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Medio Ambiente y Renovables

EL FIN DE LA POBREZA

escrito por Jose Escribano 9 de febrero de 2000
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Una diferencia crítica entre las economías de los humanos y las de las hormigas es extraordinariamente fácil de pasar por alto. Cuando una colonia de cortadoras no competitivas fracasa, cada hormiga del nido se muere. Si la colonia se desintegra antes de reproducirse, sus genes están erradicados para siempre. Pero cuando una empresa se cierra, los empleados de la compañía no se mueren. Cambian a otros empleos. Los «genes» empresariales de la firma en bancarrota desaparecen, pero no se afectan los genes de sus empleados.

Las trabajadoras de las cortadoras de hojas laboran en apoyo de los genes que comparten con su reina. Los trabajadores humanos no necesitan una reina. Administran su propia reproducción. La independencia genética del grupo de trabajo significa que la caída de la organización no erradicará la posteridad de los trabajadores. Desde luego, en las épocas de los cazadores-recolectores y la agricultura, cuando la «economía» humana todavía no era más que una característica ex¢tica de la red global de alimentos, las cazas y cosechas fracasadas frecuentemente condujeron a la muerte por inanici¢n. Entonces, la ruina econ¢mica de una comunidad significaba la muerte gen’tica de sus miembros.

Pero el desarrollo de la tecnolog¡a cort¢ este lazo. Hoy, la producci¢n de comida suficiente ya no presenta un serio reto econ¢mico. Varias de las econom¡as m s avanzadas est n plagadas de super vits de comida, mientras sus ciudadanos pierden una guerra contra la obesidad. En el despertar de la Revoluci¢n Verde de los sesentas, aun la India en este momento exporta comida. Una vez comunes, las hambrunas ahora est n consideradas tragedias imperdonables y grotescas. El hambre y la desnutrici¢n todav¡a son un mal comon del Tercer Mundo, pero la muerte por inanici¢n generalizada pega solamente donde la tecnolog¡a aon no transforma la existencia humana.

En una econom¡a tecnicultural, el castigo por la falta de competitividad no es la muerte, sino la pobreza. Y, por mucho que la lucha de la humanidad contra la muerte por hambre masiva haya caracterizado la ‘poca de la agricultura, la lucha contra la pobreza masiva form¢ la ‘poca industrial. Desde el principio de la Revoluci¢n Industrial, una amarga controversia pol¡tica rein¢ sobre la mejor manera de eliminar la pobreza. A_os m s tarde esta disputa se manifest¢ como el gran concurso entre el capitalismo y el socialismo. Durante el siglo veinte miles de millones de personas en mucha naciones sirvieron de conejillos de Indias en una prueba de estos conceptos econ¢micos rivales. En 1989, con el asombroso colapso casi simult neo de las econom¡as socialistas del mundo, este experimento monumental lleg¢ a su fin. Los resultados son evidentes – el socialismo no puede borrar la pobreza masiva.

Pero, al mismo tiempo, cualquier pretensi¢n de que el capitalismo sea una panacea es refutada por la persistencia de la pobreza generalizada en medio de la gran riqueza. Tal vez tres millones de norteamericanos sin vivienda duermen en la calle. Otros treinta millones viven debajo de la «l¡nea de pobreza» marcada por el gobierno federal, sus vidas son deformadas por la violencia, las drogas y la desesperanza. En los 25 a_os desde que la Guerra Norteamericana contra la Pobreza empezara, el nomero de personas pobres ha aumentado . Casi el 40 por ciento de los pobre de Estados Unidos son ni_os.

Dentro de la clase media norteamericana, muchas familias creen que se est n deslizando hacia la semipobreza – atrapados entre los salarios reales en ca¡da y un costo de vida en aumento. Desgarrada por las fuerzas econ¢micas centr¡fugas de la Epoca de la Informaci¢n y la competencia global, algunos escritores ahora afirman que la clase media norteamericana se est  desapareciendo. El socialismo fracas¢. Pero el capitalismo, al menos como se practica en los Estados Unidos hoy, todav¡a no cumple la promesa de una vida decente para todo ciudadano. Como una calcoman¡a de autom¢vil lo dice: «Si piensas que el sistema trabaja bien, pregontale a alguien que no est’ trabajando».

