Qué más quisiera quien esto escribe que poder pensar en serio que este país ha girado página definitivamente al fascismo que nos tiranizó casi cuarenta años. Que, en cualquier país que quiere merecer el nombre de civilizado, hace falta un sector político conservador a modo de contrapeso de los sectores llamémosles progresistas, yo diría que es bastante más que una opinión, más bien un hecho, pero hace falta que tenga una raíz profundamente democrática, y cada vez está más claro que el PP no la tiene. No son sólo los hechos aquello que lo delata, sino una forma de discurrir, un talante, descaradamente contrario a todo aquello de la división de poderes de Montesquieu, por señalar alguna característica concreta. Veamos si no como han reaccionado cual fieras cuando un tribunal (poder judicial) ha sentenciado que hacer apología del terrorismo no es terrorismo, y que la figura punible que la define no permite empapelar a alguien que haya manifestado en el extranjero esta manía por comprender o incluso jalear a los criminales. ¿Dónde han ido a parar aquellos alaridos que hacían los peperos cuando los socialistas asumían críticamente las sentencias que les afectaban? No va nada a misa esta visión suya de que “a ellos” esto no se les puede hacer, porque va contra el “leit motiv” que ha tomado como tema general de su acción política el chafandín de La Moncloa.
Pero aun estábamos más o menos estupefactos por estas dos grandes exhibiciones de fascismo rampante, cuando los obispos vascos se han descolgado publicando una pastoral donde critican con mucha dureza la famosa ley de partidos políticos, y entonces las reacciones del ejecutivo, con Aznar a la cabeza, han vuelto a ser esperpénticas a tope. Quiero hacer diversos comentarios sobre eso. Uno puede pensar que el clero, como corporación, haría santamente manteniéndose al margen del día a día del debate político de un estado de derecho, donde la separación del estado y las confesiones religiosas tendría que ser total, por mucho que sus miembros uno a uno tengan opiniones políticas, como el resto de sus conciudadanos, y, si es necesario, las expresen. Ocurre, empero, que si tomamos este concepto, entonces tendremos que aplicarlo a todas y cada una de las intervenciones en política que haga este gremio de forma corporativa. No se había visto hasta ahora que la gente del PP hubiera criticado en absoluto, sino todo lo contrario, las constantes interferencias de la Conferencia Episcopal Española sobre un montón de temas, la educación entre otros, y eso pone encima de la mesa el maniqueísmo, la cara dura en definitiva, que gastan los peperos. Ahora bien, si en lugar de todo eso lo que se analiza es el contenido mismo de la pastoral, entonces sí que la rasgadura de vestiduras del gobierno de Madrid hace sangrar las mismísimas piedras. Uno puede estar de acuerdo con lo que dicen los obispos vascos – como yo mismo sin ir más lejos, alguien muy poco propicio a loar las ideas e iniciativas de ese sector – o no estarlo en absoluto, pero no hace falta mentir, no hace falta intentar engañar a la gente, no hace falta tergiversar ni las palabras ni las experiencias en el comportamiento de los obispos cada vez que hay un asesinato de ETA.
Opinar que esa ley no sólo no va a desactivar ni un solo comando de ETA, sino que más bien propiciará que salgan como setas en otoño, es una demostración de realismo político, y decirlo no es poner a la sociedad vasca bajo la disciplina de ETA, como pretende el gobierno Aznar, sino una mera demostración de sensatez y sentido común, aquello que cada vez resulta más diáfano que falta, y mucho, a quien nos gobierna. En esta ocasión, encima, acompañado por el líder socialista, cosa que acaba de poner el panorama bien oscuro. A ves si los de por aquí nos ponemos de acuerdo y salimos corriendo de una vez por todas.
Jordi Portell