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Opinión del Lector

LAS TRANSFORMACIONES POLÍTICAS EN ECUADOR

escrito por Jose Escribano 16 de febrero de 2000
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Los acontecimientos del 21 de enero del 2000, por los cuales el movimiento indígena ecuatoriano, en una alianza con militares de rango medio, logran destituir al presidente domócrata-cristiano, Jamil Mahuad, y constituyen un efímero gobierno de «Salvación Nacional», han colocado al movimiento indígena como uno de los actores políticos más importantes de la actual coyuntura. La importancia política actual del movimiento indígena, no implica necesariamente que la sociedad ecuatoriana, conozca las dinámicas, los procesos y las formas organizativas de los indios. Más bien al contrario, la sociedad expresa un temor ante la emergencia de un actor social y político al que por mucho tiempo se lo había despreciado e, incluso, siempre había sido indiferente para el poder.

Ante la insurgencia del movimiento indígena, las respuestas han variado entre el discurso del paternalismo y de la condescendencia, que se corresponde a un discurso de la compasión, y en el cual perviven intactos el racismo y la prepotencia («el reclamo ind¡gena es justo, siempre han sido los preteridos de la sociedad, pero…», «los ind¡genas han sido manipulados por los militares…», etc.), hasta un discurso claramente oficialista, que excluye la posibilidad de abrir el espacio de lo social hacia nuevas formas de participaci¢n y de acci¢n, y que condena en’rgicamente la acci¢n pol¡tica del movimiento ind¡gena como «golpismo», «aventurerismo», etc.

La acci¢n de enero es parte de un complejo proceso pol¡tico interno del movimiento ind¡gena ecuatoriano, que comprende a todo lo largo de la d’cada de los 90’s una serie de transformaciones cualitativas, tanto en su discurso cuanto en sus formas organizativas. Estas profundas transformaciones van emergiendo hacia la sociedad, y su punto de inflexi¢n puede establecerse a partir del levantamiento ind¡gena de 1990, que incorpor¢ a los ind¡genas como un poderoso actor social en el escenario nacional.

De este levantamiento hasta la participaci¢n pol¡tica en 1996, a trav’s de la creaci¢n del movimiento pol¡tico Pachakutik, el movimiento ind¡gena ecuatoriano cambia los ejes fundamentales de su discurso: de la lucha por la tierra, que caracteriz¢ las reivindicaciones del movimiento ind¡gena durante la mayor parte de los a_os 50-80’s, a la lucha por la plurinacionalidad, es decir, el cuestionamiento a la estructura jur¡dica del Estado, marcan una importante transformaci¢n cualitativa.

Sin embargo, el levantamiento de enero del 2.000, que parece cerrar un ciclo de transformaciones pol¡ticas del movimiento ind¡gena, se caracteriza por realizar una cr¡tica radical al Estado, que no hab¡a estado presente en los levantamientos anteriores m s que a nivel ret¢rico. En efecto, el pedido de disoluci¢n de los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y poder judicial), y la creaci¢n de un gobierno de «Salvaci¢n Nacional», en la cual los ind¡genas tendr¡an una directa participaci¢n, dentro de las propuestas hist¢ricas del movimiento ind¡gena (la lucha por la tierra, la plurinacionalidad), se constituye como una ruptura con respecto a las demandas anteriores, y al mismo tiempo inaugura una dimensi¢n nueva dentro de las din micas organizativas, aquella del poder.

Pero, aquello que otorga un cariz diferente a la propuesta de cr¡tica radical al Estado, e incluso la cr¡tica radical al proyecto de «democracia» que pretende imponerse desde el Estado y desde las ‘lites, es su efectiva puesta en pr ctica en la coyuntura de enero del 2000. Los ind¡genas logran una alianza estrat’gica con militares de rango medio, que transforma radicalmente el panorama pol¡tico del Ecuador y que cuestiona severamente los l¡mites de la democracia formal.

Empero, esta transformaci¢n cualitativa plantea una multitud de nuevos problemas, tanto en la formaci¢n de discursos, cuanto en la adecuaci¢n de las estrategias organizativas. El panorama es aon incierto, pero es indudable la fuerza y el peso actual que tienen las organizaciones ind¡genas dentro del pa¡s.

