No somos orgullosos.
Ni siquiera a Vilma, que está esperando un riñón para ser transplantada, le pareció duro el piso para esperar largas horas a que «ellos» cambiaran la cruda realidad. A nadie le pasó por la mente lo que era una gran verdad «+ Porqué debo pasar por esta humillación?»
Porque no somos orgullosos. Ni a Elena, que nunca se soñó estar inmersa en situaciones como estas, que nunca había tenido que contar las monedas, le importó ponerse esa camiseta que llevaba un mensaje desesperado y contundente «SALVEMOS A AEROLINEAS».
A Romina y a Paula tampoco les importó que las golpearan simplemente por ser dignas, por no callar una verdad demasiado grande, tan grande que Rodolfo no sintió cuando le aplicaron la picana, porque la dignidad anestesia el dolor y la bronca, es superior, es invencible.
No somos orgullosos, somos dignos. Somos ésos que cada día engrandecemos este suelo, no con un «patriotismo barato» como dicen ellos, sino con un sentimiento grande y muy hondo que nos crece cada vez que miramos a nuestros hijos a los ojos, o cuando nos tomamos de las manos para rodear con nuestra vida misma lo que es nuestro: nuestra querida AEROLINEAS, rode ndola para que no se atrevan a tocarla, para defenderla de los que se creen con derecho a echar por tierra el esfuerzo y el empe_o de los que s¢lo queremos trabajar, de los que NO VIVIMOS «DE» OTROS sino CON otros y PARA otros, de los que tenemos el coraje de «bajarnos» de nuestro orgullo, de nuestra capacidad y marchar cansados, angustiados pero ENTEROS pidiendo lo que nos pertenece: el derecho inalienable de vivir con dignidad. Nada m s. La dignidad que muchos no conocen. Esa dignidad que ahora es m s grande y m s firme porque creci¢ tal vez desde la humillaci¢n y el des nimo, con el desaliento que a trav’s de tantos y tantos d¡as se hac¡a visible en los rostros y se mezclaba con la desconfianza, el miedo y el escepticismo.
No somos orgullosos. Gracias a Dios que no somos orgullosos, porque si no jam s hubi’ramos podido pasar estos 40 d¡as con una lucha tan constante y decidida como lo hicimos. Menos mal que no somos orgullosos, porque si no fuera as¡ los que aprenden de nosotros sentir¡an que no tienen a qui’nes imitar porque no nos plantamos ante la corrupta actitud de ellos, porque nos arrodillamos ante la impresionante presi¢n del poder.
Pero no somos orgullosos, somos dignos, muy dignos y sabemos que nuestro buen Dios sonr¡e satisfecho por lo que hacemos, porque la dignidad nos viene de El, como es propio de los justos, de los seres limpios que no necesitan una cuenta bancaria extraordinaria porque ninguna cuenta podr¡a guardar su bien m s preciado: esa dichosa dignidad con la que nacieron.
Mariel Genovese
empleada del Call Centre de AR
