En definitiva, toda lo sociedad occidental tiembla estos días sacudida por una serie de escándalos financieros de todas clases, pero que se concentran básicamente en un dato primordial: la capacidad para engañar a la gente de un modo cien por cien deliberado con el objetivo de sacar de ello un provecho u otro, mintiendo de forma descarada en las cifras. Ahora las bolsas reciben los efectos de ello, y el capital especulativo se funde como un azucarillo. Claro que el dinero había ido a parar previamente a los bolsillos de aquellos que habían conseguido engañar a los inversores con toda clase de artificios, haciéndoles creer que aquellos determinados valores valían aquello que pagaban los incautos al adquirirlos, y es este valor ficticio lo que ahora se derrumba como un castillo de naipes y no otra cosa. Las empresas de las cuales estos valores representan una parte alícuota, funcionan igual de bien o igual de mal que antes de estos movimientos bursátiles, exactamente igual. Ganan o pierden dinero de acuerdo con los distintos avatares de la comercialización de sus productos, la solvencia de sus clientes y el acierto o desacierto en sus inversiones. En cualquier caso si algo resplandece de forma diáfana es que la derecha partidaria del liberalismo económico más salvaje, tiene una capacidad para mentir que para ellos la quisieran los mulatos del famosos retruécano. No nos tiene que extrañar en absoluto, pues, que cuando gobiernen se comporten de la misma manera, sin paliativos, con toda la desfachatez, para entendernos. Porque digámoslo claro, todos sus discursos triunfalistas sobre el déficit son falsos o, mejor aun, radicalmente falsos, puras mentiras, juegos de manos de trileros de las Ramblas, con sus ganchos y sus avisadores de que viene la pasma. El déficit sigue creciendo, hagan tantos artificios contables como les de la gana realizar, aunque para tratar de disimularlo intenten soltar lastre, como han hecho con el brutal recorte de la protección a los trabajadores en situación de desempleo o con el expolio descarado de otra parcela social desfavorecida, que son aquellos a los cuales una u otra desgracia ha convertido en perceptores de pensiones de invalidez.
De entrada – no es la primera vez que lo menciono en este mismo lugar – nos obligan a hacer toda clase de gestiones judiciales para se nos reconozca nuestro derecho. Por ello, aunque acaben pagando, lo hacen con unos cuantos años de retraso lo cual, sumado al tramposo tratamiento que le dan al tema – hasta que los tribunales lo deciden, ni siquiera consta como una deuda, mientras hacen constar como activos las cuotas incobrables de empresas fenecidas, quebradas, cerradas a cal y canto – ocasiona en más de una ocasión que el causante ya haya fallecido, con lo que se lo ahorran enterito. Luego, cuando después de años de juicios nos ha ocurrido de todo – incluso percibir con claridad la ideología del algunos magistrados que prolongan con sus fallos esta indignante situación – no les queda más remedio que pagarnos, no sólo la pensión de casa mes sino los atrasos que nos debían de todo el tiempo transcurrido desde la primera demanda, nos dan un tratamiento fiscal que nos parece absurdo en un primer momento. Veréis, lo tratan como si aquellos atrasos – de dinero que debían habernos pagado años antes, sin que nos compensen con ningún recargo por intereses de demora– fueran ingresos corrientes del año que nos lo pagan, con lo que la tarifa se dispara hasta límites alarmantes, especialmente para alguien a quien corresponde tributación negativa. Piensas entonces que es una barbaridad, pero que cuando sea la hora de hacer la correspondiente declaración fiscal ya se arreglará, y te devolverán aquel montón de dinero tuyo que arbitrariamente te han retenido, de una forma cien por cien abusiva, con el evidente propósito de desembolsar por caja la mínima cantidad posible.
Pero aquí es donde terminan de redondear el expolio. La Seguridad Social te hace una hoja de retenciones y te vas a Hacienda con toda tu documentación a cuestas. Allí te informan que con en el certificado de retenciones que te han dado no se acredita la circunstancia de que sean atrasos, por lo que debes acudir nuevamente a aquel organismo para que te lo hagan bien hecho, es decir, imputando a cada año fiscal la cantidad percibida y la correspondiente retención. Te vas pues a la Seguridad Social donde, después de hacerte esperar, mientras se va agotando el plazo para presentar la declaración, te dan otro exactamente igual que el primero, donde pone no sé qué de no sé qué reglamento. Por más que incluso en la Agencia Tributaria te dicen que aquello es como dices tú, no hay manera de deshacer el embrollo y se te van rebotando de una a otra administración de modo más o menos educado. Finalmente optas por hacer los cálculos oportunos por tu cuenta y presentarlo desglosado tal como te han dicho, pero entonces te encuentras con la desagradable sorpresa que en la entidad gestora donde has acudido se niegan a aceptar las declaraciones de los años anteriores, y que para la de este año (menos de la tercera parte de aquello que te deben) no tienes la hoja de retenciones correcta. Así se ha completado el ciclo de ahorrarse tu dinero, unas tres mensualidades y media de la escasa pensión que cobras. Así reducen el déficit: expoliándonos de nuestras miserias.
Jordi Portell
