Desde que los campos de la coca en el sur de Colombia han sido fumigados, en noviembre pasado, con veneno como parte de la «guerra contra las drogas», un número notablemente alto de niñas y niños cayeron enfermos, informó la agencia latinoamericana Púlsar.
En el Centro de Salud de Aponte, la sala de espera está llena de niños gritando, con úlceras sobre todo su cuerpo. Un médico del lugar, José Tordecilla asegura que solamente existen medicamentos para 10 por ciento de los menores.
En su opinión, 80 por ciento de la población infantil del Resguardo Indígena de Aponte, está enferma y al señalar a los pacientes en su registro detalla que padecen erupción, fiebre, diarrea e infecciones oculares desde las fumigaciones. Antes de eso, menos de 10 por ciento presentaban enfermedades como gripa o paperas.
El 3 de noviembre la fumigación comenzó en el resguardo Indígena de Aponte, de ocho mil hectáreas, en el sur de Colombia. Por diez días sucesivos, las avionetas rociaron el rea con largas colas azul y blancas del herbicida,
como parte del Plan Colombia. Tres avionetas acompa_adas por tres helic¢pteros de combate aparecieron repentinamente sobre las monta_as altas de los Andes.
El programa de fumigaci¢n financiado y coordinado por Estados Unidos, contra el aumento de la producci¢n de coca y amapola siempre utiliz¢ herbicida Roundup, pero segon confirm¢ el Departamento de Estado al diario
holand’s Handelsblad, usaron ahora Roundup Ultra, una versi¢n a la cual se le han a_adido nuevas substancias de refuerzo.
Existe la hip¢tesis que refiere como la adici¢n de surfactantes nuevos –sustancias parecidas al jab¢n para mejor absorci¢n del herbicida– provoca los s¡ntomas de la enfermedad. Washington niega los nuevos productos qu¡micos que est n poniendo en peligro la salud.
La fumigaci¢n de cultivos ilegales es pol’mica y Colombia es el onico pa¡s del mundo en donde se hace, como la onica alternativa, segon los estadounidenses de controlar la producci¢n de estupefacientes.
En la Casa Comunal de Aponte, el ingeniero agr¡cola Luis Camoes explic¢ que con la fumigaci¢n, que incluy¢ los tres nacimientos locales de agua en el lugar, finalizaron su proyecto sobre la reforestaci¢n de las tres fuentes, parte de un programa oficial.
Camoes y los aldeanos hab¡an acarreado los rboles con los caballos a las fuentes de agua a aproximadamente tres mil metros de altura. 170 mil d¢lares americanos vinieron del Plante, el programa del gobierno colombiano que financia proyectos alternativos de desarrollo, para estimular a la
gente a sustituir amapola por cosechas legales, con mucho ‘xito en opini¢n de Camoes.
Carlos, el s’ptimo campesino entrevistado, sostiene frijol, yuca y mazorcas, todos marchitos. Cuenta la misma historia: «Doctora, fumigaron todas nuestras cosechas. ¨C¢mo haremos ahora para vivir? » Adem s de ma¡z y
de yuca, Carlos cultivaba un peque_o lote de amapola. «No me gusta. Pero es la onica cosa que podemos vender», dice.
Su choza tiene piso de tierra, un tabl¢n para dormir y un crisol para cocinar al nivel del suelo. Igual que otras 700 familias del lugar, cultiva un peque_o lote de amapola para comprar alimentos, medicina, ropa, libros de texto.
A prop¢sito, la fumigaci¢n de comienzos de noviembre no era la primera para los campesinos-ind¡genas de Aponte. En junio, sus cosechas tambi’n fueron destruidas, cuentan. Carlos acababa de contraer un pr’stamo con Plante, con
uno por ciento de inter’s, y su amapola fue substituida por la cebada.
Pero la cebada se muri¢ y regres¢ a su peque_o campo de amapola ya fumigado. Su mujer tiene la erupci¢n alrededor de su boca. Ella tiene dolor de cabeza y ardor en los ojos, dice. Piensa que es debido al agua envenenada.
Mientras tanto, el doctor Tordecilla hizo una solicitud de medicamentos que fue rechazada. Le dijeron que la enfermedad causada por la fumigaci¢n es una «mentira».
M s tarde, en Bogot , llega a estar claro lo que ‘l quiso decir. «¥Mienten!», buf¢ el Ddirector de la Polic¡a antinarc¢ticos cuando le pedimos el comentario sobre lo que hemos visto en Aponte.
«Usted no ha visto lo que usted ha visto. Nunca hemos fumigado all¡.» +l no quiere ver el v¡deo. Tan solo fotos de ni_os enfermos. «¥Es falso! La prueba que usted desea darme es falsa «, rab¡a el General Socha antes de que finalmente nos expulse de su oficina. «No venga aqu¡ a traerme discusiones. No permito que usted me cuestione».
Su unidad se adorna con un anuncio iluminado de talla humana, con avionetas de fumigaci¢n. «Traficantes de droga», llama ‘l a los peque_os campesinos que cultivan un lotecito de coca o de amapola adem s de sus cosechas
ordinarias. Y siempre que una mata de pl tano o de ma¡z se est’ fumigando, segon el General, ha sido plantada all¡ especialmente por la «narcoguerrilla» para enga_ar a periodistas ingenuos.
Segon el cient¡fico colombiano y experto en fumigaciones Ricardo Vargas, el General tiene raz¢n en un punto: «la construcci¢n del programa colombiano de fumigaciones hace muy baja la posibilidad de un error». «Eso hace muy
siniestro el escenario», reflexiona Vargas. «La fumigaci¢n como estrategia para afectar conscientemente la supervivencia de las comunidades…» Prefiero no pensar en ello».(Co/YZ/Ni/Dh-Am-If/pt).