No importa si lo que el otro ha estado haciendo en el corto lapso concedido ha sido debatir sistemáticamente, punto por punto, la base misma de lo que estaba expresando. El personaje en cuestión no se toma nunca la molestia de rebatir los argumentos de tal crítica, en defensa legítima de su propia posición. Continua disertando a partir del mismo lugar donde estaba cuando antes se ha callado. +ste es el momento en que el interlocutor se apercibe que en realidad ni siquiera le ha escuchado, y que el rato que ha estado hablando para exponer sus argumentos – con todo probabilidad directamente derivados de las opiniones y asertos que el primero ha ido soltando mientras hablaba antes -, el otro solamente ha estado contando paciente los segundos, minutos si se está de suerte, que faltaban para poder continuar su discurso, transmitiendo «urbi et orbe» la verdad que estaba predicando, sin que, gracias a haber dejado hablar también al otro, nadie le pueda acusar ahora de ser poco dado al diálogo. Son aquellos que dejan hablar, en el sentido que toleran que los dem s tambi’n hablen. Si aplicamos el esquema, por ejemplo, al tema de la religi¢n – como prototipo de esquema ideol¢gico donde el creyente no «opina» sino que «est en posesi¢n del conocimiento» -, son de los que, liberales ellos, «admiten» que «tambi’n» se puede ser buena persona sin ser creyente; los que nos toleran que no vayamos a misa sin que nos pase nada en absoluto. Pero siempre como una concesi¢n graciosa por su parte, nunca como una convicci¢n, porque sus neuronas, programadas por y para el dogma, simplemente no se lo permiten.
No nos tiene que extra_ar pues que la mayor¡a de los «peperos», en tanto que conspicuos espec¡menes de la derechona espa_ola m s montaraz y retr¢grada, vuelvan de tarde en tarde a recordarnos qu’ y qui’n son, «reverdeciendo sagrados laureles». Las declaraciones recientes de algunos de sus m ximos notables, de aquellos que desempe_an tareas de gobierno – aunque luego las hayan querido matizar para ver de quitarles hierro -, de forma especial aquellas que en boca de uno de los consellers de la Generalitat de Catalunya m s relevantes parec¡an pronunciadas en 1975, son en este sentido l¢gicas del todo. Se lo puede ir pintando al ¢leo quien aun quiera creerse que, a la corta o a la larga, acabar imponi’ndose tambi’n entre esta gente el pensamiento pol¡tico liberal de respeto por la totalidad de los derechos humanos de todo g’nero, s¢lo por la mera existencia del marco constitucional mismo. Ellos no creen, ni poco ni mucho, que conceptos democr ticos b sicos como la libertad de expresi¢n, la de opini¢n y su difusi¢n, la de asociaci¢n y reuni¢n, y cualesquiera otras opciones personales como la religi¢n, el divorcio, la elecci¢n de opci¢n sexual, la contracepci¢n, sean derechos ciudadanos fundamentales que ni siquiera dependen de mayor¡as ni minor¡as, sino males menores que los malos utilizan para «propagar el error» y que es preciso que ellos toleren en los dem s s¢lo para que no les llamen «fachas». «Como no vamos a ser de centro si ni siquiera mandamos a nadie a la c rcel por ser rojo», razonan. Pero eso s¡, todo tiene un l¡mite. Como dec¡a hace a_os uno de sus l¡deres hist¢ricos «Antes roja que rota». Porque como no creen en toda esa pamema de los derechos, ni de los individuales ni de los colectivos, y est n del todo convencidos que tendr¡amos que darles las gracias por permitirnos hacer eso y aquello sin quedar fuera de la ley, a la que cuando ellos generosamente nos dan la mano y nosotros nos tomamos el brazo entero, no les dejamos otro remedio que – pobrecitos ellos, encima de la paciencia que han derrochado con nosotros todos estos a_os y obligados por nuestros disolventes excesos a ponerse serios de una vez -, amenazarnos, esgrimiendo la Constituci¢n como un arma arrojadiza, con sacar los tanques a la calle. Exactamente igual que siempre.
Vamos a poner en todo esto unas gotas de buen humor. Os sugiero acudir al v¡deo club que os quede m s cerca de casa y solicitar, si la tienen, una pel¡cula protagonizada por Lawrence Olivier y Gregory Peck, basada en una novela de Ira Levin, que se llama «Los ni_os del Brasil», donde el tenebroso nazi doctor Mengele (Peck) ha conseguido clonar a su ¡dolo Adolf Hitler y repartir copias del mismo por toda una serie de pa¡ses para ver de organizar el Cuarto Reich. Prestad atenci¢n a la cara del adolescente que representa el papel de los aspirantes a dictador nazi-fascista clonados. Observar’is que es la viva imagen de un personaje de total actualidad en Espa_a, aunque, por la edad que tiene en la pel¡cula, sale sin el aderezo del bigote.
Aleccionados por el t’trico semblante del asesino general Pinochet con gafas oscuras en aquella famosa foto con sus c¢mplices detr s, +qui’n duda aun de que una imagen vale m s que cien palabras? :o)
