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Opinión del Lector

VIOLENCIA EN VENEZUELA

escrito por Jose Escribano 3 de abril de 2000
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Un misterioso espíritu se está posesionando de los pueblos que, bajo el nombre de libertad, tiende a disolver los lazos humanos y las ideas del bien común y la solidaridad. Para esa libertad sólo existen individuos, contrapuestos unos a otros, en competencia para satisfacer sus intereses, deseos e ideologías. Bajo la bandera de los nacionalismos se asesina. Con la consigna de la revolución o de la defensa del Estado y los intereses nacionales se masacran a miles de campesinos inocentes en Colombia. A la libertad de mercado y de empresa le tiene sin cuidado los efectos perversos que los movimientos financieros internacionales tienen sobre nuestras ruinosas economías y en consecuencia sobre la vida de cientos de miles de personas que son agresivamente excluidas de los más elementales niveles de bienestar. La creciente estructuración de la economía criminal, en donde están operando industrias millonarias para el tráfico y distribución de drogas, armas y objetos robados, interviene más en nuestros mercados internos generando modos de vida, usos y costumbres perversos.

Las sociedades nos estamos haciendo violentas porque estamos dejando de ser sociedades. Estamos renunciando a la idea de cuerpo social, en la que concebimos nuestra libertad y capacidad de acci¢n en funci¢n del bien comon y de la felicidad compartida. Para ello, nos socializamos desde ni_os con h bitos y costumbres que nos permiten integrarnos a una convivencia arm¢nica y autoreprimimos todo aquello que resulta «antisocial».

Nos estamos negando el cielo en la tierra y, por el contrario, estamos construyendo nuestro propio infierno. De espaldas unos a otros, pueblos y personas, s¢lo volvemos las caras para hacer de los otros objetos del propio inter’s. La violencia proviene de esa fuerza invisible, impersonal, que nos lleva a ver en el otro s¢lo un recurso, una fuente para nuestra sobrevivencia o un obst culo para nuestros deseos. Es una violencia que proviene de la falta de inter’s generoso. La humanidad es un compromiso, nadie es por s¡ mismo y nadie es fuera de los otros. La ayuda mutua ha sido la fuerza noble que nos permiti¢ sobrevivir como especie.

La heterogeneidad y complejidad de las sociedades contempor neas ha llevado a muchos analistas a descartar cualquier aspiraci¢n que pretenda proyectar o imaginar la idea de bien comon. Si eso fuera cierto, tendr¡amos que decretar la muerte de la humanidad. Hay signos evidentes que contradicen esa ideolog¡a. Hoy m s que nunca, existe una conciencia universal sobre ciertos t¢picos que conforman los contenidos de la idea de bien comon, aunque la pr ctica de nuestro mundo contempor neo diste mucho de esa conciencia: la consagraci¢n de los derechos humanos y de la participaci¢n democr tica, el respeto al equilibrio ecol¢gico, el desarrollo sustentable, etc. Este horizonte compartido es el que nos permite pensar que el mundo que habitamos hoy no necesariamente est  condenado al fraccionamiento.

Revertir las violencias que nos destruyen

Convertirnos de una sociedad violenta a una sociedad pac¡fica requiere reconstruirnos como sociedad integradora, sustituir la tendencia al empobrecimiento excluyente por la creaci¢n cada vez m s generalizada de oportunidades de empleo, educaci¢n, vivienda, salud y participaci¢n democr tica para las mayor¡as. Sin duda que ‘sta es la ecuaci¢n inicial que se debe despejar en un proceso progresivo de reingenier¡a social hacia la pacificaci¢n de nuestras relaciones sociales. Despegar de la violencia institucionalizada en nuestras estructuras econ¢micas y sociales es el punto de partida para salir de la multiplicaci¢n de las violencias que nos destruyen.

Convertirnos en una sociedad pac¡fica requiere superar el flagelo de la anomia que crece d¡a a d¡a entre nosotros. La incapacidad del Estado para imponer un marco regulador en las transacciones sociales y la fragmentaci¢n de la sociedad ha provocado el vac¡o de normas que regularicen el comportamiento individual y colectivo. La superaci¢n de esta enfermedad social requiere que se vigoricen las fuerzas sociales integradoras que existen entre nosotros, en el Estado y en la sociedad, que operan a escala nacional, regional y local, que se expresa en instituciones y en personas. Articular esta fuerza social es precisamente crear la Repoblica, el hogar comon de la sociedad.

