En aquel preciso momento mis finanzas personales no me permitían la filigrana de llamar a quienes realizaban el servicio técnico de la marca del aparato en cuestión, que ya no estaba en garantía. Me tocó, por tanto, esperar con paciencia a que mi situación mejorara, pero era una de las cosas que tenía en cartera para cuando este cambio de oportunidad lo hiciera posible. A finales de Marzo pasado, en cuanto el tema paso a ser más factible para mi aun modesto bolsillo, hice la llamada con toda solemnidad. Tuve suerte y vinieron en seguida. El técnico que acudió me interrogó acerca de la anomalía exacta, que quiso que le describiera con todo detalle. Apenas hube terminado, se encaramó en un escabel y soltó el tubo de salida de gases del aparato, el que comunica con el aire del cielo, para entendernos, y me mostró el nido de pájaros que allí había obturando la salida y disparando una y otra vez el mecanismo de seguridad que lo apagaba. Me extrañó que hubiera tal cosa en el interior más profundo de un tubo por donde d¡a tras d¡a sal¡a el aire casi candente del calentador funcionando a todo trapo, pero me aclar¢ que lo hac¡an en apenas una horas, seguramente m s tarde de aquella en que yo ten¡a por costumbre usarlo.
He estado unos cuantos meses disfrutando de la comodidad de la instalaci¢n funcionando perfectamente, hasta que hace unos d¡as me encontr’ la ba_era llena de agua casi fr¡a. Como ahora ya sab¡a el camino, me encaram’ en el mismo escabel y, efectivamente, all¡ hab¡a bastante m s que el proyecto de un nido de ave. Me supo mal desmontarle el trabajo al animalito, pero uno es prosaico adem s de epicoreo y el recuerdo de aquellas duchas de menos de tres minutos antes de que el agua saliera totalmente fr¡a no me apeteci¢ absolutamente nada. Pero al d¡a siguiente me volv¡ a encontrar con lo mismo: la ba_era con agua casi fr¡a y el calentador apagado. Repet¡ la operaci¢n y me encontr’, casi estupefacto, que hab¡a otro en un estado aun m s avanzado de construcci¢n. La cosa me pareci¢ extraordinaria, porque el d¡a anterior yo hab¡a dado por supuesto que el obst culo deb¡a ser el fruto de un trabajo pacientemente elaborado desde finales de Marzo, y ahora me daba cuenta de que no era eso, sino que la productiva bestezuela lo hab¡a hecho en apenas un rato, tal como me hab¡a dicho el joven que me lo hab¡a desbrozado aquella vez. De verdad que me supo mal frustrar los proyectos del p jaro; lo entend¡a que se trataba de un buen lugar para anidar, con el calor permanente de la llama del piloto algo m s de un palmo m s abajo, pero nuevamente gan¢ la partida mi deseo de comodidad. Estuvimos as¡, el tejiendo y yo destejiendo, cinco d¡as. Al sexto se lo dej¢ correr, pobre.
Me supo mal no tener la ocasi¢n de explic rselo bien explicado. Incluso me hubiese apetecido ofrecerle alguna alternativa, de modo especial porque eso del nido me tra¡a a la memoria, m s a la de las emociones nobles que a la de las cosas, algo casi contempor neo – tan solo una semanas de diferencia – de cuando me lo dejaron expedito y operativo la primera vez. Me encontraba esperando con toda fruici¢n una visita para aquel domingo y el jueves por la ma_ana se me ocurri¢ hacer una especie de baldeo general que hac¡a tiempo que nadie hab¡a realizado en mi casa. Al comentarle por tel’fono en que empleaba una buena parte de mi tiempo aquellos d¡as, la persona a quien iba dedicada la trabajosa maniobra me hizo el comentario, lleno de sentido, que aquello que estaba haciendo era arreglar el nido para el domingo pr¢ximo. Estuve de acuerdo. Un nido es el lugar adecuado para cuidar a los que amamos, aquellos a quienes destinamos la mayor parte de nuestros esfuerzos en todos los sentidos, all¡ donde deseamos que se sientan c¢modos, abrigados y «en casa», tanto como ello sea posible. Seguramente por eso no me detuve en aquel baldeo general por fuera, que he continuado con regularidad y sentido de lo est’tico, y lo he hecho tambi’n por dentro, poniendo orden en este otro nido, el de los sentimientos m s nobles y profundos. Quiz s as¡… vete to a saber. En todo caso eso ya ser¡a harina de otro costal, +o no?
Jordi Portell