Es cierto que uno no es ningún ejemplo de la vida mediana. Uno está más bien tocado, sesgado, escorado del costado de babor por decir algo, y el calor estival le afecta de un modo especial, o por lo menos lo hacía los otros veranos que han transcurrido desde que recibió el batacazo hasta éste de ahora. Tiene una nota del médico que le atiende los males donde dice textualmente que eso que le ocurre tiene una recidiva estival. De hecho, esa misma nota dice muchas más cosas, y si uno tuviera que hacer caso de su contenido al cien por cien prácticamente no podría ni moverse. Llegados hasta aquí, supongo que más de uno pensará: ô¿Qué le ha cogido ahora, al Portell? Ya es lamentable eso que le ocurre, como lo sería que le ocurriera a cualquier otro, pero +eso merece un ser publicado en un artículo?ö. Está claro que no se trata de despertar la compasión de nadie. De hecho soy de los que creen que las cosas no son nunca buenas del todo ni malas del todo, sin que eso tenga nada que ver con aquello tan sobado de la botella medio llena o medio vac¡a, y este verano estoy viviendo en mis propias carnes una experiencia ciertamente grata, que es lo que creo que vale la pena de poner en solfa por si acaso alguien quiere aprovecharla para si.
No se trata de la sopa de ajo, que hace muchos y muchos a_os que fue inventada – aunque de tarde en tarde te encuentres con algon cretino que te habla de eso como si nadie m s en el mundo supiera de qu’ va manjar tan profano -, pero s¡ una observaci¢n que creo que puede dar bastante juego. Resulta que cuando uno est suficientemente hecho polvo como para creer que ya est para los restos, por poca suerte que tenga llegar al conocimiento, o le ayudar n a llegar al mismo, que eso no es cierto en absoluto. Desde que, por suerte, me lo hicieron saber entender, he ido pasando por toda una serie de etapas progresivamente activas – dentro de lo que cabe, claro – que valen la pena de modo suficiente como para darme cuenta de la simpleza de haber tenido en ningon momento una visi¢n tan deprimente de mi estado. Uno se apercibe entonces que, por encima de todo, el factor que cuenta es la moral. Que nadie se me asuste, nada que ver con si hay que hacerlo s¢lo con la leg¡tima, despu’s de pasar por el aro y por el ara – ¥faltar¡a m s! -, o sobre la conveniencia o no de usar m’todos preservativos y anticonceptivos. La moral que menciono es aquel estado de exaltaci¢n del propio yo donde nos damos cuenta de nuestras capacidades y disfrutamos del hecho de ejercerlas. Es aquello que nos hace percibir que aun estamos los suficientemente vivos como para disfrutar fruct¡feramente de este hecho tan simple. Es aquella percepci¢n que nos hace sentir bien con nosotros mismos incluso cuando no nos encontramos demasiado bien en el sentido m s cl sico del t’rmino, situando este hecho elemental en un absoluto segundo plano, y nos viene muchas veces del hecho de haber sido capaces de sentir en nuestro interior aquella misma clase de emociones nobles que sent¡amos cuando nos encontr bamos bien, para entendernos – porque a ratos uno empieza a dudar si no ser ahora cuando «se encuentra bien» y no antes, +verdad? -, o quiz s m s aun. Es seguro que ayuda a ese fen¢meno haber hecho el experimento de sentir bien de cerca segon qu’, y que esto nos ha hecho ver muchas cosas con una relatividad que un rato antes de suceso tan curioso ni siquiera pod¡amos so_ar y, en consecuencia, situar en un orden de prioridades diferente al de antes qu’ es realmente importante y qu’ no, qu’ cosas nos son imprescindibles y cuales no, o, por lo menos, no como pens bamos antes. Uno se vuelve m s tolerante, si tal expresi¢n tiene realmente algon sentido – que muchos ratos lo dudo -, respeta mucho m s lo que hacen los que le rodean en uso de su libertad, por ejemplo, y disfruta de un mont¢n de peque_as cosas como nunca antes lo hab¡a hecho. Tiene incluso consecuencias f¡sicas, y – claro que con las naturales limitaciones – uno se encuentra m s animoso que desde hac¡a mucho tiempo, incluso en verano. ¥Mira to por donde!
Pero eso s¡, los rebuznos del fascista Fraga, que no para de hablar de muertos a la m s m¡nima que le parece que peligran sus m s sagradas esencias de unidad de destino en lo universal, me los siguen poniendo por corbata igual que antes. ¥Eso s¡ que no tiene remedio!
Jordi Portell