Las recientes manifestaciones del chafandín de La Moncloa, a cada día que pasa más faltón y agresivo, no dejan muchas dudas acerca de lo que está sucediendo, y la razón que tenían algunos que trataban de avisarnos acerca de lo que ocurriría si los del Partido Popular llegaban al poder, aunque esta vez lo hicieran mediante unas elecciones democráticas y no como otras veces. De hecho uno empieza a comprender porqué un personaje tan hortera como ese ocupa el puesto que ocupa, habiendo en su mismo partido como los hay gente con bastante más clase y entidad. Pienso que debe ser porque es el más convencido de la permanente vigencia de aquello del ôPor el imperio hacia diosö, de la ôEspaña, UNA, grande y libreö, y de otras fascistadas del mismo o parecido tenor. Ahora se han sacado de la manga eso del ôpatriotismo constitucionalö, que viene a ser más o menos aquello mismo que ocurría cuando parecía que sólo había un mandamiento de la doctrina cristiana, el sexto û el que trata de la represión de cualquier forma de goce sexual -, porque los otros nueve no daba en ningon momento la sensaci¢n de que tuvieran demasiada importancia para la gente que, a pesar de todo, los predicaba, hasta tal punto los ignoraban en la pr ctica cuotidiana. Resulta que cuando les ves y les oyes se tiene la total sensaci¢n de que, para ellos, la constituci¢n s¢lo consta de aquellos preceptos que hace unos d¡as hizo veintitr’s a_os que nos hicieron entrar con calzador, bajo la presi¢n de la amenaza permanente de un golpe de estado militar si no nos pon¡amos en disposici¢n de pasar por el aro de forma suficiente.
Ver’is, en las leyes – la constituci¢n en definitiva es una ley -, aunque parezca que lo m s importante sea el articulado, tiene una importancia extraordinaria el pre mbulo, y la tiene porque marca el esp¡ritu de aquella ley, indica la lectura que es necesario realizar de aquel articulado que lo sigue. Si el pre mbulo de ‘sta dice cosas de tanta entidad como esa: «La Naci¢n espa_ola, con el deseo de establecer la justicia, la libertad y la seguridad y de promover el bien de todos los que la integran, en uso de su soberan¡a, proclama la voluntad de: …Proteger a todos los espa_oles y los pueblos de Espa_a en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones…», no pueden abrigarse muchas dudas acerca de como hay que interpretar luego el articulado. No se ve por ninguna parte esa unidad por narices que Aznar y sus boys interpretan como la onica Espa_a posible, en un acto reflejo de cinismo, como si nos dijeran: «Ya accedimos a que estuviera escrito all¡, ahora +qu’ quer’is?», como si con admitir que se pusieran esas palabras ya quedaran resueltos todos los conflictos provocados por el complejo encaje de esas realidades en un s¢lo proyecto de estado. Si adem s el art¡culo segundo menciona, entre otras cosas tan del gusto del personaje en cuesti¢n, que: «…reconoce y garantiza el derecho a la autonom¡a de las nacionalidades y de las regiones que la integran…», a_adido a lo que he citado antes deja muy poco margen para el uniformismo, y, distinguiendo entre nacionalidades y regiones, consagra aquella asimetr¡a que ahora le molesta tanto. La lectura que ‘l hace de que esa distinci¢n no tiene ningon sentido, es fraudulenta, porque si no hubiera de tenerlo no hubiese sido necesario marcar la diferencia – parafraseando lo anterior algo as¡ como si nos dijera: «Bueno, ya pusimos nacionalidades, pues ya est , +no?» -. Entonces uno se pregunta de qu’ constituci¢n es tan patriota ese esp’cimen, porque al parecer la suya y aquella que la gente como yo votamos afirmativamente no debe ser la misma. La m¡a, por ejemplo, admite enmiendas, la suya no; la m¡a respeta las diferencias nacionales – eufem¡sticamente llamadas nacionalidades en el texto constitucional -, la suya no; la m¡a es una lista de derechos, la suya una de obligaciones e imposiciones en poca cosa distintas a las del r’gimen anterior. Si del mismo texto podemos tener dos visiones tan distintas, a la fuerza uno de los dos debe estar equivocado, y la verdad, sin falsa modestia, me parece que no soy yo.
Pero claro, tambi’n podr¡a ser que no fuera as¡, y que fuese cierto que la versi¢n buena sea la suya. En ese caso declaro ahora y aqu¡ que me enga_aron, y que retiro mi voto favorable, ya que al emitirlo hubo un verdadero vicio de consentimiento. +Y si lo hici’ramos todos aquellos a quienes nos ocurre lo mismo? Muy Honorable, +a usted qu’ le parece ?
Jordi Portell