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Medio Ambiente y Renovables

DIVIDIR Y PROSPERAR

escrito por Jose Escribano 27 de enero de 2000
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Ya que el 99.99 por ciento de todas las especies que han vivido actualmente están extintas, es absurdo argumentar que cualquiera de las especies haya encontrado la última fórmula exitosa en la lucha por la sobrevivencia. Ninguna especie puede vivir para siempre en un planeta que experimenta intermitentes catástrofes ambientales. Lo mejor que se puede esperar es una breve aparición en el escenario de la evolución antes de partir para la nada fosilizada.

Pero ser longevo no es el único criterio del éxito biológico. Un método ecológico calcula el peso total de todo el material orgánico sobre la tierra ù la biomasa ù y luego calcula la porción aproximada que corresponde a cada forma de vida. Según este método, entre mayor sea la porción de biomasa contenida en los tejidos de una forma de vida dada, mayor resulta su éxito ecológico. Por ejemplo, entre los animales de tierra, los mamíferos superan a todos los demás vertebrados, mientras las hormigas dominan los invertebrados. En la competencia por una cantidad fija de recursos org nicos, las estrategias perseguidas por los mam¡feros y las hormigas han resultado fabulosamente efectivas.

F¡sicamente, los mam¡feros y las hormigas casi no podr¡an ser m s diferentes. Las hormigas carecen tanto del tama_o como de la inteligencia tan cr¡ticos al ‘xito de los mam¡feros. Pero las hormigas tienen algo que todos los mam¡feros (salvo uno) no tienen – una organizaci¢n social extremadamente sofisticada.

Los bi¢logos todav¡a discuten los origines de la sociabilidad de las hormigas, pero su precursor esencial parece haber sido el desusual sistema reproductor de la hormiga. La gran mayor¡a de los descendientes de una reina hormiga son hembras est’riles. La onica manera en que esas hormigas «trabajadoras» pueden promover la sobrevivencia de los genes que portan es mediante el trabajo al servicio de su madre y de los pocos hermanos f’rtiles que ella produce. Cada trabajadora es un animal individual, pero puesto que no puede reproducirse, no es un organismo completo. El organismo – o el «organismo social», como lo denominan – es la colonia de hormigas en su totalidad. Los miembros del organismo social juegan los papeles de c’lulas especializadas de la misma manera en que el coraz¢n, el h¡gado y las c’lulas pulmonares podr¡an ser considerados trabajadores no reproductores dentro del cuerpo humano. Para que los genes del organismo sobrevivan, todos los componentes deben hacer sus aportaciones particulares.

La gran ventaja del modo de vida del organismo social es una divisi¢n del trabajo ahorrador de energ¡a. Con los varios grupos de trabajadoras, o «castas», dedicados a deberes espec¡ficos tales como excavaci¢n de nidos, recolecci¢n de alimentos y cuidado de los hijos, el organismo social es mucho m s eficiente en energ¡a que una poblaci¢n comparable de insectos individuales. Las trabajadoras no desperdician tiempo y energ¡a en moverse de tarea en tarea. Adem s, las probabilidades de reproducci¢n de la colonia se mejoran porque sus funciones cr¡ticas est n f¡sicamente aisladas. Las actividades peligrosas como hurgar por comida les tocan a las trabajadoras prescindibles, mientras alimentan y defienden a los descendientes en un escondite subterr neo. En un mundo de recursos limitados las eficiencias rendidas por la divisi¢n del trabajo otorgan a una colonia de hormigas una ventaja competitiva poderosa.

En cierto sentido, la divisi¢n del trabajo es s¢lo otro ejemplo del poder de la competencia de crear diversidad. Externamente, una colonia de hormigas tiene que competir por los recursos contra las colonias cercanas. Al grado en que sus necesidades se difieran de sus vecinos, tiene mayor probabilidad de reproducirse. Internamente, la eficiencia de la colonia se mejora mediante la diversidad de trabajadoras. Cada casta de trabajadoras est  especializada para un «nicho» particular o una profesi¢n en la econom¡a del nido. La competencia mano a mano entre las trabajadoras se reduce y la producci¢n de comida de la colonia aumenta porque la diversidad de trabajadoras hace que la cooperaci¢n sea pr ctica. Las caracter¡sticas especiales de la diversidad de trabajadoras de una colonia de hormigas son influenciadas por su posici¢n entre la inmensa variedad de especies de hormigas en el ecosistema.

