La producción, transformación, transporte y consumo final de la energía
es la causa principal de la degradación ambiental, además del hecho de
que Madrid depende absolutamente del exterior para su aprovisionamiento
energético.
El transporte es el sector donde las emisiones de CO2 crecen más
rápidamente. Las medidas en el sector del transporte de las
administraciones del PP (central, autonómica y municipal) son sólo
cosméticas, pues la política real es construir más autovías, autopistas,
vías de circunvalación y aparcamientos subterráneos, favoreciendo la
movilidad en automóviles privados. El aumento de la eficiencia en los
nuevos vehículos, y algunos programas para emplear gas natural y
biocombustibles, sólo reducirán en un pequeño porcentaje la
contaminación y el aumento previsto de las emisiones.
La reducción de los consumos unitarios de los vehículos, actuando sobre
ellos o sobre la forma de utilizarlos, es necesario pero insuficiente.
Tanto o más importante es la reorientación hacia los modos más
eficientes, como el ferrocarril, el transporte público y los modos no
motorizados, y las actuaciones encaminadas a reducir la demanda, con
barrios donde viviendas, trabajo y servicios estén próximos en el
espacio, aminorando la segregación espacial y social de las ciudades, y
limitando el crecimiento de las grandes áreas metropolitanas.
Las propuestas son, en primer lugar, reducir las necesidades de
transporte, que no su posibilidad, y en segundo lugar tratar de que el
mayor número de desplazamientos de personas y de mercancías tenga lugar
en los modos de transporte más eficientes, como es el ferrocarril para
los desplazamientos interurbanos, y el transporte público y los modos no
motorizados en las ciudades.
Ahorro y eficiencia
La eficiencia energética es la obtención de los mismos bienes y
servicios energéticos, pero con mucha menos energía, con la misma o
mayor calidad de vida, con menos contaminación, a un precio inferior al
actual, alargando la vida de los recursos y con menos conflictos. Al
requerirse menos inversiones en nuevas centrales y en aumento de la
oferta, la eficiencia ayuda a reducir la deuda externa, el déficit
público, los tipos de interés y el déficit comercial. La eficiencia
energética podría incrementarse en un 2,5 por ciento anual.
Las tecnologías eficientes, desde ventanas aislantes o lámparas
fluorescentes compactas a vehículos capaces de recorrer 100 kilómetros
con tres o menos litros de gasolina, o la cogeneración, permiten ya hoy
proporcionar los mismos servicios con la mitad del consumo energético, a
un coste menor.
Las energías renovables
Las energías renovables podrían solucionar muchos de los problemas
ambientales, como el cambio climático, los residuos radiactivos, las
lluvias ácidas, la pérdida de diversidad biológica y la contaminación
atmosférica. Pero para ello hace falta voluntad política y dinero. Las
energías renovables suministran un 18% del consumo mundial (4,3% en la
Unión Europea), siendo su potencial enorme, aunque dificultades de todo
orden han retrasado su desarrollo en el pasado. La aplicación más
inmediata en Madrid es el aprovechamiento pasivo y activo (colectores
solares, paneles fotovoltaicos) de la energía solar.
La llamada arquitectura bioclimática, heredera de saber de la
arquitectura popular, es la adaptación de la edificación al clima local,
reduciendo considerablemente el gasto en calefacción y refrigeración,
respecto a la actual edificación. Es posible conseguir, con un consumo
mínimo, edificios confortables y con oscilaciones de temperatura muy
pequeñas a lo largo del año, aunque en el exterior las variaciones
climáticas sean muy acusadas. El diseño, la orientación, el espesor de
los muros, el tamaño de las ventanas, los materiales de construcción
empleados y el tipo de acristalamiento, son algunos de los elementos de
la arquitectura solar pasiva, heredera de la mejor tradición
arquitectónica. Inversiones que rara vez superan el diez por ciento del
coste de la edificación, permiten ahorros energéticos de hasta un 80 por
ciento del consumo, amortizándose rápidamente el sobrecoste inicial.
El uso de la energía solar en la edificación requiere la elaboración de
una nueva normativa, tal y como se ha hecho en Barcelona. El colector
solar plano, utilizado desde principios de siglo para calentar el agua
hasta temperaturas de 80 grados centígrados, es la aplicación más común
de la energía térmica del sol. Los elementos básicos de un colector
solar plano son la cubierta transparente de vidrio y una placa
absorbente, por la que circula el agua u otro fluido caloportador. Otros
componentes del sistema son el aislamiento, la caja protectora y un
depósito acumulador. Cada metro cuadrado de colector puede producir
anualmente una cantidad de energía equivalente a cien kilogramos de
petróleo. Las aplicaciones más extendidas son la generación de agua
caliente para hogares, piscinas, hospitales, hoteles y procesos
industriales, y la calefacción, empleos en los que se requiere calor a
bajas temperaturas y que pueden llegar a representar más de una décima
parte del consumo.
A diferencia de las tecnologías convencionales para calentar el agua,
las inversiones iniciales son elevadas y requieren un periodo de
amortización comprendido entre 5 y 7 años, si bien, como es fácil
deducir, el combustible es gratuito y los gastos de mantenimiento son
bajos.
Las células fotovoltaicas convierten la energía luminosa del sol en
energía eléctrica, con un único inconveniente: el coste económico
todavía muy elevado para la producción centralizada. Sin embargo, las
células fotovoltaicas son ya competitivas en numerosos usos, y en Madrid
un programa de tejados solares es una necesidad apremiante, para iniciar
la transición hacia un modelo energético sostenible a largo plazo.
José Santamarta