Las demandas por la plurinacionalidad en los noventas:

La lucha por la plurinacionalidad es la lucha por el reconocimiento a la diversidad, por el derecho a existir y pervivir en la diferencia fundamental frente al proyecto de la modernidad y frente a la expansi¢n del capitalismo. La plurinacionalidad es el eje estrat’gico a partir del cual el movimiento ind¡gena articula su discurso, sus pr cticas, y sus organizaciones, frente a la sociedad, durante la d’cada de los noventa.

La plurinacionalidad implica el respeto a la diferencia. De hecho, el Ecuador se ha estructurado como una sociedad marcadamente racista, autoritaria, intolerante e inequitativa. Dentro de los imaginarios creados por los discursos de poder, lo ind¡gena remite a una simbolog¡a de la derrota, de la humillaci¢n y del fracaso. La sociedad ecuatoriana se niega a verse en el espejo de su historia, niega sus ra¡ces ind¡genas, y una de las formas de esa negaci¢n es la indiferencia y el desprecio hacia todo el universo simb¢lico de lo ind¡gena.

Es natural, entonces, que la lucha por la plurinacionalidad afecte la formaci¢n de los imaginarios sociales y las construcciones simb¢licas elaboradas por el poder sobre lo ind¡gena, y afecte tambi’n a la estructura misma del poder. M s all  de atacar una parte de la estructura econ¢mica, como fue el caso de la lucha por la tierra durante el periodo 1950-1980, la plurinacionalidad extiende las posibilidades de acci¢n social del movimiento ind¡gena hacia otros aspectos, como la educaci¢n intercultural biling_e, el sistema de salud ind¡gena, la reconstituci¢n de los pueblos originarios, etc.

Pero, la lucha por la pluriculturalidad se articula tambi’n como una lucha pol¡tica. Dos eventos son claves dentro de este proceso, por una parte la ratificaci¢n, en 1997, por parte del Congreso Nacional del Ecuador, del Convenio 169 de la Organizaci¢n Internacional del Trabajo, OIT, y, de otra parte, la conformaci¢n de la Constituyente de 1998 que reconoce la existencia de los Derechos Colectivos para los pueblos ind¡genas.

Esto marca una transformaci¢n cualitativa, no solo en el campo discursivo de las demandas del movimiento ind¡gena, sino que, adem s, expresa un complejo y profundo proceso de politizaci¢n, en el cual las organizaciones ind¡genas agrupadas al interior de la CONAIE (Confederaci¢n de Nacionalidades Ind¡genas del Ecuador), se van constituyendo como un sujeto pol¡tico con indudable trascendencia para incidir en la pol¡tica nacional.

La incorporaci¢n de la figura de los «Derechos Colectivos», dentro de la Constituci¢n vigente, plantea varios problemas que aon no han sido definidos, ni por el movimiento ind¡gena, ni por la sociedad en su conjunto, entre ellos podr¡an resaltarse, por ejemplo: la armonizaci¢n con las leyes existentes, los mecanismos de su puesta en pr ctica, la definici¢n deontol¢gica del sujeto de los Derechos Colectivos, etc.

La incorporaci¢n de los «Derechos Colectivos» de los pueblos ind¡genas en la constitucionalidad vigente, pone al desnudo, asimismo, los l¡mites entre el discurso de la democracia y su pr ctica efectiva. Hasta el presente, la democracia, tal como se ha venido imponiendo, no ha representado ningon avance ni en las condiciones de vida ni en el reconocimiento de la sociedad a lo ind¡gena. Las leyes aprobadas se han convertido en letra muerta cuando se trata de cambiar profundamente la estructura de poder. El movimiento ind¡gena comprueba a lo largo de la d’cada de los noventa, las limitaciones que tiene la propuesta de la plurinacionalidad. Es en este contexto que habr¡a que considerar la coyuntura de 1999, como un periodo en el cual se van redefiniendo las relaciones del movimiento ind¡gena con respecto a sus ejes de acci¢n, sus relaciones con la estructura de poder, al tiempo que se van vislumbrando la emergencia de nuevas propuestas y de nuevos ejes estrat’gicos.