Por ejemplo, entre las aproximadamente 10,000 especies de hormigas, las 38 conocidas como cortadoras de hojas emplean la divisi¢n del trabajo m s sofisticada. Encontradas desde la Patagonia a Nueva Jersey, las cortadoras de hojas son los animales dominantes en el tr¢pico americano. En los bosques homedos de Centro y Sudam’rica, las cortadoras de hojas consumen m s vegetaci¢n que cualquier grupo comparable, incluyendo las m s abundantes formas de orugas, saltamontes, aves y mam¡feros. En el Brasil, pa¡s que los colonialistas portugueses llamaron «El Reino de las Hormigas», los agricultores todav¡a consideran las cortadoras de hojas la plaga nomero uno de la agricultura. Los competidores frecuentemente se ven el uno al otro como la plaga.

El rastro de las cortadoras de hojas parece una minoscula carretera de selva, atestada de decenas de miles de hormigas color ladrillo, fluyendo en columnas gemelas. En una direcci¢n, las trabajadoras que buscan comida salen de su nido a un  rbol que se est  desfollando. Cuando llegan a un  rbol condenado, las que buscan comida usan sus mand¡bulas serradas para cortar secciones de los bordes de las hojas. Entonces, con sus rebanadas de hoja sostenidas sobre sus cabezas, corren de regreso por el tronco del  rbol para unirse a la columna que vuelve al nido de la colonia.

Un nido completamente desarrollado de Atta sexdens , una de las especies de cortadoras de hojas m s avanzadas, alberga de dos a tres millones de hormigas. Un mont¡culo de unos cuantos metros de ancho cubre un sistema sofisticado de toneles y c maras que puede ser de cuatro y medio metros de profundidad. El pasillo que conduce desde la entrada del nido da a un camino ancho y circular cerca de medio metro debajo de la superficie. El c¡rculo de tr nsito facilita el flujo de las hormigas que buscan comida y que entran y salen constantemente. Unos pasajes m s estrechos unen esta arteria mayor a cientos de cuartos subterr neos. Aire fresco circula por un sistema separado de tiros de ventilaci¢n cuyas salidas forman un anillo en el per¡metro del mont¡culo.

Cuando las forrajeras que regresan se acercan a la entrada del nido, pasan por un cord¢n de hormigas soldados. Las trabajadoras m s grandes de la colonia, las soldados no hacen m s que comer y mantenerse en forma . Pero cuando un depredador se acerca a la entrada del nido, las forrajeras m s cercanas roc¡an peque_as nubes de qu¡micos de alarma, las cuales estimulan a las soldados a atacar al intruso con un af n suicida. Exudado de varias gl ndulas de los cuerpos de las cortadoras de hojas, estos vapores consisten en un lenguaje de olores, un sistema de comunicaciones que coordina el organismo social.

La mayor parte del tiempo, la recolecci¢n de hojas procede sin interrupciones. Despu’s de que las forrajeras regresan sueltan su tesoro dentro del nido, las trabajadoras algo m s peque_as que las forrajeras recogen las secciones de hojas frescas y las rompen en pedazos. Cuando terminan de picar la vegetaci¢n, entregan los pedacitos a un grupo de trabajadoras aon m s peque_as. Estas repiten el proceso, subdividiendo los fragmentos de hoja en part¡culas minosculas. Finalmente, estas part¡culas completamente mascadas son agregadas a una bola tipo esponja que llena un cuarto del tama_o de la cabeza de un hombre.

Dentro de estas c maras subterr neas, las jardineras – las hormigas m s peque_as de la colonia – cultivan matas de hongos que crecen sobre la vegetaci¢n procesada. Antes de sembrar las filas de hongos inmaduros en part¡culas de hojas reci’n depositadas, las jardineras preparan las part¡culas al defecar en ellas. En otra parte de la oscuridad, las jardineras m s peque_as meticulosamente eliminan las esporas de otras especies de hongos. Otras m s se encargan de la cosecha, minosculas «cabezas de col» de hongos que constituyen la comida de la colonia.

La consumidora m s importante de la cosecha de la colonia es la reina. Tan grande como un rat¢n reci’n nacido, se acuesta sobre el piso de su c mara real, tragando hongos y poniendo huevos. En un d¡a promedio de una vida que puede durar de 10 a 20 a_os, una reina cortadora de hojas producir  varios miles de huevos microsc¢picos. Las trabajadoras llevan los huevos a guarder¡as cercanas, donde se cr¡an larvas como cresas. Incesantemente lamidas y alimentadas por las nodrizas, las larvas maduran y se convierten en capullos antes de finalmente transformarse en nuevas adultas cortadoras de hojas. Cada a_o, varias miles de larvas se vuelven reinas v¡rgenes o machos que emprenden su camino para iniciar nuevas colonias, pero la gran mayor¡a se hacen trabajadoras est’riles.