Revertir nuestras violencias implica redise_ar la vida urbana en espacios de convivencia m s humanizantes. La ciudad compendia la diversidad de una sociedad en todas sus esferas. Por eso el mundo urbano ha constituido siempre un escenario de conflictos. En el caso de Am’rica Latina, la conflictividad urbana se agudiza porque el crecimiento y desarrollo de nuestras ciudades ha dejado de contar con formas de control y planificaci¢n que aseguren la relaci¢n entre bienestar urbano, crecimiento poblacional y control institucional de la convivencia. Muchas de nuestras grandes ciudades latinoamericanas se han convertido en amontonamientos atolondrados de edificaciones, v¡as, veh¡culos, transeontes, vendedores ambulantes, mendigos, industrias, comercios, espect culos, bares, prost¡bulos, centros de distribuci¢n de drogas, monumentos, parques, etc. Todo ese conglomerado ha fraccionado la convivencia y los intereses colectivos; dando lugar a lo que algunos investigadores han llamado la «balcanizaci¢n.» de los espacios urbanos. Grupos contrapuestos unos a otros compitiendo por el mismo espacio de sobrevivencia. Sobre esta violencia, que se engendra desde la estructura misma de nuestras ciudades, se vinculan otras violencias: la violencia que surge de la cultura ambiental generalizada, la violencia estructural y la violencia institucional, la primera agrietando los viejos axiomas de la solidaridad, la segunda mediante la exclusi¢n y la tercera bajo la forma de anarqu¡a y anomia.

Una forma nueva de violencia que es necesario superar es la violencia familiar. La familia es sin duda la unidad que sustenta y cohesiona la vida social. Se convierte en un disolvente cuando opera como una c’lula infecciosa que produce e irradia violencia en todos los escenarios sociales. La id¡lica imagen del «hogar dulce hogar» est  dando lugar, en sociedades violentas como la nuestra, a un escenario reproductor de violencia a trav’s de las agresiones entre sus miembros, especialmente sobre ni_os y mujeres. Las moltiples agresiones que se producen con mayor frecuencia al interior de las familias actoa a su vez como una fuente de socializaci¢n permanente en las pr cticas violentas. Todo ello requiere hacer brotar en la sociedad un esfuerzo generalizado por reconstruir nuevas representaciones sociales y modelos alternativos sobre la familia, las relaciones de pareja, las relaciones padres-hijos, etc.

La violencia del delito

Esta forma de violencia viene extendi’ndose a una velocidad sin precedentes en el pa¡s desde comienzos de la d’cada de los a_os 90. Se entiende generalmente por ella el uso o amenaza de uso de la fuerza f¡sica con la intenci¢n de afectar el patrimonio, lesionar o matar a otro. Esta violencia est  ¡ntimamente vinculada con las violencias anteriormente se_aladas, sin embargo tiene sus caracter¡sticas espec¡ficas que no se originan s¢lo como derivados de otros contextos explicativos.

Un multiplicador de la violencia delictiva es la alta probabilidad de ser perpetrada sin que medie sanci¢n alguna para los responsables. La extensi¢n de la impunidad tiene muchas causas. Como ya se ha dicho reiteradamente, la corrupci¢n de los sistemas y procedimientos judiciales se ha convertido en un c ncer incurable. Esta corrupci¢n se ha reforzado porque se ha entretejido una tupida red entre las instituciones judiciales y la empresa organizada del delito, que ha estructurado incluso procedimientos y m’todos propios que coadyuvan a favor de la eficacia delictiva. Al mismo tiempo, las instituciones y procedimientos judiciales han quedado obsoletos para enfrentar la complejidad que tienen por delante. Sin recursos ni medios t’cnicos adecuados, la justicia es no s¢lo corrupta sino que cuando quiere actuar est  imposibilitada de hacerlo. El otro eslab¢n son las polic¡as y los cuerpos de seguridad; tambi’n estas instituciones han sido penetradas por diversas formas de corrupci¢n, comprob ndose su complicidad en un alto porcentaje de los delitos cometidos. Tambi’n sufren de la ineficiencia e ineficacia del sistema judicial en su conjunto, especialmente en el  rea de investigaci¢n t’cnica. Las c rceles, el oltimo eslab¢n de la cadena de justicia, tambi’n est n colapsadas, penetradas hasta sus entra_as de corrupci¢n y convertidas en la m xima casa de educaci¢n para la violencia.

La certeza de la impunidad del delito aleja cada vez m s al ciudadano de la pr ctica de la denuncia, no s¢lo porque probablemente ser  ineficaz, sino porque se percibe que con ella vendr n nuevos y peligrosos problemas. Al mismo tiempo, la impunidad de los organismos del Estado frente a la criminalidad y el delito obliga a la ciudadan¡a a crear distintas modalidades de protecci¢n y seguridad (tenencia de armas de fuego, proliferaci¢n de cuerpos privados de seguridad). Por oltimo, la impunidad trae como consecuencia directa la imposici¢n de la justicia por propia mano.