Desafortunadamente, los an lisis imparciales del problema de la pobreza en los Estados Unidos son raros. Ya sea el tema espec¡fico de la reforma de la beneficencia social, impuestos o salubridad, o las posiciones representadas por los adversarios pol¡ticos recuerdan las presentadas por primera vez en la Gran Breta_a de hace casi dos siglos. Para la extrema izquierda, la pobreza no es tanto una cuesti¢n econ¢mica como una verg_enza moral. Desde su punto de vista, los pobres son pobres porque son explotados sistem ticamente por los ricos. Ven el capitalismo como un sistema en el cual «los ricos se vuelven m s ricos, mientras los pobres se vuelven m s pobres».

Los que tienen un punto de vista liberal moderado consideran la pobreza como una tr gica pero inevitable consecuencia de un sistema econ¢mico altamente productivo pero intr¡nsecamente desigual. Para demostrar las injusticias inherentes del capitalismo norteamericano, citan algunas estad¡sticas bastante horrorosas. Por ejemplo, una familia norteamericana colocada en la percentila 95 de la distribuci¢n de ingresos gana aproximadamente 80,000 d¢lares anuales – m s o menos 15 veces de los que ganan 5,500 d¢lares en una familia en la quinta percentila El 20 por ciento de familias norteamericanas m s ricas recibe el 44 por ciento de todos los ingresos familiares, mientras el 20 por ciento m s pobre gana solamente el 5 por ciento – una raz¢n de 9 a 1.

Esta distribuci¢n de ingresos extremadamente dispareja se considera tan intolerable que urge corregirla a trav’s de la actividad gubernamental. Para sostener los obvios beneficios del capitalismo y al mismo tiempo lograr un grado aceptable de justicia econ¢mica, los tradicionales liberales norteamericanos apoyan una pol¡tica de redistribuci¢n de los ingresos. Desde su perspectiva, los impuestos sobre la renta marcadamente progresivos, juntos con pagos transferidos, son los onicos caminos para reducir la enorme distancia entre rico y pobre que el capitalismo genera.

Segon la extrema derecha, los pobres est n catalogados como v¡ctimas de su propia pereza, y no merecen ninguna asistencia gubernamental. Los conservadores m s sobrios creen que la redistribuci¢n de los ingresos, aunque bien intencionada, no logra el efecto deseado – que la «red de seguridad social» realmente es una telara_a que atrapa a los que caen adentro. Su punto de vista es que el sistema de beneficencia social asfixia a los pobres, rob ndoles de la voluntad de ayudarse. Ya que «la marea econ¢mica en alza sube todos los barcos», los conservadores creen que la expansi¢n econ¢mica m s r pida es la onica manera de curar la pobreza. Y, puesto que los altos impuestos desaceleran la expansi¢n econ¢mica al erosionar los incentivos para el trabajo y la inversi¢n, ellos favorecen impuestos m s bajos y menos gastos gubernamentales.

En los Estados Unidos hoy, ni la derecha ni la izquierda controla suficiente apoyo pol¡tico para instalar su propio programa econ¢mico. Hundida en las trincheras de la guerra econ¢mica, una serie de presidentes con tendencias hacia la derecha y Congresos con tendencias hacia la izquierda han llegado a una soluci¢n intermedia desastrosa – impuestos m s bajos con mayores gastos. Este horroroso h¡brido fiscal incorpora la mitad pol¡ticamente atractiva de cada programa mientras amontona una carga estupenda de doscientos mil millones de d¢lares en d’ficits anuales para los que son aon demasiado joven para votar.

Mientras la acumulada deuda federal de los Estados Unidos vuela encima de los tres mil billones de d¢lares, se ha detenido el crecimiento econ¢mico. Los ingresos reales por persona – la verdadera medida del rendimiento econ¢mico – sube muy lentamente desde hace 20 a_os. Durante el mismo per¡odo los mayores competidores de los Estados Unidos, el Jap¢n y la Alemania Occidental, han producido aumentos asombrosos en el promedio de los ingresos personales. Para colmo, la pobreza norteamericana no desvanece, y los pagos de intereses en alza a los prestamistas extranjeros empiezan a bajar el nivel de vida de todos los estadounidenses, sobre todo los pobres.