Ya que son hermanas, las trabajadoras de la colonia poseen casi los mismos genes. Sin embargo, aquellas que se convierten en soldados son 300 veces el tama_o de las jardineras. Aparentemente, al variar la cantidad de hongos dada a cada larva, las nodrizas logran cultivar los mismos genes para que resulten en hormigas de incre¡blemente diversas dimensiones. Esta caracter¡stica extra_a de la existencia de las cortadoras de hojas se vuelve aon m s incre¡ble por el hecho de que la gran mayor¡a de especies de hormigas tiene un solo tama_o, o «casta f¡sica», de trabajadoras. En la mayor¡a de las especies de hormigas, los empleos se distribuyen segon la edad de la trabajadora en lugar de su tama_o. Las adultas m s j¢venes llevan a cabo los deberes del nido, como criar y excavar, mientras sus hermanas mayores arriesgan sus vidas en expediciones en busca de forraje.

Adem s de una casta de soldados gigantescas, las especies m s avanzadas de cortadoras de hojas tienen tres castas de trabajadoras f¡sicamente distintas (jardineras y nodrizas; generalistas dentro del nido; y forrajeras y excavadoras). Para ponerlo en perspectiva, si las jardineras m s peque_as fueran del tama_o de un pastor alem n, sus hermanas forrajeras ser¡an del tama_o de un caballo. No es sorprendente que la divisi¢n del trabajo de las cortadoras basada en el tama_o, se reduce a una cuesti¢n de eficiencia econ¢mica.

Las 38 especies de cortadoras de hojas representan solamente una fracci¢n de las aproximadamente 200 especies de hormiga cultivadoras de hongos, la mayor parte de las cuales tiene un solo tama_o de trabajadora. Estas hormigas cultivan sus hongos en la vegetaci¢n en descomposici¢n, los restos de insectos y el excremento de insectos – materiales ya listos para el desarrollo de hongos. Ya que esta t’cnica sencilla no se logra m s eficientemente con la cooperaci¢n de varios tama_os de trabajadoras, la mayor¡a de las cultivadoras de hongos nunca evolucionan m s de una casta de trabajadora. Pero el m’todo singular de las cortadoras de hojas de cultivar hongos de la vegetaci¢n fresca requiere de una divisi¢n de trabajo basada en el tama_o de la trabajadora. Las forrajeras deben ser suficientemente grandes para cargar las grandes rebanadas de hojas. Edward O. Wilson, el famoso sociobi¢logo de Harvard y la m s destacada autoridad del mundo respecto a las cortadoras de hojas, realiz¢ un experimento que mostraba que las forrajeras de las cortadoras de hojas son precisamente del tama_o adecuado para cargar la mayor cantidad de vegetaci¢n al menor costo en energ¡a para la colonia. De la misma manera, las trabajadoras del nido tienen que ser minosculas para preparar las peque_as part¡culas de vegetaci¢n. Si las part¡culas de hoja fueran m s grandes, tendr¡an menos  rea de superficie y no podr¡an sostener tantos hongos. En breve, las dimensiones f¡sicas del trabajo definen las dimensiones f¡sicas de las trabajadoras. La muy afinada divisi¢n del trabajo de las cortadoras de hojas les permiti¢ que desarrollaran un modo de vida enormemente exitoso. Condenadas como todas las dem s especies a la lucha por los recursos, evolucionaron una manera onica de apoderarse de uno de los tesoros m s valiosos de la naturaleza – el follaje del bosque homedo tropical. Al adaptar el perfil de la trabajadora de la colonia a las tareas involucradas en la cultivaci¢n de hongos de hojas frescas, las cortadoras de hojas lograron su posici¢n preeminente entre los invertebrados dominantes de la tierra.

Por otra parte, las cortadoras de hojas no merecen todo el cr’dito por su triunfo ecol¢gico. Despu’s de todo, son completamente dependientes de los hongos que cultivan. Muchas plantas tropicales se protegen de los ataques de los animales al sazonar sus hojas con veneno. Sin la habilidad del hongo de descomponer estas sustancias t¢xicas y digerir la celulosa, las cortadoras de hojas nunca habr¡an podido haber logrado el acceso libre a la biomasa. Los genes de las cortadoras de hojas carecen de la tecnolog¡a qu¡mica para convertir el tejido de las plantas en comida segura y digerible. Para dominar el terreno tropical, las cortadoras de hojas tuvieron que contar con la tecnolog¡a bioqu¡mica incluida en los genes de sus hongos.

