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Medio Ambiente y Renovables

LA FALACIA DE LAS TIERRAS COMUNALES

escrito por Jose Escribano 11 de enero de 2000
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199

La energía radicalmente renovada de las economías capitalistas del mundo no pasó desapercibida en el Kremlin. En las palabras del historiador soviético Leonid Batkin: «Mientras el sistema de Brezhnev reducía nuestro país a un estado de mediocridad el mundo desarrollaba los rayos láser y las computadoras personales y presenciaba la explosión de la revolución post-industrial». En 1983, cuando el Presidente Ronald Reagan tradujo el potencial militar de la tecnología del microchip en la amenaza de la «Guerra de las Galaxias», los dirigentes soviéticos reconocieron la imposibilidad de mantener su estatus de superpotencia sin una capacidad industrial del siglo veintiuno. Argumentar lo contrario era sugerir que la Francia del siglo diecinueve podría haber permanecido un poder europeo sin adoptar el motor de vapor inventado en Inglaterra. Las profundas consecuencias económicas y militares del microchip ù una tecnología demasiado compleja y acelerada para el sistema soviético ù obligaba a la élite sovi’tica a actuar.

Para 1985, despu’s de varios a_os de estancamiento econ¢mico empeorado, aun los elementos m s conservadores del Kremlin renuentemente aceptaban que el sistema econ¢mico altamente centralizado erigido por Lenin y perfeccionado por Stalin y Brezhnev se tuviera que cambiar. Para implementar la transformaci¢n, los iniciados del Partido Comunista seleccionaron a Mikhail Gorbachev, quien consolid¢ su poder y entonces lanz¢ la pol¡tica de perestroika o sea la reestructuraci¢n econ¢mica. Aunque fue rotundamente defendida como la revitalizaci¢n del socialismo, las metas gemelas de la perestroika – mayor tenencia privada y la descentralizaci¢n de la toma de decisiones econ¢micas – llegaron a ser nada menos que un ataque a los principios centrales de la econom¡a marxista.

Aun los comunistas m s fervientes ahora aceptan que el programa econ¢mico marxista ha fracasado totalmente. Sin embargo, es curioso que nadie sepa precisamente el por qu’. Para la mayor¡a de los ciudadanos sovi’ticos los motivos tras el retraso tecnol¢gico penoso de su pa¡s, la falta de bienes de consumo, la gran ineficiencia y la burocracia asfixiante, no eran importantes. La gente pragm tica quiere soluciones a sus problemas, no explicaciones de por qu’ ocurrieron. Pero esta actitud testaruda resulta miope. Para arreglar algo lo m s pronto posible, hay que entender por qu’ sucedi¢ el fracaso.

En el pasado muchos pensadores occidentales argumentaron que una econom¡a al estilo marxista era s¢lo una de varios sistemas econ¢micos alternativos. Segon este punto de vista, una econom¡a descentralizada orientada hacia los mercados no es ni mejor ni peor que una econom¡a centralizada y controlada por el estado. Ambos sistemas tienen sus pros y contras. Ambos son v lidos, s¢lo diferentes. Por sus distintas experiencias hist¢ricas, lo que funciona para los estadounidenses probablemente no funcionar¡a para los sovi’ticos, y vice versa. Segon esto, la estructura de una econom¡a no es m s que un aspecto de la cultura – una cuesti¢n de gustos pol¡ticos.

Pero desde una perspectiva bion¢mica, tal amplitud de criterio no se puede sostener. Si las operaciones de la econom¡a corresponden a las funciones del ecosistema, si las organizaciones siguen los mismos principios de forma y funci¢n que gobiernan la evoluci¢n de los organismos, entonces no existe sino un solo modo de organizaci¢n econ¢mica. Por supuesto, existir n disparidades de regi¢n en regi¢n as¡ como las variaciones existen entre los ecosistemas del mundo. Pero ya sea la selva lluviosa del tr¢pico, el alto desierto o las profundidades del mar, los temas de forma y funci¢n org nicas son universales. Cualquier econom¡a que interrumpa el entrejuego de las fuerzas org nicas inmutables resulta defectuosa y destinada al fracaso.

