Más que otras veces saldrá a la palestra cuantos vascos tienen una posición soberanista, y cuantos de estos mismos ciudadanos la tienen de cariz españolista û o, a falta de alguna definición más alambicada, conformista sin más û y, sobre todo, una cuestión básica si se quiere pensar en clave de verdad democrática: la de cual es, llegado el caso, el ámbito legítimo de decisión para el ejercicio de la autodeterminación. El tema es complejo; mejor dicho, como ser, ser, es simple, pero viene tiznado como mínimo por un montón de rutinas ancestrales, por no hablar de puro y simple imperialismo, como seria el caso de los acérrimos de la ôEspaña Unaö, intocable por encima de cualquier otro tipo de consideración. Permitidme que, para tratar de explicar algo mejor lo que quiero decir, me haga un pelín de autobombo. Hace unos cuantos meses, un escrito mío que versaba más o menos sobre estos mismos temas, aunque fuera desde otro ángulo, mereció este comentario por parte de alguien de Newcastle: ôHe leído la colaboraci¢n, «Derechos humanos», por Jordi Portell. Su carta es una contribuci¢n importante en la bosqueda para la soluci¢n a los problemas en el Pa¡s Vasco, etc.». En cuanto empec’ a leerlo se me subieron los colores a la cara – uno es humano, +verdad? – pero me encontr’ con que, inmediatamente, se manifestaba en forma de una serie de consideraciones acerca de la conveniencia o no de «conceder» independencias, que me hizo pensar que su comentario tomando mi escrito como base sonaba m s bien por peteneras, porque no creo que nadie tenga dudas – por lo menos, no demasiadas – sobre mi posici¢n llam’mosla «localista» sobre este tipo de conflictos, como he expresado en esta publicaci¢n y en otras cada vez que he tenido ocasi¢n para ello. Por eso, ahora que vuelven a doblar campanas, creo que vale la pena remachar el clavo bien remachado sobre eso de la «concesi¢n» o no.
Para hacerlo creo que es necesario que nos remitamos a la misma base del sistema : el individuo. Insisto en que la base es ‘sta, y no cualquier concepto tipo «naci¢n», «estado», «patria» o similares. Todas las normas seriamente democr ticas que hay, derivan de la declaraci¢n universal de los derechos del hombre, la que empieza estableciendo que todos los hombres son «creados» iguales y tienen, entre otros, el derecho a la libertad. Esta es la madre del cordero, con independencia del sentido m s o menos te¡sta que se quiera dar a la expresi¢n «creados». Dada la premisa, el resto se da por a_adidura. Es el hombre, el ser individual, quien en uso de su libertad decide si quiere realizar su andadura por este mundo solo o acompa_ado. Eso es claro en el caso del apareamiento, por citar un ejemplo, y por eso el divorcio es una de las primeras cosas – para desesperaci¢n de la caverna – a poner sobre la mesa cuando se produce un giro democr tico donde hasta aquel momento las cosas no iban por ah¡. Tambi’n es por eso que el voto es individual. «Un hombre, un voto», reza la regla b sica, aunque quiz s se enfaden un poco los partidarios del lenguaje relamido pol¡ticamente correcto, por encontrarlo «sexista». A partir de este hecho es f cil ver que todas las organizaciones sociales est n basadas en la adscripci¢n uno a uno de los individuos que las componen, y que el voto mayoritario se usa precisamente para decidir una cosa u otra sobre los intereses generales de los entes formados por esta agrupaci¢n de seres libres.
No hay por tanto nada a «conceder», casi podr¡a decirse que ni siquiera a «reconocer», a no ser como una f¢rmula educada por decirlo de algon modo. Si un vasco quiere ser independiente, lo es desde es simple momento en que ‘l lo quiere. Puede declararse incluso ap trida. Si un mont¢n de ciudadanos vascos deciden que quieren constituir un ente pol¡tico, independiente de otro con quien est asociado ahora mismo, es una cuesti¢n meramente suya. Si la gente que habita en un territorio quiere autodeterminarse para tomar por mayor¡a esta decisi¢n, +qui’n puede tener nada a oponer, a no ser arrog ndose un poder, una potestad, que en democracia no le corresponde? +Y la Constituci¢n, dicen unos? Pues ver n, para empezar la mayor¡a de vascos no la votaron favorablemente, y adem s para eso est el divorcio, para resolver apareamientos fracasados. Si acaso, llegado el momento, habr¡a que resolver las cuestiones de intereses materiales, pero como en el otro caso tendr que dirimirlo un juez neutral, no una de las partes.
Jordi Portell

