Las imágenes emitidas por las distintas cadenas de televisión nos han permitido observar, sin haber tenido que movernos de casa, los diversos comportamientos de los líderes, unos con mucha mayor dignidad que otros – todo hay que decirlo -, y eso nos ha dejado en general bastante bien informados. A mi, personalmente, añadir a todo eso la lectura de un extracto bastante extenso de la última intervención del diputado y portavoz socialista en el parlamento de Gazteiz – el viernes de la semana pasada -, cuatro días exactos antes de ser asesinado por el nacional-fascismo vasco, me ha puesto en el disparadero de una cuestión que, ante el dramatismo innegable de este suceso, puede parecer colateral, pero que me parece de capital importancia.
Estos días pasados ha habido por estos andurriales una autentica exhibición de rasgado de vestiduras por parte de uno de estos colectivos que se autodenominan ellos mismos independentistas y revolucionarios, guardadores insignes de las esencias nacionales m s sagradas, menospreciadas por una multitud de malos patriotas que no somos capaces de captar la sublimidad contenida en el concepto obediencia catalana, antifascistas profesionales, siempre preparados y bien dispuestos para una buena zapatiesta en la l¡nea misma de la kale borroka contra la que precisamente clamaba el diputado asesinado, apenas el viernes de la semana pasada, antes de ser destrozado por la metralla del patrioterismo etarra. Esta gente, digo, se lamenta de la falta de eco – por lo menos al nivel que ellos hubiesen considerado adecuado – que ha habido entre la clase pol¡tica en general, y tambi’n por parte de los medios de comunicaci¢n de la misma comarca, sobre la «bretolada»(segon el «Diccionari de la lengua catalana», de Enciclopedia Catalana : bretolada: acci¢n propia de un brStol; brStol: persona sin escropulos capaz de cualquier mala acci¢n; equivalentes castellanos m s apropiados: canalla, rufi n, granuja, miserable) que un grupo de fascistas les ha hecho arrojando un c¢ctel molotov contra su sede nacional. De una de las cosas que se lamentan es precisamente del calificativo bretolada usado, que a ellos les parece blando, casi hasta el punto de acusar de connivencia con los hechos a los que lo emplean. A mi, francamente, despu’s de consultar el diccionario donde he encontrado lo que he transcrito m s arriba, no me lo parece en absoluto. Yo dir¡a que la palabra que toca ser¡a m s bien adecuado que blando. Creo que hay que decirles que nos parece mal, muy y muy mal, que les hayan socarrado el local, tan mal como cuando ellos ensucian una pared con sus consignas y, si el due_o se queja de que le destrocen la fachada, le vomiten en la cara el apelativo de fascista, este mismo que siempre tienen en la boca preparado para aplicarlo a todos los no comulgan, o no lo hacen con suficiente ‘nfasis, con su ideolog¡a y, sobre todo, con los que no lo hacemos en absoluto con sus ya tradicionales m’todos de acci¢n. Fascista era un ayuntamiento de la comarca el d¡a que ellos se dedicaron a intimidar, como tienen por costumbre, a quienes quer¡an asistir a un acto de la fiesta mayor que ellos hab¡an decretado fascista, como fascistas eran todos los concejales elegidos democr ticamente a quienes toc¢ aguantar m s o menos impasibles la lluvia de huevos e improperios que les lanzaban esos conspicuos patriotas para expresar su protesta. Ahora, sin que nadie que tenga un dedo de frente se alegre de lo que les han hecho otros como ellos, me consta que m s de uno y de dos piensan que a lo mejor as¡ sabr n un poco mejor que antes como sienta ver un contenedor ardiendo – antifascista, por supuesto – atravesando el escaparate de tu establecimiento, como en los hechos «antifascistas» del pasado doce de octubre en el barrio barcelon’s de Sants..
Yerra gravemente quien piensa que no se pueden comparar todas estas cosas, ni ponerlas en el mismo capazo, arguyendo quiz s que la gravedad de las unas es infinitamente superior a la de las otras. La relaci¢n entre ellas es absoluta. Empiezan todas ellas el d¡a que un individuo decide que la justicia de la causa que ‘l defiende convierte en l¡citos todos los medios que quiera utilizar para hacerlo. El resto s¢lo es cuesti¢n de ir subiendo por los pelda_os de la misma escalera. Cuesti¢n de intensidad.