ôBótate !ö, y saltarán famélicos, se arrastrarán a mojarse el rostro a como dé lugar frente a los huecos de la defecación, y otra vez los bahos pestilentes les abofetearán sin apelación, y algunas ratas cuasi gatos, demoradas por el tamaño correrán a sumergirse en esos huecos putrefactos; mientras algunos deberán amarrarse en dirección a la flacuencia, el short que les guinda por artes del milagro.
Volverán esos infelices a desandar el pasillo en regreso a la litera, maldiciendo la hora de haber nacido en esa pesadilla surreal del asco castrista; quizás Pedro, o tal vez Julio, ya no recuerden los punzonasos que le clavaron al de al lado por no pagar a tiempo el vaso de azúcar que debían de un mes atrás.
Y cada cual tratará de acercar lo más posible la propia espalda a la pared más cercana a por si otro punzón se desata en el aborrecible amanecer cubano, muchos orando porque la luz no pestañee ni un segundo, para que los enemigos desviados del blanco de su desgracia no vuelvan a la cacería y los tropelajes en la oscuridad ninja.
«Vaya to, b¢tate pa’l pasillo» . gritar el jefe de galera, y los fantasmas en pena haciendo otro esfuerzo por levantarse de donde se dejaron caer en el entretanto. Y se formar la cola de hombres todos siempre vigilando por el rabo del ojo por si alguien viniera en ataque desde atr s. A alguno se le doblar las rodillas, por llevar d¡as pagando con su desayuno los cigarros que alguna vez pidiera en empe_o; y el otro le clavar la vista para que deje la «firmadera» y vaya sin m s hacia el «boquete» a recoger lo que debe.
«Vaya, b¢tate pa’l boquete desfuacat ‘»; y los aludidos, los que venden el alma por un vaso de agua de azocar, los que alguna vez dieron hasta los intestinos al depredador, bajar n la cabeza enfebrecidos por la demencial hambruna que les olvida pensar.
Y se inicia el viaje mortuorio hacia el boquete, otro de los que conforman el conjunto de huecos de la jerga presidiaria; e imagino a los de larga condena que conocimos, sentando la pauta, el ritmo, el modo de colocarse las manos a la espalda; los sargentos-combatientes con el bast¢n de las palizas, el piso pulcro por quienes tienen la dicha de limpiarlo para escapar de la raci¢n mis’rrima del comer al que acceden los dem s . Y otra vez hombres cayendo en desplome definitivo sobre la loza, ex mines, otros suplicando a porque se les conduzca por un tiempo al lugar que llaman enfermer¡a, quiz s la oltima oportunidad de escapar de la muerte prometida por otro para ese d¡a, quiz s con la esperanza de durar «otro poco» de d¡as y/o hundi’ndose m s en el sin futuro de avisar a los combatientes sobre el oltimo escondite del banco de cigarros, para que estos oltimos puedan revenderlos en la calle y pagar en algo el chivatazo . Aunque nada detenga el camino fantasmal hacia el boquete.
Y all les saldr una mano gil que lanzar a la velocidad del rayo una masa informe con nombre de pan, algo para lastimar al est¢mago con los ingredientes que se le ocurrieren a oltima hora al onico Pensador en Jefe . pero la mano volver al acto de lanzar al siguiente otro pedazo de ese algo maloliente, y el golpe en la maldita bandeja sera el term¢metro, la balanza de c lculo del peso espec¡fico, y el mutante de atr s con su dentadura sosteniendo al rostro, esbozar la mueca que desde las mesas podr ser considerada sonrisa o frustraci¢n, o cosa de combinaci¢n retorcida de ambas sensaciones .
Y al recipiente pl stico usado para todo desde a_os atr s, le caer un chorro de baba de agua-azocar y correr un infeliz tras otro a desplomarse en el asiento que le toque, y todos seguir n sin hablarse a apurar el bodrio antes que el pr¢ximo «b¢tate» los tire a un patio enrejado, mientras que de alguna parte les llega los gritos desesperados de otro recibiendo una paliza, mientras que las desgarradadoras soplicas les avisan la cercan¡a, los destellos de una ma_ana m s bajo los dictados de un asesino con tennis en la plenitud del morbo de tenerlos a todos machucados.
Napole¢n L G¢mez