Los levantamientos ind¡genas en el per¡odo 1999

A pesar de las declaratorias de plurinacionalidad del Estado Ecuatoriano, la exclusi¢n, la marginaci¢n y la pobreza de los ind¡genas (cerca del 40% de la poblaci¢n nacional), son evidentes. A la exclusi¢n econ¢mica, se a_ade la exclusi¢n social y la exclusi¢n pol¡tica.

Es precisamente en contra de un modelo excluyente en lo econ¢mico y en lo pol¡tico que se realiza el levantamiento ind¡gena del mes de marzo de 1999. En esta ocasi¢n, los ind¡genas logran la constituci¢n de «mesas de di logo» con el r’gimen, para resolver un conjunto de problemas sociales y econ¢micos de la poblaci¢n ind¡gena y no ind¡gena. A pesar de los comprometimientos adquiridos por el gobierno de la Democracia Popular, en estas «mesas de di logo», la falta de voluntad pol¡tica del r’gimen para lograr acuerdos, deslegitiman estas «mesas de di logo», y cierran la posibilidad de utilizar al di logo como v¡a para superar los conflictos.

En efecto, a pesar de que el gobierno hab¡a manifestado su compromiso por adoptar una pol¡tica social y revisar los programas de ajuste; cuatro meses despu’s, el r’gimen dem¢crata-cristiano, decide la aplicaci¢n de un duro paquete de ajuste econ¢mico que contempla, entre otras medidas econ¢micas, la elevaci¢n de los combustibles, entre ellos el gas de uso dom’stico, la congelaci¢n de salarios, y la eliminaci¢n total de subsidios sociales.

Frente a la aplicaci¢n de este paquete de ajuste econ¢mico, el movimiento ind¡gena realiza su segundo levantamiento durante el mes de julio de 1999, y, en alianza con otros sectores sociales, entre ellos los taxistas, se logra, finalmente, la revisi¢n del ajuste: el precio de los combustibles y del gas dom’stico se congelan por un a_o, adem s de arrancar al gobierno la promesa de iniciar pol¡ticas sociales.

El per¡odo que va de julio a diciembre est  caracterizado por el intento del r’gimen dem¢crata-cristiano de recomponer su fuerza pol¡tica, lograr acuerdos a nivel parlamentario que le den viabilidad a su propuesta de privatizaci¢n de los sectores estrat’gicos de la econom¡a, y neutralizar la capacidad de movilizaci¢n de los movimientos sociales, entre ellos, al movimiento ind¡gena.

El levantamiento de marzo, como aquel de julio, se corresponden a una l¢gica imperante en la acci¢n pol¡tica de los movimientos sociales del Ecuador, aquella de constituirse en un contrapoder lo suficientemente fuerte que pueda limitar eficazmente la capacidad de maniobra del r’gimen. Dentro de esa l¢gica, la movilizaci¢n social, debe dar la fuerza necesaria a las propuestas realizadas, y ‘stas, generalmente, buscan maximizarse con el prop¢sito de abrir un abanico de opciones dentro de las estrategias de negociaci¢n. Las «mesas de di logo», en el mes de marzo, as¡ como la revisi¢n y congelamiento del precio de los combustibles, en el mes de julio, son los acuerdos que permiten medir la fuerza organizativa, de movilizaci¢n y de negociaci¢n, de los actores sociales ante el poder pol¡tico. En ambas circunstancias, el horizonte de expectativas pol¡ticas del movimiento social se ampl¡a, y se logran acuerdos estrat’gicos entre diferentes actores sociales, adem s de que las bases, sobre todo del movimiento ind¡gena, se politizan r pidamente. Sus estructuras organizativas se adecoan de manera flexible a los momentos pol¡ticos existentes.