Un sistema econ¢mico que choque con los procesos fundamentales de la vida no es simplemente una opci¢n m s; es una aberraci¢n profunda de la manera natural en que la actividad econ¢mica del ser humano se organiza espont neamente. Esta es la verdadera raz¢n de la perestroika . Despu’s de siete d’cadas de un sistema erigido sobre las teor¡as marxistas del siglo diecinueve de c¢mo una econom¡a deber¡a funcionar, los dirigentes sovi’ticos concluyeron que tales teor¡as no pod¡an funcionar. El fracaso abyecto de la econom¡a marxista – ya sea de la Uni¢n Sovi’tica, China o varios pa¡ses m s – no era cuesti¢n de la mala implementaci¢n de una buena teor¡a. Todo lo contrario: La implementaci¢n de la ideolog¡a marxista ha sido extraordinariamente completa. El marxismo fracas¢ porque sus elementos b sicos violan procesos esenciales al funcionamiento de todo sistema vivo y evolutivo.

La descripci¢n m s concisa del programa econ¢mico de Karl Marx se encuentra en la oltima p gina del Manifiesto comunista de 1848. En esencia, Marx quiso pasar el poder econ¢mico del individuo a la comunidad – por eso lo denominaron el comunismo . Para eliminar el poder econ¢mico privado Marx insisti¢ en la «abolici¢n de la tenencia de la tierra», «la abolici¢n de todo derecho de heredar», «confiscaci¢n de la propiedad de todos los emigrantes y rebeldes», y «un pesado r’gimen de impuestos progresivos sobre los ingresos». Para establecer el poder econ¢mico de la comunidad era partidario de «la centralizaci¢n del cr’dito en manos del estados por medio de un banco nacional con capital estatal y un monopolio exclusivo», «la centralizaci¢n de los medios de comunicaci¢n y transporte en manos del estado», y «la extensi¢n de las f bricas y los instrumentos de producci¢n [el equipo] bajo tenencia del estado».

A lo largo del oltimo siglo, la visi¢n de Marx de una comunidad habilitada econ¢micamente atrajo a cientos de millones de partidarios. Los partidarios marxistas cre¡an que al planear un futuro comon y al eliminar el desperdicio y la duplicaci¢n de las empresas en competencia, se acelerar¡a el progreso humano. Transferir el poder econ¢mico de las personas que buscan su propio bien al de la comunidad en su totalidad conducir¡a a una distribuci¢n mucho m s justa de la riqueza. Intuitivamente, tiene sentido que todo el mundo estar¡a mejor si la gente trabajara en forma cooperativa, como miembros de una comunidad por el bien comon. El conflicto y la competencia que caracterizan el capitalismo parecen muy mezquinos y contraproducentes. Segon Marx, solamente los ricos se benefician del capitalismo porque s¢lo ellos son propietarios de las granjas y las f bricas utilizadas para explotar al obrero por el valor de su trabajo. Si todo perteneciera a la comunidad, tal explotaci¢n cesar¡a. Obviamente, una comunidad no podr¡a explotarse a s¡ misma.

Pero lo que es intuitivamente obvio con frecuencia resulta incorrecto. Una falla ineludible y pragm tica socava esta noci¢n de comunidad. En la medida en que aumenta el tama_o de una comunidad, se diluye el sentido de responsabilidad personal de cada miembro hacia los dem s. Nuestro sentido de obligaci¢n hacia nuestra familia inmediata naturalmente es mayor que nuestra conexi¢n emocional con nuestros vecinos. De manera similar, nuestra lealtad hacia los vecinos es m s intensa que nuestra fidelidad respecto a todos los conciudadanos. Entre m s grande sea la comunidad, m s d’biles resultan los lazos de obligaci¢n motua. Mientras se debilitan los lazos, se hace m s probable que alguien abuse de los beneficios comunales.