Entre m s se continoe este malconcebido proceso fiscal, m s desoladas las perspectivas para la sociedad norteamericana. A pesar de los esfuerzos recientes para reducir el d’ficit federal, los funcionarios tanto de la derecha como de la izquierda parecen paralizados, casados con sus versiones respectivas de la sabidur¡a econ¢mica del siglo diecinueve, insisten en que su manera es la onica manera. De hecho, debido a que ninguno de los dos lados entiende c¢mo funciona el capitalismo, ninguno puede esperar desarrollar pol¡ticas que movilizar n sus fuerzas para curar la pobreza. En lugar de resolver nuestros problemas econ¢micos centrales, seguimos haci’ndolos m s dif¡cil.

Para comprender las verdaderas causas de la pobreza, es necesario primero entender por qu’ la gama de ingresos es tan amplia. Puesto que solamente el 10 por ciento m s alto de las familias norteamericanas recibe una porci¢n significativa de sus ingresos a trav’s de sus inversiones, las diferencias en salarios ganados del trabajo explican la mayor parte de la disparidad en niveles de ingresos. Obviamente, los salarios var¡an por profesi¢n. Los cirujanos hacen m s dinero que los pediatras. Los pilotos ganan m s que los asistentes de vuelos. Los cocineros de pasteles ganan m s que los lavaplatos. Hay excepciones, pero estad¡sticamente la influencia del tipo de empleo sobre los ingresos es decisiva.

En una econom¡a de mercado, las diferencias en tasas de ingresos reflejan las diferencias en la cantidad de valor agregado por hora trabajada. Dos horas gastadas por un cirujano salvando la vida de un ni_o despu’s de un choque automovil¡stico vale m s a la sociedad que el mismo tiempo gastado por un cocinero de pasteles poniendo beton en los pasteles de cumplea_os. La gente razonable puede estar en desacuerdo sobre exactamente cu nto m s valor por hora el cirujano produce. No se puede determinar matem ticamente ninguna cantidad fija.

Las diferencias en salarios se ampl¡an y se contraen con las modificaciones en la demanda por y la oferta de los cirujanos y los cocineros de pasteles. En cualquier profesi¢n, un super vit de trabajadores calificados significa que est n disponibles m s horas laborables de un tipo dado que las que se necesitan. La competencia por el empleo en esa especialidad causa que los salarios se reduzcan. A la inversa, una escasez de gente calificada reduce la competencia y causa que los salarios suban.

En realidad, cada profesi¢n es un nicho en el mercado del empleo. De la misma manera en que los organismos compiten principalmente con otros individuos de su propia especie, y las firmas compiten contra otras compa_¡as de su industria, los trabajadores compiten contra otros individuos dentro de su profesi¢n. A un grado menor, los trabajadores de una profesi¢n compiten contra los de los campos relacionados. Los cirujanos cardi¢logos a veces realizan la cirug¡a general. Los que hacen el pan a veces reemplazan a los que hacen los pasteles. Pero los cirujanos y los reposteros nunca compiten. Los trabajadores que habitan nichos adyacentes del mercado de trabajo compiten, pero los de profesiones distantes no lo hacen.

En la naturaleza, las especies se escapan de la competencia directa por evolucionar rasgos f¡sicos distintivos, pero los seres humanos no tienen esa opci¢n. Debido a que todos los seres humanos pertenecen a la misma especie, nuestras capacidades f¡sicas son extremadamente similares. Aparte de los que sean f¡sica o mentalmente minusv lidos, las caracter¡sticas f¡sicas juegan un papel peque_o en determinar la profesi¢n del individuo. De los ciento veinte millones de norteamericanos empleados, s¢lo unos pocos atletas y artistas son capaces de convertir sus extraordinarios atributos f¡sicos en maneras de ganarse la vida.

Las diferencias superficiales en color de la piel, facciones y tama_o corporal son triviales comparadas con lo que tenemos en comon. La investigaci¢n reciente muestra que los seres humanos comparten el 99.6 por ciento de sus genes. Del 0.4 por ciento de diversidad gen’tica que existe, casi todo ocurre dentro de las agrupaciones raciales.

