo.
Porque en una probable exhibición de pensamiento remilgado políticamente correcto tildaba la pel¡cula de racista. En un primer momento incluso pens’ que el cr¡tico en cuesti¢n se expresaba «de o¡das», o incluso que a lo mejor hab¡a visto el film mientras estaba pensando en alguna otra cosa muy absorbente que no le hab¡a dejado captar su contenido real. Este fen¢meno no es tan extra_o, y la malhadada pel¡cula parece haber cosechado m s de uno de esos lapsus. La misma noche del pase, inmediatamente antes de la proyecci¢n, el cr¡tico de la misma cadena de televisi¢n, que no ahorr¢ tampoco toda clase de elogios al film, repiti¢ por lo menos dos veces la inexactitud que los personajes protagonistas se hab¡an conocido estudiando en Oxford (Inglaterra), cuando los primeros veinte minutos de la pel¡cula, donde se refleja esta relaci¢n de amistad, transcurren en la universidad de Harvard, (Connecticut); si bien en los t¡tulos de cr’dito se agradece la colaboraci¢n de la universidad de Oxford, quiz s por haberse filmado en ella algunas escenas que en la trama del film constaban como Harvard, lo que nos llevar¡a a la conclusi¢n de que este oltimo cr¡tico hab¡a prestado m s atenci¢n a los t¡tulos de cr’dito que a la pel¡cula misma.
Pero m s tarde pens’ que al cr¡tico de «EL PA-S» tampoco se le hubiera ocurrido aplicarle un calificativo tan duro como inmerecido sin haberla visto. Creo que muchos de los que la conozcan estar n de acuerdo en que los inmigrantes centroeuropeos son los buenos de la pel¡cula – valga por una vez la relativa redundancia – y que no se les menosprecia en absoluto. Lo que ocurre es que existe una corriente en la l¡nea mencionada m s arriba tan absolutamente acr¡tica hacia los grupos objeto de sus simpat¡as, que demasiadas veces cruza la frontera de la ridiculez. Quien m s quien menos ha visto alguna vez todas aquellas esculturas, pinturas y carteles de la escuela denominada «realismo socialista» donde aparec¡an siempre unos trabajadores altos, fuertes, musculosos y sanos, dotados cada uno de ellos de unos firmes semblantes donde se reflejaba la determinaci¢n del «no pasar n», sobre los que es preciso realizar no menos de dos comentarios. El primero, f¡sico, que el los tajos y f bricas normales los que podemos encontrar all¡ son m s bien corrientes, como todo el mundo, bastante alejados de aquellos idealizados prototipos que, precisamente por este mismo motivo, hay que descalificar radicalmente como tales. El segundo, moral, que como personas humanas que son no est n dotados de virtudes espec¡ficas de ninguna clase por el hecho de serlo, m s de las que pueda tener el resto de la gente aunque no formen parte de una clase tan excelsa, como pretend¡a retratarla toda esta propaganda, de la misma escuela que esto de ahora.
Que en la pel¡cula en cuesti¢n los inmigrantes recientes en los USA de finales del siglo XIX aparezcan viviendo hacinados, en unas condiciones de higiene m s bien relativas; que tambi’n salga que si tienen m s hambre de la cuenta y ven un ternero de los muchos que pastaban sueltos por las praderas de Wyoming dan cuenta del mismo, y que los ganaderos se enfadan mucho cuando lo hacen, m s aun teniendo en cuenta que se trata de campesinos a los que el gobierno ha vendido las tierras comunales que los ganaderos de su uso particular, no es ningon insulto, como tampoco es muestra de racismo alguno que no aparezcan retratados como si todos ellos fueran doctores en ‘tica, por decirlo de alguna forma. Quiz s har¡a falta explicar a los melifluos ex’getas de los m s desfavorecidos de la sociedad, entre otros los muchos inmigrantes de todas las razas y procedencias, sean del sexo que sean, que si de verdad quieren demostrar que les quieren fraternalmente tienen que empezar por aceptarles como realmente son y no haciendo de ellos esta especie de remedos falsificados como esa caterva de nuevos censores tiene con frecuencia la mala costumbre de crear.
No hace falta que sean perfectos para tener derechos ni los pobres, ni las mujeres, ni los inmigrantes. S¢lo como los dem s.