Desde la perspectiva bion¢mica, el ‘nfasis de Marx en la comunidad contradice el principio org nico de la compartimentalizaci¢n. Todos los seres vivientes se componen de unidades peque_as. La eficiencia en un mundo de recursos limitados exige la diferenciaci¢n, la especializaci¢n y la diversidad. Ningon organismo complejo se hace de una sola c’lula que haya crecido inmensamente grande. Si tal dise_o funcionara, los tres mil y medio millones de a_os de evoluci¢n lo habr¡an producido. En lugar de eso, cada c’lula de la comunidad de un organismo grande dirige la mayor¡a de sus propios asuntos, cambiando sus salidas por entradas provistas por las dem s c’lulas.

Los economistas trazan las ineficiencias inherentes en las c’lulas demasiado grandes a un fen¢meno conocido como la «tragedia de las tierras comunales» [Nota de traductor: «Tragedy of the Commons»]. Por ejemplo, si usted sale a cenar con tres amigos y se ponen de acuerdo de antemano en dividir la cuenta, es probable que usted acabe pagando cerca de lo que usted habr¡a pagado si se le hubiera cobrado cuidadosamente por su consumo personal. Debido a que usted sabe que le tocar  compartir el 25 por ciento de la cuenta, y porque usted desea mantener buenas relaciones con sus amigos, usted evita gastar demasiado y pide platos dentro del mismo rango de precios que sus compa_eros. Todos los miembros de su peque_a comunidad de la cena se benefician al evitar la molestia del c lculo complicado que puede echar a perder una comida de otra manera agradable.

Pero si le llevan a usted a una cena improvista con 30 personas de su oficina, la din mica de la divisi¢n de la cuenta es muy distinta. Quisiera usted quedar dentro de su presupuesto y piensa pedir una hamburguesa. Pero las primeras tres personas piden filete mignon, ternera a la Oscar y colas de langosta. Sabiendo que va a acabar pagando el tres por ciento de la cuenta total, coma lo que coma, usted cambia al prime rib. El costo incremental a sus compa_eros es pr cticamente imperceptible, y recibe una mejor comida por su dinero. Pero mientras este proceso continoa alrededor de la mesa, la comunidad acaba gastando mucho m s de lo que hubiera gastado si la gente hubiera pagado individualmente lo que pidi¢, o si el grupo se hubiera sentado en varias mesas m s peque_as. Por culpa de nadie, todos acaban comiendo y gastando de m s. Nadie quer¡a abusar de lo comunal. S¢lo salieron as¡ las cosas. Las decisiones racionales de cada individuo producen un resultado irracional y negativo para el grupo. En efecto, la comunidad se explota a s¡ misma.

En la Uni¢n Sovi’tica, donde todo pertenec¡a a todos, la tragedia de las tierras comunales atac¢ ciegamente. Sin la conducta auto-reguladora que emerge del inter’s propio, la irracionalidad satura a la econom¡a. El equipo caro de la granja se dejaba afuera en el invierno para oxidarse. A_o tras a_o la mitad de la cosecha de la papa, la base de la dieta sovi’tica, se permit¡a pudrirse antes de llegar a los consumidores. Provisiones y maquinaria de todo tipo desaparec¡an de las f bricas. En un sistema en el cual todos son due_os de una parte igual e infinitesimalmente peque_a de todo, nadie se porta como el due_o de nada. Sin la retroalimentaci¢n financiera inmediata al comportamiento de inter’s propio, no hay relaci¢n entre causa y efecto econ¢micos, entre costo y valor, entre el esfuerzo individual y el bienestar personal.

Las fuerzas armadas sovi’ticas y su descendiente, el programa espacial, fueron ‘xitos bien conocidos, pero los economistas sovi’ticos m s tarde aceptaron que los costos de estas capacidades eran m s altos que aquellos de los programas norteamericanos equivalentes. Aun as¡, un cient¡fico sovi’tico del programa espacial se quejaba que la mitad del equipo a bordo de la estaci¢n espacial Mir no funcionaba.