Los levantamientos de marzo y julio del 99, contribuyen a fortalecer pol¡ticamente al movimiento ind¡gena, al tiempo que desgastan y debilitan al r’gimen dem¢crata cristiano. Sin mayor capacidad de maniobra, el gobierno se ve obligado a incumplir su programa de ajuste neoliberal. Por vez primera, se declara una moratoria unilateral de la deuda externa. De otra parte, la debilidad pol¡tica del gobierno le impide avanzar en su propuesta de privatizaci¢n de las empresas del sector poblico.

Es en este contexto, de fragilidad pol¡tica, que el r’gimen decide por una apuesta desesperada que le posibilite reconfigurar su poder pol¡tico. Esa apuesta es el anuncio formal de la dolarizaci¢n de la econom¡a ecuatoriana. As¡, la dolarizaci¢n otorga un horizonte de recomposici¢n a las ‘lites. Es ese el contexto en el cual se estructuran las nuevas demandas del movimiento ind¡gena ecuatoriano, y su transformaci¢n m s profunda, aquella que otorga, por vez primera en su historia reciente, una visi¢n de poder.

La disoluci¢n de los tres poderes del Estado: una cr¡tica radical a la «democracia» formal.

Mientras que el discurso pol¡tico del movimiento ind¡gena se situaba en lo reivindicativo (la lucha por la tierra o la lucha por la pluriculturalidad del Estado), en el levantamiento ind¡gena de enero del 2000, el discurso del movimiento ind¡gena es b sicamente pol¡tico: su demanda es la disoluci¢n de los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial), y la conformaci¢n de un nuevo gobierno con nuevas estructuras de poder.

Es un discurso nuevo, que empieza reci’n a configurarse y que implica una profunda transformaci¢n pol¡tica del movimiento ind¡gena ecuatoriano. De hecho, ‘ste se constituye ahora no solamente como sujeto pol¡tico sino como opci¢n de poder. Es decir, cambia los ejes que hab¡an direccionado, hasta el momento, su lucha, y en el cual es el poder pol¡tico el nuevo eje central de su propuesta. Para una sociedad tan cerrada y tan racista como la ecuatoriana ello implica un cambio radical en la percepci¢n y en el imaginario social que existe sobre los ind¡genas.

El movimiento ind¡gena ecuatoriano acompa_a a su cr¡tica radical a la estructura pol¡tica del Estado, con una propuesta de construcci¢n de un poder alternativo a trav’s de la constituci¢n y conformaci¢n a todos los niveles de la sociedad de los Parlamentos Populares. Los Parlamentos Populares son verdaderas Asambleas del Pueblo, de car cter abierto, de delegaci¢n por la v¡a de la extensa red de organizaciones populares existentes en el Ecuador. Son una especie de reconstituci¢n del  gora griega, el espacio en el cual el pueblo discute directamente sus problemas sin necesidad de la delegaci¢n oficiosa a trav’s del voto y de todo el aparato electoral. Los delegados a las Asambleas Populares, o Parlamentos, llegan directamente desde sus espacios organizativos, y discuten propuestas que ya hab¡an sido debatidas en sus organizaciones de base.

De hecho, las organizaciones de la sociedad civil recogen la iniciativa lanzada por el movimiento ind¡gena y constituyen los Parlamentos del Pueblo a nivel local, provincial y, finalmente, a nivel nacional. Para las primeras semanas del mes de enero del 2000, se logra constituir por vez primera el Parlamento de los Pueblos del Ecuador, como un nuevo espacio pol¡tico. Es desde la constituci¢n de este espacio pol¡tico que el movimiento ind¡gena busca legitimar sus propuestas de disoluci¢n de los tres poderes del Estado Ecuatoriano y la creaci¢n de un nuevo gobierno.