La distancia gen’tica entre las razas es microsc¢picamente peque_a, solo el 0.04 por ciento. Por supuesto, diferencias gen’ticas econ¢micamente relevantes s¡ existen entre individuos . Algunos ni_os nacen genios, otros son de aprendizaje lento. Pero a pesar de los esfuerzos m s dedicados, ningon cient¡fico ha comprobado qu’ diferencias significativas existen en la capacidad intelectual innata de los grupos ‘tnicos o raciales.

Sin embargo, la sociedad estadounidense est  plagada todav¡a de los prejuicios de anta_o. La discriminaci¢n contra las minor¡as y las mujeres sigue jugando un papel importante en la problem tica de la pobreza. Por otra parte, en las oltimas tres d’cadas se ha presentado una disminuci¢n extraordinaria de racismo y sexismo. Aunque el proceso de liberaci¢n humana se encuentra lejos de terminarse, m s y m s estadounidenses ahora est n de acuerdo en se_alar que las diferencias superficiales en caracter¡sticas f¡sicas no deber¡an influir en las oportunidades de una persona. Solamente podemos esperar que las pr¢ximas d’cadas atestig_en la culminaci¢n de una verdadera meritocracia, un sistema en armon¡a con los hechos biol¢gicos.

Porque nuestras caracter¡sticas biol¢gicas son tan parecidas, hace mucho que contamos con herramientas para diferenciarnos y lograr una divisi¢n del trabajo. Pero mientras los implementos rudos de la granja del pasado pod¡an usarse sin capacitaci¢n, las tecnolog¡as de hoy exigen trabajadores altamente calificados. Las larvas de las cortadoras de hojas se preparan para sus diversos papeles econ¢micos a trav’s de la nutrici¢n; los j¢venes se preparan a trav’s de la educaci¢n.

Claro, estos procesos de desarrollo no son id’nticos. Las larvas de las cortadoras de hojas pasivamente reciben alimentos proporcionados por el programa gen’tico de la colonia. El futuro papel econ¢mico de la cortadora de hojas es predeterminado. En contraste, los j¢venes deben estudiar activamente. Donde el acceso aut’nticamente abierto a las oportunidades educativas existe, el conocimientos est  disponible a cualquier que tenga inter’s en perseguirlo. Consecuentemente, los papeles econ¢micos humanos no son predeterminados. Esta es una distinci¢n cr¡tica. Pero en ambos casos, los individuos gen’ticamente similares se transforman en profesionalmente diversos especialistas apropiados para papeles particulares en la econom¡a de la comunidad. «Eres lo que comes» puede aplicarse a las trabajadores cortadoras de hojas, pero «Eres lo que sabes» describe m s correctamente a los trabajadores humanos.

Para los sesentas, la importancia econ¢mica de la educaci¢n se hab¡a vuelto tan evidente que varios economistas comenzaron a escribir sobre el «capital humano». Argumentaron que a las dos formas tradicionales de riqueza – tierra y capital (maquinaria) – se les hab¡a unido una tercera – el conocimiento. En la ‘poca agr¡cola, los terratenientes controlaron la econom¡a. En la ‘poca industrial, el poder econ¢mico estaba en manos de los due_os de las f bricas. Con el comienzo de la Epoca de la Informaci¢n, el poder econ¢mico se empezaba a transferir otra vez – en esta ocasi¢n a los due_os del conocimiento. La educaci¢n o «la inversi¢n en el capital humano» – se hizo la fuente principal de riqueza.

En una econom¡a de alta tecnolog¡a, los salarios no son simplemente un pago por el trabajo crudo. En realidad, los ingresos son una ganancia financiera sobre la inversi¢n anterior por parte del trabajador en el capital humano. Los cirujanos generales necesitan 13 a_os de preparaci¢n pos-secundaria antes de que se les permitan practicar. Ganan m s por hora que los reposteros no solamente porque se considera su productividad m s valiosa sino tambi’n porque se requiere de un incentivo extra para inducir a los estudiantes a postergar el consumo y hacer una inversi¢n tan grande. Sin una corriente de futuros ingresos pagando dividendos sobre esa inversi¢n educativa, la mayor¡a de la gente no se molestar¡a en adquirir habilidades avanzadas.