Careciendo de las eficiencias rendidas por la contrataci¢n privada, el complejo militar-industrial sovi’tico ten¡a que ser coordinado por una burocracia que achica inclusive el Pent gono.

La econom¡a sovi’tica de «mandar y controlar» era capaz de acumular cantidades infinitas de armamento pesado y plutonio, pero ni un solo microprocesador de vanguardia. Los productos complejos de la Epoca de la Informaci¢n pueden producirse solamente por las interacciones descentralizadas de organizaciones expertas altamente sofisticadas. Habiendo observado los misiles Stinger llenos de componentes microelectr¢nicos destruir sus jets y helic¢pteros de artiller¡a en los cielos de Afganist n, los encargados de la planeaci¢n militar sovi’tica llegaron a temer un futuro en el cual las «armas inteligentes» occidentales sentenciar¡an a los tanques sovi’ticos y los ICBMs a la obsolencia. Pero sin una econom¡a de la Epoca de la Informaci¢n, no hab¡a nada que hacer al respecto.

En el sector de los consumidores, la econom¡a sovi’tica fue completamente devastada por los efectos a largo plazo de una organizaci¢n tipo comunal controlada burocr ticamente. En 1989, junto con sus enormes compras tradicionales de granos occidentales, el gobierno sovi’tico empez¢ a importar millones de zapatos, botas y pantimedias, junto con hojas de afeitar, audiocassettes, jab¢n en polvo y pasta dent¡frica. Los bienes disponibles en todos los pa¡ses salvo los m s pobres del Tercer Mundo simplemente no pod¡an producirse en una econom¡a dise_ada a cumplir con la teor¡a marxista.

Los servicios m’dicos sovi’ticos eran gratuitos, pero la tasa de mortalidad infantil era dos y media veces mayor que en los Estados Unidos y el nomero 50 en los otros pa¡ses del mundo, justamente atr s de Barbados. Bajo las reglas administrativas del sistema de salubridad, los m’dicos deben recibir a ocho pacientes por hora. Eso viene a ser siete y medio minutos por paciente, pero los estudios muestran que se consumen cinco minutos de cada visita en llenar papeles. Mientras la expectativa de vida en el Occidente hab¡a seguido una tendencia de alza, en la Uni¢n Sovi’tica bajaba. En forma generalizada – comida, vivienda, salubridad y bienes de consumo – los productos sovi’ticos no solamente eran escasos y de baja calidad, sino cuando se les evaloan en t’rminos del nomero de horas de trabajo requeridas para producirlos, los bienes sovi’ticos se encontraban entre los m s caros del mundo.

Antes de la perestroika , a las deficiencias inherentes de una econom¡a tipo comunal se les hac¡a caso omiso. A la vez, los economistas sovi’ticos argumentaban que la planeaci¢n mejorada solucionar¡an estos problemas. En efecto, su argumento era que el aparato de coordinaci¢n de la econom¡a no se hab¡a todav¡a refinado adecuadamente. Pero aun un modelo econ¢mico «perfecto» funcionando en base a la supercomputadora m s r pida imaginable no puede definir un plan para una econom¡a entera. Mientras se presenta la nueva tecnolog¡a, la estructura ¢ptima de una econom¡a sigue evolucionando. Nadie puede saber de antemano el desenlace de estos cambios interdependientes.

Inclusive los ingenieros que desarrollan una nueva t’cnica no saben si o cu ndo su m’todo funcionar  o cu l ser  su impacto final. Si los expertos no saben qu’ pasar , + c¢mo pueden dar cuenta de ello los economistas con sus modelos? A mediados del siglo diecinueve, cuando la industria se encontraba en su infancia y el cambio t’cnico era aon lento, el sue_o de Marx de una econom¡a planeada era al menos concebible, aunque sin computadoras no era pr ctico. Hoy, las computadoras permiten c lculos incre¡blemente complejos, pero los modelos matem ticos de los economistas simplemente no pueden predecir la estructura de una econom¡a perpetuamente redise_ada por el caos de la innovaci¢n.