Empero de ello: +c¢mo estructura organizativamente el movimiento ind¡gena su propuesta de disoluci¢n de los tres poderes del Estado? ¨Que direccionalidad pol¡tica para el conjunto del movimiento ind¡gena se desprende de esta nueva propuesta? ¨Qu’ consecuencias tiene la cr¡tica radical a todo un proyecto pol¡tico que nace con la misma Modernidad? ¨C¢mo asume la sociedad ecuatoriana esta cr¡tica al car cter mismo del Estado? ¨Qu’ acciones pol¡ticas se dan en funci¢n de este pronunciamiento? ¨Qu’ estrategias a futuro pueden establecerse que no impliquen un desgaste del movimiento ind¡gena? ¨Qu’ pol¡ticas de alianzas desarrollar en ese contexto? ¨C¢mo atravesar la frontera hacia lo estrictamente pol¡tico sin provocar fracturas en lo organizativo? ¨Qu’ propuestas, qu’ alternativas, qu’ programas, qu’ discursos van a sustentar esta transici¢n pol¡tica?

La dial’ctica del poder

La l¢gica del movimiento social, y entre ellos el movimiento ind¡gena, ha sido la de constituirse como un contrapoder lo suficientemente fuerte que pueda constituirse en un l¡mite real y efectivo a las pretensiones del poder. Dentro de la l¢gica del contrapoder se desarrollan acciones de organizaci¢n y movilizaci¢n. Los paros, las huelgas, los levantamientos, las sublevaciones, son estrategias de movilizaci¢n por las cuales el movimiento social busca oponerse al poder. Es en funci¢n de esa l¢gica que se estructuran los discursos, las estrategias, las negociaciones, las formas organizativas.

Por su parte, la estructura del poder desarrolla varias dimensiones al interior de la sociedad. Una de ellas es la institucional, es decir, la codificaci¢n dentro de un conjunto de reglas, tradiciones y normas, de las actividades sociales. Dentro de la institucionalidad se inscribe la pol¡tica y sus instituciones. Tambi’n existe otra dimensi¢n b sica de la estructura de poder y que tiene un gran fuerza en contextos de democracia formal y es la de la constitucionalidad, es decir, la legitimaci¢n jur¡dica y pol¡tica, a trav’s, de un conjunto de normas b sicas que regulan la acci¢n social y pol¡tica. Dentro de esas fronteras es permitida la acci¢n social, la acci¢n pol¡tica y aquella jur¡dica. Fuera de ella nada es permitido.

El movimiento social, por su parte, se mueve fuera de estos espacios. Es precisamente en virtud de esta fractura que se conform¢ el Movimiento Pachakutik, como una opci¢n de lucha dentro de espacios que son ajenos a las din micas del movimiento social. Y es justamente a partir de esta experiencia electoral que se pueden comprobar una serie de limitaciones que el movimiento social no ha podido superar: la carencia de procesos de ciudadan¡a en amplias capas de la poblaci¢n, sobre todo en las poblaciones ind¡genas del sector rural, la falta de recursos para acceder masivamente a los medios de comunicaci¢n, la inexperiencia en el manejo electoral e institucional, la falta de visi¢n en la pol¡tica de alianzas, la falta de credibilidad de sus propuestas, etc.

Es por ello que el planteamiento de la CONAIE, de disoluci¢n de los tres poderes del Estado y la conformaci¢n de un nuevo gobierno, rompe con las pr cticas del movimiento social e instaura una nueva visi¢n dentro del movimiento social ecuatoriano, aquella del poder. Esta ruptura se da sin que existan procesos previos de transformaci¢n organizativa interna a trav’s de la discusi¢n, debate y reflexi¢n de esta nueva propuesta, y procesos de conformaci¢n de nuevos discursos y nuevas pr cticas organizativas. De hecho, el movimiento social se plantea el problema del poder, desde la misma l¢gica y la misma din mica con la que se hab¡a consolidado como contrapoder.

Ello implica una serie de rupturas que conllevan el riesgo de fracturar seriamente la cohesi¢n organizativa y de movilizaci¢n del movimiento social, pero al mismo tiempo, otorga una dimensi¢n nueva dentro del horizonte de sus expectativas. Constituirse como poder implica la convicci¢n de cambiar al pa¡s. Pero este cambio debe adecuarse a la realidad. Para ello se necesitan otro tipo de l¢gicas que aquellas del contrapoder y que le han dado una gran preeminencia al movimiento social. Ah¡ radica el reto fundamental del movimiento social ecuatoriano y, a su interior, del movimiento ind¡gena.

