En lo demás no hay por donde empezar, porque a nadie le importa un pimiento qué pienso, cómo visto, qué como, con quién me meto en la cama y de que sexo es, qué leo, qué i cómo hablo, ni el idioma concreto ni si soy de aquellos que se complacen en usar todas las palabras que forman parte de su uso coloquial, y no sólo aquellas que los puritanos por un lado y los puristas por otro están emperrados en obligarme a usar. Unos y otros se consideran autorizados a prohibirme el uso de unas cuantas que todo el mundo comprende û cosa que las hace totalmente adecuadas para comunicarse, ya que en definitiva de eso se trata û y obligarme a usar otras que consideran de buen tono los puritanos o más correctas desde el punto de vista ling³ístico los puristas. Se han auto nombrado defensores de la norma y ejercen de verdaderos talibanes del idioma, con más de media intolerancia. Alguno hay que incluso, cuando le hablas, parece estar más pendiente de la corrección de cada palabra que dices que no del contenido del mensaje que est s intentando transmitirle, de forma que te interrumpe a media frase para decirte que la palabra que has usado no es correcta, y que es, por ejemplo, un barbarismo. M s de una vez lo que consigue es que lo mandes m s o menos a la ****.
Si eso es as¡ para algo de tan poca entidad como una cosa que de tarde en tarde es objeto de revisi¢n, de forma que cosas que se dec¡an y escrib¡an as¡ ahora la norma dice que hace falta hacerlo as , c¢mo no hemos de entender la intolerancia si de aquello que se trata es de una verdad revelada por un ente tan elevado como la providencia divina. Pero as¡ como aquellos que mencionaba antes no son peligrosos, aunque su talante inquisitorial tenga m s de un pero que ponerle, los de la fe s¡ pueden serlo. S’ que hay diversas clases de creyentes, igual que no son lo mismo unos nacionalistas – otra clase de creyentes, en definitiva – que otros, pero son pelda_os distintos de la misma escalera, y de este hecho salen algunas complicidades que a veces los que no somos de su cuerda no las entendemos, mientras a ellos les parecen ni m s ni menos que l¢gicas. Cuando no se manejan opiniones sino verdades, la cosa peligra de caminar hacia veredas que no van nada a misa, y no lo digo porque los musulmanes no asisten a ella. Por descontado que en mis opiniones no hay ninguna reticencia hacia los que profesan esa religi¢n, por lo menos ninguna distinta que la que pueda haber para los creyentes de cualquier otra, incluidas todas. No es tan extra_o que entre creyentes ciertamente pac¡ficos de la religi¢n de los fan ticos que hay detr s de este terrorismo tan terrible, corran multitud de teor¡as sobre los verdaderos autores, cada una de ellas m s fant stica que la anterior. En mi calidad de agn¢stico, las pretensiones prof’ticas de Bin Laden y sus ac¢litos me la traen del todo floja y pendulante, pero cuando veo que hay tanta gente que cree que quiz s realmente sea un enviado divino para poner orden de una vez por todas, realmente se me ponen por corbata. No estoy nada tranquilo. Entend monos, no se trata de que ahora mire a ver si dentro del sobre donde los del banco me mandan sus extractos alguien me ha puesto alguna cosa «non sancta». La paranoia no me da para tanto. Pero mucho me temo que se haya puesto en marcha un viento de fronda de ra¡z religiosa, que costar bastante dejar aparcado como algo que pertenece de forma exclusiva a las creencias de uno u otro grupo ‘tnico o cultural.
Por nada del mundo quisiera que empezara ahora alguna clase de persecuci¢n o prohibici¢n. Incluso hay otros grupos de intolerantes que quisieran verlo iniciado, olvidando que eso es precisamente lo que no hay que hacer de ninguna de las maneras, bajo ninguna excusa ni por mor de cualquier concepto. Desear¡a que esta faceta quedara finalmente como agua de borrajas, pero me temo que no hay motivos para ser tan optimista.
Jordi Portell