Por su misma naturaleza, una econom¡a que evoluciona no puede planearse, as¡ que se derrumba el razonamiento entero de la toma de decisiones econ¢micas centralizada. Marx clamaba por un banco estatal centralizado con poder de monopolio sobre los fondos invertibles porque quer¡a estar seguro de que los recursos de la comunidad estar¡an de hecho invertidos segon el plan comon. Marx entend¡a que un monopolio sobre todas las decisiones de inversi¢n de capitales significar¡a que cada organizaci¢n de la econom¡a se convertir¡a efectivamente en una sucursal del banco estatal. Al implementar la receta de Marx para la planeaci¢n e inversi¢n centralizadas, la econom¡a sovi’tica entera se sold¢ en un incre¡blemente conglomerado masivo.

En la naturaleza los beneficios del tama_o y la complejidad crecientes son compensados por los costos de coordinaci¢n en alza. Entre otras ventajas, los organismos m s grandes son menos vulnerables a la rapi_a. Pero necesitan cerebros m s grandes para coordinar sus movimientos, y los cerebros m s grandes consumen tanta energ¡a que se vuelve dif¡cil encontrar suficiente comida. Cada organismo representa un trueque entre los costos y beneficios del tama_o.

En una econom¡a centralizada, donde b sicamente toda la actividad econ¢mica se concentra en una organizaci¢n gigantesca, los costos de coordinaci¢n son desastrosos . Una burocracia inmensa cuya misi¢n fotil es coordinar todas las actividades econ¢micas de trescientos millones de personas absorbe los recursos que de otra manera estar¡an disponibles para las organizaciones independientes y productivas.

En 1986, bajo la campa_a de perestroika de Gorbachev, la Uni¢n Sovi’tica tom¢ sus primeros pasos tentativos hacia el desmantelamiento de la superestructura de la econom¡a centralizada y empez¢ a avanzar a una econom¡a poblada por una variedad de organizaciones independientes. Cuidadosamente evitando la palabra tabo privado , el gobierno redact¢ leyes para permitir que los individuos emprendieran peque_os negocios llamados «cooperativas». La incapacidad del gobierno sovi’tico de administrar restaurantes, salones de belleza y talleres mec nicos decentes convenci¢ a los dirigentes que las peque_as empresas simplemente no pod¡an funcionar como sucursales de una burocracia estatal establecida para controlar molinos de acero y minas de carb¢n. La rescisi¢n de la perestroika de la prohibici¢n de peque_as empresas reconoci¢ impl¡citamente el papel esencial de las organizaciones microsc¢picas en una econom¡a productiva.

Aun este relajamiento limitado de las restricciones sobre la empresa privada ha topado con oposici¢n amarga. Muchos ciudadanos sovi’ticos tem¡an que la Ley de las Cooperativas abrir¡a la Caja de Pandora del capitalismo. Los peri¢dicos sovi’ticos se llenaban de reportajes sobre cooperativas y empresarios en potencia frustrados por la burocracia excesiva y el resentimiento poblico de sus ingresos relativamente grandes. «El 80 por ciento de la opini¢n poblica est  en contra de nosotros», dijo el fundador de una cooperativa que realiza el reciclaje de los desperdicios industriales. «Pare a cualquier en la calle y pregontele, y usted se dar  cuenta que somos ladrones, oportunistas y especuladores».

