«Una cosa es el pecado y otra el pecador». La Iglesia,a través de sus pastores tienen derecho a expresarse. No hay que escandalizarse, por ejemplo, cuando se califica a las parejas de hecho como una degradación. Y vaya por delante, todo mi respeto las personas que están en situación de pareja de hecho.
Una cosa son las personas, otra la institución «pareja de hecho». Que quien conviva en parejas de hecho se de por aludido como persona es hacer una extrapolación: rechazar una situación no prejuzga las intenciones subjetivas de las personas que se encuentren en ella. Puede haber gente que está en esa situación pensando -a mi modo de ver, equivocadamente- que obran bien. Igual que hay gente que se casa y que son infieles a sus compromisos. Pero ni esto significa que el matrimonio sea malo, ni las buenas intenciones convierten en objetivamente correcta cualquier conducta.
En segundo lugar, voy a explicar por qué la situación de pareja de hecho me parece a mí indigna de la persona y nociva para la sociedad. A mi entender, para que un consorcio sexual sea acorde a la dignidad humana no basta, como a veces se manifiesta, que los conviventes se decidan a recibir y educar a los hijos, ni que est’n dispuestos a ayudarse rec¡procamente mientras convivan, sino que han de comprometerse a hacerlo hasta la muerte. Todo hombre y toda mujer, pienso yo, tienen derecho a algo m s que a un amor pasajero supeditado a los intereses de cada momento. Mientras no se ama en las maduras y en las duras, no hay verdadera entrega. Y cuando falta ese compromiso, en la convivencia aparece enseguida el chantaje: «Te dar’ esto o lo otro, si te pliegas a mis pretensiones. Si no, ah¡ te quedas, puesto que no tengo ningon compromiso contigo». Y, claro est , esta inestabilidad, adem s de perjudicar a los implicados, redunda en los hijos y en los bolsillos de los sufridos contribuyentes, que tenemos que hacernos cargo de las consecuencias sociales de las rupturas amorosas: cuesti¢n que hago gustosamente por solidaridad c¡vica, pero que no deseo que se extienda. Finalmente, deseo aclarar que es err¢neo deducir, de las variaciones que en la historia de la Iglesia ha tenido la formalizaci¢n del sacramento del matrimonio entre cristianos, la inexistencia de ‘ste en los primeros tiempos. El nuevo «Catecismo de la Iglesia Cat¢lica» deja bien claro que este sacramento existi¢ desde el principio (puntos 1613, 1616, 1617 y 1642), as¡ como las razones por las que desde hace cuatro siglos se viene siguiendo un rito determinado (punto 1631). Adem s, los no bautizados tambi’n pueden casarse, por supuesto; que su matrimonio no sea sacramental no significa que su situaci¢n pueda equipararse a la de las parejas de hecho: quienes se entreguen totalmente de por vida, y abiertos a tener hijos y educarlos, son tan esposos como los bautizados casados, y tan distintos como ellos de los provisionalmente conviventes, pues ‘stos no son «esposos», que significa en lat¡n «comprometidos».
Juan J. S nchez L¢pez