La violencia delictiva est  asociada en gran medida al crecimiento del mercado de la droga en nuestras ciudades: disputas sobre territorios entre distribuidores rivales, asaltos y homicidios cometidos dentro de la jerarqu¡a de distribuci¢n, como medios de imposici¢n, robos a distribuidores y la retaliaci¢n violenta del distribuidor o jefe, eliminaci¢n de informantes, castigo por vender drogas adulteradas o falsas, castigo por no pagar deudas, etc.. Todo esto sin mencionar la vinculaci¢n del mercado interno de distribuci¢n y consumo de drogas que opera en el pa¡s con su entorno internacional, donde las redes del narcotr fico se han convertido en una de las m s poderosas fuentes de moltiples violencias.

Las investigaciones sobre la violencia delictiva han logrado establecer una clara relaci¢n entre el alto ¡ndice de consumo de alcohol y homicidios. Esta relaci¢n se ha incrementado por el uso abusivo del expendio de licores sin ninguna reglamentaci¢n ni control por parte de las empresas productoras, del Estado y de la misma colectividad.

Ana Mar¡a San Juan ha llamado la atenci¢n en sus investigaciones sobre un hecho reiterado al que nos hemos venido acostumbrado, especialmente en la ciudad de Caracas: «los muertos del fin de semana». «Es llamativo tan alto grado de ocurrencia justamente en los espacios destinados al descanso, al intercambio familiar, al esparcimiento y a la diversi¢n…», lo que se_ala un importante grado de deterioro en los usos y costumbres de estos espacios, la concurrencia de nuevas representaciones sociales en el tratamiento del tiempo extraordinario y el deterioro de las relaciones cotidianas, cuyos conflictos se convierten en violencia agresiva en donde abunda la reuni¢n social, el consumo de alcohol y drogas.

La violencia delictiva tambi’n se ha incrementado gracias al crecimiento del mercado de armas de fuego, que pone f cilmente en manos de la poblaci¢n civil la disponibilidad de su uso. Ese incremento se ha hecho por la v¡as l¡citas, gracias a la demanda proveniente de la necesidad de autoprotegerse. Est  comprobado por la observaci¢n comon que las polic¡as y cuerpos de seguridad actoan como agencias de distribuci¢n de armas decomisadas. A ese mercado concurren igualmente las mafias organizadas del delito con sus ofertas respectivas.

Con mucho dolor tenemos que admitir que en el  mbito de la violencia delictiva sobresalen los j¢venes de nuestros barrios, entre 15 y 24 a_os de edad como principales v¡ctimas y victimarios. Es lamentable tener que concluir que entre ellos se est  construyendo un universo mental que teje sus vidas y sus entornos, cercenando cualquier posibilidad de trascender hacia una mayor calidad de vida. Muchos j¢venes urbanos pobres encuentran en la violencia del delito la onica posibilidad de afirmar su identidad, en un contexto social cuyo onico modelo e ideal es ser consumidor a ultranza y que a la vez les excluye sistem ticamente. Ante la incertidumbre del futuro, probablemente provenientes de familias reproductoras de violencias, estos j¢venes responden a su situaci¢n optando decididamente por el mundo del delito y su l¢gica, resign ndose adem s a su suerte. Para este numeroso grupo social, con escasas posibilidades de educaci¢n y empleo, desarraigado y con grandes carencias afectivas, la sociedad venezolana s¢lo tiene como respuesta la penalizaci¢n y una mayor diferenciaci¢n.

¨Qu’ hacer?

Vemos con agrado los lineamientos del plan de seguridad ciudadana presentado por el Gobierno Nacional. Es un plan que intenta abordar la violencia delictiva atendiendo a sus moltiples causalidades y expresiones. Son esperanzadores los planteamientos referentes al control y depuraci¢n de las polic¡as y cuerpos de seguridad, el establecimiento de mecanismos  giles para exigirles mayor eficiencia y la creaci¢n de comisiones de coordinaci¢n de las labores de polic¡a e inteligencia. Es tambi’n alentador la concepci¢n de una pol¡tica de seguridad que tiene como principios rectores el respecto a los derechos humanos, la participaci¢n ciudadana, a trav’s de la creaci¢n de canales expeditos para ello, y la prevenci¢n, entendida en un sentido amplio e integral. A esta pol¡tica se suman los esfuerzos que se est n haciendo en el  rea de la reforma judicial.

Los ciudadanos tendr¡amos que exigirle al Estado la instrumentalizaci¢n de estas pol¡ticas, controlarlas y vigilarlas y, sobre todo, atendiendo a la complejidad de las violencias que nos azotan, imaginar y comprometernos en nuevas posibilidades y modelos de convivencia que actoen como fuerza contraria a la fuerza de las violencias que nos agreden. (Ve/YZ/Ad/Vi/mc)

Autor

  • JAE
    Jose Escribano

    Responsable de Contenidos en Informativos.Net

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