La investigaci¢n no es definitiva, pero una variedad de estudios sobre el rendimiento financiero generado por las inversiones en la educaci¢n muestran resultados consistentes. Las inversiones en el capital humano (ingresos sacrificados y costos de educaci¢n) rinden aproximadamente una tasa del 15 por ciento de utilidad. Desde luego, la tasa de utilidad var¡a hasta cierto punto segon el tipo de educaci¢n. Las inversiones en ciertos tipos de capital humano, como las inversiones en ciertos tipos de capital de maquinaria, son m s rentables que otros. Sin embargo, en promedio, cuando una persona invierte en m s a_os de preparaci¢n, la tasa porcentual de utilidad permanece m s o menos igual.

Parad¢jicamente entonces, la redistribuci¢n de los ingresos hace que las corrientes de ganancias en d¢lares sean m s equitativas al hacer que las utilidades porcentuales sobre la inversi¢n educativa sean menos equitativas. Los impuestos progresivos sobre la renta disminuyen la tasa de utilidad para las personas bien preparadas con altos ingresos, mientras los pagos transferidos aumentan la tasa de utilidad para las personas menos preparadas de bajos ingresos. En breve, se logra un tipo de igualdad al sacrificar otro. En vista de la creciente importancia del capital humano, hacer que inversiones en la educaci¢n sean menos ventajosas es una pol¡tica social estopida. Y, aunque no fue intencionada, es la consecuencia l¢gica del pensamiento econ¢mico del siglo diecinueve que hace caso omiso del capital humano.

Hace dos siglos – en el amanecer de la ‘poca industrial – campesinos analfabetas y sin preparaci¢n reci’n llegados del campo eran perfectamente capaces de operar las m quinas sencillas utilizadas en las primera f bricas. Es por eso que David Ricardo, el primer economista de la Epoca Industrial, no vio ningon valor econ¢mico en la educaci¢n. Pero cuando la ciencia se adelant¢ y la tecnolog¡a se hizo m s sofisticada, la divisi¢n del trabajo tuvo que volverse m s compleja. La tecnicultura exig¡a a trabajadores cada vez m s capacitados. Hoy, con el equipo complejo penetrando cada rinc¢n de la vida econ¢mica, la demanda para el trabajador sin preparaci¢n especializada sigue disminuyendo.

En realidad, la producci¢n tecnicultural depende de una relaci¢n ¡ntima entre el capital de la m quina y el capital humano. La cultivaci¢n eficiente de la tecnolog¡a por parte de la humanidad, como la cultivaci¢n eficiente de las cosechas de parte de la cortadora de hojas, requiere de una divisi¢n del trabajo muy refinado. En una colonia de cortadoras de hojas, las necesidades del hongo determinan los tama_os de las trabajadoras. En una empresa, los requisitos de la tecnolog¡a definen las habilidades de los trabajadores. Cuando la tecnolog¡a evoluciona, las habilidades requeridas cambian.

Si los cuerpos de las trabajadoras de una colonia de cortadoras de hojas no correspondieran precisamente a sus tareas, la colonia ser¡a menos eficiente, dejando el organismo bion¢mico vulnerable a los competidores. Cuando las habilidades de los trabajadores de una compa_¡a no corresponden precisamente a las exigencias de la tecnolog¡a actual, la organizaci¢n bion¢mica est  expuesta al ataque competitivo. Entre m s r pido sea el ritmo de la evoluci¢n tecnol¢gica, m s dif¡cil resulta mantener las habilidades de los trabajadores al nivel del equipo m s avanzado. La educaci¢n y capacitaci¢n continuas constituyen la onica manera de convertir los seres humanos no diferenciados en un conjunto de trabajadores extremadamente diversos y adecuadamente especializados. Como en la naturaleza, la especializaci¢n creciente es la onica manera de minimizar el conflicto, aumentar la eficiencia y subir la productividad.

Pero, al menos a primera vista, la noci¢n de los trabajadores altamente diferenciados parece chocar con el principio m s valorado de una sociedad democr tica: «Todos los hombres [y mujeres] son creados igual». O, como lo dec¡a una calcoman¡a de autom¢vil: «Si todos los hombres son creados igual, ¨D¢nde est  mi Porsche?»