Para el pueblo sovi’tico, que se hab¡a formado en el marxismo-leninismo durante generaciones, la idea de permitir que algunas personas se vuelvan m s ricas que otras era nada menos que la blasfemia. Un legislador sovi’tico lo dijo as¡: «Es nuestra mentalidad de esclavos. Es posible pasar hambre, pero todo el mundo debe tener la misma hambre. Esta sicolog¡a frena la perestroika «. La columnista destacada norteamericana Flora Lewis secund¢ este sentimiento cuando escribi¢: «El hecho doloroso es que la idea del igualitarismo es m s o menos todo lo que queda de la visi¢n original en las sociedades comunistas. Es dif¡cil sacrificarla cuando no hay nada m s en el estante». A pesar de las objeciones en’rgicas, la legalizaci¢n de las cooperativas de peque_a escala fue complementada por una Ley de las Empresas Estatales de 1988 que prometi¢ transferir la autoridad de tomar decisiones de los bur¢cratas de Mosco a los administradores de las f bricas y sus trabajadores. Si se hubiera implementado, la ley habr¡a llegado lejos en desmantelar el aparato econ¢mico centralizado. Habr¡a librado muchos precios del control central, habr¡a implementado el comercio de mayoreo como una alternativa a la distribuci¢n administrativa de las provisiones industriales, y habr¡a instituido una red de bancos para que las empresas pidieran prestado fondos en lugar de depender de los subsidios estatales. Pero la descentralizaci¢n tambi’n habr¡a llevado a los despidos de cientos de miles de bur¢cratas en los ministerios de planeaci¢n gubernamentales cuya funci¢n principal es dirigir la producci¢n mediante la entrega de instrucciones minuciosamente detalladas a los gerentes locales de las f bricas. La burocracia nunca tolerar¡a esto, de modo que las reformas no se realizaron.

Si la Ley de las Cooperativas y la Ley de las Empresas Estatales se hubieran complementado por un sistema de precios de mercados libres, se habr¡a clavado una daga de plata en el coraz¢n del sistema econ¢mico figurado en el Manifiesto comunista . Si las peque_as empresas privadas y las 48,000 empresas estatales de la Uni¢n Sovi’tica realmente se libraran del control central, una nueva era en la historia econ¢mica sovi’tica hubiera comenzado. Por prima vez, las ganancias habr¡an reemplazado las cuotas de producci¢n como la meta principal de cada organizaci¢n econ¢mica. El estancamiento, el desperdicio y la burocracia se habr¡an sustituido por la innovaci¢n, la eficiencia y la competencia. Pero sin precios libres, ninguno de estos cambios pod¡a empezar.

A fin de cuentas, el ideal marxista de una sociedad en la cual todo el mundo tiene una parte igual de lo comunal simplemente no puede reconciliarse con un sistema que depende de la competencia como su fuerza creadora principal. La competencia implica ganadores y perdedores. Algunas empresas prosperan mientras otras quiebran. Si se obliga a una firma a la bancarrota, los empleados pierden su fuente de trabajo. Esta realidad no cuadraba con la garant¡a del gobierno sovi’tico de un empleo para todos, una pol¡tica que hab¡a sido uno de los pilares de la vida econ¢mica y social de los sovi’ticos desde 1930.

De hecho, el miedo de que las empresas estatales nuevamente competitivas pod¡an verse obligadas a despedir a millones de trabajadores no necesarios era probablemente la raz¢n principal de la reticencia del pueblo sovi’tico respecto a la perestroika . Ignorantes de los hechos del desempleo occidental, son perseguidos por el «mito del pared¢n». Como lo dijo Bill Keller, jefe del New York Times en Mosco: «El pueblo sovi’tico espera, como una cuesti¢n de sus derechos b sicos, algo que la mayor¡a de los economistas cree imposible: que la perestroika les traiga una vida mejor sin riesgos, sin molestias».27

Los accidentes de la historia determinar n al final de cuentas si Mikhail Gorbachev mantiene su poder durante la transformaci¢n de la econom¡a sovi’tica. Pero enfocarse en el destino de Gorbachev es una manera de no captar el punto hist¢rico principal. Con o sin Gorbachev como l¡der, la Uni¢n Sovi’tica tarde o temprano abandonar  a Marx. La transici¢n no ser  f cil. Ya se han cometido errores cr¡ticos – sobre todo la falta de librar los precios. Pero, como Gorbachev mismo ha dicho: «No hay por donde darnos marcha atr s».

