Estás como mínimo tenso. Miras de hacerte el simpático, aparentar un cierto desenfado para quitarle hierro a lo mal que te encuentras en aquellos momento y lugar y le comentas eso a la doctora, que te lo confirma, porque la experiencia que tiene acerca de tales situaciones le hace saber que no es sólo a ti a quien le ocurre exactamente eso, sino que es de lo más corriente y vulgar entre la mayoría de sus pacientes. Pero sea como sea es toda una fuente de novedades. Así, por ejemplo, cuando te enseñan una tarjeta con un diagrama de tu dentadura donde están señaladas las diversas anomalías que te han encontrado, de momento te cuesta orientarte por la sencilla razón de que lo ves al revés de cómo siempre lo habías visto. Más aun: te das cuenta de que aquello que te enseñan desde fuera es como es en la realidad, y que tú siempre lo habías visto deformado, porque tu imagen en un espejo û que es la que tienes presente a la hora de hacer tales constataciones û es al revés de la auténtica, la real. No es poca cosa para apercibirse de ella y, por poca tendencia a filosofar que pod is tener, eso, devenido quiz s en met fora general acerca de lo poco que nos conocemos a nosotros mismos, por dentro y por fuera, y que los dem s, dotados de una perspectiva m s real, seguramente nos ven mejor, os la acabar de reforzar.
No todo lo que ocurre all¡ es tan provechoso, o quiz s ser¡a m s adecuado decir que no todo te deja una sensaci¢n tan positiva como esa que he mencionado. Por mucho que la profesional que te atiende te diga antes de empezar sus maniobras que aquello que va a hacerte no duele en absoluto, que s¢lo te va a producir algo de angustia, la sensaci¢n de estar indefenso panza arriba, a la merced de todo lo que quieran hacerte, te recuerda una escena de la pel¡cula de John Schlesinger «Marat¢n Man», que protagoniza Dustin Hoffman, donde un dentista nazi que quiere recuperar un mont¢n de diamantes que hab¡a amontonado y guardado para la vejez en su calidad de comandante de un campo de exterminio, usa los otiles y herramientas de su oficio para torturar al personaje que interpreta Hoffman tratando de hacerle confesar donde est n, cosa que ‘ste no sabe, con el resultado que cabe esperar. Como es l¢gico, estos malos presagios no llegan a ninguna parte y la maniobra termina felizmente, aparte de un ligero dolor de cabeza que te ha dejado el zumbido continuo de los distintos artilugios con que te han estado trabajando la boca. Como acostumbra a pasar con este tipo de cosas, ahora le has perdido razonablemente el miedo. Por eso conciertas la pr¢xima cita para dentro de quince d¡as, esta vez para que te hagan algo de m s entidad que lo de hoy. Ahora que ya est s en el baile, mejor ser que bailes de una vez, piensas.
Llegas a casa un poco m s tarde de lo que hab¡as contado antes de empezar, porque no te han acabado de atender a la hora prevista y eso te ha creado una cierta demora en el transporte poblico que usas. Cuando llegas pones mosica. Ni m s ni menos que un compacto de Joe Cocker que has comprado oltimamente, donde ‘ste, en compa_¡a de un grupo de rock, interpreta entre otras «With a little help from my friends», de los Beatles, record ndote que tambi’n es necesario cuidarse por dentro, pero que eso de que alguien te haya impelido por la v¡a directa, indirecta o circunstancial a hacer lo que precisas para estar m s vivaz – parecerlo, como m¡nimo -, es interesante. La visita que acabas de hacer forma parte de un paquete que incluye una mejor alimentaci¢n, alguna man¡a menos en ‘sta y la ingesta de agua de forma m s frecuente que hasta ahora. La misma ma_ana, antes de acudir al gabinete de la odont¢loga, has pasado por la perfumer¡a que hay en la misma calle para adquirir algunos admin¡culos tque tienen que cooperar en la mejora de tu imagen. Incluso estos d¡as has acabado por darte cuenta que si dedicas cada d¡a un rato a la piscina – a la que hay en el lugar donde vives y a la que nunca hab¡as prestado la m s m¡nima atenci¢n -, este poco de ejercicio f¡sico, del todo compatible con tus d’ficit de salud, por breve que sea te ayudar a mantenerte algo m s en forma por un lado y por otro a tener un aspecto un poco mejor, porque, aparte de quemar un poco de tus mantecas y de engrasarte las bisagras, tambi’n te ir desapareciendo aquel color un poco blanquecino de estar encerrado en casa casi siempre. Y eso tampoco va a estar de m s.
+Verdad, to?
Jordi Portell