Este punto de vista parece mantener que la igualdad pol¡tica de los Estados Unidos no es compatible con la inigualdad econ¢mica. L¢gicamente, sin embargo, igualdad de derechos pol¡ticos no implica igualdad de beneficios econ¢micos. En una democracia tanto el cirujano y como el repostero tiene un s¢lo voto. Como seres pol¡ticos merecen la absoluta igualdad de protecci¢n ante la ley. Pero, como seres econ¢micos, son tan diferentes como lo es la soldado cortadora de hojas de la jardinera de hongos. Son iguales pol¡ticamente, pero es absurdo fingir que sean iguales econ¢micamente.

De hecho, en China y la Uni¢n Sovi’tica – los pa¡ses socialistas que llevaron el igualitarismo econ¢mico a su extremo – todo el poder pol¡tico fue concentrado en manos de cuadros de la ‘lite. Aparentemente, la igualdad econ¢mica y la pol¡tica s¡ son incompatibles. Sin embargo, los cr¡ticos de la diversidad de ingresos estadounidenses creen que puesto que toda la gente tiene igualdad de derechos, deber¡an tener aproximadamente igualdad de ingresos. Las diferencias existentes se explican por la gen’tica y la suerte, factores por las cuales nadie es responsable. Al seguir el dogma econ¢mico del siglo diecinueve, se pasa por alto el papel de la educaci¢n que crea diferencias econ¢micas significativas.

Por supuesto, si los trabajadores fueran econ¢micamente iguales, o si las diferencias econ¢micas se debieran exclusivamente a la gen’tica o la casualidad, el punto de vista igualitario ser¡a indiscutible. Nada en absoluto podr¡a justificar diferencias en ingresos tan amplias. Pero los trabajadores no son intercambiables. La diversidad de ingresos es causada principalmente por la educaci¢n, no por la gen’tica o la casualidad. Debido a que los cirujanos poseen m s capital humano que los reposteros, son capaces de utilizar tecnolog¡a m s sofisticada y producir m s valor por hora trabajada. Solamente al comparar a los trabajadores de preparaci¢n equivalente se puede obtener una impresi¢n v lida de la diversidad de ingresos en los Estados Unidos.

De hecho, cuando los datos sobre los ingresos norteamericanos son retomados para mostrar c¢mo el salario var¡a de acuerdo con la preparaci¢n, el patr¢n confirma las expectativas. Los trabajadores con menos que una preparaci¢n de bachillerato tienden a ganar menos que los de cualquier otro grupo de nivel educativo. Estos trabajadores con bajas habilidades est n comprimidos en el extremo m s bajo de la gama de ingresos. Cuando el nivel educativo aumenta, los ingresos aumentan en promedio. De manera parecida de como los tama_os de las frutas recogidas por las palomas de frutas de Nueva Guinea est n relacionados con sus tama_os corporales, los ingresos percibidos por los trabajadores estadounidenses est n ligados a sus logros educativos. Cada grupo de nivel educativo ocupa una distinta postura econ¢mica.

Por supuesto, el traslape de ingresos existe entre estos grupos amplios de nivel educativo de la misma manera en que el traslape de tama_o de fruta existe entre las palomas de fruta. Todo el mundo conoce la historia del candidato para su doctorado quien dej¢ de estudiar y acab¢ siendo chofer de taxi. Por otra parte hay muchas historias de los empresarios adinerados quienes nunca terminaron su bachillerato. La educaci¢n es un vaticinador de ingresos poderoso, pero de ninguna manera perfecto. En un mercado de empleo abierto, ninguna regla prohibe que los no preparados se vuelvan ricos o que los bien preparados se vuelvan pobres.

Pero en general, el alto grado de traslape refleja la inexactitud de catalogar a los trabajadores sencillamente segon su grado de preparaci¢n. El tipo y la calidad del capital humano son tan importantes como la cantidad. Un t¡tulo universitario en ingenier¡a aeron utica merece un sueldo mayor que el mismo t¡tulo en letras inglesas. De la misma forma, un t¡tulo en historia de la Universidad de Yale tiene mayor valor en el mercado que uno de la Universidad del Noreste de Luisiana.