Los sovi’ticos se est n dirigiendo hacia el capitalismo, no porque est  de moda sino porque es inevitable. Las fuerzas inmutables y naturales de la evoluci¢n econ¢mica son demasiado poderosas para sofocarse permanentemente. Una econom¡a robusta que viole los principios de la forma y funci¢n econ¢micas es una imposibilidad. La cuesti¢n nunca ha sido si el capitalismo llegar¡a a la Uni¢n Sovi’tica, sino cu l estilo de capitalismo los sovi’ticos adoptar¡an.

Los sovi’ticos tienen varios estilos de capitalismo que pueden escoger, desde el laissez-faire de Hong Kong al de Suecia, dominado por el gobierno. Razonando a partir de la analog¡a biol¢gica, algunos podr¡an argumentar que el gobierno no deber¡a tener papel alguno en la econom¡a, que una econom¡a fiel a los principios bion¢micos ser¡a una econom¡a puramente del mercado. Despu’s de todo, en la naturaleza no hay COMMONS, ninguna acci¢n concertada de la comunidad y nada de gobierno. Cada organismo lucha por sobrevivir por su cuenta, hurgando suficientes recursos para invertir en la construcci¢n de la pr¢xima generaci¢n. La vida de la tierra es abundante porque cada organismo hace lo mejor que puede. Segon este punto de vista, en una econom¡a congruente con los procesos biol¢gicos fundamentales no caben los impuestos ni los bienes distribuidos por el gobierno.

Pero tal punto de vista pasa por alto un hecho bastante cr¡tico: Los seres humanos s¡ son diferentes que todas las dem s criaturas. Somos seres conscientes. Como animales sociales, estamos socialmente conscientes. Las ideas de Marx atrajeron a millones de personas precisamente porque nuestro sentido de comunidad es un aspecto tan vital de ser una persona. Sentimos la compasi¢n por los vecinos cuyo destino es la miseria. Optamos por formar comunidades de asistencia motua, apoyo y compartimiento. Como especie, siempre lo hemos hecho. De hecho, nuestra capacidad de cooperar bien puede ser nuestra caracter¡stica para adaptarnos m s poderosa.

La cuesti¢n no es si una econom¡a capitalista deber¡a tener «tierra comunal», sino cu l porci¢n de la productividad de una econom¡a deber¡a ser distribuida a trav’s de sus tierras comunales. Si lo comunal se establece como una «red de seguridad social», +precisamente qu’ tan alta deber¡a estar esa red? ¨C¢mo se pueden satisfacer las reconocidas necesidades comunales sin crear problemas comunales no necesarios? Si la onica manera viable de hacer frente a una necesidad social en particular es crear lo comunal, +cu les t’cnicas se pueden adaptar del mercado libre para administrar lo comunal tan eficientemente como sea posible? Cada naci¢n – con su propia historia, cultura y sentido de comunidad – llegar  a conclusiones algo diferentes respecto a estas cuestiones. No hay respuestas absolutas.

En t’rminos pr cticos, estos temas m s grandes se traducen a las cuestiones detalladas de la pol¡tica tributaria, la educaci¢n, actualizaci¢n, deregulaci¢n, libre comercio, desperdicio burocr tico, protecci¢n ambiental y cooperaci¢n internacional – cuestiones prioritarias de los programas pol¡ticos de cada naci¢n. La experiencia nos muestra que otro siglo de las pol’micas derecha/izquierda que se desarrollaron de la econom¡a cl sica no pueden proporcionar respuestas otiles. Pero desde el punto de vista bion¢mico es posible identificar las propuestas que funcionar n en armon¡a con, y no contra, las fuerzas naturales de la evoluci¢n econ¢mica.

http://www.bionomics.org/

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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