Al mismo tiempo, el ‘xito del hongo depende de las cortadoras de hojas. Los investigadores han estado frustrados desde hace mucho por la dificultad de cultivar el hongo en el laboratorio sin la ayuda de las cortadoras de hojas. Parece que solamente las colonias de cortadoras de hojas son capaces de preparar la vegetaci¢n adecuadamente y eliminar las especies de hongos rivales. El hongo tambi’n depende de las hormigas para su dispersi¢n a nuevos sitios. Precisamente antes de que una reina virgen salga del nido para establecer su propia colonia, muerde un pedazo de hongo y lo mete debajo de su lengua. Si tiene suficiente suerte para sobrevivir su vuelo nupcial, excava una peque_a madriguera, expele el hongo y pone su primera cr¡a de huevos sobre el hongo. Tan pronto como las primeras trabajadoras nacen, empiezan el proceso de desarrollo de la colonia por medio de la recolecci¢n y la preparaci¢n de las hojas para el hongo.

Su pacto ecol¢gico es tan ¡ntimo que las cortadoras realmente estimulan el crecimiento del hongo por el mismo acto de com’rselo. Las «cabezas de col» cosechadas de los jardines maduros est n cargados con las enzimas que el hongo usa para disolver las prote¡nas de las plantas. Estas enzimas pasan directamente por la traquea digestiva de la cortadora de hojas. Cuando las jardineras defecan en el nuevo substrato antes de sembrar las filas de hongos, las enzimas son entregadas exactamente donde har n el m ximo bien.

Aunque los detalles m s sutiles de su exquisita interdependencia se han dado a la luz s¢lo recientemente, la relaci¢n cortadora de hojas/hongo existe desde hace al menos veinticinco millones de a_os. Como todos los dem s ejemplos del mutualismo, es un producto de la evoluci¢n espont nea. Las colonias exitosas producen m s descendientes que el ecosistema puede mantener. En la competencia entre las colonias de cortadoras de hojas, sobrevivieron las econom¡as agr¡colas m s eficientes. Millones de a_os de mutaci¢n gen’tica y selecci¢n natural refin¢ la relaci¢n cortadora de hojas/hongo. Juntas, dos formas de vida radicalmente diferentes evolucionaron una manera de tener acceso al cargamento de biomasa de planta m s rico de la tierra. En un ecosistema febrilmente competitivo, este convenio extra_o result¢ ser el gran ganador.

No es por coincidencia que la otra destacada especie de animal terrenal del planeta – Homo sapiens – tambi’n haya logrado su dominio ecol¢gico por formar sociedades con las plantas. En los cientos de miles de a_os antes de que la agricultura empezara, los seres humanos no pod¡an considerarse el mam¡fero dominante de la tierra. Mucho m s de la biomasa de la tierra permanec¡a en los reba_os de caribo que en las bandas de cazadores-recolectores. De acuerdo con nuestro grado de ‘xito ecol¢gico, no ‘ramos m s que una especie de mam¡fero m s, tratando de subsistir marginalmente.

Durante milenios, los cazadores-recolectores hab¡an recogido semillas de granos de las plantas silvestres, pero fue solamente despu’s de que la cultivaci¢n del trigo y del arroz empezara en forma seria que nuestra especie pudiera extender vastamente su abastecimiento de alimentos. De manera similar, los predecesores evolutivos de las cortadoras de hojas comieron el hongo que por casualidad brotara en el material tra¡do a sus nidos. Pero la explosi¢n de la poblaci¢n de cortadoras de hojas vino despu’s de que empezaran a dedicarse al cultivo de hongos. Condenados como todos los animales a depender de las plantas, tanto las cortadoras de hojas como los humanos encontraron que la agricultura rinde m s comida que el mismo esfuerzo gastado en la recolecci¢n.

Para lograr ‘xito como agricultores, nuestros ancestros arreglaron sus vidas para satisfacer las necesidades de la plantas que imped¡an que se murieran de hambre. As¡ como las necesidades org nicas del hongo definieron las tareas de las cortadoras de hojas, las cosechas determinaron las tareas de nuestros antepasados. Por 9,000 a_os, temporada tras temporada, araron la tierra, sembraron, limpiaron zanjas de riego, quitaron la hierba y cosecharon sus granos preciosos. Como lo fue para todas las especies, la labor sin fin y la m¡nima subsistencia parecieron ser el destino inmutable de la humanidad.