Para evaluar la diversidad de ingresos norteamericana con justicia, las amplias curvas para los principales grupos de nivel educativo deber¡an ser reemplazadas por cientos de curvas, cada una mostrando los ingresos de los trabajadores en una profesi¢n particular. La estad¡stica de ingresos recopilada en comprensivas encuestas nacionales muestra que los ingresos por profesi¢n son bastante predicibles. Por ejemplo, un t¡pico mec nico de autom¢viles actualmente gana entre 21,500 y 28,700 d¢lares anuales. Los procesadores de palabras de nivel intermedio ganan entre 16,000 y 19,800 d¢lares, mientras los dise_adores industriales ganan entre 25,000 y 34,900 d¢lares. Existen las excepciones, pero las variaciones de ingresos dentro de cada categor¡a de trabajo son limitadas.

Se puede explicar f cilmente la diversidad de ingresos que de hecho existe dentro de una profesi¢n dada. Debido a que los trabajadores de las firmas bien administradas agregan m s valor por hora, estas compa_¡as pueden pagar salarios de primera y aon ser competitivas en costos. En las regiones donde el costo de la vida es mayor, los trabajadores ganan m s que los equivalentes en  reas en bajos costos. Los trabajadores experimentados ganas m s que los novatos. Y por supuesto, aun en la misma empresa, los trabajadores igualmente calificados que comparten el mismo nombramiento rara vez muestran el mismo talento y ambici¢n. Por las razones que sean, algunas personas simplemente trabajan m s. Los individuos, despu’s de todo, son individuos.

El patr¢n generalizado de ingresos es innegable. La preparaci¢n determina la profesi¢n y la profesi¢n determina los ingresos. Puede que a los trabajadores de la l¡nea de ensamblaje no les guste el hecho de que los ingenieros dise_adores de su compa_¡a reciben m s dinero, y los ingenieros puede resentir los mayores sueldos de los ejecutivos m s altos, pero todo el mundo reconoce que un sistema racional sostiene las diferencias en ingresos. De hecho, las firmas que pagan demasiado se vuelven no competitivas. Y las compa_¡as que no pagan lo suficiente encuentran que sus empleados siguen renunciando. En un mercado de trabajo abierto, tanto los trabajadores como los patrones tienen la libertad de tomar decisiones.

De hecho, adaptarse a circunstancias cambiantes es especialmente importante ahora que la tecnolog¡a evoluciona tan r pidamente. La aparici¢n de cada nueva tecnolog¡a crea categor¡as de empleo totalmente nuevas. Una actualizaci¢n de 1986 del Diccionario de T¡tulos de Trabajo agreg¢ 760 profesiones que hac¡a diez a_os no exist¡an. Los ingenieros del manejo de deshechos de materiales radioactivos, dise_adores de sistemas de energ¡a solar, t’cnicos de salubridad del hogar, dise_adores de formato de circuitos integrados y laseristas de diversiones y recreaciones se unieron a la lista de empleos m s conocidos.

En las nuevas y crecientes profesiones, donde la oferta de trabajadores calificados no ha alcanzado la demanda, las primas de salarios y las en’rgicas campa_as de reclutamiento de empleados son la norma. Un anuncio de peri¢dico t¡picamente incomprensible para programadores de computadoras dice:

Debe contar con 3-4 a_os IMS/VS y/o experiencia en CICS/MVS, y saber utilidades JCL, ICF, TSO/ISPF y SMPE. Debe estar familiarizado con utilidades IMS, BAL, afinaci¢n de rendimiento en tiempo real, OMEGAMON y CLIST ayuda. Programa competitivo de sueldo y prestaciones, oportunidades para reconocimiento y promociones.

Los puestos continuamente abiertos para los programadores revelan una tasa negativa de desempleo en este campo. No es sorprendente que el nomero de reci’n egresados de los departamentos de ciencias de la computaci¢n est  aumentando cada a_o. Un nicho del mercado de trabajo en expansi¢n mantiene a una poblaci¢n creciente de especialistas.