Cambiar de l¢gica significa desarrollar propuestas incluyentes y horizontes de acci¢n que sean cre¡bles por el resto de la sociedad. Pero, dentro de esa dial’ctica de las sociedades, asumir la l¢gica del poder puede implicar la destrucci¢n de la experiencia ganada como contrapoder. Es decir, ese acumulado hist¢rico de huelgas, paros nacionales, levantamientos y sublevaciones ind¡genas, puede revelarse contraproducente para dirigir, gestionar, negociar y administrar los espacios institucionales y pol¡ticos de la sociedad.

Cuando el movimiento ind¡gena critic¢, y con justa raz¢n, a los tres poderes del Estado, y pidi¢ un cambio radical del quehacer pol¡tico, tuvo una amplia aceptaci¢n en la sociedad y su propuesta fue leg¡tima, hasta ah¡ actuaba como el referente m s leg¡timo del contrapoder social; pero cuando pas¢ a la acci¢n y con un grupo de militares j¢venes intent¢ convertirse en gobierno, parad¢jicamente, su propuesta perdi¢ legitimidad y credibilidad social. Para afirmarse como poder, el movimiento social habr¡a necesitado controlar, dispersar o destruir las formas de resistencia y las formas de contrapoder que se habr¡an generado contra su gobierno. Y ello, porque su acci¢n como poder no estuvo mediada por un proceso previo de discusi¢n, transformaci¢n interna y formaci¢n de nuevas l¢gicas de acci¢n.

Toda resistencia al poder es leg¡tima, por ello el poder busca desarrollar un abanico de posibilidades que le permitan legitimarse sin llegar al extremo de la violencia permanente. Desde las formas m s fenom’nicas como la violencia, el dinero, las instituciones, o el control de los medios de comunicaci¢n, hasta las formas m s elaboradas como la formaci¢n de consensos, el control disciplinario, la econom¡a pol¡tica del cuerpo humano, etc., el poder es una vasta y compleja red de relaciones sociales, y en la cual todos los seres humanos que viven en una sociedad est n sumergidos y son parte de ‘l.

Es dentro de esta red de poderes que se desarrollan resistencias, obst culos, frenos, desviaciones a la imposici¢n del poder. Estas estrategias de contrapoder est n en toda la sociedad. A nivel m s general, la organizaci¢n y conducci¢n pol¡tica de estas manifestaciones de contrapoder recogen, viabilizan y conducen esas resistencias al poder en un proyecto onico de contrapoder social. Durante la d’cada de los ochenta, fueron los sindicatos quienes dieron conducci¢n pol¡tica a las resistencias contra el poder. Su fracaso fue el fracaso de una concepci¢n pol¡tica del mundo. Durante la d’cada de los noventa, es el movimiento ind¡gena quien recoge y conduce las resistencias al poder. Hasta ahora, ‘ste se ha convertido en el referente social m s importante, y justamente por ello, es necesario que el movimiento ind¡gena reflexione desde sus espacios organizativos sobre su futuro pol¡tico de convertirse en opci¢n de poder, porque de ello depender  la historia pol¡tica futura del pa¡s.

El reto del movimiento ind¡gena es complejo, y las disyuntivas que se le presentan vuelven m s problem tica la decisi¢n. Si el movimiento ind¡gena, conjuntamente con los movimientos sociales del Ecuador, optan por convertirse en una opci¢n real y factible de poder, deben cambiar la l¢gica de acci¢n con la que han construido hasta ahora su historia de resistencia y organizaci¢n. Deben comprender que las fronteras de su acci¢n pol¡tica rebasan con mucho aquellas fronteras geogr ficas del Ecuador, y que sus consecuencias ser n mundiales. Pero el riesgo est , precisamente, en poner en juego todo un acumulado hist¢rico. Las decisiones dependen de la sabidur¡a y de la paciencia de los pueblos del Ecuador. Tienen a su favor el hecho de haber resistido por m s de cinco siglos la brutal imposici¢n del poder.

Por Por Pablo D valos

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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