La presi¢n de la poblaci¢n llev¢ a las cortadoras de hojas a difundirse al norte y al sur desde su base en el Amazonas, y la sobrepoblaci¢n oblig¢ a nuestros ancestros a cultivar m s tierra. Varios miles de a_os despu’s de que la agricultura empezara, las tierras ricas de los valles fluviales estaban completamente habitados. Para aumentar m s el abastecimiento de comida, la eficiencia de los campesinos ten¡a que crecer. Las cortadoras de hojas resolvieron el problema de la eficiencia biol¢gicamente, al evolucionar una divisi¢n f¡sica del trabajo. Pero, debido a que el cuerpo humano carece de la elasticidad incre¡ble de la hormiga, nuestros antepasados tuvieron que aplicar un m’todo totalmente diferente para mejorar la eficiencia de los trabajadores.

Utilizando sus cerebros – la caracter¡stica m s flexible de la anatom¡a humana – inventaron las herramientas de la agricultura. Dise_aron implementos que ayudaron a sus cuerpos a realizar la labor ardua de la cultivaci¢n de la tierra. Una mujer que coseche los granos con una guada_a trabaja mucho m s r pidamente que una que arranque las plantas con las manos.

Al tomar las herramientas adecuadas – el rastrillo, el azad¢n, el arado y la guada_a – nuestros antepasados magnificaron su fuerza y su eficiencia. En cierto sentido, la sofisticada divisi¢n del trabajo lograda por las cortadoras de hojas mediante la diferenciaci¢n de tama_o corporal fue simulada por el uso de las herramientas sencillas de la agricultura por parte de nuestros antepasados.

Pero l¢gicamente, aun esta soluci¢n al problema del abastecimiento de comida tuvo sus l¡mites. A menos que las herramientas pudieran mejorarse infinitamente, la humanidad nunca hubiera podido avanzar m s all  de la agricultura de mera subsistencia. Cualquier aumento en la producci¢n de comida pronto ser¡a anulada por el crecimiento de la poblaci¢n. Aunque nuestra especie hab¡a establecido una compleja divisi¢n del trabajo y hab¡a entrado en sociedad con varias especies de cultivos, la «econom¡a» de la ‘poca agr¡cola fue solamente un rasgo fascinante m s de la telara_a de alimentos global.

Ya sea hormiga cortadora de hojas/hongo o humano/trigo, una econom¡a puramente agr¡cola no es m s que una relaci¢n ecol¢gica ¡ntima entre diversas especies de ADN. Tales relaciones prosperan porque los socios capturan y comparten los beneficios de su diversidad bioqu¡mica. Los desperdicios de uno constituyen la comida del otro. Las poblaciones de cultivos y cultivadores se extienden al unirse en un ambiente natural hostil.

Pero la expansi¢n de la poblaci¢n de una especie – su ‘xito en absorber una porci¢n creciente de la biomasa de la tierra – no implica un nivel de vida en aumento. Como lo demuestra la historia natural de las cortadoras de hojas, aun un sofisticado sistema agr¡cola no garantiza m s que la m¡nima subsistencia. Por s¡ misma, la agricultura no ofrece ninguna manera de escaparse de las exigencias de la selecci¢n natural. A pesar de la inteligencia y las herramientas de nuestros antepasados, su econom¡a agr¡cola no les pudo proteger de la brutalidad de la naturaleza. Las inundaciones, sequ¡as, langostas y pestes destruyeron sus vidas con terrible regularidad. Solamente los m s fuertes y los que tuvieron m s suerte sobrevivieron.

Sin los enormes avances en la ciencia y la tecnolog¡a, no hubiera sido posible que la humanidad se apartara del destino compartido por todas las dem s especies. Pero el salto de las herramientas sencillas a las m quinas complejas – desde, digamos, el arado de madera para bueyes al tractor de acero – requer¡a m s que el mero transcurso del tiempo. Antes del invento de la imprenta, la humanidad no ten¡a un m’todo confiable de comunicar informaci¢n t’cnica detallada. Y sin esta capacidad, era imposible acumular el conocimiento cient¡fico requerido para la tecnolog¡a radicalmente mejor.