Simult neamente, la nueva tecnolog¡a elimina las profesiones tradicionales. En los cincuentas, cuando las locomotoras de diesel reemplazaron a los motores de vapor, el puesto del bombero se hizo obsoleto. No se requer¡a de nadie para alimentar el fuego de carb¢n o cuidar el calentador. Durante los ochentas, el 60 por ciento de todos los empleos en la industria del acero desaparecieron, aunque la productividad total regres¢ a su nivel original. En un intento de alcanzar a los competidores japoneses de costos inferiores y calidad superior, las firmas estadounidenses adoptaron tecnolog¡a de fundici¢n continua, reduciendo dr sticamente las horas de trabajo de cada tonelada de acero. En los noventas, la computarizaci¢n eliminar¡a miles de empleos para los t’cnicos de reparaciones telef¢nicas, operadores de informaci¢n, dependientes de provisiones, dependientes de estad¡stica y dependientes de n¢minas. Los nichos que se encogen mantienen poblaciones decrecientes.

Aunque la obsolescencia tecnol¢gica afecta desproporcionalmente a los empleos de baja habilidad, se sienten sus efectos a lo largo de la gama de profesiones. En los jets m s nuevos, las computadoras realizan tareas que una vez manten¡an ocupado al navegante. Las tripulaciones de cabina se est n encogiendo de tres a dos miembros. Aun los cirujanos han sido lastimados por el cambio t’cnico. Con las nuevas drogas y terapias no agresivas, el cirujano promedio realiza el 25 por ciento menos de operaciones que realizaba hace apenas cinco a_os. Las drogas para las olceras, por ejemplo, han pr cticamente eliminado la cirug¡a del est¢mago e intestino superior. Se les ha afectado a los cirujanos generales en forma particularmente dura, ya que mucho de su negocio ha pasado a los especialistas.

Solamente hace unas pocas d’cadas, la obsolescencia de empleos fue un problema insignificante. Los j¢venes pod¡an suponer que pasar¡an sus carreras enteras en una sola profesi¢n. Pero, con el despertar de la revoluci¢n del microprocesador, el conjunto una vez estable de profesiones se ha vuelto bastante fluido. Mientras la lucha por la sobrevivencia econ¢mica obliga a las empresas a cortar costos y mejorar su rendimiento, se sustituyen empleos por tecnolog¡a a todos los niveles de la industria. Independientemente de sus ingresos o su estatus, los trabajadores que no pueden o no quieren actualizarse se enfrentan a ingresos m s bajos y desempleo a largo plazo. Nadie goza de inmunidad a los efectos del cambio evolutivo.

Tales son los hechos de la vida en una ‘poca tecnicultural. El observador astuto ve una colecci¢n de diversos especialistas profesionales en lugar de una fuerza de trabajo imaginaria de empleados perfectamente intercambiables. Cada profesi¢n tiene sus propios requisitos educacionales, realiza funciones econ¢micas particulares y rinde ingresos que caen dentro de un rango bastante peque_o. Cuando la simple cantidad de conocimiento se extiende, se requiere de un nomero creciente de profesiones cada vez m s especializadas para cultivar la tecnolog¡a. Pero aun cuando se crean nuevas profesiones, se erradican las categor¡as antiguas. En cada nicho de trabajo, los destinos de los trabajadores individuales est n sujetos a las corrientes impredicibles de la evoluci¢n tecnol¢gica.

Nada de esto deber¡a sorprenderle a alguien con conocimiento de la moderna realidad econ¢mica, pero cuando se trata de proponer soluciones para el dilema estadounidense de la pobreza, ni la izquierda ni la derecha presta mucha atenci¢n a estos hechos. Cegados por su fe en el dogma econ¢mico del siglo diecinueve, ambos lados se aferran a creencias que simplemente no tienen sentido en una econom¡a tecnicultural r pidamente evolucion ndose.

Al indagar aun superficialmente en cualquier argumento sofisticado a favor de la redistribuci¢n del ingreso, se topa con la mentalidad en donde la suma es cero. Como lo escribi¢ David Ricardo y lo crey¢ su disc¡pulo Karl Marx: «No hay otra manera de sostener las ganancias sino por medio de mantener los salarios bajos». Los principios que describ¡an v lidamente la ‘poca agr¡cola de no expansi¢n fueron err¢neamente aceptados para aplicarse a la incipiente econom¡a tecnicultural. A mediados del siglo diecinueve, nadie – ni siquier

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  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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