Pero ya lo creo que habrá ocurrido. De entrada habrá algo que representa de alguna manera una corrupción de lo que son las elecciones en una democracia, es decir, la capacidad individual de participar los ciudadanos uno a uno en una contienda electoral, para expresar libremente sus preferencias y dar apoyo al programa de un partido que le resulte suficientemente atractivo, o, como en este caso, a la figura de aquel que consideren adecuado para ocupar unos cuantos años la más alta magistratura del país. En lugar de eso, los ciudadanos acudirán a votar contra una idea que no les gusta y con razón, pero sin ningún entusiasmo y muchas veces tapándose la nariz para no percibir la peste a corrupción que suelta quien será, con toda probabilidad, reelegido Presidente de la República Francesa.
Mientras tanto, por estos lares que nos quedan más cercanos, el presidente del gobierno español sigue con su cruzada antiterrorista con unas maneras más próximas a Le Pen que a Chirac o Blair. Inmune al hecho que detrás de estos crímenes hay unas ideas políticas totalmente legítimas, aunque no lo sea la forma de expresarlas – incluso de tratar de imponerlas por la fuerza –, él continua con su espíritu de cruzada, exactamente igual que su admirado Franco no paró hasta tener definitivamente “cautivo y desarmado el ejército rojo” y, con todo y eso, aun continuó treinta años y pico más persiguiendo con saña a aquellos que se le habían resistido legítimamente con las armas en la mano o simplemente con las ideas. La tendencia hacia el pensamiento único, tanto si esta se concreta en una fórmula antifascista como en Francia o en una antiterrorista como en España, sin dejar de lado la pretensión de la mayoría de los nacionalistas de tener la única y verdadera representación de las respectivas patrias, no va a misa, porque en el mundo que algunos quisiéramos lo que realmente vale la pena son precisamente los matices, algo muy pero que muy lejos de la hortera grosería de todos aquellos que “sólo saben que…”.
No es nada ajeno tampoco a esta tendencia el conflicto de Israel con los palestinos. En el mundo cristiano occidental asoma la oreja un antisemitismo no del todo residual, detrás de los manifiestos maniqueos del mismo estilo, repletos de unos planteamientos que, al equiparar a Sharon y sus huestes con todo Israel, hacen de alguien tan poco presentable como Arafat una especie de madre Teresa de Calcuta, en lugar del dirigente que está detrás de la mayoría de actos terroristas de allí. Imaginad que en tiempo de Franco el mundo se hubiera emperrado en considerarnos a todos juntos la misma cosa que él y los suyos. Es la misma clase de planteamiento tramposo que hace el mundo abertzale, y en el cual justifica su barbarie asesina: “El GAL existió ¿verdad? Pues todos los españoles son asesinos de abertzales y por tanto merecen que se les aplique aquello del ojo por ojo. Que no se quejen si ahora los vamos matando uno a uno”. La mayoría de planteamientos que se están haciendo desde sectores teóricamente progresistas, tienen el mismo carácter contradictorio con aquello que se supone que se sostiene cuando se habla de cosas como el fenómeno de la inmigración, y la tesis de la libre circulación de personas con igualdad de derechos y oportunidades, contra las visiones nacionalistas y xenófobas de los elementos conservadores tradicionales, y muchos de las llamadas clases populares, que manifiestan con demasiada frecuencia una desagradable tendencia hacia el fascismo, Maticemos un poco más, por favor, sin pereza. Si no lo hacemos de forma sistemática, todo este marasmo se nos va a caer encima, y no va a dar tiempo ni para la extremaunción.
Jordi Portell