De hecho, la imprenta estableci¢ la distinci¢n entre las herramientas y la tecnolog¡a. Las burdas picadoras de piedra encontradas en el Africa Oriental comprueban que nuestros ancestros prehumanos tan antiguos como el Homo habilis utilizaron herramientas. Varios otros animales – incluyendo los chimpanc’s, las nutrias y ciertas aves – usan los objetos como herramientas. Sin embargo, ninguna de estas herramientas requiere de la existencia de la escritura, mucho menos la imprenta. Pero cada pieza de maquinaria compleja est  construida de planos, dise_os y especificaciones. Las herramientas sencillas se fabrican a mano por medio de la imitaci¢n, pero el equipo avanzado no se puede construir sin instrucciones impresas precisas.

Obviamente, el invento de la imprenta no condujo inmediatamente a la diseminaci¢n masiva de planos para tractores y cosechadoras. Pero, al establecer un medio que pod¡a confiablemente copiar y comunicar informaci¢n detallada, Gutenberg logr¢ algo mucho m s profundo. En realidad, el invento de la imprenta cre¢ una forma totalmente nueva de la informaci¢n viva. Despu’s de tres mil quinientos millones de a_os, el ADN ya no era el onico c¢digo de la tierra que evolucionaba. La informaci¢n tecnol¢gica ahora exist¡a junto con la informaci¢n gen’tica. Por primera vez la especie humana ten¡a un segundo mundo de informaci¢n con el cual se pod¡a hacer socio.

Una econom¡a exclusivamente agr¡cola no muestra se_ales de evoluci¢n tecnol¢gica. La econom¡a de la cortadora de hojas permanece virtualmente sin cambios desde hace veinticinco millones de a_os. Est  inextricablemente ligada a su hongo. Para que la agricultura de las cortadoras de hojas cambie de un modo significativo, los genes del hongo deben evolucionar. Una econom¡a estrictamente agr¡cola es estable porque la eficiencia aumentada requiere de cambios gen’ticos tanto en el cultivo como el cultivador, y la evoluci¢n gen’tica es terriblemente lenta.

Por supuesto, la tecnolog¡a evoluciona con rapidez cegadora. S¢lo 200 a_os despu’s de que la imprenta se hizo comon, suficiente conocimiento t’cnico se hab¡a acumulado para permitir el invento de la m quina que prendi¢ la Revoluci¢n Industrial – el motor atmosf’rico de Thomas Newcomen. Al drenar las minas de carb¢n inundadas, el motor atmosf’rico permiti¢ que los humanos tuvieran acceso a la energ¡a encerrada en las plantas fosilizadas de la misma manera que el hongo otorg¢ a las cortadoras de hojas acceso a la energ¡a almacenada en las plantas vivas.

< Pero, a diferencia de la sociedad entre la cortadora y el hongo, la sociedad humano/tecnolog¡a permiti¢ que la humanidad tuviera acceso a una fuente de energ¡a externa a la red de alimentos. El carb¢n barato hizo posible la 'poca de hierro y acero. Con estos materiales, los dise_os ingeniosos pudieron transformarse a m quinas complejas. A lo largo del siglo diecinueve, los barcos de vapor y los ferrocarriles abrieron vastos terrenos nuevos a la cultivaci¢n. Las m quinas para las granjas brotaron de las f bricas, impulsando aumentos masivos en la eficiencia agr¡cola. Cuando la Revoluci¢n Industrial empez¢ en 1800, el 97 por ciento de los norteamericanos viv¡a de la agricultura. Hoy, solamente el 3 por ciento de los norteamericanos trabaja en el campo. En menos de 200 a_os, la tecnicultura reemplaz¢ la agricultura, cambiando para siempre la vida social y econ¢mica de la humanidad.Tanto los humanos como las cortadoras de hojas desarrollaron econom¡as agr¡colas. Pero debido a que s¢lo los humanos saben leer y escribir, onicamente nuestra especie pudo llegar m s all  de la agricultura. Una vez que un mecanismo confiable para copiar informaci¢n estuvo funcionando, pudimos empezar a explorar el pleno potencial de la inteligencia humana.Sin embargo, la transformaci¢n culminante de la agricultura a la tecnicultura no signific¢ que el proceso evolutivo hubiera sido abandonado. Si por casualidad una econom¡a se basa en la informaci¢n gen’tica o t’cnica, se aplican las mismas reglas b sicas. Los recursos limitados obligan a los organismos a la competencia. La demanda limitada obliga a las organizaciones a la competencia. Externamente, evolucionan divisiones del trabajo en bosqueda de los mismos objetivos. En ambos mundos y en todos los niveles, la competencia es la fuerza motora de la evoluci¢n.http://www.bionomics.org/

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

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